(Imagen tomada del reportaje Winterda)
El Dios-Hombre
Otro argumento que oponen los ateos, íntimamente relacionado con el
de la revelación tardía, es el de la pretendida encarnación de Dios en un
hombre. En todas las religiones monoteístas se presenta una realidad absoluta
y extrauniversal que, por lo mismo, es lejana e
impenetrable, y que ha creado el mundo, o al menos rige el mundo. La
excepción la constituye el cristianismo, que sin perjuicio de lo anterior,
tiene la osadía de añadir que además ese Dios ha bajado al mundo
personalmente, haciéndose uno más entre nosotros con el fin de rescatarnos. La historia, así contada, puede que resulte atractiva para la
fantasía popular, tan dada a mitos y maravillas, pero choca frontalmente con
la razón de cualquier persona mínimamente formada.
En el caso de existir esa realidad perfecta, infinita, resulta tan
antinatural que se rebaje a la condición humana que, de no ser porque el tema
es tan serio, causaría risa. Visto desde fuera de la fe, desde la naturaleza
racional del hombre, el hecho parece tan grotesco y absurdo como una
historieta infantil. Con todo, y a pesar de haberlo calificado ya de grotesco, el
escándalo se agrava, aún más si cabe, al analizar la clase de hombre en el
que la pretendida divinidad se encarnó. Si bien es cierto que el judaísmo ha
esperado y sigue esperando un mesías, esa beatífica
ilusión nada tiene que ver con este Jesús de Nazaret,
que no apareció en medio del Imperio, sino en el último de los rincones del
mundo romano, humilde de nacimiento y de instrucción, ni sacerdote ni
político, carpintero de oficio, pobre de solemnidad y, en fin, perseguido y
crucificado por su propio pueblo bajo la acusación de impostor y sacrílego.
No solamente se encarnó, para lo cual ya hace falta echarle ganas, es que
además falló (aparentemente) tanto en el empeño que acabó en una cruz, signo
de maldición entre los suyos (maldito
el que pende de un madero). Así de inaudita, escandalosa y contradictoria
con los valores de los hombres es la biografía del más grande Hombre de la
historia. La ciencia actual ha echado mano de todos los recursos para
desentrañar el hecho y, si es posible, destruirlo. La vaguedad en los relatos
de los evangelistas es tan exagerada que, con todo fundamento, se ha llegado
incluso a poner en duda la existencia misma de Jesús de Nazaret.
En aquel tiempo..... pero sin
decirnos cuándo; En el camino a
..... pero sin aclararnos dónde, son los datos inconcretos y comunes por los
que suelen comenzar casi todos los capítulos. Además, el rincón y la hora
elegidos para su paso por este mundo fueron tan marginales que, salvo el de
sus seguidores, resulta difícil hallar algún testimonio histórico. Pero sí
los hubo. Flavio Josefo, judío del año 37 d.C., se
extendió en un bello párrafo sobre las excelencias del llamado Cristo y sobre
sus seguidores. Sin embargo, cabe la sospecha fundada de que, precisamente
alguno de éstos seguidores, consiguió intercalar el mencionado párrafo entre
las páginas del historiador. El testimonio no parece muy válido. No obstante,
otros historiadores prestigiosos, como Tácito, Suetonio
y Plinio el Joven, han dejado entre las suyas (sus
páginas) suficientes referencias a la existencia real de Jesús de Nazaret, por lo que la duda planteada por los detractores
no tiene hoy crédito ninguno. Jesús fue un hombre que realmente existió en la
Galilea de los años primeros de nuestra era. Disipada esa primera duda, la segunda se plantea inmediatamente y con
mayores probabilidades de llegar a buen puerto, o mejor, en este caso, a mal
puerto. Se trata de la duda sobre la objetividad de los relatos de los cuatro
evangelistas. Jesús ha existido realmente, pero ¿no se habrá magnificado su
existencia? En unos relatos escritos varias décadas después de su muerte y
por quienes en unos casos ni siquiera le conocieron (Marcos y Lucas), y en
otros casos no pueda asegurarse que sean los verdaderos autores (Mateo y
Juan), ¿no habrá sido adulterada la realidad del pretendido Mesías? ¿No habrá
distorsionado el boca a boca la verdad hasta desfigurarla? ¿Qué garantía
puede ofrecernos una historia narrada por sus propios seguidores? Las
preguntas son tantas y de tanto calado, que las nieblas y las sombras roban
