(Imagen tomada del
reportaje Winterda)
Argumentos ontológicos: Para alcanzar la existencia de Dios, los teólogos también utilizan,
además de los expuestos, otros tres tipos de argumentos: -
Aquellos que se
deducen de la propia realidad divina. -
Aquellos otros que se
inducen a partir de la realidad del mundo que conocemos. -
Por último, los que se
inducen a partir de la realidad del propio hombre. Los del primer grupo, los que se deducen de la propia realidad
divina, son argumentos que pasan, de forma directa e inmediata (es decir, de
forma ilícita), desde el puro concepto de lo divino a su existencia real. Se trata, por tanto, de argumentos
que se verifican a simultáneo y son de carácter ontológicos. Debido al
evidente error que encierran y a su naturaleza puramente filosófica, lo cual
siempre aburre al lector, los vamos a exponer ahora mismo de forma
absolutamente esquemática, simplemente por no excluirlos del libro. Sin
embargo, los otros dos grupos, puesto que lo hacen de forma lícita, es decir,
ascendiendo desde la realidad del mundo conocido, son argumentos que se
verifican a posteriori y se los puede encuadrar como cosmológicos o antropológicos,
según la realidad desde la que se parta, el mundo o el hombre. Estos dos
últimos grupos serán el objeto de los capítulos siguientes a éste. Aquí
únicamente vamos a citar los primeros, los ontológicos: San
Anselmo, Descartes, Leibniz
El argumento más conocido de los ontológicos es el construido por
San Anselmo. Constituye un prodigio de sutileza, pero nada más, porque
realmente no demuestra nada. Se formula así: El ser mayor en el que es posible pensar, es un
ser cierto, aunque sólo sea como idea, pues, incluso para negarlo, se precisa
primero tener la idea de él. Pero si solamente fuese una idea, no sería lo
mayor que cabe pensar, puesto que le faltaría una cosa para ser lo mayor: la
existencia real. Luego, forzosamente, lo mayor en que cabe pensar,
además de ser idea, también tiene que existir para ser, realmente, lo mayor
de todo. El fallo aparece en la segunda premisa, donde se produce una
confusión entre el ámbito de los hechos reales y el ámbito de lo que
únicamente es pensamiento. El ser mayor que el cual nada cabe pensar es solamente
una idea, y como tal, la existencia o no existencia en la realidad ni le
aumenta valor ninguno ni se lo disminuye. Exista Dios en la realidad o no
exista, en cualquiera de los dos casos, la idea de Dios seguiría siendo la
del ser más grande que cabe pensar, porque la existencia real es algo que no
se puede "sumar" a una idea, ya que son ámbitos diferentes. En idéntico error incurre el gran filósofo Descartes cuando afirma
que: La idea clara y distinta de Dios,
como ser perfecto, incluye necesariamente también su existencia, pues, de no
tener existencia, no sería un ser perfecto. En dicho argumento se están
confundiendo nuevamente los diferentes ámbitos de la realidad, de esta
manera: pasa a confundir la perfección, dentro del ámbito exclusivo de las
ideas, con la perfección absoluta que engloba a todos los ámbitos. El razonamiento ontológico utilizado por Leibniz,
a pesar de su condición de auténtico sabio que dominó tanto la filosofía como
la ciencia, aunque más elaborado que
los anteriores, resulta igual de ineficaz. Se apoya en una diferencia más sutil
que las anteriores, la diferencia que hay entre los seres contingentes, que siempre son
posibles, pero lo cual no impide que en la realidad sean o no sean, puesto
que no existen por sí mismos, sino porque han recibido el ser (es decir, todas las cosas), y el
ser necesario, el Ipsum esse subsistens, el que Es en sí mismo (Dios), que si también es posible como idea,
tendrá que existir realmente, puesto que es necesario, no contingente.
Aunque tan alambicada, el fallo de tal forma de argumentar sigue siendo el
mismo de los dos anteriores: efectivamente, ese ser posible, si es necesario,
tiene que existir, pero como en ningún momento hemos salido del ámbito de las
puras ideas, su existencia será solamente como idea. ---------------------------------- Esta publicación está destinada
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