(Imagen tomada del reportaje Winterda)
La patria del hombre
Al hombre se le ha venido definiendo como “animal racional”. Ratio
(razón) e intellectus (inteligencia) no son exactamente
lo mismo. Por ésta última, el conocimiento capta simplemente lo que se le
ofrece a través de los sentidos; por aquélla, sin embargo, abstrae la esencia
de lo captado y elabora juicios complejos. La característica tenida como diferenciadora entre los animales y el homo sapiens no es, por tanto, la de ser inteligente, porque
inteligentes también son los animales. Lo que nos distingue del resto es la
razón, la facultad de acceder a lo abstracto, es decir, de captar la esencia
o intimidad de las cosas, y elaborar pensamientos complejos. Sin embargo, esto tampoco parece estar claro del todo. En
experimentos realizados con primates, se ha comprobado que son capaces de
ensamblar cañas para alcanzar cosas suspendidas en alto, o acumular cajas
para lo mismo, o limpiar ramitas para meterlas en los termiteros y pescar hormigas,
etc, todo lo cual demuestra que, aunque de una
forma muy rudimentaria, también ellos son capaces de elaborar pensamientos
sobre la base de cierta abstracción. Pero, por el contrario, cuando se los ha
sometido a la prueba de enseñarles a fabricar útiles mediante la talla del
sílex, han aprendido a seleccionar esas herramientas y usarlas debidamente,
pero nunca han conseguido fabricar nada. Esta prueba va en sentido contrario
de las anteriores, demuestra sus limitaciones para la abstracción, puesto que
son incapaces de ver en una piedra cualquiera la posible forma de herramienta
que hay en potencia en su interior, tallándola. Parece, pues, que en cuanto al aspecto inteligencia-razón el
problema no está resuelto del todo. La diferencia entre el conocimiento de
los animales y el del hombre ¿es cualitativa, constituyendo dos escalas
independientes, como venía creyéndose, o es únicamente una diferencia
cuantitativa en una escala única? Sea como fuere, algo sí sabemos con
certeza: esta capacidad cognoscitiva está en razón directa al llamado grado
de encefalización, que es el porcentaje resultante
de dividir el peso del encéfalo por el peso del cuerpo. Pues bien, atendiendo
exclusivamente a este dato, es mayor la diferencia que media entre la encefalización de algunos animales y la del primate, que
entre la de éste y el hombre, es decir, el primate está mucho más ceca del
hombre que de los demás animales. Si tomamos este dato tan real como
criterio, tenemos que admitir que ambos, animales y hombre, nos hallamos todos
dentro de una única escala, separados sólo por diferencias de grado. Según
esto, el hombre es, simplemente, más inteligente. Tiene que haber, entonces,
otras diferencias que no sean las meramente intelectuales. Y en busca de las
mismas vamos. Claves negativas de diferenciación: Las carencias del hombre respecto de los demás seres vivos son
muchísimas, pero todas tan próximas unas de otras que pueden agruparse en un
único y gran capítulo, el de su precariedad
en la armonía con la naturaleza, y subdividir luego ese capítulo en dos
grandes artículos: 1.- Salvo excepciones, los animales nacen casi
maduros, se valen por sí mismos nada más venir al mundo. Más allá de la falta
de envergadura física, no presentan ninguna carencia. Saben generalmente incorporarse,
seguir a la madre, alimentarse, distinguir el peligro y un largo etcétera; y
de no ser así del todo, precisan de un período de maduración
sorprendentemente breve. Frente a ellos, el hombre nace indefenso de
solemnidad, inmaduro, y necesita una larguísima
infancia de dependencia, protección y aprendizaje. Parece que el hombre, a
pesar de “animal”, no es un animal muy natural que se diga; o mejor aún, que
no tiene mucho de animal. 2.- Los animales están dotados de fuertes
instintos y capacidades que les preservan frente a la naturaleza, frente a la
hostilidad del medio ambiente y de la competencia. Ahí está la agudeza
increíble de sus sentidos, la facultad de orientación en todos sus
movimientos y en especial en los migratorios, el sinnúmero de capacidades
innatas, como la de nadar, sin aprendizaje previo, etc. A su lado, vemos al
hombre desnudo de toda habilidad natural y como, solamente pertrechado con su
razón y su voluntad, se afana en recorrer ese laborioso camino de adaptación al
mundo, que le consume un gran tramo de su vida. En resumen, acabamos en el
mismo resultado: la precaria armonía del hombre con la naturaleza. Esta radical deficiencia del hombre respecto de todos los demás seres
vivos, tiene su traducción física en la descompensación, en tamaño, entre el hipotálamo
(órgano encargado de la vida vegetativa) y el resto del cerebro, apareciendo
proporcionalmente mayor el hipotálamo en los animales y, por el contrario,
proporcionalmente mayor el cerebro en el hombre. Dado que este órgano es algo
así como la “rueda de engranaje con la naturaleza”, a ello se debe que la
totalidad de los seres vivos aparezcan integrados en el mundo de forma casi
espontánea; menos el hombre, que representa un auténtico fracaso. Parece que
todo apunta a que su patria no sea la naturaleza precisamente. Claves positivas de diferenciación: Por el contrario, las diferencias positivas del hombre sobre el
resto de los seres vivos son menos, pero mucho más definidas y trascendentes.