todo el espacio a la luz. A este respecto, los filólogos y demás estudiosos
advierten: ·
En los Evangelios se
incluyen datos que certifican la autenticidad de los mismos, en cuanto
relatos correspondientes a esa cultura y esa fecha, tales como el dato
histórico de que fuese Pilato el Prefecto de Judea
durante esos años de la crucifixión (26 a 36 d.C.), tales como la costumbre
de sortear las ropas del reo entre los centuriones, tales como la también
costumbre de dar a beber vino mezclado con mirra al moribundo, para mitigar
sus sufrimientos. Todos estos datos y otros muchos parecen avalar, al menos,
la objetividad del entorno de la historia narrada. ·
Por el contrario, se
incluyen otros datos y hechos que contradicen tal autenticidad, tales como
algunos de los milagros atribuidos, ciertos datos biográficos y, sobre todo,
sucesos que en modo alguno podían ser conocidos por los autores. Pero dejemos
que sea el propio abogado del diablo, Marx, el que
exponga sus razones. Lutero, hoy, tiene un caso muy
difícil. * * * Lutero.-
Tu obstinación en traer a esta discusión la figura del Mesías revela tu
animadversión. Estamos en la existencia o no existencia de Dios, y el aspecto
de si se encarnó o no se encarnó en un hombre, es algo que solamente afecta a
quien acepte la existencia, lo cual no es tu caso. ¿Por qué tanto interés en
Jesús de Nazaret, si empiezas por no admitir la
divinidad? Marx.-
El mismo interés que tú muestras en rehuir el tema. Lutero.-
Es cierto que lo rehuyo, pero no por miedo, por la tristeza que me invade. Lo
habéis cubierto de sombras entre todos, no solamente vosotros, los no
creyentes, también los que pretenden hablar en el nombre de la ciencia, y lo
que es más sangrante, los mismos de su gente que pretendieron hablar en el
nombre del propio Jesús y lo dejaron en los Evangelios. Con sus
bienintencionadas torpezas, mira el séquito de sospechas que han dejado tras
de sí. Marx.-
Reconoces que los Evangelios son sospechosos. Lutero.-
Por supuesto- pero añadió enseguida- .......para quien no sabe mirar el
mensaje y se queda en las formas. Marx.-
Comencemos. He preparado una lista con algunas objeciones que te serán
conocidas. La más inocente es la bucólica estampa de los pastorcillos
adorando al Niño en el pesebre, después de que un coro de alborozados ángeles
les anunciase el feliz nacimiento. Tal episodio no aparece en ninguno de los
otros tres Evangelios, solamente en el de Lucas..... y da la sorprendente
casualidad de que, precisamente Lucas, era el único de ellos que tenía una
acusada formación griega. Lucas no tuvo remilgos en añadir al relato un
episodio inexistente y propio de su raíz cultural. Los pastorcillos, los
ángeles y el portal son un invento. Como el fraile nada comentase,
continuó. Marx.-
Sin duda también sabes que hay una literatura abundante sobre un sospechoso
hecho, el hecho de que únicamente Mateo nos cuente tantas coincidencias de la
biografía de Jesús con las predicciones del Antiguo Testamento sobre la
venida del Mesías, solamente Mateo, pero no sus otros tres colegas. Lutero.-
Por favor, eso de "colegas"..... Refiérete a ellos con respeto. Marx.-
Perdona, pero me indigna tanto esto..... Mateo estaba obsesionado por
establecer la necesaria conexión entre el Viejo y el Nuevo Testamento, de
manera que la historia de la salvación fuese una y sin fisuras, y parece que
no tuvo remilgos en añadir o cambiar datos con tal de que coincidiesen ambos textos. Lutero.-
Mateo era un hombre bienintencionado, pero mejor habría sido que se hubiera
limitado a los hechos como realmente fueron. Marx.-
Bien. También lo reconoces. Pasemos a la siguiente. La muerte de cruz es
angustiosa y lenta, y se produce por asfixia. El peso del cuerpo, pendiendo
de hombros y brazos, acaba por paralizar los movimientos propios de la
respiración. Más de un científico se ha pronunciado en el sentido de que, un
hombre en tales circunstancias, es imposible que pueda articular palabra
ninguna en el final de esa horrible agonía. Y sin embargo, los cuatro
evangelistas nos cuentan que habló, y para más inri,
ninguno se pone de acuerdo sobre lo que dijo. “¡Dios mío, Dios mío, por qué
me has abandonado!" "¡En tus manos encomiendo mi espíritu!"
