(Imagen tomada del
reportaje Winterda)
Mística y apariciones
Una característica común a todas las religiones es la abundancia de
grandes hombres en su seno. No vamos a incluir a los elevados a la categoría
de santidad, porque eso es algo que carece de significado para las gentes que
miran las religiones desde fuera. Aquí, bajo este epígrafe, los creyentes van
a referirse exclusivamente al fenómeno de los místicos y los videntes, que
resultan, sin duda y cualquiera que sea el ángulo de enfoque, personajes
fuera de lo habitual para todos, creyentes o no. El término misticismo, del griego múo,
esconder, ocultar, hace alusión a la posibilidad del desvelamiento de ese
Dios escondido, oculto, por parte del humilde ser humano. Pero desvelamiento
no en el sentido de llegar a conocer su naturaleza, cosa que es imposible
para el hombre, sino en el sentido de proximidad, de vivir en unión íntima y
continua con Él. Si es cierto que Dios existe, ¿qué más altura, para un
triste mortal, que gozar ya aquí la unión con esa realidad perfecta y última?
Pero es que si Dios no existe, el místico, con su locura, con su
ensimismamiento en esa hermosísima ilusión, no dejaría de ser también el
hombre más feliz. Se mire como se mire, la mística, puesto que trasciende con
o sin razón la realidad del mundo, constituye, en cuanto vivencia humana, el
más alto grado de realización. Aquí lo objetivo (ilusión o verdad) no cuenta,
porque no existe mayor subjetividad que la acción de vivir. Si el hombre es
feliz, qué más da si es en una chabola o en un palacio, si es en una realidad
o es solamente en una ilusión. Así considerado, como la más fantástica vivencia, independientemente
de que Dios exista o no, parece que debería ser la meta de todo creyente; y
sin embargo vemos que no es así. La razón de tal despropósito reside en que
siempre se ha dicho que, para alcanzar ese estado íntimo de felicidad, es
necesario pasar por una larga carrera de ascesis, que es lo mismo que decir
esfuerzo, renuncia al mundo, virtud, austeridad, y todo eso espanta al
hombre. Así es que, la presumible recompensa de lo místico al final de ese
camino tormentoso se admira, pero no se persigue ni siquiera por los
creyentes. Cualquiera un poco informado algo ha oído sobre la temible noche oscura del alma, el fenómeno
lacerante de desolación que acompaña a quienes se aventuran por ese camino
descarnado de la ascética-mística. Pero dejemos que sea el abogado de los
creyentes quien aborde este asunto. Por otra parte, todo el mundo asocia el concepto de lo místico con
una profusa serie de fenómenos psico-somáticos,
tales como estigmatización, arrobamientos, luminosidad, levitación,
bilocación, etc, a los que se considera como
señales inseparables del suceso místico, creencia que agrega una tilde de
asunto mágico a esta realidad. Para la Iglesia, sin embargo, esto es
puramente accesorio y carece de valor. También dejaremos a Lutero que se aventure en el problema. Sin duda, Marx nos dirá que tales fenómenos son explicables sin
recurrir a ninguna intervención sobrenatural, que en el hombre anidan fuerzas
tan poderosas como desconocidas que pueden aflorar en cualquier situación, y
que también existen fuerzas de la naturaleza aún desconocidas. Son las
llamadas parapsicología animista y parapsicología trascendental. Estrechamente emparentado con lo anterior se nos presenta el hecho
de las apariciones. Es cierto que el misticismo puede consistir solamente en
una fruición interior, no acompañada necesariamente de apariciones; pero por
lo general, tanto en un caso como en el otro, todo suele ocurrir a través de
un iluminado que tiene visiones escatológicas, lejos del alcance de los
demás. Apariciones son todas, pero las del místico están dirigidas sólo y
nada más que a él, y las del vidente de una aparición, además de que no suele
