(última actualización: 15-05-2017) No
hay más filósofo que Él. La sabiduría del hombre es la luz de la galería del
topo. En el sobrecogedor marco de un templo de sillares de piedra y altas
bóvedas, convertido en aula del saber (Iglesia de San Francisco, Ávila,
2003), Francisco Mora Teruel, catedrático de neurología, daba una conferencia
sobre las eminencias del cerebro. Y comenzó su brillante charla más o menos
en estos términos: “No existen dualismos, no existe
cerebro-mente, existe una única realidad, el cerebro, hecho de materia,
formado de neuronas, y en él radica todo el secreto de la condición superior
del hombre”. Cuando acabó y nos regaló un pretendido coloquio (que realmente no
lo era, sólo esperaba del auditorio que elevase un colectivo amén, como todos
los conferenciantes), intervine para recordarle que su fantástico y amado
cerebro, hecho de materia, estaba en entredicho desde que la relatividad
había subvertido los valores absolutos del universo, y más aún, estaba en
precario desde que la moderna física cuántica había puesto en cuarentena la
existencia real de la materia. Y esto, claro, le sentó fatal, más que nada
porque no tenía ni la más remota idea de lo que estaba advirtiéndole.
Encerrado en su estrecho mundo de las neuronas, no había tenido tiempo de
levantar la vista y otear el vasto horizonte del saber; no había tenido
tiempo, pero, ¡faltaría más!, lo que el estrecho mundo de su ciencia
neurológica sabía en este momento era ya definitivo y él estaba, por
supuesto, en condiciones de explicar la inexplicable realidad hombre. Cuando
el homo sapiens se percata de que es sapiens, comienza precisamente a dejar de serlo. La
verdad ha pretendido poseerla siempre, y siempre ha acabado por averiguar que
antes estaba equivocado. Pero es lección baldía, porque sigue estimando en
cada momento que los últimos descubrimientos científicos, por supuesto, sí
que son ya los definitivos. Todo menos abdicar de esa torre de babel
levantada por el conocimiento. Se siente seguro. Cree saberlo todo porque
domina el planeta...... a pesar de que sigue sin saber por qué está en el
planeta. Como el lector puede ver por el encabezamiento, mi tesis a
desarrollar es la extrema semejanza entre el humilde topo y el pretencioso
hombre, no sólo en su organización celular y fisiológica, sino también en su
extrema ceguera. Este singular problema de ser el hombre tan inteligente,
pero equivocarse tanto, se debe a que todo, incluso el mayor de los
disparates, es defendible dialécticamente, de manera que la razón del hombre
será muy notable, pero tiene el molesto problema de no acertar o de no querer
emplearla en la dirección correcta. Es hábil argumentando, pero ¿Al servicio de qué? ¿Dónde está la
verdad? La imagen exacta de esto la tenéis en nuestros abogados en los
juicios, o en aquellos antiguos sofistas de la historia. Ni a unos ni a otros
les interesa ni les interesaba para nada la verdad, les interesaba y les
interesa únicamente el arte de refutar,
exponer y convencer al contrario. ¡Para qué perder el tiempo! ¡Qué es
eso de la verdad! Ciñéndonos a la
filosofía, hago desde ya dos denuncias: por un lado, que el simple hecho del
devenir filosófico, la pérdida del pensamiento humano en tantas y tan
contrarias direcciones a lo largo del tiempo, evidencia la falta de verdad en
ninguna de ellas; y por otro lado, que no hay sistema filosófico que no
contenga o arranque de errores llamativos, a veces increíblemente gordos,
siempre encubiertos por el ropaje hueco de la razón. Si la sabiduría del
hombre fuera sincera y coherente consigo misma, debería haber clausurado ya
los libros de metafísica y el culto a la razón por estériles y
contradictorios. Si en tantos siglos los pensadores no se han puesto de
acuerdo en qué hay debajo de la apariencia de las cosas, es prueba más que
suficiente de que lo que hay debajo de las cosas nos supera. En la luz de la
galería del topo pocas cosas son visibles y, desde luego, nunca el
firmamento. (Imagen tomada
del reportaje “El arte de fotografiar”)
En este libro intentaré
demoler el monumento académico clásico minando sus pies de barro, la
metafísica, y el instrumento que ha servido para ponerlo en pie, la razón. En
cumplimiento de la segunda de las denuncias del párrafo anterior, intentaré
evidenciar los errores de base del sistema y de su herramienta. La filosofía
más estricta es la llamada metafísica, y dentro de ella la ontología, que
estudia el ser en general. Pues
bien, esta raíz primaria de nuestro conocimiento tiene su vedette, su figura
estelar, el ente. Para refutar la
metafísica clásica por entero, basta con refutar cómo concibe a su estrella,
porque apagada esa estrella, no queda absolutamente nada en el firmamento
metafísico que vienen enseñando en las aulas. Mas
esa estrella, aunque tan brillante, no tiene luz propia, la recibe de tres
verdades eternas (éstas sí que son verdaderas, a pesar de “metafísicas”) que
son los cimientos de todo el saber humano: el Ser, y dentro de él, los ámbitos de No
obstante y a pesar de la crítica de los párrafos anteriores sobre la
indigencia del hombre-topo, asfixiado en el estrecho túnel de su mente, al
menos un poco de luz y de aire sí que entran en esa galería de topo, aunque
sean lo justo para poder seguir con vida; pocas cosas son visibles, pero sin
duda las suficientes para arrancar en la difícil senda de la búsqueda. El
primero de los pilares, el Ser, es
tan obvio que realmente es el único, porque los otros dos, En
el desarrollo del Ser, que es lo mismo que decir lo único existente, Después
de esta Primera Parte, el resto del libro ya es otra cosa. En las partes
Segunda y Tercera intentaré la tarea de segar la hierba bajo los pies de la
metafísica académica, y también trataré de derribar de su pedestal a la
omnímoda razón humana. Concretamente, advierto al lector que voy a combatir
los dos pecados que, en mi parecer, están en la base del desaguisado
metafísico: Potencia-acto. La admisión de estas dos formas aristotélicas
del ser ha propiciado todo tipo de estructuras metafísicas contra natura,
comenzando por la de la propia estrella, el ente. Confusión de los ámbitos de realidad. Cuando la
ontología se introduce en el mundo de lo trascendente, se desliza de continuo
al ámbito de lo particular. Tratando del ente, comete el pecado de considerar
las “esencias particulares” Solamente
así estaré en condiciones de presentar al lector, en la última Parte, otra
verdad mucho más atractiva: la verdad que sirve para vivir sin perderse, la
verdad auténtica porque es la verdad útil, ese tipo de verdad que es la única
que puede, quizás, servirnos en los momentos de crisis, o mejor, en
prevenirlos. Una crisis es siempre un batacazo por bajar todos los peldaños
hacia la intimidad de un solo golpe. Mejor hacerlo de uno en uno y a diario.
Da tiempo a encender la luz y situarse en ese sótano del que nunca deberíamos
salir, porque es nuestra auténtica morada: el alma, la conciencia, la
intimidad. Sin embargo, el común de los mortales adora la frivolidad de la
calle y teme encontrarse consigo mismo. Por eso he titulado este libro La otra filosofía, porque es un
sincero recordatorio para los que gustan vivir “fuera” y nunca tienen tiempo
de volver a “casa”.
Gregorio Corrales. --------------------------- Esta
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