(Imagen tomada del reportaje Winterda)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sentido de la vida

 

Evidentemente, no es un argumento para plantear a cualquier edad. A quien despierta a la vida no le interesa el sentido de ella, como no le interesaría un análisis dietético ante el hecho inaplazable de comerse un bocadillo. Para la gente joven, lo primero es vivir y luego ya veremos. Lo malo es que ese "ya veremos", aunque todos se empeñen en vivirlo de espaldas, acaba por llegar siempre, incluso, a veces, mucho antes de lo esperado.

 

Hay hombres afortunados y otros menos. Pero aún así, del todo nadie es feliz. De las pocas veces que leo un periódico, en una ocasión me encontré con un artículo que me impactó. Estaba firmado por un renombrado autor teatral, Francisco Nieva, y se titulaba (¡oh, paradoja!) El dulce encanto del fracaso. Ya la redacción del título evidenciaba que no estaba escrito sobre fracasos ajenos, sino sobre el suyo propio, puesto que sabía que era "dulce". Pero eso, escrito por un hombre aplaudido por la sociedad..... Lo leí. Era un artículo sincero y patético, en el que el autor mostraba con toda inocencia su inmensa frustración, a pesar de su inmenso éxito. ¿Cómo era posible?

 

Es posible porque la vida no tiene sentido en sí misma nunca ni para nadie, incluso cuando todo va bien. La única condición para saber esto es haber cumplido cierta edad. Hasta en la borrachera de los éxitos, cualquiera sabe muy bien que esos no son cosa de uno, son cosa de cómo soplen los vientos, y los vientos, más pronto o más tarde, siempre acaban por cambiar de rumbo. Son más frecuentes los suicidios entre los triunfadores que entre la gente anónima.

 

La vida nunca tiene sentido porque es inestable, las cosas no tienen sentido porque pasan y se van. Ese es el gran vacío de la existencia, la clave de la amargura de la existencia: la fugacidad irremediable de todas las cosas. Y es justo que así sea, pues en otro caso el hombre pensaría estar en el Paraíso definitivamente; es así para que esa miseria del mundo sea el recordatorio permanente de que el mundo no es su destino. No obstante, como es un ser esencialmente positivo (simplista, más bien), está dispuesto a engañarse cada mañana, repitiéndose a sí mismo que todo está muy bien. Pero, más pronto o más tarde, desconecta, se detiene, se sienta un buen día y se pone a pensar, con toda sinceridad, en el fracaso que la vida es siempre.

 

Es consciente de que las personas que se aman no son relojes sincronizados, y acaban inexorablemente por sonar a diferente hora.

 

Trabaja demasiado, le cansa el runrún del carro tanto que no es que sienta ganas de bajarse, es que anhela tirarse en marcha.

 

No es comprensible que a algunos les quiten el dorsal nada más iniciar la carrera, cuando son todavía niños. ¿Por qué la meta está donde le da la gana?

 

Ama a quien no le ama, y es amado por quien él no puede amar. Nunca podrá saber quién trazó los caminos, que nunca confluyen del todo.

 

Es consciente de que su vida es suya porque él es quien la vive, pero también es consciente de que no es él quien la hace. Tiene la sensación de estar siempre volviendo una esquina, sin saber qué le aguarda detrás.

 

Le gustaría ser padre, y amigo, y novio, y amante, y confidente, y hasta rey mago, y se da cuenta de que nunca es nada y todo lo es a destiempo.

 

No es justo que los cementerios estén llenos de sepulcros blanqueados y nadie levante la tapa para hacer justicia de una vez. Cuanto más hipócritas, más éxito.

 

No sabe dónde se van los deseos, y los amores, y los sueños, y hasta los errores. ¿Dónde se fue el pasado? ¿Dónde está ese otro yo que desapareció bajo el tiempo?

 

Nadie vendrá a contestarle. La vida es un misterio justamente porque no tiene sentido, porque todo pasa y se va y desbarata lo que ya se creía conseguido. Ha llenado los años amontonando proyectos, trabajos, anhelos, ilusiones, y los años los han engullido y se los han llevado no sabe dónde. Se siente solo ante esa evidencia y se siente infeliz, asomado al vacío, inseguro y tembloroso como una gota pendiendo en el borde. Sabe que nadie le va a contestar y teme que, al final, se baje el telón y todas las preguntas se queden en el aire, incontestadas.

