(Imagen tomada del reportaje Winterda)
Argumentos cosmológicos: Este tipo de argumentos, que pretenden
elevarse hasta la existencia de Dios desde el conocimiento de las cosas
terrenales, existen desde antiguo, si bien no con este mismo nombre que alude
a la reciente cosmología. Hoy sabemos tanto del cosmos que conviene hacer un
breve resumen de eso que nos va a servir de base, recurriendo tanto a la
filosofía como a la ciencia: El propio universo y todo lo que en él
hay es finitud, es decir, es una realidad limitada y medible, luego tuvo un
principio, tiene partes y tendrá fin, como todo lo que es magnitud. El principio fue simple y evolutivo, no
fue una obra compleja y acabada, tal y como ahora lo vemos. Fue algo, llamado
Singularidad, que no ha cesado de expandirse a lo largo de quince mil
millones de años aproximadamente. Esa expansión evolutiva implica
movimiento. El universo no ha cesado de moverse en toda la amplitud de
significados del término: locación, transformación, generación, corrupción. Y
así es. Comprobamos que todo cambia, se transforma y evoluciona a cada
instante. Pero ese movimiento en las cosas no se
produce per se, siempre está ocasionado por otro que actúa como agente,
constituyendo así una cadena ininterrumpida de causalidad. Igualmente, la evolución implica
perfeccionamiento, pues si fuera lo contrario, una evolución hacia la
imperfección, desembocaría necesariamente en la autodestrucción. Es, pues, una evolución inteligente,
programada (tesis finalista). La hipótesis contraria de que el mundo pueda
ser un puro resultado del azar (tesis de los científicos afinalistas), presupone dos premisas realmente
imposibles, que ya han sido expuestas por Lutero en páginas anteriores: La primera es que el
universo es de una complejidad tan disparatada, la cual conduce a su vez a un
equilibrio tan sutil y milagroso, que el simple hecho de plantear que tal
milagro se haya producido por puro azar resulta, sencillamente, necio. La segunda consisten que
tal milagro no hay que contemplarlo solamente en referencia a la “formación
del universo”, es decir, no solamente al momento determinado en el que quedó
constituido, sino que el milagro de su mantenimiento es ininterrumpido, sigue
produciéndose segundo a segundo de la existencia del universo, que es ya de
unos 15.000 millones de años. Un solo error, en cualquiera de sus momentos,
conduciría a la autodestrucción. Una vez recordado lo que el universo es,
el teísmo ha ido elaborando una serie de argumentos, algunos de los cuales han
sido formulados desde antiguo y más tarde perfeccionados y sistematizados por
Santo Tomás en sus célebres cinco vías. Otros son más novedosos, y alguno más
se aporta en esta obra. Las cinco vías
Los argumentos que se recogen en este
apartado son muy antiguos, pero el teólogo que los sistematizó y universalizó
fue, una vez más, Santo Tomás de Aquino. Se trata de argumentos ágiles, de
fácil comprensión, atractivos para cualquier tipo de lector. Cada uno
considera un aspecto de la realidad de todas las cosas (el movimiento, la
causalidad, el ser, la bondad y el orden) y luego se extrae una misma
conclusión coincidente en todos ellos: Nada es inmutable en el
universo, todo se mueve, se genera y se corrompe, debido a la acción de otro
que actúa como motor. Cada nueva cosa no
aparece en la existencia por sí misma, sino porque otro le da el existir como
causa eficiente. Todo es contingente, es
decir, cada cosa puede ser o no ser, sin que se paralice el universo porque
sea o no sea. Nada es perfecto, nada
es el bien en sí mismo, todo participa del bien en cierto grado solamente,
recibiéndolo de otro. Todo aparece dirigido a
un fin, guardando un orden en el que cada cosa aparece como causa final de la
anterior. Aunque el Santo de Aquino desarrolló cada
vía por separado, el hecho básico es el mismo para las cinco vías, y el
argumento deísta al que da fundamento es también el mismo. Ese hecho básico
que a todas las vías atañe es: Tanto el movimiento,
como el existir, como el ser, como la bondad, como la finalidad, cada cosa
los ha recibido de otra y, a su vez, se los dona a la siguiente,
constituyendo así una cadena de
causalidad. Y sobre este hecho básico, se levanta sin
dificultad el argumento siguiente: Por mucho que queramos
prolongar una cadena de causas, no podemos hacerlo indefinidamente, pues si
absolutamente todos los eslabones estuvieran causados por otro anterior,