y pueden ser relacionadas sin que precisen comentario ninguno. Son, salvo
olvido: Capacidad de
caminar erguido. Capacidad para la risa y el llanto. Capacidad para el lenguaje articulado. Capacidad de abstracción de la esencia de las
cosas singulares. Capacidad de abstracción del bien y del mal
genéricos (orden moral). Capacidad de objetivarse a sí mismo y al mundo
(conciencia). Capacidad de ser libre ante los estímulos. Con ser todas estas claves tan exclusivas, tan significativas a la
hora de diferenciar al hombre entre las demás criaturas, son, sin duda, las
tres últimas las verdaderamente capitales. Quizás pueda argumentarse que las
tres arrancan de un tronco común, el de la capacidad de abstracción, y que, dentro del mismo, lo único que hacen
es progresar y llegar a las cimas de la conciencia,
la libertad y el orden moral. Pero, incluso así, queda fuera de discusión
que, sea únicamente abstracción o sea algo más que abstracción, el resultado
final no sólo desgaja al ser humano del orden meramente natural del mundo,
sino que lo enfrenta abiertamente al mismo. Orden moral y orden natural son
opuestos. ¿Cuál es, entonces, la patria real del hombre? La conciencia de sí mismo dentro
del concierto del mundo, la objetivación
del bien y del mal como estructura profunda del orden impuesto, y la libertad consciente ante la
servidumbre de los estímulos, constituyen los tres puntales en los que se
asienta la diferencia radical, esencial, cualitativa, que sitúa al hombre
fuera y por encima de la escala común de “animales inteligentes”, a la cual también
pertenece y en la que es uno más, aunque el mayor, entre los animales
superiores. Cuando del hombre se dijo “animal racional”, a Teilhard de Chardin le pareció tan
humillante eso de tildarle, ante todo y en primer término, de animal que, a pesar del añadido
inmediato de racional, prefirió cambiar
el orden y definirlo como espíritu
encarnado. * * * Marx.- ¡Qué exquisitos!
¿Y qué pretendéis los creyentes con tanta discriminación cualitativa del
hombre? Lutero.- ¡Qué ha de ser, si
se ve! La naturaleza está en una orilla y el hombre en la opuesta. Marx.- No hay
inconveniente....... siempre que reconozcáis que bajo las dos orillas corre
la misma clase de agua. Lutero.- Olvídate de una
vez de la materia. Ahora se trata de que el ciudadano hombre no parece estar
muy adaptado. Marx.- Sobre todo si
comenzáis por meter de rondón argumentos que no son válidos. Que atribuyas al
hombre la capacidad del lenguaje articulado como forma particular de
comunicarse, bien; pero de ninguna manera que niegues a los demás animales la
capacidad de comunicarse. Cada especie tiene su lenguaje, su forma
particular, y tú lo sabes muy bien, desde las ballenas hasta los perros,
pasando por los pájaros. Lutero.- A veces pienso que
los últimos descubrimientos te han pillado en el camino y no te has enterado.
