(Imagen tomada del reportaje Winterda)
Evolución ciega del universo
Que todo en el universo es una evolución, desde lo más simple hacia
lo más complejo y perfecto, nadie puede cuestionarlo a estas alturas.
Partiendo de la Singularidad inicial, por la célebre gran explosión (Big Bang) el cosmos ha deparado
en esta colosal estructura de millones de cúmulos, cada uno constituido por
miles de millones de galaxias, cada una constituida por miles de millones de
estrellas, muchas con sus respectivos sistemas planetarios.... Y si nos
detenemos en el humilde planeta Tierra del Sistema Solar, lo que en principio
fue una simple nebulosa de hidrógeno, ha deparado en esta complejísima maraña
que es hoy nuestro mundo, y que culmina en la aparición del ser espiritual
llamado hombre. El universo no es otra cosa que la historia de una evolución
lentísima e inexorable. Pero el nudo gordiano de la polémica no está en que se trate de una
evolución, cosa no discutida ya por nadie, sino en cómo se efectúa esa
evolución. ¿Responde a un plan previamente diseñado, o es el resultado del
ciego azar? Esta es la cuestión de la disputa. Visto el problema por encima,
parece que, para una mente sensata, la pregunta sobraría, porque este segundo
supuesto del azar nunca produciría una evolución, sino una catástrofe. Y sin
embargo, constituye la postura casi unánime de los científicos; a la cual,
sobra decirlo, se acogen con ardor los ateos. Para contestar a la pregunta,
lógicamente no vamos a analizar el proceso entero, desde el Big Bang hasta hoy, con su
infinidad de ramas, sería demasiado. Podemos tomar el hilo de esa evolución
en alguna de sus parcelas, analizar el mecanismo y extrapolarlo al proceso
entero. Y ninguna parcela mejor que la socorrida "evolución de las especies"
, en la que dos teorías sucesivas en el tiempo se han disputado la clave del
proceso. Lamarck (1744-1829) pensó que, si la evolución aparece como un fenómeno de
adaptación al medio, será éste (el medio) el que la determina. Las
influencias de los factores externos, tales como clima, alimentos
disponibles, orografía, etc y la modificación
necesaria de los hábitos para adaptarse a ese medio, acaban por condicionar
de tal manera al individuo que, no sólo puede cambiarle en algún aspecto,
sino que incluso acaba por transmitir dicho cambio a la descendencia. Según
el célebre ejemplo de esta teoría, el cuello y patas exageradamente largos de
las jirafas, no son otra cosa que el resultado de adaptación a la
alimentación de hojas de árbol, situadas tan altas, durante miles de años. Es
un tipo de evolución absolutamente pasiva, causada y dirigida por el medio.
Pero hoy día esta teoría está arrinconada. Puestos a citar ejemplos, se ha
objetado que, por mucho que un hombre nade, su descendencia no nace sabiendo
nadar, como parece que debería derivarse de la adaptación al medio, sino que
ha de empezar de cero y aprender la natación. Darwin (1809-1882), provocó una auténtica conmoción en el mundillo
científico (y en toda la sociedad) con un giro copernicano en la explicación
del fenómeno: los cambios en los seres vivos no son ocasionados por la
adaptación al medio directamente, sino por saltos cualitativos que se
producen dentro de los propios seres, debidos a diferentes causas. Hay un
principio filosófico (y de pura lógica) que establece que nadie puede dar lo
que no tiene, de manera que si un ser tiene una estructura determinada equis,
esa misma será la que transmitirá a su descendencia, y no otra estructura
diferente hache. Pero en biología la cosa no es tan simple, porque, por un
lado, el individuo es el resultado de una combinación determinada de
elementos genéticos, combinación que puede variar, y por otro lado, tampoco
esos elementos genéticos son inalterables. Hoy día se sabe que los mecanismos
de cambio son tres: En la producción de los gametos (células sexuales:
espermatozoides y óvulos), al dividirse los pares de cromosomas y dejar sólo
uno (que se combinará con el aportado por el gameto del otro progenitor),
proceso llamado meiosis, pueden producirse errores. Además de lo anterior, la unión de los dos
cromosomas en el nuevo ser, cada uno aportado por cada progenitor, puede dar