todos dependerían de otro para existir, y como esto afectaría a todos,
ninguno existiría, es decir, la cadena entera no existiría. Necesariamente, hace falta un primer eslabón no causado por otro anterior que inicie la cadena. Como la existencia de la cadena nos consta
(es el mundo que tenemos delante y experimentamos), será necesaria la
existencia de un primer eslabón que la inicia, cuya condición indispensable
es que no haya sido causado como todos
los demás. Pero inmediatamente surge la pregunta ¿ese primer eslabón,
puesto que no ha sido causado por otro anterior, quién lo puso ahí? En el
caso concreto del universo, el eslabón inicial ha sido llamado por la ciencia
Singularidad, una concentración
impensable de energía encerrada en un punto, cuya explosión es conocida como
el Big Bang. Pero ¿cómo apareció ese
primer eslabón, no causado por otro, que inició la cadena? Dejemos a los
dos protagonistas del debate que lo aclaren. Aunque este argumento tradicional de las
cinco vías sigue tan vigente como el primer día, hoy puede ser modificado su
planteamiento a la vista de los nuevos datos que se conocen del universo, y
también puede hacerse una exposición aún más directa y más asequible, sin
necesidad de recurrir a la cadena de causas: Si el universo no
existió siempre, si tuvo un principio como hoy sabe la cosmología, es que no
tiene el ser en sí mismo (aseidad). Todo lo que tiene un principio es que
antes de ese principio no era, lo cual se contradice con el ser. Si lo universal está
sujeto a la evolución, al movimiento, al cambio, es que no tiene aseidad,
puesto que tiene una pérdida continua del ser anterior al transformarse en el
siguiente. Lo que es en sí, es inmóvil, no puede cambiar. Si lo universal es
finitud medible, suma de partes, es que no tiene aseidad, porque lo que es
suma de partes puede descomponerse y dejar de ser, que es lo contrario al
ser. Si todo lo universal es
imperfecto, si todo participa del bien sólo en cierta medida, es que no tiene
aseidad, pues lo que es en sí no participa de nada exterior a sí mismo. Si todo lo universal
está ordenado a un fin en su movimiento, es que no tiene aseidad, pues todo
lo que persigue un fin determinado es que no constituye un fin en sí mismo. Si en las anteriores vías tradicionales el
hecho común era la causalidad, en esta nueva exposición es algo más elemental
aún, es la carencia de ser
auténtico en las cosas, es decir, que las cosas son, pero tienen el ser
prestado, no en sí mismo, lo cual se llama abaliedad (de "ab alio", ser por otro). Y de este hecho
se infiere un argumento directo e irrefutable, que no precisa remontarse en
ninguna cadena de causas y que es de comprensión inmediata: Si todo lo universal ha recibido el ser, fuera
tiene que existir otra realidad que sea el SER y que se lo haya donado al
universo. A eso llamamos Dios * * * Marx.- Te comunico que,
como ya contaba con las célebres cinco vías, he venido con la respuesta
preparada. No acepto ninguna de las cinco porque, como muy bien has dicho,
están basadas en la causalidad, y la causalidad es cosa indemostrable. Lutero.- Y como yo sabía
que lo sabías y esperaba esa respuesta, te comunico que lo que dijo el Sr. Hume
es una auténtica sandez. Marx.- Yo no lo veo así.
Según Hume, del hecho de que los fenómenos se sucedan de una forma regular,
no puede deducirse, con seguridad, que exista lazo de causalidad ninguno
entre ellos. Los fenómenos se suceden, y punto. Lutero.- Por favor,
Karl, seamos sensatos. Que dos hechos se sucedan una vez es pura casualidad,
pero que se sucedan siempre e inexorablemente el uno al otro, es imposible
que se trate de pura casualidad, y si no hay casualidad, es que hay una
relación causal entre ellos. El Sr. Hume puede decir misa....... ¡Perdón!,
quiero decir que no es creíble. Además, ¿por qué hemos de tenerle en cuenta a
él, frente a la legión de filósofos que no han pensado así? Marx.- Ya te he dicho
más de una vez que tú eres racionalista, y como tal, te obstinas en buscarle
una explicación y una finalidad a todo. Para vosotros, la cadena de fenómenos
es una cadena de causas-efectos, pero no para nosotros, que creemos en el
azar y no vemos ningún tipo de intencionalidad o finalidad en las cosas. Lutero.- Resulta
divertido que me llames racionalista a mí, que defendí a Dios con la fe, no
con la razón. Pero puesto a ejercer de racional, supongo que al menos conoces
el "principio de razón suficiente". Marx.- Por supuesto.