Se decía que los animales se comunicaban. "Se decía", pero ya no se
dice. No recuerdo ahora cuál mente avispada ha observado que el pretendido
lenguaje de los animales, realmente no es lenguaje ninguno, es sólo un montón
de exclamaciones emocionales sin finalidad. Marx.- No empieces con
tus sutilezas, no rebusques, por favor. Lutero.- No son mías estas
sutilezas, son científicas. Cuando un animal "habla", no lo hace
con el propósito de comunicar nada a su vecino, como hacemos en este momento
tú y yo, lo hace simplemente como un grito que libera sus emociones. No es
lenguaje intencionado, no hay interlocutor destinatario, es nada más un
montón de interjecciones de su estado de ánimo. Marx.- Hay en el mundo
libros como para enterrarte sobre la comunicación en las especies. Y aunque
no los hubiera, todos somos testigos de que los animales se entienden
perfectamente entre ellos. Lutero.- Aunque te suene lo
mismo, eso que acabas de decir es diferente. No es que uno comunique nada al
otro, porque en los animales no hay intención deliberada nunca, es que el
segundo entiende lo que le pasa al primero por propia experiencia, lo cual es
completamente distinto. Marx.- Esa diferenciación
tan sutil y exquisita, además de que me trae sin cuidado, es imposible de
demostrar por nadie. Y dudo que lo haya expuesto así ningún científico. Lutero.- Es el experimento
más sencillo que puedas figurarte, tanto, que estoy seguro de que lo has
presenciado, aunque no hayas reparado en él. Marx.- Sería capaz de
regalarte un zoo entero, a ver como te las
arreglabas. Lutero.- No hace falta un zoo, un animalito nada más; y ninguna complicación, sólo
aislarlo y observarlo. Aunque no tenga nadie a quien comunicar nada, seguirá
emitiendo las mismas señales de placer, miedo, protesta o líbido,
algo así como esos personajes desequilibrados que conversan consigo mismo en
alta voz. El hombre que está en su sano juicio, habla sólo cuando tiene
interlocutor a quien contar algo intencionadamente. Eso es comunicarse. Los
animales expresan emociones nada más, aunque estén solos en el universo. Marx.- Como siempre
tienes respuesta para todo. Y cambiando de tema, te recuerdo que dentro del
reino animal también hay "artistas". Y te lo digo por eso de la
capacidad exclusiva del hombre para la creación. Hay una "rara avis", cuyo nombre no recuerdo, que fabrica un
lujoso portal, lleno de adornos, para atraer a las hembras durante el celo. Y
como ese ejemplo, los que quieras. Lutero.- Pero el fin de eso
no es la pura contemplación, el gozo estético, como es en el arte. Tú mismo
has reconocido que si lo hace es para atraer a las hembras. Si lo llamas
arte, mal llamado, será en todo caso un "arte utilitario". El
verdadero arte es un fin en sí mismo, no un medio para nada, es contemplativo. Marx.- Sobre la
excelsitud de esas tres últimas capacidades que citáis los creyentes, ni te
contesto, porque jamás nos pondremos de acuerdo. La libertad y el sentido de
lo trascendente ¿qué son, sino el resultado de la fantasía, que le lleva al
hombre a imaginar puros posibles? Y la conciencia, ¿qué es, sino un grado más
en la escala de lo inteligible? Lutero.- Mira, haciendo un
esfuerzo te concedería que todo lo anterior sean diferencias sólo de grado.
Los animales también caminan, aunque no lo hagan erguidos; también expresan
sus emociones, aunque sea moviendo el rabo, en vez de riendo; también hablan,
aunque no sea de forma articulada; también hacen arte, aunque sea un arte
utilitario. Te concedería todo eso. Pero los animales no son libres en grado
ninguno, sencillamente, no son libres; ni tienen conciencia de sí mismos en
grado ninguno; ni sentido moral en grado ninguno. Esas tres capacidades son
patrimonio del hombre y nada más que del hombre. Marx.- Acabemos. El
hombre es un bicho aparte. ¿Y qué demuestras con eso? Lutero.- ¡Qué va a ser! Que
ese bicho diferente a todo lo que hay en el mundo, ve así porque realmente no
está en el mundo, está fuera. A Marx
debió parecerle demasiado, tanto, que no fue capaz de decir nada. Solamente
miraba y miraba a su ya viejo amigo, dudando de si estaría en su sano juicio.