ser un místico y aunque solamente las vea él, están dirigidas al conjunto de
los creyentes. Las primeras se producen sólo para fruición del destinatario y
en las segundas hay otro fin, el de anunciar un mensaje a la comunidad. El argumento que exponen los creyentes es muy simple. La historia de
las religiones está tan repleta de fenómenos de esta hechura, son tantos y
tantos los casos en que un místico ha protagonizado un suceso así ante la
presencia de numerosos testigos, tantos los casos en que una aparición ha
sido refrendada por efectos milagrosos en tantas personas, que, o se admite
la realidad del hecho y todo su trasfondo teológico, o se niega por las
bravas la veracidad de tanto testimonio y tanto milagro. Y como esta segunda
postura carece de fundamento, los creyentes apuestan por ese Dios que se hace
evidente por sus efectos. No es aceptable que, detrás de tantas pruebas, se
pretenda buscar únicamente la sugestión, la ignorancia o la casualidad. * * * Marx.- Para empezar, eso de la noche oscura
de tu querido ex-colega Juan de la Cruz, es sencillamente un mito. Si él está
por ahí, como nosotros, ya se habrá enterado de que la psiquiatría ahora lo
llama depresión, y que la depresión le da a cualquiera. ¿De dónde que haga
falta ser místico, ni menos aún santo, para que te acometa la noche oscura y
te encuentres, de pronto, en medio de la desolación? Mira, hay montones de
gente que se suicida, montones. Ahora, con tanta estadística, se calcula que
cada treinta segundos se quita la vida alguien en el mundo de forma
voluntaria. ¡Aterrador! Mientras tú y yo estamos hablando, varios han
decidido poner fin a sus días. Y desde luego no cabe pensar que cuando lo
hicieron estuviesen como unas castañuelas, como dicen en España. El que se
quita de en medio es porque está desesperado. Y ahora vienen tus místicos con
su desolación bajo el brazo. ¿Pero qué mayor desolación que la del suicida? Lo había dicho abriendo los brazos, esperando con
vehemencia una contestación. Marx.- ¿Es que no piensas
decir nada? Lutero.- Es que no me has
dado tiempo. Estaba encantado escuchándote. Marx.- Pues ya he acabado Lutero.- Vemos el mundo al
revés, pero de cuando en cuando parece que nos ponemos de acuerdo para mirar
por el mismo agujerito. También en esto estoy de acuerdo contigo, aunque no
me hago ilusiones. Seguro que todo lo demás será un desastre. Marx.- ¡Ah! Reconoces que
eso es una enfermedad como otra cualquiera. Lutero.- Una enfermedad del
alma. La persona se desmorona, pierde pie. Marx.- Y reconoces que
eso le pasa a cualquiera, que no hace falta ser místico. Lutero.- A cualquiera. Lo
que sucede es que un místico jamás se suicida. Marx.- Querido, eso no
podemos saberlo. Después de muerto, no podemos preguntar al difunto si su
noche oscura era por la mística o porque había descubierto la infidelidad de
su mujer. Lutero.- Sólo el que pone
algo por encima de Dios, piensa que lo ha perdido todo cuando las cosas le
van mal. Marx.- ¡Cómo puedes decir
eso! Hay montones de creyentes que también se cansan y se marchan. Lutero.- Hay creyentes de
creyentes. Un místico es algo más. Marx.- Aun así, ¿por qué
el afán de presentar las depresiones de los místicos como un mal divino? Lutero.- Juan de la Cruz es
de mi tiempo. Entonces se vivía más natural, y un melancólico era una
excepción. Ahora, desde que se han olvidado de Dios, el mundo está lleno de
melancolía. No te extrañe que entonces sólo hablasen de ello los santos, que
buscaban a Dios, y ahora hable de ello todo el mundo, porque todos viven sin
saber lo que buscan. Quiero decir que cuando explicó su melancolía el Santo,
no era usual, y ha quedado para la historia. En ese sentido sí es un mito. Marx.- Dejando a un lado
tu como siempre docta explicación de motivos, lo cierto es que lo dijo él y
