(Imagen tomada del reportaje Winterda)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Etiología de la fe

 

Desde la trinchera escéptica de muchos de los científicos y pensadores, el fenómeno religioso, y en concreto la creencia en la existencia de Dios, ha sido explicado por un sinfín de causas de todo linaje, de todo linaje menos de aquél que cabría esperar realmente, es decir, del amor y la fe auténticas en ese Dios en el que dicen creer los que dicen que creen. Éstas que enumero son algunas de esas causas. La cita exhaustiva es imposible, siempre habrá alguna más:

 

Ignorancia, arraigo ancestral de la masa en la incultura de tiempos pasados. "Si no sé qué es el mundo, habrá un dios que lo haya hecho".

 

Inseguridad, necesidad de confiar en una realidad superior e inamovible. "Si el problema vital me lo dan ya resuelto con una religión, yo me adhiero sin condiciones a ella y no pienso".

 

Miedo a la libertad personal, necesidad de límites. "Soy un posible volador, pero tan inseguro que me siento mejor en la jaula del amo".

 

Desconfianza. "No sé si sí o si no, pero cumplo por si acaso", en todo semejante a quien suscribe una póliza de seguro y se olvida del problema.

 

Hipocresía. La vida privada es una cosa y la religiosa otra, y a ésta se acude para borrar lo que se hace en aquélla. "Teniendo la salvación asegurada con una serie de ritos facilones, puedo seguir por la misma senda de siempre, da igual lo torcida que esté".

 

Egoísmo. "Puede hundirse el mundo entero, con tal de que yo me salve".

Interés. La falacia más extendida es quizás la de bajar a Dios a nuestra medida, convirtiéndole en el gestor administrativo de nuestros asuntos. "Yo voy encendiendo velitas al pie de tu altar y tú vas solucionando mis problemitas de cada día".

***

 

Lutero.- No sigas, no sigas, por favor. Estoy contigo.

 

Marx (sorprendido).- No puedo creérmelo.

 

Lutero.- ¿Has pasado por el mundo tres siglos después que yo y tampoco sabes que combatí todo eso?

 

Marx.- Pues la verdad, nunca leí tu vida, no me interesaba.

 

Lutero.- Me enfrenté al miedo y la ignorancia de unos, y a la hipocresía y el interés de otros. Aquel viaje a Roma, todavía tan joven, fue como una daga en el corazón. El hombre podrá engañarse a sí mismo, pero nunca a su Creador.

 

Marx.- Perdona mi humilde ignorancia. Pero ya que eres tan sabio, a la par que tan amoroso, si resulta que dices estar de acuerdo con mi argumento.....

 

Lutero.- Siempre andas atrasadillo. No sabes que sé lo que tú sabes, y no sabes que no sabes lo que yo sé.

 

Marx.- Al grano.

 

Lutero.- Pues al grano. Estoy de acuerdo en todos menos en uno, pero ninguno de esos razonamientos combate lo que dice combatir, a saber: la existencia de Dios; ni defiende lo que dice defender, a saber: la no-existencia de Dios. Después de oírte, sigo sin saber qué tiene de incierta su existencia y qué de cierta su no-existencia. Lo que tienen en común todos esos argumentos no es la existencia o no-existencia de Dios, sino los motivos espúreos que mueven a tantos hombres a creer en Dios. Todo lo que me has soltado nada tiene que ver con su existencia, sino con la existencia de los malos creyentes

 

Marx.- Si tu excelso magisterio lo permite, te apunto que, puesto que los motivos de los creyentes son tan bastardos, esa olla, toda ella entera, huele mal

 

Lutero.- ¡Qué tendrá Dios que ver con los motivos de los hombres!

 

Marx.- Sí, eso también lo sabía. Lo malo es siempre cosa de los hombres, nunca de Dios. ¿Quién introdujo el mal en el mundo? El hombre, por supuesto, Dios no puede haber sido, ¡faltaría más! Ese balón fuera de banda ya lo conozco.

 

Lutero.- Te recuerdo que en tus tiempos aún no se había inventado el fútbol.

 

Marx.- Ni en los tuyos la neurosis y la histeria, y te lo he oído antes.

 

Lutero.- Me has soltado una lista de motivos inconfesables: incultura, carencia de criterio, miedo a la libertad, desconfianza, hipocresía, egoísmo, interés..... Pero todo eso, querido Karl, es una lista de las debilidades de los hombres que dicen que creen, no es jamás una prueba de que el Dios en el que dicen creer no exista

 

Marx.- En todo caso, no sé qué clase de Dios es ése que se deja adorar por tanto necio y tanto malvado. Mires a donde mires, no falla, el peor del grupo siempre es el beato.