"Nada es sin que exista una razón que explique por qué o para qué
es". Traducido debidamente, "no se admiten los absurdos". Lutero.- Tú presumes de
que no crees en la causa-efecto, pero cuando en vida te sentías enfermo ibas
corriendo al médico, a ver qué te pasaba, cuál era la "causa" y con
qué "tratarla". En eso no creías en las casualidades, no. ¡Mira que,
en todo el inmenso panorama de la filosofía, ir a agarrarse a lo que dijeron
Hume y sus amiguetes empiristas.... ! Marx.- Bien- dijo, dando
unos pasos y cambiando de idea- He comenzado a propósito por la objeción más
débil de las que traigo, sólo para poner bajo sospecha el argumento entero
desde su base. Pero dejemos eso y vayamos a la pregunta que quedó en el aire
al hacer la exposición del argumento. Lutero (recordándola).-
¿Cómo apareció ese primer eslabón, no causado, que inició la cadena? Marx.- Habéis expuesto
que la cadena de causas no puede ser indefinida, que el universo no puede ser
eterno, que precisa de un primer eslabón que no haya sido causado por otro
anterior, el cual inicia la cadena e inaugura el tiempo. En definitiva, un
primer eslabón que es Dios. Lutero.- No, no, Karl,
no tan deprisa. Ese primer eslabón que inicia la cadena de causas no es Dios,
porque en tal caso Dios sería una pieza más del mundo, la primera, sí, pero
dentro del mundo Marx hizo un gesto de
estupor. ¿A qué atenerse?. Lutero.- Ese primer
eslabón también es materia, como toda la cadena, pero con la diferencia
esencial de que no ha sido causado por ninguno anterior. ¿Cuál es en este
caso? Lo que en la moderna cosmología llama la "Singularidad", una
cantidad impensable de energía concentrada en un único punto, que se
desencadenó por efecto de la altísima presión interior, fenómeno conocido
como el "Big Bang". Ese fue el primer eslabón y así se inició la
cadena. Marx.- Eso contando con
que pueda demostrarse que el Big-Bang fue el principio. No es otra cosa que
una teoría y está en entredicho. Lutero.- Da igual que
nos remontemos a otros posibles fenómenos anteriores. De todas formas, la
cadena de causalidad tuvo irremediablemente un principio, un primer eslabón
no causado por otro anterior. Marx.- Bueno, el
resultado es el mismo. Ese primer eslabón, sea la Singularidad o sea equis,
¿quién lo puso ahí? Lutero.- Esa es la
clave. Como era el principio del mundo, tuvo que "ponerlo ahí",
como tú dices, otra realidad que no fuera el propio mundo, puesto que el
mundo aún no existía. Esa otra realidad exterior, diferente y desconocida es
lo que llamamos Dios. Marx.- Pero si todo
tiene una causa, dime, ¿y a Dios quién lo hizo? Lutero.- Lleváis siglos
preguntando la misma insensatez porque lleváis siglos sin querer entender el
argumento, y no es nada difícil. Marx.- Más bien será que
no tiene explicación lógica. En el Londres de los años veinte, el filósofo y
matemático Bertrand Russell puso de moda esta misma pregunta que yo te repito
ahora. Puesto que todo ha sido causado, ¿puedes decirme entonces quién hizo a
Dios? Lutero.- Repitiendo su
pregunta, querido amigo, estás repitiendo la misma torpeza del Sr. Russell.