"¡Todo se ha cumplido!"...... Las frases son variopintas y no hay
dos iguales. Lutero.- Eso
no prueba que no fueran dichas todas ellas. Cada uno ha recordado las que ha
podido. Marx.-
Si los Evangelios fuesen ciertos, lo más concluyente sería el hecho de que,
después de crucificado, volviera a aparecer en el mundo. Ante la resurrección
no cabría argumento ninguno. Pero la cosa es que, puestos a creer en las
Escrituras, uno no sabe con qué quedarse, porque cada uno de los cuatro
autores lo cuenta como le parece. Para uno, se apareció a María Magdalena la
primera, que estaba sola; para otro, no estaba sola, sino acompañada de otras
mujeres; para un tercero, se apareció primero a los dos discípulos que iban a
Emaús..... ¿Qué crédito dar a unos testimonios que
no tienen entre sí la más mínima concordancia? Lutero.-
Tu objeción parece la mar de sensata, pero te voy a plantear otra que es más
sensata aún: si los cuatro Evangelios coincidiesen al pie de la letra, con
toda seguridad estaríais diciendo que los evangelistas se copiaron unos a
otros. Como no coinciden del todo, entonces es que hay confusión y no son
verídicos. Sea como sea, siempre tendríais algo que decir. Lo interesante, en
definitiva, es atacar a ese hombre insolente que dijo ser el Cristo. Marx.-
Nadie relata las cosas igual a otro, pero tampoco nadie lo hace con tanta
disparidad. Lutero.-
.... Con tan poca disparidad. En ese asunto de quién fue el primero en verlo
no hay unidad de testimonio, pero si lo hay en once hombres que dicen que se
les apareció por dos veces y habló y comió con ellos, estando los once
juntos. Eso sí que está en los cuatro Evangelios. ¿Qué tienes que objetar? Marx.-
En eso, nada; lo reconozco. Lutero.-
Pues mira por donde, tampoco es lo más concluyente. La evidencia más
significativa, el testimonio de los testimonios, fue el espectacular,
repentino e inexplicable cambio que se produjo en sus vidas. Los mismos que
la noche de la pasión se dispersaron, e incluso le negaron, como hizo Pedro,
esos mismos hombres tan cobardes, de pronto se enfrentaron al mundo y al
martirio, sólo con haberlo visto resucitado y haber recibido el Espíritu.
¿Tampoco merece crédito? Marx
(cambiando de tema).- Tenemos aún pendiente el caso de los milagros. Lutero.-
¡Cuánto has tardado! Marx.-
Muchos de los milagros atribuidos a Jesús, aparecen en versión casi idéntica
en otros relatos. Es el caso de la curación del paralítico, incluido el
detalle de cargar luego con su propia camilla, narrado por Marcos. Y es el
caso de las resurrecciones de la hija de Jairo y del hijo de la viuda de Naím, narrados por Lucas, en todo idénticos al milagro
atribuido a Apolonia de Tiana.
O el que nos cuenta Mateo de Jesús caminando sobre las aguas, tan parecido a
un episodio de Buda y uno de sus discípulos. Lutero.-
La crítica que hacéis sobre los milagros de Jesús es inicua. El pretendido
milagro de Apolonio de Tiana,
que era de la misma época de Jesús, ha sido relatado por el filósofo griego Filóstrato nada menos que cien años después de escritos
los Evangelios. ¿Quién copió a quién? Marx.-
Es igual. Debes reconocer que, independientemente de quién copió a quién,
todos esos prodigios, puesto que aparecen en obras, tiempos y lugares
diversos, no son de nadie en concreto y son de todos, son del acervo común de
la literatura. No puede admitirse como verídico lo que aparece diseminado en
tantos testimonios. Lutero.-
No, no; no puedo pasar por eso. Vuestro criterio de negárselo a todos porque
aparece atribuido a varios autores a la vez, no es admisible. Será verídico
el primero que apareció y serán falsos los demás que le siguieron.