 

Lutero.- No te pases. La mitad de los hombres son almas justas. El que te haya dado la razón no incluye que todos los fieles sean así.

 

Marx.- La creencia compartida en un Dios, lo que vosotros llamáis Iglesia, no debería ser otra cosa que la comunión de los fieles en esa idea.

 

Lutero.- Y así es.

 

Marx.- No, no, mucho más. Lo habéis convertido en una exhibición social. Aunque ahora ya no esté de moda, la liturgia del domingo era tan conveniente como el paseo por la plaza mayor.

 

Lutero.- No me pidas cuenta a mí de lo que hagan los hombres. Sólo puedo decirte que cada uno responderá de lo que haya en su corazón, no de lo mucho que se arrodille en el templo.

 

Marx.- Ese Dios que está en todas partes, ¿para qué necesita templos?

 

Lutero.- Para nada- contestó con toda sencillez, con la mirada cándida de un niño- Somos nosotros los que los necesitamos.

 

Marx.- Si la fe está en el corazón y la moral en los actos, ¿para qué los templos?, ¿para qué tanto ritual y tanta ceremonia?

 

Lutero.- Porque si el hombre no hace algo para recordar su fe, acaba perdiéndola. Es triste, pero es así. Sólo algunos creyentes viven en continua presencia de Dios. La mayoría necesita encontrarse con Él en el templo, y casi siempre le olvidan nada más salir. No es lo ideal, pero es mejor que nada.

 

Marx.- Habéis convertido vuestra fe en un espectáculo. El barroquismo dorado de los altares, el culto divino, el engolamiento de todo lo sacro, la pompa litúrgica, los dogmas, los sacramentos, los cánticos y los inciensos, ¿qué son, sino fetichismo? Para Kant, son sustitutivos aberrantes de lo único necesario, la ética.

 

Lutero.- Te recuerdo que no soy católico, soy protestante, y que esa inclinación natural del hombre hacia lo ético, condujo también a Kant a reconocer la existencia de Dios.

 

Marx.- ¡Qué error! Todos los hombres sentimos la necesidad de comportarnos éticamente, pero no por ello nos vemos obligados a pensar en divinidades.

 

Lutero.- Eso decís los incoherentes. Si entre una vida ética y una inmoral no hay más diferencia que la vida ética sufre y la inmoral goza, y con la muerte se acaban las dos por igual, comportarse éticamente es un absurdo propio de irracionales. O hay un más allá donde sea restituido el orden universal, o el bien y la ética son dos globos de colores que no sirven para nada.

 

Marx.- Te ha quedado muy bien, pero por el fruto conoceréis el árbol. Os habéis convertido en una institución rígidamente organizada, con un poder escandaloso dentro de la sociedad, con un poder económico más escandaloso aún, regida por un montón de profesionales que detentan e imparten la verdad dogmática correspondiente, y con una serie de ritos externos como práctica. ¡Una maravilla!

 

El fraile agustino guardó silencio ante ese chaparrón que ya esperaba.

 

Marx.- Y todo, según tú, como simple recordatorio para no perder la fe.

 

Lutero.- Tienes razón, Karl, la tienes; pero no todas las Iglesias son iguales.

 

Marx.- Por supuesto. Cuando el grano cae en tierra mullida, al Oriente, entonces da ciento por uno....... pero aparece el fanatismo, que es peor aún.

 

Lutero.- No me refería a eso. Me refería a que has retratado a la Iglesia de la cúpula de Roma, la del anillo y la púrpura, la del escándalo. Pero también existe entre ellos una Iglesia de Cristo, una Iglesia de curas pobres y gente honesta.

 

Marx, sin escucharle, siguió con su propio discurso.

 

Marx.- .... Surge un visionario en cualquier descampado, enciende la palabra mágica de lo religioso y hace de las piedras fanáticos, dispuestos a inmolarse. Lo miras bien y no es más que la reacción de impotencia de una cultura atrasada frente al mundo civilizado que la desborda. Cuanto más pueblerinos, más intransigentes.

 

Lutero.- Pero fanatismos los hay de todos los colores, no seas ingenuo. Mira ahí abajo. Frente a ese fanatismo religioso pobre hay un fanatismo religioso rico de sus vecinos, tus judíos, del que prefiero no hablar para no ofenderte. Y en Occidente, bajo la máscara contraria, la máscara democrática de la cultura, la libertad y el progreso, se esconde el fanatismo de lo secular, el que idolatra la mezquindad del mundo como si de un valor santo y eterno se tratase. Fanáticos son los tres por igual.

 

Marx.- Puedes decir lo que quieras. Habrá un fanatismo secular, pero el que trae de cabeza al mundo es el religioso, justamente porque no existe fenómeno más acrítico que ése. El mandamiento único es creer sin comprender, asumir sin criticar.