* * *

 

Marx.- Me gustaría saber qué ha sido por fin de ese personaje que así pensaba, sentado y metido a filósofo sobre las desdichas del mundo.

 

Lutero.- Le he cortado el final a la historia para que se lo pongas a tu gusto. Pero no te oculto que, en el guión original, acabó comprendiendo que el sentido siempre está más allá de la vida misma. Así es que, reconfortado con ese hallazgo, se levantó y continuó el camino.

 

Marx.- ¡Un final feliz! Pero de esta vida tan cruel, no todos sacan la misma conclusión angelical que ese personaje y vosotros sacáis. Algunos, incluidos los creyentes, emprenden la huida suicidándose. Otros nos remangamos y echamos mano al arado, en vez de quejarnos. Y sólo algunos practicáis el conformismo. Recuerda: "La religión es el opio del pueblo". Darle a la vida esa solución religiosa es renunciar a arreglarla y a vivirla.

 

Lutero.- Perdona que te rectifique, pero conformista es el que acepta la realidad y obedece. Solamente un hombre que no cree y, a pesar de ello, no se suicida, como tú haces, es obediente y es conformista. Si nosotros pasamos por aquí mirando más allá, podremos ser unos perfectos ilusos, pero unos ilusos que no se conforman con esto, ¿no te parece?

 

Marx.- Rectifico. Somos, entonces, uno más: el que se conforma, el suicida, el que se rebela y el que huye hacia delante. Porque inventarse un paraíso para después de la muerte, no me digas que no es una huida hacia delante, en todo parecida a la de esos financieros arruinados, que cuanto peor les van los negocios más negocios emprenden.

Lutero.- Pon a la historia el final que quieras, pero dime dónde falla el argumento "Sentido de la vida". Eso es lo que nos han encargado discutir. Y no olvides que la carencia de sentido no se refiere sólo a la vida del hombre. Todo el espectáculo de la naturaleza, generándose y corrompiéndose continuamente, carece de sentido.

 

Marx.- La vida es amarga y nos la encontramos hecha. Hasta ahí, bien. Pero si esta broma tan pesada y sin sentido no es el producto de una carambola fortuita, cosa que ya hemos discutido hasta la saciedad y no vamos a iniciar de nuevo, vale mejor un Dios que no existe a un Dios que es cruel.

 

Lutero.- Tu conclusión, en definitiva, es.....

 

Marx.- La misma que tan amargamente describe Ernesto Sábato, si bien voy a ponerle a Dios otro predicado menos irreverente que el que él usó. "Si Dios existe y la vida carece de sentido, es que Dios es perverso".

Lutero.- Eso siempre contando con que la vida sólo dura los noventa años de ahí abajo, claro, los noventa años en ese mundo carente de sentido. En tal caso, yo también preferiría pensar que he caído por carambola a que me ha puesto alguien, sin decirme por qué y para verme sufrir.

Marx.- Mi querido Matusalén, por mucho que pienses seguir viviendo luego en una gloria maravillosa, siempre tendrás que preguntarle a tu Dios, cuando llegues a su paternal regazo, por qué ese regalito envenenado de los noventa primeros años en el mundo.

 

Lutero.- Tu obstinación es terrible. Voy a tener que pedir un ábaco donde llevar cuenta de tus reincidencias. ¿Por qué es cómo es el mundo? ¿Por qué carece de sentido? Yo te he dicho lo poco que sé con palabras humanas: carece de sentido para tu lógica de hombre, pero Dios es Dios, no es un hombre. Si esto no te vale, ¿cómo podrías comprender lo que te explicase Él con palabras divinas? Pero, en parte, sí que te lo ha desvelado ya ahí abajo, y no has querido enterarte.

 

El filósofo no le interrogó con palabras, le interrogó con la mirrada.

 

Lutero.- Te ha puesto delante la muerte. Esa es la clave que da sentido a la vida.

 

Marx.- Querrás decir lo contrario, que priva de sentido a la vida. El espantapájaros de la muerte, siempre ahí delante, nos recuerda que nada sirve para nada. ¿Qué hacer, si todos nuestros esfuerzos se los lleva al final la muerte? Esa fue la razón por la que Nietzsche se inventó el eterno retorno del hombre, para suprimir ese final.