Presentadme uno de esos prodigios que decís idénticos a los del Mesías, pero
anteriores en el tiempo, y lo reconoceré Marx.-
Buda creo que nació un poquito antes que Jesús, seis siglos. Lutero.-
Es cierto. Ese es un ejemplo anterior.... y también es un ejemplo de vuestra
mala fe. Si te traes las cosas apuntadas en una lista, pero no te has
molestado en leer el original, mal vas a defender vuestra causa. Lo que
pretendéis como milagro similar al de Jesús, es una simple historieta narrada
en este libro titulado "Parábolas" Sacó el libro y lo abrió por la señal
que ya traía preparada. Lutero.-
Contando con que sacaríais el célebre episodio del discípulo de Buda
caminando sobre las aguas, como en los Evangelios hizo Pedro, lo he traído.
Escucha lo que dice en su presentación el libro: "Los hombres se parecen
a los niños y se complacen en oír cuentos; así es que les contaré historias
para explicarles la gloria de Dharma. Si no
alcanzan a entender la verdad en los argumentos abstractos, podrán, al menos,
captarla explicándosela por parábolas". Marx.-
No te precipites. No decimos que lo de Buda fuese un milagro, sabemos que fue
una parábola. Decimos que el pretendido milagro de Jesús no es tal, que el
evangelista se lo inventó inspirándose en la parábola de Buda. Lutero.- A
mí me produciría rubor exponer una razón así. Según esa lógica tan pobre, los
taumaturgos, antes de realizar un prodigio, deberían acudir primero a la
oficina de patentes de historietas, por si ese caso estuviese ya inventado
por cualquier escritor y nadie creyese luego el milagro. Cerró el librito y le preguntó: Lutero.-
¿Por qué tenéis tan mala fe? Aun en el caso de que la tradición haya
atribuido a Jesús algún milagro que no existió, ¿por qué ampararse en eso y
no considerar los muchos que realmente sí hizo? Todo eso que te has traído en
una lista es inicuo, y no te echo la culpa a ti, sino al libro sectario en el
que lo hayas leído. Pero para que veas que soy honrado, te advierto que en
los Evangelios hay relatos de sucesos íntimos que es imposible que pudieran
ser conocidos por los autores. Eso sí es verdad. Marx
(adelantándose).- ..... Las tentaciones de Jesús en el desierto. También está
en esta lista tan inicua, como tú la calificas, y era mi siguiente pregunta.
De lo que el Dios-Hombre habló con Satanás en el desierto, ¿quién pudo tener
noticia, si ninguno de los dos lo reveló? Nadie puede figurarse al Dios hecho
hombre contando a sus discípulos qué era, exactamente, lo que el demonio le
propuso en esos días tan aciagos, cuál fue su conversación concreta. Lutero.-
La oración en el huerto, pidiendo "Pase de mi este cáliz si es
posible", ni siquiera cabe preguntarse si pudo revelarlo a los
discípulos ni a nadie, puesto que fue la última noche y desde allí se lo
llevaron al patíbulo. ¡Cómo saber cuáles fueron las angustias del Jesús
orante ante la muerte! Marx.- Y
ya que estás de acuerdo, ¿ qué tienes que decir a todo eso? Lutero.-
Primero acaba con tu endemoniada lista. Marx.-
He dejado para el final lo que para muchos es menos importante, pero que a mí
personalmente más revelador me resulta. Me refiero a la virginidad de María,
no sólo la virginidad anterior a la concepción, sino también la posterior, la
de siempre, la que la Iglesia ha elevado a verdad universal. Mateo en el
13,55 y Marcos en el 6,3 citan a "Santiago, José y demás hermanos y
hermanas de Jesús", y por mucho que la Iglesia diga que en aquel tiempo