lugar a nuevos modos de recombinarse. Por otra parte, los efectos de agentes externos,
tales como las radiaciones ionizantes o los compuestos nitrogenados de la
alimentación, pueden modificar el ADN de las células, y aunque el organismo
dispone de herramientas de reparación, no consigue impedir que se produzcan
mutaciones, que ahí quedan y que más tarde serán transmisibles a la descendencia. Estamos, entonces, ante una evolución caprichosa, imprevista, sin
finalidad ni dirección ninguna, al azar, puesto que cualquiera de los tres
factores de cambio genético señalados admite un sinfín de posibilidades. Pero
no es éste el único factor que incide en la evolución. Una vez constituido el
nuevo ser, se enfrenta a la hostilidad de un medio determinado y a la
competencia de un montón de otros seres vivos que le disputan ese mismo
medio. El resultado es, obviamente, que si la mutación ha mejorado los
caracteres anteriores en orden a una mejor adaptación, el nuevo ser
prosperará, pero si, por el contrario, los cambios introducidos por la
mutación disminuyen las defensas del individuo frente al medio y a los demás,
el nuevo ser desaparecerá del escenario en la lucha por la supervivencia. Es
el mecanismo llamado “selección natural”. El resultado final, como puede verse, es siempre el mismo, tanto en
un supuesto (Lamarck) como en el otro (Darwin): los
seres van evolucionando, pero sin perder nunca la adaptación al medio y condiciones en que se
desarrollan. El resultado es siempre el mismo, pero los mecanismos que lo
producen son radicalmente dispares de un supuesto al otro, y el aceptado hoy
día por la comunidad científica es este último de la mutación y posterior
selección natural. La cuestión puesta sobre el tapete por los ateos es que, si la
evolución está regida por el azar, ¿dónde se queda la explicación dada por
las Escrituras sobre la creación del mundo por un Dios inteligente? Según el
Génesis (y según la Iglesia defendió durante siglos), Dios había creado al
hombre tal y como lo vemos, completamente desarrollado, y lo había situado en
un Paraíso, entre el Tigris y el Eúfrates, de donde lo expulsó por causa del pecado. Ahora
nos encontramos con que, según la irrefutable ciencia, ni el hombre era así
ni siquiera apareció donde nos decían que apareció. El universo se ha
desarrollado a partir de una insignificante partícula, a través de 15.000
millones de años, y el hombre se ha desarrollado, desde un medio mono peludo
africano, a través de 200.000 años, hasta aparecer el hombre actual hace unos
30.000 años. Y para rematar la faena, la ciencia nos dice que esa larguísima evolución se ha regido por el puro azar, que
no ha habido ni hay ningún diseño o plan preconcebido por ninguna
inteligencia. En definitiva, lo que la ciencia viene a demostrar es que el
Dios creador no existe. Pero, si eres creyente, a pesar de tan negro
panorama, no desesperes, porque todo este pesimismo expuesto es solamente parte
de la verdad, no la verdad entera. *** |
Marx.- Cuento con que ya sabías que iba a plantearte
este argumento, aunque te pille en el tiempo un poco a trasmano. Así es que
tendrás algo que decirme, aunque no sé muy bien qué es lo que se pueda
oponer. Lutero.- Nada de que me pilla
a trasmano. Desde aquí he seguido todo lo que ahí abajo se ha ido
descubriendo, y he tenido todo el tiempo del mundo para meditarlo. Marx.- Pero a la ciencia hay que contestarla con
rigor, no lo olvides. Lutero.- Con exquisito rigor. Lo haré paso a paso, para
que puedas rechazar aquello en lo que no estés de acuerdo. Hizo
una brevísima pausa, ordenando las ideas,
y continuó. Lutero.- Si el mecanismo fuera el de Darwin, que es el
aceptado por la ciencia, como son tantas las posibles causas de alteración,
¿cuántas mutaciones cabría esperar en cada nueva generación, en toda la
naturaleza? Marx.- ¡Quién sabe!. Lutero.- Incontables. Y a continuación aparecería la
selección natural para destruir a la mayoría. Marx.- Así es. Lutero.- Y dime, tú que eres coetáneo del genial Darwin,
ese proceso de la selección natural ¿cuánto tiempo precisa? Quiero decir, ¿es
un verdugo inmediato, que nada más aflorar el nuevo ser mutado lo aniquila,