 

Lutero.- Te falta algo más. Para elevar a un acrítico a la categoría de fanático, debe ser también un radical, dispuesto a hacer fundamento de toda su existencia con la idea que le enseñaron.

 

Marx.- Perfecto, así es que rectifico. La religión no solamente es el fenómeno humano más acrítico, también el más radical. El mundo arde en guerras religiosas.

 

Lutero.- ¿Crees de verdad que el mundo se desangra por las religiones? Te creía más agudo.

 

Marx.- Estoy mirando ahí abajo, donde me has mandado mirar.

 

Lutero.- Esa es la excusa ahí abajo, las religiones. Un siglo de guerras entre Reforma y Contrarreforma, sólo fue un dorado manto de dignidad con el que cubrir la sed de poder político.

 

Marx.- Yo no creo en el manto dorado de la dignidad, no ando tan arriba como tú, pero sí creo en esa otra cosa tan vulgar llamada política. Si la idea es religiosa, como en Oriente, para el fanático desaparece la política. Toda la vida pública ha de caber dentro de sus libros sagrados.

 

Lutero.- Pero si la idea es política, como en Occidente, para el fanático lo que desaparece entonces es la religión. Los libros sagrados han de caber enteros en una triste ley constitucional, han de adaptarse a los nuevos tiempos, al hedonismo, a la liquidación de los valores morales.

 

Marx.- Supongo que dentro de ese fanatismo secular incluirás a Roma, agonizando bajo el peso del Vaticano, de la política y del pacto con el poder temporal.

 

Lutero.- Ese es el más escandaloso de los fanatismos seculares- y añadió enseguida- Prefiero volver a esa lista de motivos bastardos que el hombre tiene para decir que cree, porque se os ha colado uno que no lo es. Eso de que la búsqueda de la salvación propia es una forma de egoísmo, me ha hecho daño en los oídos.

 

Marx.- No hay hombres, hay sociedad. ¿Qué cosa es esa de la salvación personal?

 

Lutero.- No me fuerces a recordarte una verdad elemental en filosofía, a ti, que eres filósofo: la parte es siempre anterior al todo. Lo que hay son hombres, aunque los hombres hagan sociedad.

 

Marx.- Aun así, siempre será egoísmo.

 

Lutero.- Por favor, Karl, el bien es el bien siempre, no según a quién se lo hagas. Pretender que si se lo hago a los demás, es bueno, pero si me lo hago a mí mismo es malo, resulta infumable.

 

Marx pareció desconcertado por la palabreja.

 

Lutero (apresurándose).- ¡Perdona, perdona! ¡Qué impropio entre nosotros! Pero es que lo repiten tanto ahí abajo los hombres de ahora, que se me ha pegado. Quería decir que no es aceptable

 

Marx.- De acuerdo. Pero vuelve atrás, que me he perdido.

 

Lutero.- Te decía que buscar la salvación siempre es intrínsecamente bueno, sea la mía o sea la de los demás. ¿Qué clase de justicia sería lo contrario? ¿De dónde que buscar mi propio bien sea perverso?

 

Marx.- Todo lo que quieras. Pero la pretendida salvación, para ese pretendido más allá, la presentáis siempre como personal e intransferible, como algo en lo que cada hombre se olvida por completo de todos los demás.

 

Lutero.- Si alguien se salva, y me gustaría que ése fueras tú, Karl, se supone que se salva porque no es malo, y si no es malo, se supone que no se olvidaría de su amigo Lutero.

***

 

Resumen:

 

Ateos.- En la sociedad, los creyentes no se distinguen de los demás por una mayor espiritualidad, como cabría esperar. Su fe no es auténtica. Desconfían de la muerte y se aferran al mundo. Su casi único distintivo es el culto público en los templos. La fe íntima es sustituida por los rituales externos, rodeados de formulismos, pompa y boato. Los verdaderos motivos del abanderamiento religioso suelen ser bastardos: ignorancia, inseguridad, miedo a la libertad, desconfianza, hipocresía, interés y egoísmo. Es este conjunto de motivos bastardos el que ha creado la superestructura fetichista, llamada Dios, para satisfacer la seguridad que el mundo no ofrece.

 

Teístas.- Esa deducción no es aceptable. La falsa fe de los malos creyentes solamente prueba la falsedad de su fe, no prueba que Dios no exista. Reducir el testimonio de Dios al testimonio de los malos creyentes, no es justo, también hay hombres santos. Y los fundamentalismos no son exclusivos de lo religioso. Al fundamentalismo religioso de Oriente se opone el fundamentalismo materialista y progresista de Occidente.

 

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© Gregorio Corrales.

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