De que todo dentro del mundo esté causado por algo, no puede deducirse, sin
fundamento, que TODO, incluido lo de fuera del mundo si lo hay, haya de estar
causado también. Marx no parecía tenerlo
muy claro. Lutero.- Te lo puedo
contar de mil maneras. Si comienzas por endosarle a Dios que también Él
"ha tenido que ser causado por otro", en vez de estar buscando la
verdad, lo que demuestras es estar negando, ya de entrada y sin fundamento
ninguno, su existencia, puesto que Dios no pertenece a la cadena y consiste
en lo contrario, en lo no causado.. Marx seguía
escuchándole, silencioso, incrédulo, sin decir nada. Lutero.- Para responder
a la pregunta ¿de dónde salió el primer eslabón del mundo?, forzosamente
tendrás que salirte de la cadena de causas que es el mundo y buscarlo fuera. Marx.- O no, aunque sé
que no vas a admitir la generación espontánea. Lutero.- No se trata de
que Martín Lutero no la admita, se trata de que eso que acabas de nombrar no
existe. Que una generación de algo sea espontánea, quiere decir que surja de
la "nada", y la nada, una vez más de lo digo, no existe. La
generación espontánea ha sido refutada hasta por la ciencia. Marx.- Si algo me carga
de ti es que te sobra dialéctica para defender lo indefendible. Lutero.- A mí, de
sobrarme algo, serán unos pocos siglos. Mira a ver si acabamos pronto este
debate y me marcho para siempre. Marx.- Acepto la cadena
de causas, la acepto. Pero jamás conseguirás que admita una primera causa
situada no sé dónde, en el extrarradio. Fuera del mundo no hay nada. Lutero.- Eso que sitúas
en el extrarradio será el Creador, no vuelvas a confundirte. La primera causa
fue ya dentro del mundo, fue la Singularidad. Marx.- No seas cargante,
me has entendido. Lutero.- Pero me parece
que tú a mí no. No tengo más remedio que referirte lo que contaba Leibniz de
Euclides y su geometría. Nada mejor que un ejemplo práctico: Un libro cualquiera de
geometría, es copia de imprenta de otro anterior, y todos ellos, a su vez, de
los manuscritos de los monasterios medievales, los cuales también fueron
copiados de otros, hasta remontarnos a la primera copia que en su día se
hiciera en pergamino griego. También eso es una cadena de causas que se
inicia en la primera de todas, el pergamino original en el que se escribió
por primera vez. Pero ¿por qué existió ese primer pergamino? Es necesario
salirse de esa cadena y buscar la razón en otra realidad exterior, diferente
y superior que creó ese primer eslabón de la "nada", el sabio
griego llamado Euclides. Ahora sustituye los libros por las cosas del mundo,
el primer pergamino original por el Big Bang y a Euclides por Dios. Esperó por un momento.
Su adversario seguía sin decir nada. Lutero.- Pretender que
el mundo se generó espontáneamente, es pretender que el primer pergamino de
geometría se escribió solo. Marx.- Eres muy
convincente, pero aun así, me ha interesado más esa otra forma
"bis" que habéis expuesto, la de la abaliedad de las cosas......
Aunque tampoco estoy de acuerdo en la segunda, en la tercera y en la cuarta
de esas vías. La quinta ya la hemos discutido en la evolución. Lutero.- ¿Y qué pasa con
la primera? Te la has saltado. ¿No tienes nada que oponer? Marx.- Pasa que, cuando
se descubrió el Big Bang, el principio de todo, te soy sincero, me
desconcertó, y espero que esa teoría no sea definitiva. Para mí, el mundo no
ha tenido principio, ha existido siempre. Lutero.- Para ti y para
tantos, empezando por el mismo Platón - y añadió con ironía- Si se equivocó
él, como no vas a equivocarte tú. No tengas complejos. Marx parecía absorto en su idea. Ni siquiera se había enterado de la
broma de su interlocutor. Marx.- Eso de que el
mundo haya tenido un principio, te lo confieso, me desbarata un poco los
esquemas, aunque tampoco los echa abajo del todo. Lutero.- No sabes cómo
lo celebro. Creí que ibas a salir con lo del dichoso ciclo. Marx.- ¿Y por qué no?