por inadaptado al medio? Marx.- Si la inadaptación es muy manifiesta, puede
ser. Lutero.- Pero como normalmente la inadaptación no tiene
por qué ser tan manifiesta, sino que la mayoría de los cambios serán pequeñas
anomalías, el nuevo mutado vivirá un cierto tiempo, e incluso se reproducirá
lo suficiente antes de que la selección natural arruine a la nueva especie,
por inadecuada. Marx.- Me figuro que sí. Lutero.- No, no, nada de figuraciones. Eso es así. Marx.- Pues bien, eso es así. ¿A dónde quieres
llevarme? Lutero.- Quiero llevarte a que reconozcas que, en tal
caso, las especies aparecidas y luego desaparecidas por selección natural
serían incalculables. Marx.- Ya te veo. Lutero.- ¡Ya era hora!. Ya me ves porque el razonamiento
es tan sencillo como impecable. El mecanismo de la mutación ciega produciría
tal cúmulo de individuos y de especies que nacen y desaparecen en cada
momento, que el mundo sería un almacén absolutamente caótico. Y sin embargo,
la realidad es justamente la contraria. Los errores son pocos, desde luego
infinitamente menos de los que cabría esperar en un proceso así. Marx.- De lo cual tú deduces que las mutaciones ciegas
tampoco explican el fenómeno de la evolución. Lutero.- Según lo dices, parece que esa deducción es
sólo mía. Esa deducción es de cualquiera que tenga sentido común. Marx.- Te recuerdo que ese tipo de proceso no es sólo
de Darwin, es ya de toda la ciencia. Investigadores tan célebres como Jacques
Monod, Premio Nobel de
Medicina, han dedicado libros enteros a ese tema. Pero para ti y para tus
colegas, el proceso de la evolución no debe ser ninguno, porque no hay más
formas de llevarlo a cabo, que yo sepa. Lutero.- Claro que la hay. El proceso se rige por las
mutaciones, sí, pero casi las justas, no a lo loco, como queréis hacernos
creer Monod y tú. Marx.- Monod, yo y toda la
ciencia. Lutero.- Lo que le pasa a la ciencia es que le seduce
prescindir de lo que ella aborrece, la existencia de un Dios que planifica y
dirige. Es más gratificante pensar que, como no se ha descubierto ninguna ley
que rija las mutaciones, hagámoslas imprevistas, y así el mundo es el
producto de una pura casualidad, de cualquier cosa que no sea la mano de
Dios. Marx.- Oyéndote, uno ya no sabe a qué atenerse.
Habíamos quedado en que, según tus nuevas y peregrinas ideas, el mundo no es obra
de Dios, te lo recuerdo, es una autodegradación.
Ahora te contradices y aseguras que salió de su mano. Lutero.- Pero tú me has entendido. No es obra directa de
Él, efectivamente, así es que retiro lo de que "salió de su mano". Marx.- Me encanta decirte que se te escapa un detalle,
como tú sueles decirme a mí. Vuestro pretendido Dios, si es Dios, es por
supuesto infalible. Lutero (con acento de advertencia).- Karl,
que sé por donde vas. Marx.- Es infalible, pero resulta que de vez en cuando
se equivoca. Tiene planificada la evolución, pero aquí y allá se le van las
manos: un individuo monstruoso, una pretendida especie que no cuaja.....
Antes dijiste que el número de errores es escandalosamente inferior al que
correspondería en un proceso al azar, pero siempre reconociendo que es cierto
que se producen errores. ¿Cómo puede ser eso en tu Dios infalible? Lutero.- Mi querido ateo, si pusieras en esto la misma
cantidad de materia gris que pusiste para escribir tus nefandas teorías
económicas, habrías caído en la cuenta de que no se trata de un Dios que está
detrás de cada acto concreto. Dios no está en cada tontería que pasa en el
mundo. Marx.- Si eso mismo lo dijeras ahí abajo, te habrían
excomulgado.... Bueno, perdona, ya sé que te excomulgaron. Tus colegas
defienden lo que dicen las Escrituras: Ni un cabello de tu cabeza se caerá
sin su conocimiento. Lutero.- ...... Sin el consentimiento de sus leyes, no
de Él personalmente. ¡Qué ridiculez! Si todo saliera directamente de su mano,
el mundo sería perfecto, no verías las chapuzas que ves. Pero una ley es una
ley, es solamente un orden encaminado a un fin. No existe ley que no provoque
excepciones. Marx.- Siempre tenéis explicaciones para todo.
Retorcéis los caminos, los llenáis de vericuetos hasta desembocar en lo que
os interesa desembocar. Lutero.- Lo que acabo de decirte lo entendería un niño.