ya todos los que siguen por ese camino repiten lo de la desolación, como si
fueran diferentes a los demás mortales. Lutero.- Con tu permiso,
algo diferentes sí que son. Todos los místicos pasan por esa experiencia,
pero no todos los hombres pasan por ella. Es una depresión, pero has de
reconocer que si no todos los notarios, marineros o trapecistas sufren
depresión, tampoco todos los místicos deberían sufrirla, y sin embargo la
sufren. La cuestión es que el misticismo lleva de la mano, de forma
irremediable, la duda, la tentación y la prueba. El resultado es una
depresión como otra cualquiera, pero las causas no son las mismas. Marx (malhumorado).- ¡Ya
estamos con lo de siempre! ¿Pero por qué la prueba? ¿Por qué ese Dios
infinitamente sabio tiene que someter a tortura a sus criaturas, si sabe de
antemano cómo van a responder? ¿Por qué la prueba? Lutero.- Lo que más me
irrita de ti es que no paras de insistir en las mismas insolencias. Yo no
puedo aclararte eso porque no soy Dios, soy Martín Lutero,
un pobre hombre. Si no aceptas que tu lógica humana no podrá alcanzar nunca
los designios de Dios, si no aceptas eso, jamás descansarás Marx.- ¡Y ya está todo
arreglado! "Es que no comprendéis a Dios, hijos míos" Lutero.- No quisiera
abandonar el tema de la noche oscura sin dejar bien claro algo: el misticismo
no es cosa tan costosa, tan imposible y tan alejada del hombre como el hombre
cree. Es cierto que hay noche oscura, pero no mayor que la de los que la
padecen por tantas causas mundanas, ridículas y hasta vergonzosas. Hay
ascesis, pero no hace falta flagelarse, basta con llevar una vida sobria. Hay
renuncia al mundo, pero eso es precisamente fuente inagotable de felicidad,
no de dolor. El mundo es como una losa encima del alma. Marx.- No intentes hacer
proselitismo poniendo las cosas tan fáciles. La Iglesia se ha cansado de
echar incienso a los que se mortifican. Según creo, un tal Pedro de Alcántara
se pasó treinta años comiendo unos mendrugos, flagelándose y pasando las
noches enteras sentado en el estribo de una piedra. Lutero.- ¡La Iglesia ha
quemado tanto incienso mal quemado! Ese franciscano era un bendito varón que
hizo lo que le habían enseñado que había que hacer. De Cristo, pasadas las
tentaciones en el desierto, no nos dicen que hiciese penitencia alguna. De lo
que sí está lleno el texto es de noches de oración. Y eso mismo es lo que
hacen los místicos. La esencia de la fe es la oración, no la penitencia. Marx.- ¿Pero es que te
parece poco sacrificio? El fraile se quedó mirándolo y le dijo. Lutero.- Si todavía
estuvieses en el mundo te diría que probases. Y si te resultase pesado, el
peso no sería de la oración, sería de tu corazón, aferrado al mundo. El
viernes santo de 1606, en la iglesia de Santo Domingo de Chambéry,
el rostro de San Francisco de Sales se iluminó en presencia de cientos de
personas. ¿Tú crees que se lo estaba pasando tan mal? Marx.- Cuando te
conviene, echas mano de los católicos. Lutero.- Son cristianos
como yo. A Francisco de Sales nunca lo pondría en un altar, pero lo admiro. Marx.- La Iglesia valora
muy poco esos fenómenos. Según ella, lo importante es la vida de sacrificio y
de penitencia, no la iluminación del rostro o la elevación en el aire- y dijo
con ironía mal disimulada- ...... Pero claro, ya me has dicho que en Roma no
saben quemar bien el incienso. El fraile volvió a
mirarlo fijamente, como hacía casi siempre que quería decirle algo quizás
atrevido. Lutero.- ¡El que eso diga,
que más quisiera que se le iluminase el rostro a él! El favor del cielo no se
gana con penitencias. ¿Has leído a Teresa de Jesús? Marx abrió los brazos con las manos
extendidas, demostrando protesta. Lo de su contrario parecía un sarcasmo. ¡Un