Ahora resultaba que el hombre no está en el mundo. ¿Dónde está entonces? Lutero.- Te has pasado la
vida mirando a tu amigo Engels porque lo tenías
fuera, delante de ti. Si él hubiera sido tus riñones, no lo verías. Para ver
las cosas hace falta distancia, distancia, querido Karl,
distancia. Si el hombre es capaz de ver el mundo con todas sus opciones a la
vez, las que están y las posibles, fenómeno extraordinario al que llamamos
libertad; si es capaz de verse a sí mismo dentro de ese mundo, fenómeno aún
más raro al que llamamos conciencia; si es capaz de ver que ese mundo está
regido por el bien y el mal y que su naturaleza le exige el bien, fenómeno
inaudito al que llamamos moral ...... es que el hombre lo está viendo todo
justamente desde fuera, no desde dentro. Marx (con la simpleza de
lo que es evidente).- Engels estaba en el mundo, yo
estaba en el mundo y tú también. No estábamos fuera. Lutero.- Lo recuerdo, Karl, lo recuerdo, estábamos ahí abajo, pero eso no
impedía que lo viéramos desde fuera. Esa es precisamente la cuestión, que el
espíritu del hombre lo ve todo desde fuera, por más que su cuerpo esté
dentro. Marx.- No me resucites a
Platón, no hay cuerpo por aquí y alma por allá. Ese desdoblamiento es
imposible. Somos una sola cosa, una unidad, y hasta vuestro credo lo dice,
"la resurrección de la carne", no sólo la resurrección del
espíritu. Lutero.- En todo caso, el
que procede es el otro credo, que no dice nada sobre la carne, dice "la
resurrección de los muertos". Pero ya te dije que tampoco la realidad es
así. No hace falta ninguna resurrección, porque del hombre lo único que muere
es el cuerpo- y añadió, con absoluto desprecio- ¡Buen viaje, querido!. Marx.- Odias tanto a la
materia que le niegas incluso la posibilidad de salvarse con el hombre. Lutero.- ¡Qué más quisiera
la carne! Cada uno a lo suyo: el polvo al polvo, pero el espíritu no es polvo
y no le afecta la muerte. Es que no le afecta, no es que necesite resucitar,
como dicen, no, es que no llega a morir nunca. Marx.- ¡Cómo saber esas
cosas! Lutero.- Si has oído el
testimonio de tantos que han estado clínicamente muertos y han vuelto, sabrás
que ninguno dice que venga de la inconsciencia, sino de un lugar luminoso. A
pesar de muertos, no han dejado de estar en alguna parte ni un segundo. Marx.- Te marchaste del
mundo hereje y te encuentro más aún. Hasta el propio cuerpo de Jesucristo se
levantó del sepulcro, según tu gente. Lutero.- ¿Y cómo quieres
que lo hiciese de otra manera, cómo aparecerse a los once si, a pesar de
volver en carne y hueso, Tomás necesitó meter los dedos en las llagas para
creer? Si se hubiera presentado en forma espiritual, ¿no pensarían que lo que
habían visto era un fantasma, una alucinación? Es así de duro el corazón del
hombre. Marx.- Confieso que me
aligeras. Me temía una eternidad llena de resucitados y todos con las mismas
señas de ahí abajo, los feos, feos, y los calvos, calvos. Lutero.- No sé cómo nos
veremos, pero no como aquí, desde luego. "Seréis como los ángeles",
dijo Jesús, según Marcos. Marx.- Ni siquiera bajo
la forma de cuerpo glorioso admites a la materia. Lutero.- No es que yo no la
admita, es que el propio Cristo, en el monte Tabor, nos reveló cómo se es en
la eternidad. No pretenderás que el Cristo que está a la derecha del Padre
sea el de carne y hueso que se apareció a los discípulos, en vez de ser el
transfigurado en luz del Tabor. Marx.- Admiro esa fe
incontenible que tienes en convertirte en algo diáfano, pero además de que no
creo que semejante prodigio pueda producirse nunca, recuerda esto, aunque no
te guste: mientras se está en la carne, se es sólo de la carne. Lutero.- Y volviendo a lo
que hablamos antes, recuerda tú esto: los ojos sólo ven lo que está fuera, no
pueden verse a sí mismos. ¿Cómo podrías verte si los ojos de tu conciencia no
estuvieran fuera de ti? ¿Cómo podrían ver el mundo? Marx.- ¡Hasta mi perro
veía el mundo, sin estar fuera! Lutero.- Veía lo que le
rodeaba, y si le hubieras puesto un espejo hasta se habría visto a sí mismo.