a los primos se los llamaba también hermanos, eso son maniobras para explicar
lo inexplicable. Lutero
(visiblemente enojado).- Si no me agrada tocar este tema es por la insidia
que los tuyos han vertido sobre él. Ya que de pronto te encanta citar a los
evangelistas, lee Mateo 28,5-10, y comprobarás como el propio Jesús llamaba
"hermanos" incluso a los discípulos, aunque ni siquiera eran
familia suya. Os aferráis al sentido literal de las palabras cuando os
conviene. Marx.-
Es la primera vez que te veo encendido. Te recuerdo que la paciencia es una
virtud. Lutero
(casi sin escucharle).- Y si los Evangelios insisten en llamar a Santiago y a
José hermanos del Señor, también los Evangelios insisten en afirmar (Mateo
27,55-56; Marcos 15,40 y 16,1) que los dos eran hijos de "María",
pero no de María la madre del Señor, sino de la otra María, la hermana menor
de la Virgen, esposa de Cleofás, que también acompañaba a los discípulos,
junto con Magdalena, Juana, Salomé y demás mujeres. De manera que, según los
propios Evangelios, Santiago y José eran con toda claridad primos carnales de
Jesús. Pero el uso indiscriminado del término "hermanos" para los
integrantes de una misma familia, os ha servido como excusa para sembrar una
patraña tan burda. Marx.-
Por favor, aclárate, porque se detecta un pequeño lío. Acabas de decirme que
había dos Marías, pero también me has dicho que las dos eran hermanas. Lutero.-
Los fiscales suelen estudiar las causas a fondo antes de presentar cargos,
cosa que tú es evidente que no has hecho. Esa particularidad de que las dos
hermanas se llamasen igual, puedes comprobarlo en Juan 19,25, donde dice
"Cerca de la cruz de Jesús estaba su madre, con María, la hermana de su
madre, esposa de Cleofás, y María Magdalena". Y si hubieras leído los
Evangelios Apócrifos, que tantos datos aportan que no están en los Evangelios
Canónicos de la Iglesia, sabrías que el motivo de haber puesto los padres,
Joaquín y Ana, a su segunda hija, la que sería luego conocida como María la
de Cleofás, el mismo nombre que a la primera, María la Madre del Señor, se
debió al desconsuelo por haber ingresado ésta, muy niña aún, entre las
vírgenes del templo. Marx.-
Sabes que a mí me dan las acusaciones escritas. Si apenas he hojeado alguna
vez los Evangelios, menos pretenderás que haya tenido nunca entre mis manos
los Apócrifos. Lutero.-
Pues también te habrías enterado de que Jesús sí es cierto que tenía hermanos
ante el pueblo, por lo que no tendría nada de particular que así se dijese,
aunque no son a los que se alude en concreto en esas citas evangélicas. José
el Carpintero, cuando desposó, ya anciano, a regañadientes y por imperativo
de los sacerdotes, a María, la niña virgen consagrada al servicio del templo,
era ya viudo y padre de dos hijas y tres hijos, todos ellos, por tanto,
hermanos de Jesús ante la ley. De éstos, a los dos más pequeños, Santiago y
Simeón, la Virgen los cuidó como hijos propios, junto con Jesús. Y te lo
advierto por si tus asesores cualquier día te lo cuentan de cualquier manera,
como suelen hacer. Marx.-
Haya paz. No esperaba que este tema de la Virgen te ofendiera tanto, a ti,
que eres reformista. Retiro lo dicho. Lutero.-
Puedes retirar lo que quieras, pero yo voy a continuar hasta el final. Cada
evangelista ha tratado la información recibida a su modo, de ahí las
diferencias, pero eso es inevitable hasta en los historiadores de profesión.