materialista leyendo libros piadosos! Marx.- ¡Por favor! Lutero.- Es del mismo
tiempo. ¿No me has dicho que leíste a Juan de la Cruz? Marx.- ¡Por favor, por
favor! Yo no he leído a ninguno. Si sabía lo de la noche oscura es porque me
lo han apuntado, como todo lo demás. Lutero.- Esa mujer
impresionante se sentía arrebatada con tanta frecuencia y con tanta violencia,
que llegó a preguntarle una vez a Jesús por qué ese favor a ella, y no a
otros que lo merecían más. Marx.- El Dios injusto
que siempre he dicho. ¿Sabes una cosa?, me cae mejor Teresa desde hoy. Pero
lo que me interesa es saber qué pudo contestarle su visión..... Perdona,
quiero decir Jesús. Lutero.- ¡Qué quieres que
le contestase! Pues lo mismo que yo te digo a ti continuamente: no intentes
comprender a tu Dios, está fuera de tu alcance, jamás lo comprenderás. Antes
te dije, como muy importante, que la mística no es tan difícil. Ahora te
añado a eso que no es difícil porque Dios no exige a cambio nada, nada, nada,
ni obras ni sacrificios, por mucho que en el mundo digan lo contrario, sólo
un corazón sincero que le busque, sólo la fe. ¿Te has enterado del caso de Karla Tucker? Marx hizo un gesto de
ignorancia. Lutero.- Era joven, pero
había tenido tiempo suficiente para cometer todos los delitos imaginables. La
condenaron a muerte. Te lo cuento porque bastó el tiempo que estuvo en
prisión para que su alma diese un vuelco espectacular, hasta el punto de que
cuando la ejecutaron, en la prisión de Huntsville,
en Texas, murió dando gracias a todos, diciendo que los amaba y que los
esperaba al otro lado, junto a Jesús. Pasó de una vida borrascosa a morir
amando y con una sonrisa. La pregunta es ¿qué pudo darle ella a Dios a cambio
en tan poco tiempo? Nada, absolutamente nada, sólo su voluntad de
encontrarlo. Marx.- Sabes que soy
judío de sangre, y mi pueblo desde luego no dice eso. Según ellos, no hay más
camino que la ley y su observancia. Lutero.- ¿Todavía no sabes
que por eso mismo crucificasteis a Jesús? Tuvo la osadía de decir que la
observancia de la ley es hueca, que los actos externos del hombre son rocío
de los prados, que sólo vale lo que hay en el corazón, no en lo labios. Desde
ese inmenso judío al que no quisisteis reconocer, la salvación del hombre es
gratuita, la regala Dios por amor a quien le busca, sin preguntarle qué ha
hecho. Marx.- Ni entro ni salgo, y prefiero volver a lo que estábamos.
Tú, que tanto has visto desde aquí y que reconoces que la famosa noche oscura
es simplemente una depresión, también estarás enterado de lo que dicen los
neurólogos sobre Teresa de Jesús. Lutero.- Por desgracia.
Pero no confundas lo que antes dije con esto. Te dije que las dudas divinas
que acometen al místico le provocan una enfermedad, la depresión; y lo que
dicen los psiquiatras sobre Teresa es lo contrario, que una enfermedad, la
histeria, le provocaba las visiones divinas. Poniendo la enfermedad al
frente, lo que pretenden es que tales visiones no eran reales, eran
alucinaciones de una mente enferma. Marx.- ¿Y cómo puedes tú
saber lo que realmente eran, visiones o alucinaciones? Lutero.- Te voy a contestar
con otra pregunta. ¿Has conocido tú alguna mujer que haya quedado en la
historia solamente por su histeria? Seamos sensatos. No se trata del hecho
aislado de las visiones que tuvo, se trata de la vida sobrehumana que llevó
en todos los aspectos. Las personas histéricas no quedan nada más que en los
libros de medicina y como ejemplo de eso, de histeria. Marx.- Se te ha olvidado
añadir "ahora", ahora que se sabe lo que es la histeria. En mil
quinientos no sé cuántos, no se podía distinguir entre visiones y
alucinaciones.. Lutero.- En mil quinientos
no sé cuántos, que es mi tiempo, la gente no era necia, y no consideraba a
nadie santo sólo por el hecho de tener visiones ni alucinaciones. Marx.- Un prestigioso