Lo que no entendería ni un niño es cómo a los lemures,
en Madagascar, les ha crecido desmesuradamente sólo un dedo de una mano, con
el cual extraen los gusanos de la madera. Las sutilezas de la evolución son
tales que causa risa eso de que se han producido al tuntún. Marx.- Martín, querido, perdona, pero estás mirando el
proceso justo al revés. No se ha producido el cambio en la mano del lemur para que pueda andar en la madera, como tú supones,
sino todo lo contrario, que el lemur ha aprendido a
andar en la madera cuando se ha producido el cambio en su mano. Lutero.- También en eso quería desembocar. Por tanto,
queda claro que primero se produce la mutación, que es absolutamente casual,
y más tarde ya veremos si tiene alguna aplicación. ¿Es así? Sería preciso un
notario, para que luego no te retractes. Marx.- Así es, y no hace falta notario. La mutación
surge sin ningún fin determinado. En la evolución no hay intencionalidad.
Primero la mutación, como has dicho, y luego ya veremos Lutero.- No habrá intencionalidad, pero sí que hay
entonces un grave problema, porque ¿qué sucede si luego no tiene aplicación
ninguna el cambio producido? Marx.- No lo sé, Martín. Nada, supongo. ¿Por qué tiene
que suceder algo? Lutero.- Yo sí lo sé, y también tú, aunque digas que no:
que el mundo estaría lleno de seres vivos con peculiaridades y con órganos
sin cometido ninguno. Y eso no es cierto en absoluto. No hay nada en la naturaleza,
nada absolutamente, que no tenga una función determinada, hasta el color de
una pluma o el sigilo de una pisada. Los
dos se quedaron mirándose por un instante, frente a frente, en silencio. Lutero.- ¿Dónde está el compositor de esa armonía tan acabada,
que la hizo de modo que todas las notas engarcen unas con otras y no sobre ni
una? Marx.- Lo hemos dicho y te lo estás saltando. La
selección natural, la competencia, se encarga de eliminar todo lo que no
armoniza con el entorno. Lutero.- No, no, trampas no. No confundas armonizar con
competir, porque son opuestos. Además y después de la selección natural, de
eliminar lo imperfecto, será necesario armonizar lo que queda, o sobrarán
piezas. En la orquesta no basta con eliminar a los músicos mediocres por
selección, también hace falta el director que armonice a los que quedan. Un
montón de instrumentos armonizados es música, pero compitiendo es un
guirigay, justamente lo que sería el mundo si sólo hubiera competencia y
selección natural, como decís. Marx.- El fenómeno de la evolución es demasiado
complejo..... incluso para ti, que tanto sabes Lutero.- Eso está bien como evasiva. Pero el argumento
es tuyo, no mío; no pretendas ahora escaparte. Convendría que explicases a
los lectores cómo pudo producirse en la naturaleza el emergentismo.
Al mundo físico, el de la materia inerte, sucedió luego el mundo de los
fenómenos químicos; y a éste, más tarde, el mundo biológico; y luego el mundo
de lo psíquico; y aún se produjo un cuarto salto y apareció la naturaleza
espiritual del hombre. La evolución no es propiamente una evolución, no es
una progresión lineal, se produce a grandes saltos. Marx.- Con saltos o sin ellos, de la materia han ido
emergiendo todas las potencias que la materia encierra en sí misma. Lutero.- Gustavo Bueno ya ha puesto de manifiesto que el
acto de "emerger", o "aflorar", sólo puede realizarlo
aquello que ya existe previamente. Resulta, entonces, que en aquellos
primeros y humildes fotones de la energía estaba ya el hombre enterito, con
su libre albedrío y todo, estaba ya cualquier ejecutivo de hoy, con su
cartera de negocios y su teléfono móvil. ¿Y cuál será el próximo cuento de
hadas que nos contará la ciencia para poder explicar la realidad? Marx.- Así contado resulta gracioso. Estás olvidando
la inmensidad del tiempo consumido por la evolución. Quince mil millones de
años son quince mil millones de años. Lutero.- Como si son cien mil millones. No quieres
entenderlo. No se trata de cuánto tiempo, se trata de que se producen saltos
cualitativos que, acumulados, resultan tan escandalosos que una pura y simple
evolución jamás podrá explicar. Échale todos los millones de años que
quieras. De una chistera vacía jamás podrá emerger realmente un conejo Marx.- ¡Por favor, querido, tendrás que darle a la
ciencia tiempo!. Mira hacia atrás, mira el inmenso camino recorrido. ¿Por qué
partes del absurdo supuesto de que no va a ser capaz de desvelar ya nada más? Lutero.- ¿Sabes lo que dijo Planck?
El descubridor de la física cuántica se dio cuenta de que, cada vez que la
ciencia es capaz de desvelar un misterio, aparece inmediatamente otro más
gordo detrás, de manera que jamás llegará a descubrir el misterio entero.