Esa lupa a la que sois tan aficionados, no debe ser para hacer así de gordas
las palabras que aparecen escritas y tomarlas tal cual, debe ser para sacar
de detrás de las palabras el mensaje que encierran. Las palabras serán
diferentes de un Evangelio a otro, pero el fondo del mensaje sólo es uno, uno
sólo en los cuatro, el mensaje de un hombre puro que predicó el amor, el
desprendimiento, el perdón y la eternidad, un hombre único que puso el mundo
al revés. Marx.-
Perdona, pero tengo que insistir. Lo que dices no prueba nada. Todo eso del
amor, el desprendimiento y la eternidad lo predicó antes Buda. ¿También era
un mesías? Lutero.-
La prueba de que no lo era es que él jamás dijo serlo, como no lo dijeron
tampoco Zoroastro ni Mahoma ni nadie. Sólo Jesús lo dijo, sólo Él habló con
autoridad, tanta, tanta, que cometió la increíble osadía de enfrentarse a la
Ley del mismo Yahvé y echarla abajo. Marx parecía estar pensando en lo que oía. Lutero.-
Te invito a un razonamiento muy simple, extremadamente sencillo, pero
extremadamente evidente: un hombre de esa descomunal talla no puede ser, a la
vez, un embustero. Eso es un imposible, una contradicción. La gran singularidad
de Jesús de Nazaret es que dijo que Él era el
Mesías, y si el hombre más grande de la historia lo dijo, es que realmente lo
era, no pudo mentir. Porque mentir y ser grande no son posibles a la vez, no
son posibles. Es una prueba tan simple y tan terminante que nadie reparáis en
ella. Marx.- Te
confieso que esto que acabas de decir no es nuevo para mí, me ha hecho pensar
más de una vez. Lutero.-
¿Y a qué conclusión has llegado? Marx.- ¡A
cuál va a ser! A poner en duda si él realmente dijo eso o no lo dijo. Hace
sólo un momento me reprochabas que tomemos lo que figura en el texto al pie
de la letra, y aconsejabas que no demos crédito a lo que concretamente se
dice, sino al espíritu del mensaje. Pues bien, aplícate tú ahora la lección y
no tomes lo que los hagiógrafos han puesto en los labios de Jesús al pie de
la letra. A la pregunta del Sumo Sacerdote sobre si era el Mesías, esas dos
palabras "¡Yo soy!", ¿quién nos certifica que fueron realmente
dichas por él, o son un añadido de la cosecha del evangelista? Lutero.-
Es que no fue únicamente esa vez. El relato está lleno de confesiones del
propio Jesús en ese sentido. ¡Cuántas veces advirtió a los discípulos:
"No lo digáis"! ¡Cuantas veces les advirtió de la pasión y la
resurrección inevitables! Marx.-
La letra me interesa poco. Al fin y al cabo, es obra de hombres. El personaje
quizás... Lutero.-
¿Y qué ves en Él? ¿Un gran héroe, un gigante, un extraterrestre? Si vieras
algo de eso, es cuando tendrías motivos fundados para pensar que está
inventado. Puestos a inventar un mesías, a nadie
sensato se le ocurriría inventar uno como Cristo. Quien se pone a inventar un
héroe, no fabrica un antihéroe, un pobre carpintero que murió ajusticiado.
Esa es la gran garantía de que no ha sido inventado. Marx.- Lo
sé, lo sé. Me lo he dicho mil veces. A nadie se le ocurriría un salvador del
mundo así. Lo admito. Pero eso no cambia el fondo del problema, que es éste:
puestos a admitir la existencia de un dios, lo que no puede aceptarse es que
ese dios decida bajar a encarnarse en la humillante forma de hombre, ni héroe
ni antihéroe. Eso es, sencillamente, un absurdo. Lutero.-
¡Siempre lo mismo! ¡Siempre intentando comprender a Dios! Los absurdos
solamente existen en tu cabecita de hombre. Pero Dios no es un hombre. Marx
(después de pensarlo).- De acuerdo. Estoy dispuesto a admitir que, si Dios
existiese, podría hacer lo que quisiera, podría jugar a encarnarse en figura
humana y pasar con nosotros treinta y cinco años. Absurdo, pero podría. En
tal caso, hay un vicio radical en vuestra teología: una cosa es “jugar” a ser
hombre y otra diferente ser hombre en toda la plenitud de la palabra. Ya
sabes que el docetismo defiende que Cristo fue solamente una apariencia
humana, no una realidad humana. Y si yo fuera creyente, sería, desde luego, docetista. Lutero.-
¿Y qué valor hubiera tenido entonces el sacrificio de esa “apariencia”, si a