 

Lutero.- Nunca nos pondremos de acuerdo porque tú ves la muerte como el final y yo la veo como el principio, por eso te he dicho que es la clave. Lo terrible sería que nunca llegase y el sinsentido atroz del mundo durase para siempre.

 

Marx.- El sinsentido es estar viendo la meta de llegada desde la cinta misma de salida. ¿Para qué correr? ¡Ah, si nadie le pusiera coto a los pasos del hombre!

 

Lutero.- ¡No seas iluso! O mejor, no mientas. A pesar de todas tus fantasías económicas, ya has visto el resultado a que diste lugar, ese muro que se ha hecho célebre ahí abajo.

 

Marx.- Se te olvida que luego lo tiraron. El hombre hace y deshace, pero él solito acabará por dar con lo que busca.

 

Lutero.- Volver a empezar y jamás acabar nada. Ahora, que desde aquí puedes contemplar la historia entera, ¿Qué ha hecho el hombre a lo largo de los siglos, sino repetir estúpidamente los mismos errores?

 

Marx (sarcástico).- Nunca me había parado a pensar que debe rendirse culto a la muerte como a una bendición que pone fin. Todos los días se aprende algo nuevo.

 

Lutero.- Y así es, a pesar de la acidez de tus palabras. Os empeñáis en sacralizar esa tonta vida de ahí abajo para darle el sentido que no tiene.

 

Marx (completando la frase de Lutero).- …… Según un imaginario mundo diseñado y programado por un Creador, que es el tuyo. Si las cosas no tienen sentido, habrá que esperar al más allá, porque nada ha surgido a tontas y a locas. Pero no es ése el mundo en el que yo creo. Recuerda la carambola de la mesa de billar.

 

Lutero.- ¡Sí, sí, lo recuerdo! La "Evolución ciega del universo". Pensaba que ese día te había convencido.

 

Marx.- Pues ya ves, ahora resulta que el mundo te parece un “sinsentido”. ¿Dónde se han quedado tu obra planificada y tu Creador? Ahora va a resultar que se impone la pura “carambola”.

 

Lutero.- ¡La carambola! –repitió, como si necesitara pensarlo- Lo malo es que en ese juego que han inventado ahora, el billar, la carambola (o sea, el mundo) sólo sale cuando empuja la bola el que sabe jugar y planifica. ¿Comprendes? ¡Planifica! Porque si le das el taco a un ignorante,…..

 

Marx.- ¡No importa! La cosa es jugar, Martín ¿Qué es la vida, sino acción? Lo que mantiene al mundo vivo cada día es la esperanza del siguiente, aunque a ti te parezca sin sentido.

 

Lutero.- Si no se para de dar golpes con el taco a lo loco, al azar, como a ti te gusta y tanto defiendes, el mundo que sale es un montón de tapetes rotos.

 

El filósofo se encogió de hombros, de forma muy expresiva, y enseguida dijo:

 

Marx.- ¡Aún así! Aunque doloroso, el mundo lo vive el hombre porque siente una imperiosa necesidad de vivirlo, una oscura y ciega atracción que está en el alma misma de lo humano…… y perdona que te haya robado la palabra, porque yo no creo para nada en ningún “alma”.

 

Lutero.- ¡Bravo! –aplaudió el fraile- Te voy a traducir ese pensamiento tan certero a otro lenguaje que tú te niegas a reconocer. Esa "necesidad", esa "oscura y ciega atracción", ese "estar en la esencia misma de lo humano", sólo puede deberse a que la vida es una realidad eterna, no un episodio de unos pocos años que se disuelve en la nada con la muerte. Lo que es nada no inspira necesidad ni atracción, ni es humano. No sé si me he explicado.

 

Marx.- No te esfuerces. Lo que has querido decirme es que los instintos no son vanos, y el que se apega por instinto a la vida caduca que conoce, es porque realmente esa vida es algo en sí misma y para siempre. En tal caso, el problema del ateo (mi problema) es un estúpido problema de incoherencia, resulta que dice no creer en la eternidad, pero vive como si realmente creyera. ¿No es eso?

Lutero.- ¡Exacto! Te lo sugiero con otras palabras: todo el que piensa que la realidad se acaba al morir, nunca podrá explicar por qué confía y ama la realidad.

 

Marx.- Pues porque tiene perfecto derecho, ¿no? Admitiendo tus siempre hipotéticos supuestos, ese hombre (que soy yo) piensa que, en todo caso y si es que realmente hay algo más allá de la muerte (que no lo hay, te lo digo yo), lo que haya ya lo descubrirá cuando llegue ese día. ¿No te parece razonable?