¿Quién te asegura que a cada expansión del universo no suceda una nueva
contracción, hasta colapsar sobre sí mismo otra vez, y de nuevo otra
expansión, y así indefinidamente? Estoy seguro de que has leído a Hawking. Lutero asintió con un
gesto. Marx.- Ha tenido la
genial idea de considerar al espacio-tiempo como los meridianos de una
esfera, que se ensanchan en el ecuador, se contraen de nuevo en los polos y
así indefinidamente, sin final. Nuestro planeta también es una entidad
finita, como el universo todo, pero si echas a andar en su superficie,
siguiendo los meridianos, nunca hay principio ni fin, puedes dar vueltas
eternamente. ¡Se acabó el tiempo! Lutero.- Lo triste es que, siendo un
eminente físico, el Sr. Hawking desconozca lo que realmente son las
magnitudes. Está acostumbrado a manejarlas como científico, pero no a
trascenderlas como filósofo; las maneja, pero no sabe lo que son. La finitud,
la magnitud, jamás puede ser sin límites, ni siquiera en el caso de que
enlace consigo misma, como los meridianos, porque para enlazar tiene que
partir de un punto y volver al mismo, después de un tiempo equis. Ya tienes
ahí los límites. Marx.- No lo has
comprendido. Es que no hay por qué parar al llegar al punto inicial, no es un
borde, no es un límite, puedes estar eternamente pasando sobre él y dando
vueltas sin fin. Lutero.- Todas las que
quieras, eso no cambia lo dicho, porque, para darlas, tienes que arrancar por
fuerza de un punto y un momento determinados, ¿o no? Es el mismo caso que
acabamos de discutir, solamente que cambiando la cadena de causas por una
cadena de vueltas a una superficie esférica. Nunca podrás prolongar esa
cadena de vueltas hasta el infinito. Necesariamente tuvo un principio. Marx.- Es un eminente
físico. Es Stephen Hawking. Lutero.- Y yo soy Martín
Lutero, reformador de la Iglesia. Si tienes un rato y puedes, date una vuelta
por ahí abajo y dile al Sr. Hawking que siga con sus desarrollos matemáticos,
que lo hace muy bien, que esto de los pensamientos abstractos no se le da
igual. Marx.- Se lo diré en
cuanto pueda. Pero a ti tengo que decirte que, en cuanto a la segunda vía, la
del movimiento, una cosa es la materia y otra son los fenómenos de la
materia. En cuanto a la tercera........ Lutero.- Bueno, bueno,
amigo, más despacio, una a una. Marx.- Es que no tengo
ganas de discutirlas. Vuestras cinco vías me agotan, se me hacen cinco mil. Lutero.- Lo que tú
quieres decir en tu rechazo a la segunda vía es que, debajo de los fenómenos,
debajo del movimiento, hay una materia siempre idéntica a sí misma. ¿No es
eso? Una materia eterna Marx.- Por supuesto. Lutero.- Imposible. Esa
es precisamente la mayor prueba contra la eternidad de la materia. No podéis
pretender que, además de estar en movimiento, sea eterna, porque eso es
contradictorio. El movimiento, los fenómenos, se realizan en el tiempo. Si tu
idolatrado mundo está en movimiento, es que es temporal, no puede ser en modo
alguno eterno. El filósofo dio un
manotazo despectivo en el aire, desistiendo. Marx.- ¡Te he dicho que
me carga hablar de vuestras cinco vías! Resumen: Teístas.- En la naturaleza nada aparece por sí
mismo, todo es recibido de otro anterior y, a su vez, es donado al siguiente,
constituyendo así una cadena de causalidad. Esa cadena no podemos prolongarla
indefinidamente, pues si absolutamente todos los eslabones dependieran de
otro anterior para existir, entonces ninguno existiría y la cadena entera no
existiría. Es necesario un primer eslabón que no haya sido causado por otro
anterior, el cual sólo es posible si fue creado por otra realidad exterior a
la cadena. Ese es Dios. Ateos.- El argumento es incongruente, pues si todo
es causado por otro, también Dios tuvo un autor, con lo cual entra a formar
parte de la cadena y ésta se pierde en lo infinito. El mundo es eterno en sí
mismo, no tuvo ningún origen exterior. Teístas.- Esa oposición, inaugurada por
Bertrand Russell, lo único que demuestra es la torpeza del científico, que no
fue capaz de entender un planteamiento tan sencillo: todas las geometrías son
copias unas de otras, constituyendo una cadena causal, pero la primera de
todas fue creada por un agente exterior a la cadena, Euclides. Ateos.- El mundo es una realidad física, no un tratado de
geometría, y no necesita ninguna inteligencia creadora para existir. Somos
parte integrante del mismo y nos consta que existe. Teístas.- Si lo que existe puede cambiar, ser
causado, aparecer o desaparecer, participar de la perfección o tener una
finalidad, es que ha recibido la existencia desde fuera (abaliedad), es que
no tiene la existencia en sí mismo (aseidad), pues lo que existe en sí mismo
ni cambia, ni es causado, ni aparece o desaparece, ni participa de nada
exterior, ni tiene más finalidad que a sí mismo. Si el mundo ha recibido la
existencia, es que hay otra realidad exterior que se la ha donado. ---------------------------------- Esta
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