neurólogo, a propósito de la mística de Ávila, ha puesto de relieve la íntima
conexión entre la histeria y las alucinaciones. Lutero.- La histeria
producirá alucinaciones, no lo dudo, pero deducir de eso que todas las
visiones que se dan en el mundo son inexorablemente alucinaciones, y que por
lo tanto todos los que las ven son histéricos, es un simplismo propio de un
buen científico. Es lo mismo que comprobar que todas las gallinas ponen
huevos, y deducir de ahí que cualquier bola blanca del mundo es un huevo y,
por lo tanto, lo ha puesto inexorablemente una gallina, aunque realmente se trate
de una bola de golf. Si remontaran la mirada, siquiera alguna vez, por encima
de las gafas, no dirían tantas tonterías. Marx no pudo evitar una
sonora carcajada. Marx.- Me divierte oír lo
del golf en tus labios, tan añejos. Me suena a ciencia-ficción. Lutero.- Otro neurólogo,
tan eminente como el anterior y cuyo nombre también debemos olvidar, se ha
descolgado ahora con que lo de la Santa no era una histeria, sino una
epilepsia rarísima, llamada "crisis de felicidad". Compara a la
Santa con Dostoievski, que también padeció eso,
según él, y dice más o menos: "En el cerebro humano habitan entre
sesenta y setenta billones de neuronas en funcionamiento incesante, bajo la
vigilancia de un sistema de autocontrol. Cuando este sistema falla, el
funcionamiento de las neuronas se realiza a un voltaje y velocidad superiores
a los normales. El resultado de este "sprint"
neuronal es parálisis corporal, visión luminosa, alucinaciones y sensación
final de intenso placer". ¿Qué te parece? Marx (escéptico, sin
dejar de sonreír).- A mí, bien. Si la ciencia lo dice.... Lutero.- La ciencia parte
de una solemne y gratuita tontería, como siempre, parte de suponer que, si
Dios hiciese milagros, los haría sin alterar para nada las leyes de la
naturaleza, por las buenas, y eso no siempre es así. Según esa teoría
psiquiátrica, si Jesús se presentase de verdad ante Teresa, en las neuronas
de Teresa no debería ocurrir nada de nada, ¡para eso era un milagro! Pero si las neuronas se alborotaban, ¡nada
de milagros!, una triste epilepsia y nada más. ¿Te das cuenta de la simpleza?
Marx.- Perdona, pero yo
también lo veo así. Si hay una alteración física, lo que ocurra será siempre
la consecuencia de esa alteración. Lutero.- Sin duda. Por eso,
cuando en vida te emocionabas, lo primero de todo, según vosotros, es que se
te escapaba una lágrima, antes de la emoción. Se quedó mirando a su amigo, que nada decía. Lutero.- ¿No era al revés, Karl? ¿A qué jugamos? ¿No era el sentimiento el que
provocaba en tus ojos la lágrima? Alma y cuerpo están íntimamente unidos,
pero es el alma quien mueve al cuerpo, y no al contrario. Marx.- Mira, Martín, todo
eso es hablar a humo de pajas, porque han transcurrido varios siglos y nadie
podemos saber con exactitud qué es lo que pasó con tu Santa. No doy la razón
a los psiquiatras, que la secularizan, ni tampoco a ti, que la sacralizas. Lutero se quedó pensando
por un momento, sólo un momento. Lutero.- De acuerdo, de
acuerdo. No hablemos de hechos tan remotos. Pero si te pongo un ejemplo
reciente, se supone que no tendrás qué objetar, en ese sentido. Marx (adelantándose).- Un
milagro de Lourdes. Lutero.- Un milagro de
Lourdes. ¿Cómo lo sabías? Marx.- Un prodigio y
reciente, es fácil saber dónde. Lo que sucede es que no parece muy coherente
que lo invoques precisamente tú, que eres protestante Lutero.- Te recuerdo que en
esta causa no soy protestante, ni siquiera cristiano, soy creyente -hizo una
pausa y siguió- Supongo que no conocerás el caso. Jean Salaun
vivía en La Loupe, un pueblecito a unos kilómetros
de Chartres, en Francia, y llevaba diecisiete años
padeciendo una parálisis progresiva que le había dejado totalmente inválido.