Pero lo veía todo desde dentro del propio escenario, como una pieza más, no
desde el patio de butacas. Esa es la cuestión. Por lo cual, tu perro no tenía
ni perra idea del mundo ni de sí. No sólo estaba en el mundo, es que era del
mundo. Tú, sin embargo, estabas, pero no eras. Marx.- Lutero, hijo mío, con este argumento te has pasado otra
vez, como hace poco. Has partido al hombre en dos y has colocado su espíritu
no sé dónde. Lutero.- Donde realmente
está, fuera. Por eso se salta las leyes naturales. Por eso actúa por libre.
Por eso juega con el mundo. Por eso aterriza tan inmaduro. ¿Quieres más? No
sólo el hombre no es necesario para nada en la naturaleza, es que la
naturaleza conservaría mejor el equilibrio sin él. El hombre sobra en el
mundo, no es su patria. Marx.- ¿Dónde se queda, según esa teoría
tuya, el principio antrópico? Os habéis pasado la
vida diciendo que el mundo ha sido creación de Dios, y además creado
precisamente para el hombre. Y de pronto me vienes tú con todo lo contrario. Lutero.- El mundo es sólo
un maldito sueño, ya te lo dije, una pesadilla en la que el hombre cree
vivir. Marx.- Bien, bien, ya lo sé, con la muerte
despierta. Lo malo es que yo ya pasé por esa fantasmagoría y aquí sigo, sin
despertar del todo. El hombre y toda la creación, según tú, será solamente
espíritu, pero yo sigo sin verlo. Lutero.- No seas chistoso.
Sabes que tú y yo estamos aquí para poder discutir este libro nada más Marx.- De acuerdo. Pero
tengo que rechazar casi todo lo que nos has contado- dejó un instante, y
siguió- Tengo que rechazarlo porque son cosas que no dicen los míos, no dicen
los tuyos, no lo dice nadie. Te has quedado solo, querido. Dices cosas que no
son ni de los creyentes. . Lutero.- Yo soy creyente,
¿no? Con uno que lo diga es suficiente. Resumen: Ateos.- La naturaleza
y el universo entero son una máquina perfecta de evolución aleatoria, en la
que el hombre aparece como el resultado final. Teístas.- El hombre no es del mundo, no está integrado en las leyes
de la naturaleza y las conculca continuamente con su libertad. Estorba en el
equilibrio que los demás construyen. Ateos.- Todas las
diferencias entre los seres vivos, incluido el hombre, son meramente
cuantitativas, diferencias de grado en una única escala. Todos los animales
son capaces de comunicarse, y algunos hasta de elaborar juicios rudimentarios
y expresiones estéticas. Ser más inteligente es sólo ser más inteligente, no
distinto en lo esencial. Teístas.- Los animales
no se comunican, se expresan, y su capacidad para crear no pasa de lo
meramente utilitario. Pero la diferencia esencial del hombre no consiste en
eso, consiste en la libertad, conciencia y sentido moral, tres propiedades
que lo erradican absolutamente del conjunto del universo, que no parece ser
su patria. Ateos.- Esto se
contradice con el principio antrópico, defendido precisamente
por vuestros científicos, según el cual la finalidad última de la evolución universal
es precisamente la aparición del hombre. ¿Cómo te atreves a decir que el
mundo no es su patria? Teístas.- El hombre no es el resultado
final del universo, sino al contrario, el universo es el resultado de una deplorable
ensoñación del hombre. Por eso es capaz de mirarlo y mirarse a sí mismo desde
fuera, desde lo trascendente, que es su verdadera patria. --------------------------- Esta publicación está destinada únicamente a interesados
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