Pero no lo digo yo, lo dijo Plank. Marx.- Max Planck fue un insigne físico, pero no el único. Hay un
batallón de ellos que alientan descubrir hasta el último de los misterios. Lutero.- ¡Imposible! La ciencia, caminando por las
causas de las causas de las causas de las causas, se remontará hasta donde
quieras, pero hay un fenómeno inabordable, justamente porque está fuera del
circuito: el efecto sin causa, el libre albedrío del hombre. Esa es una
montaña que tu ciencia no ha sido capaz de cruzar, ni será capaz nunca. Marx.- ¡Cómo no iba a salir la libertad! Lutero.- La libertad y tantas otras cosas. La ciencia
está llena de agujeros, como el queso. Todavía estoy esperando a que me
expliquen por qué cada nueva mutación conduce a un ser más complejo que el
anterior, más complejo, pero no más necesario. ¿Me he explicado bien? La evolución,
como fenómeno global, no camina dando tumbos y vaivenes, como sucedería si
fuera a ciegas, camina en una dirección determinada, la de la complejidad, y
eso no puede explicarse sólo con la adaptación. Marx.- Que no sea necesaria la mayor complejidad, no
significa que no le venga bien a la evolución la mayor complejidad. Lutero.- Eso es una perogrullada. Lo que te planteo es
precisamente por qué las mutaciones no se dirigen nunca, con el mismo
derecho, hacia una mayor simplicidad. Mientras la nueva especie sea adecuada
¿por qué ha de ser siempre más compleja que la anterior y no más simple, si
las mutaciones son ciegas? Marx.- Tampoco es cierto que todas las mutaciones sean
siempre a mayor complejidad. Hay saltos genéticos que retroceden en la
evolución. Lutero.- Tu porvenir hubiera estado mejor en la magia,
eres maestro en escamotear. Las mutaciones saldrán a veces en el sentido que
quieras, pero la evolución toda, como corriente, fluye en una sola dirección,
la de una mayor complejidad Y
como su amigo nada decía, continuó él: Lutero.- No te empeñes. Un universo tan armonioso,
conseguido solamente por el azar, es tan imposible como una carambola en una
partida con miles de millones de bolas. Marx.- ¿Pero es que acaso sabes tú, ni nadie, los
posibles miles de millones de partidas que se hayan iniciado y hayan
fracasado, hasta que al fin una salió bien? Siempre decís que un mundo tan
complejo y tan equilibrado es imposible que se haya producido por casualidad,
pero jamás contáis con que hayan podido existir infinitos mundo fracasados
antes que éste. ¿Quién puede saber eso? Lutero.- ¡Ya hace falta imaginación y ganas para suponer
semejante cosa! Marx.- Todo lo que quieras, pero ¿es o no es posible? Lutero.- Desde luego que no. Marx.- No mientas que es pecado, te digo yo también.
¿Quién eres tú para negar tal posibilidad? Lutero.- No consiste en conseguir la receta mágica una
vez, es que, para que el mundo se haya mantenido durante quince mil millones
de años en equilibrio, la receta ha tenido que conseguirse cada segundo de
los quince mil millones de años. Un solo fallo en cualquier momento y el
invento se hubiera ido al traste. Hay infinidad de trabajos de tus queridos
científicos en ese sentido. El milagro no ha sido una sola vez, es continuo. El abogado de los creyentes hizo una breve pausa y dijo de pronto,
blandiendo el dedo en el aire, para poner punto final Lutero.-- Recuérdalo para siempre. La evolución tiene
unas letras así de gordas, incluso para miopes, como le dijo Wallace a su amigo Darwin. Marx.- Wallace era un pobre
diablo. La ciencia está de parte de Darwin. * * * Resumen: Ateos.- El universo es
una evolución ciega, sin fines predeterminados. Las mutaciones en los seres
vivos se producen al azar, y la lucha por la existencia selecciona luego a
los más capacitados. Por tanto, no hay un programa preestablecido, no hay un
Dios-Creador, es una evolución regida por el azar y la competición. Teístas.- En la
naturaleza no existe el azar. Si todo está causado (las mutaciones también),
todo está predeterminado por sus causas, aunque la ciencia no las haya
descubierto aún. Además, los fenómenos que constituyen la evolución
(mutación-selección) se repiten de forma inexorable, lo cual constituye ley,
y toda ley ha sido programada por una inteligencia. El resultado final del
azar únicamente podría ser un caos, no un universo ordenado y estable. ---------------------------------- Esta publicación está destinada únicamente a interesados
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