En mil novecientos noventa y tres (bien reciente, no te quejarás) acudió a
Lourdes, a pedir humildemente que, al menos, la parálisis no fuese a más, ya
que aún era capaz de algunos pocos movimientos. Era la segunda vez que iba y
tampoco obtuvo resultado ninguno. Pero esta vez volvió a su pueblo con el
convencimiento de que algo ocurriría, por una visión que había tenido. Fue al
día siguiente, ya en casa, cuando comprobó de improviso que podía abandonar
la silla de ruedas, que había vuelto diecisiete años atrás. La primer testigo
fue su mujer, luego el pueblo y más tarde toda Francia y el mundo entero. Marx.- Lo primero que se
me ocurre es que el caso del señor Salaun viene a
confirmar lo que la ciencia dice, que un milagro debería ser siempre
"por las buenas", sin alteración física ninguna que pueda hacer de
causa, lo cual tú acabas de rechazar. Estaba inválido y, sin más, echó a
andar. Lutero.- ¿Quién te ha dicho
tal cosa? El señor Salaun cuenta que sintió un
auténtico terremoto en su columna vertebral, unos segundos de frío y de calor
insoportables. Dios hace lo inexplicable, pero suele hacerlo a través de fenómenos
naturales, aunque a veces no sea así. Todos los milagros que Jesús hizo en el
mundo fueron por las buenas, como tú dices. Marx.- Lo celebro. Es una
bonita historia. Pero supongo que la ciencia tendrá algo que decir de esa
pretendida curación milagrosa. Lutero.- Sabes
perfectamente que hay un comité de médicos que analiza estos casos. En el
siglo y medio de Lourdes, se han declarado seis mil curaciones
extraordinarias, sólo han sido aceptadas por el comité dos mil de ellas, y
sólo se han declarado como milagros probados sesenta y cinco. Y fíjate que
esta defensa está haciéndola un protestante Hubo un larguísimo
silencio entre los dos. Al final, confesó Marx: Marx.- Iba a decirte que
qué poco efectivo es tu Dios. ¡Sólo sesenta y cinco! Pero es un chiste fácil y
de mal gusto- abrió los brazos, como antes, pero esta vez de impotencia- No
sé qué decirte, querido amigo. No puedo decirte nada, si no es que lo pongo
todo en duda. Lutero.- ¡En duda! Un
personaje real con nombre y apellidos, conocido por todos sus vecinos, en un
pueblo real del sur de Francia, con un historial clínico de esclerosis de
placas, con diecisiete años de parálisis progresiva, y con una curación
inexplicable y repentina. ¡En duda! ¿Por qué esa obstinación en negar lo
evidente, sólo porque es sobrenatural? Marx.- Bueno, bueno, eso
de sobrenatural hay que ponerlo en cuarentena. Sabes que, según la moderna
parapsicología, el hombre solamente explota una parte irrisoria de las
enormes potencias psíquicas que posee. En las universidades de ahora existe
la rama de parapsicología animista, y se han acreditado multitud de fenómenos
de ese tipo, desde la telequinesia hasta la adivinación. Pero los horizontes
que se abren con la otra parapsicología, la trascendental, son incalculables. Lutero.- Lo primero lo
admito porque es cierto y no tiene nada de particular. Claro que la psiquis
del hombre es capaz de desarrollar fuerzas que le sorprenderían si las
cultivase. Eso hace posible algunos pequeños fenómenos como los que has
citado, que no pasan de ser una caricatura de lo que la unión mística es
capaz de producir. Pero, por favor, no me traigas nunca más la otra
parapsicología, la trascendental. Pretender que en los fenómenos paranormales
actúan fuerzas puramente naturales pero todavía desconocidas, es dar por
existente lo que no se sabe que exista. Resumen: Teístas.- Por los
frutos conoceréis el árbol. Una de las pruebas más convincentes de la
existencia de Dios es la que, alejándose de razonamientos lógicos, pone sobre
la mesa tantos hechos insólitos que la ciencia no es capaz de explicar. En
este libro se han citado desde experiencias místicas, como las de Teresa de
Jesús, hasta fenómenos y apariciones sobrenaturales, pasando por curaciones
milagrosas, como las de Lourdes. Ateos.- Parte de los
hasta ahora tenidos por hechos milagrosos han sido ya desentrañados por la
ciencia, otra parte por la parapsicología animista (fuerzas psíquicas del
hombre) y el resto acabará siendo explicado por la parapsicología
trascendental (intervención de otras fuerzas naturales). Teístas.- Ninguna de
esas tres objeciones es válida. La ciencia pura no puede explicar los hechos
paranormales porque, por definición, están fuera de su ámbito de
conocimiento, y cuando se aventura a hacerlo, practica reduccionismo.
La parapsicología oficial o animista no es
psicología, no es ciencia, es pseudociencia. La parapsicología trascendental es un fraude que
parte de la existencia de fuerzas naturales, pero desconocidas, simplemente
supuestas, que es tanto como partir de nada. ---------------------------------- Esta publicación está destinada
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