lo único que había venido al mundo era a redimirlo? Si no hubiera sido hombre
real, como tú y como yo, ¿dónde se quedaría el sufrimiento de la cruz? Marx.-
¡Qué Dios más incomprensible el vuestro, un Dios que, en vez de barrer el
dolor del mundo, baja a compartirlo! ¿No es todo un disparate? Lutero.- Por
supuesto que resulta incomprensible. Que el propio Jesús, como hombre, tampoco
lo comprendiera y llorase de pavor en el monte de los Olivos, aquella noche,
no impide que el Dios Padre sepa lo que los hombres no podemos saber: el
porqué de la existencia del dolor. Marx.-
¿Y ese desdoblamiento? Ya que nombras al Padre y al Hijo, ¿qué me dices de
ese desdoblamiento tan “espectacular”, por llamarlo de alguna manera? Resulta
que ese Dios tan maravilloso es uno, pero también es tres. He admitido que,
si existe, todo sea posible para él, pero ¿no reconoces excesivo tanto
derroche de incongruencias? ¿Para qué y por qué tres dioses en uno? Lutero.-
Me parece que hemos llegado al fondo de la cuestión evangélica. Jesús era
hombre, pero era Dios, de modo que lo que quisiera decir con sus palabras es
un misterio. ¡Él mismo era personalmente el Gran Misterio! …. menos para la Iglesia
y su teología, por supuesto, que pretenden tenerlo todo muy claro,
aferrándose al significado puramente literal de las palabras. Se tomó unos segundos para ordenar las
ideas y siguió. Lutero.-
Mira, Karl, Jesús no hablaba con Aristóteles,
hablaba con unos pobres pescadores de Galilea; ni tampoco él mismo tenía,
como hombre, mayor cultura que la de su tiempo. Pero tú, que ni eres pescador
ni galileo, puedes pensar que cuando Dios mueve los corazones, cuando ilumina
a los profetas, cuando se muestra a los místicos o hace milagros, ese
Dios-Acción en el mundo es lo que Jesús llama el Espíritu; y cuando baja, se
hace carne y redime a la humanidad en la cruz, ese Dios-Redentor es el Hijo,
aludiendo a sí mismo cuando hablaba. Karl, nadie te
impide pensar que, realmente, el Espíritu Santo sea sólo el brazo de Dios y
Cristo sea sólo el amor de Dios, y que por eso, en definitiva, Dios es
solamente Uno, pero se manifiesta de diferentes maneras. Vuestro vicio, el de
los ateos, es el empeño en comprender a Dios, y nuestro vicio, el de los
creyentes, es el empeño en proyectar en Dios las cosas del mundo, de ahí la
interpretación literal de las palabras de Jesús. Tienes toda la razón: si una
"persona" es una creación de Dios, jamás puede ser también persona el
propio Dios que las crea, ni menos aún tres personas diferentes…… Marx.-
Celebro que lo reconozcas, mi entrañable amigo y hereje. Lutero.- No
me has dejado acabar la frase, mi entrañable amigo y ateo. Te decía que,
efectivamente, el Dios infinito no puede ser a la vez persona, y menos tres personas
diferentes….. en nuestra humilde lógica humana, claro. ¿Pero en la de Él? Si
no bajas primero ese monumental escalón entre Dios y tú, nunca llegarás a
verle, porque a Dios sólo se le ve desde abajo. Olvídate de la lógica y de
los imposibles humanos. Resumen: Ateos.- Lo infinito
(Dios) no puede ser a la vez lo finito (persona). Es un imposible. Que Dios se encarne en hombre resulta grotesco, y
más aún que lo haga en un hombre fracasado, ajusticiado en una cruz. Los Evangelios no son fiables, son obra de sus
propios seguidores y contienen claras contradicciones entre sí. Teístas.- Los
imposibles solamente existen en la lógica humana, no en la infinitud de Dios. Los valores humanos son de los humanos, no son los
de Dios. El mayor desatino del hombre es pretender comprender a Dios. Si en los Evangelios hubiera unidad
absoluta se argumentaría que fueron copiados unos de otros. De ellos ha de
tomarse el espíritu, que es uno solo en los cuatro, no las formas y
aportaciones particulares de cada evangelista. Nadie que se propone inventar
un héroe mesiánico fabrica justamente lo contrario, un antihéroe, pobre y
humillado. ---------------------------------- Esta publicación está destinada únicamente a interesados
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