 

Lutero.- Tienes razón. Eso me ha traído a la memoria la parábola del marchador de fondo. Supón un personaje al que lo colocan en un desierto, pasando todo tipo de calamidades, pero con equipo suficiente para no llegar a morir. Y supón que enseguida descubre en el horizonte unas montañas inmensas, con sus picos brillantes de nieve y hielo, absolutamente infranqueables. ¿Qué hacer?

 

Marx.- Tomar la dirección opuesta, es obvio.

 

Lutero.- Eso hizo, pero encontró el mismo horizonte. En cualquier dirección lo mismo.

 

Marx.- Entonces tomaría una dirección cualquiera.

 

Lutero.- Quizás has olvidado que las condiciones eran límite y la marcha penosísima. ¿Para qué seguir?

 

Marx.- Aun así, seguiría.

 

Lutero.- Quizás has olvidado que tenía la convicción de que nunca podría salir de aquel círculo infernal.

 

Marx.- No importa, seguiría. Pararse no sirve para nada.

 

Lutero.- Quizás has olvidado que a lo lejos se veían las montañas altas y nevadas, recordándole permanentemente que nunca conseguiría pasarlas.

 

Marx.- Bajaría la vista al suelo para no verlas y seguiría.

 

El fraile se tomó un poco de tiempo y le dijo:

 

Lutero.- Eso es lo que hizo nuestro personaje, que era ateo como tú, clavar la vista en el suelo para no ver el final, la muerte, y seguir hasta darse de bruces con ella.

 

Marx.- Hizo lo que debía, aceptar la vida como es y no rendirse nunca. ¿No haría otro tanto si fuera creyente?

 

Lutero.- Por supuesto también seguiría, pero con la mirada en el horizonte, sin miedo, seguro y feliz, porque si fuera creyente sabría que llegar a la montaña infranqueable y morir sería, solamente, despertar de la pesadilla y comenzar la verdadera vida.

 

Marx.- Es una hermosa historieta, pero no sé cuál, de las muchas lecciones que pueden extraerse de ahí, es la que has querido comunicarme.

 

Lutero.- La misma que tú calificaste de estúpida hace un instante: la incoherencia. Vuestra actitud de bajar los ojos a esta vida deplorable y aferrarse a ella, teniendo la muerte delante y pensando que es el final de todo, constituye, sencillamente, la más monumental de las incoherencias. Un hombre sensato le pondría fin con un disparo en la sien.

 

Marx.- Has olvidado que, por muy deplorable que sea la realidad, dijimos que el hombre siempre está esperando algo, aunque no sepa muy bien el qué, aunque sólo sea ver amanecer un día más.

 

Lutero.- ...... Aunque sólo sea creer en Dios, por mucho que jure que no cree. Detrás de ese estúpido apego a la vida, lo que hay realmente es fe en que no se acaba con la muerte, por mucho que no queráis reconocerlo.

 

Resumen:

 

Teístas.- La inconsistencia y fugacidad de las cosas produce en el hombre insatisfacción. El mal, en general, no sólo carece de sentido en sí mismo, sino que además priva de sentido a la vida. Pero la vida no es eterna, es temporal. Luego el sentido que la vida reclama tiene que estar después de ese tiempo que la vida dura. De este modo, sobre la base de que la vida no puede ser un absurdo, se llega a la conclusión de que lo trascendente existe.

 

Ateos.- Al contrario. No es la vida el problema, sino la muerte. Es el mayor de los males conocidos (es decir, la muerte) el que priva de sentido a la vida al poner un límite temporal y convertirla así en algo inútil. Si el Dios planificador existiese, no habría puesto término a la vida en el mundo y ésta tendría sentido.

 

Teístas.-. Una vida sin final aquí sería la mayor tragedia para el hombre. Anclado a perpetuidad en la insatisfacción y el dolor, acabaría por incendiar el mundo. Es la vida la que carece de sentido, y es la muerte la que se lo devuelve: primero, porque libera del sufrimiento; y segundo, porque abre de par en par las puertas a todo lo posible. Aferrarse a la vida, a pesar de creer que todo acaba con la muerte, es una auténtica irracionalidad

 

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© Gregorio Corrales.

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