(Imagen tomada del reportaje Winterda)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

División de los creyentes

 

Más adelante, cuando toque exponer a los creyentes los argumentos que demuestran la existencia de Dios, incluirán uno, puramente filosófico, que se basa en la necesidad universal de ese Dios que otros niegan. Pues bien, emparentado con ése está este otro que oponen los no creyentes. Efectivamente, los hombres necesitan a la divinidad, pero parece que cada hombre necesitase una divinidad a su medida. La creencia será todo lo universal que se quiera, y de ello podrá inferirse que la divinidad existe, pero la fragmentación de esa universalidad parece demostrar todo lo contrario. ¿Cómo es que hay tantos dioses, diosecillos, religiones y sectas? La diversidad de las creencias parece avalar que no obedece a realidad objetiva ninguna. Una mirada somera sobre la historia de las religiones nos descubre esa diversidad.

 

Ateísmo religioso

 

Las creencias más antiguas veneran un tipo de divinidad sin rostro definido, que efectivamente trasciende a la materia, pero que es inmanente al mundo mismo. El problema que esto plantea es que, si bien se trata de una religión, en cuanto a que cree en lo que trasciende a la materia, también es cierto que se trata de una religión paradójicamente "atea", ya que no cree en un dios en el sentido estricto de la palabra, es decir, un dios ajeno al mundo y creador del mundo.

 

Este tipo tan inconcreto y difuso de divinidad, unas veces aparece bajo la forma de almas o espíritus que animan y dan vida a las cosas individuales y a las fuerzas naturales (la piedra, el bosque, el río, la lluvia, el volcán, el hombre...), sin exigir orden moral ninguno. Es la forma más primitiva de creencia, llamada animismo. Pero no debe olvidarse la dificultad que encierra su encuadramiento entre las religiones, debido a que cree en un tipo de dioses que son, paradójicamente, inferiores al propio hombre, puesto que pueden ser neutralizados simplemente con la práctica de rituales y fetiches.

 

Otras veces es concebido como un "todo universal", una "armonía cósmica" en la que se disuelven las almas de los seres vivos, después de una impenitente transmigración por la materia, de reencarnación en reencarnación . Predica un orden moral, pero no concebido para la salvación y unión gozosa con un dios creador, sino para la simple liberación de la materia y disolución en ese "todo" (o más bien "nada") universal. Bien mirado, presenta el mismo problema del animismo, la no creencia en una deidad en el sentido estricto. Constituye la base de las religiones orientales, llamadas filosóficas, y su ejemplo más característico es el budismo (560 a.C.)

 

Dualteísmo

 

En su origen, el Mazdeísmo de Zoroastro (600 a.C.) postulaba la existencia de un único dios, Ahura-Mazda, señor del bien, aunque con la existencia también de un "principio" contrario, el del mal. Más tarde, sus seguidores acabaron defendiendo la existencia de dos dioses independientes e iguales en rango, el del bien y el del mal, Ormuz y Ahrimán, que se disputan el mundo, y cuyo resultado final se desconoce. Se trata, pues, de una proyección de la propia dualidad moral del hombre hacia la divinidad. Las formas más influidas por este dualismo oriental persa fueron el maniqueísmo, al cual perteneció incluso San Agustín antes de su conversión, y el gnosticismo.

 

Politeísmo

 

Con el progreso y especialización de la sociedad en profesiones y estamentos, aparecieron las religiones que asignaban cada una de estas parcelas de la actividad a un dios diferente, si bien siempre bajo el dominio de un dios supremo (Zeus griego, Júpiter romano, Marduk babilónico) Se trataba de dioses muy cercanos al hombre y representados bajo figuras humanas. Una singularidad dentro de este tipo de religiones lo constituye el hinduismo (2000 a.C.), que cree en una trinidad, la Trimurti, no de un dios con tres personas, sino de tres dioses diferentes: Brahma, Visnú y Siva, pero en todo lo demás (moral, reencarnaciones, liberación, etc) idéntico al budismo, del cual fue precursor.

 

Monoteísmo

 

Las formas monoteístas de religión son las últimas en surgir en el tiempo y son esencialmente diferentes a las anteriores. Creen en la existencia de un Dios que es único, trascendente al mundo y creador del mundo, y en el juicio y condenación o salvación eterna de los hombres, según sus actos y conforme a una ley moral estricta. Son las tres grandes religiones conocidas como judaísmo, cristianismo e islamismo.

 

Pero este mosaico cuarteado de las religiones se atomiza, hasta lo inverosímil, si tenemos en cuenta las numerosas ramas existentes dentro de cada una de ellas; y más aún con la aparición de sectas, que se calculan nada menos que en unas diez mil. En el cristianismo, que es la religión más universal, el árbol genealógico de las iglesias es tan frondoso que merece una escueta enumeración de sus ramas, para comprender hasta qué punto se produce la división. Del tronco común se desgajaron, ya en el siglo IV, Nestorianos y Monofisitas. En los siglos V y VI, Coptos y Armenios. El cisma del XI separó a católicos romanos y ortodoxos griegos. En el XIII se independizaron los Husitas, de los que en el XIV surgirían también los Valdenses. En el XVI, de la iglesia Romana aparecieron la Anglicana, la Reformada y la Luterana. Y desde ahí y para no cansar al lector con fechas, fueron desgajándose: Vetero Católicos, Bautistas, Mennonitas, Adventistas, Mormones, Moravos, Cuáqueros, Metodistas, Ejército de Salvación, Iglesia Libre, Testigos de Jehová, etc, etc.

* * *

 

Lutero.- Ese argumento ya está muy manoseado, y no puede extraerse de él únicamente la conclusión que tú extraes.

 

Marx.- Dices que desde aquí lo ves todo, pero han pasado tantos siglos desde que te marchaste del mundo que me da la sensación de que no estás al día. Las religiones no han parado de dividirse, y en los últimos tiempos han surgido las sectas por miles.

 

Lutero.- Pero estamos con las religiones, no con las sectas.

 

Marx.- Unas y otras hablan de lo mismo, de lo "invisible", ¿no?

 

Lutero.- Una cosa es hablar de lo "invisible", como tú dices, buscando el bien del hombre, y otra muy diferente hacerlo buscando aprovecharse del hombre. Las religiones son ya demasiadas como para que encima incluyáis a los falsos profetas.

 

Marx.- Comprendo tu empeño, pero no olvides que hago de fiscal. Mi deber es hacerte ver que la fragmentación del edificio es tal que acusa ruina.

 

Lutero.- No exageres. Esa fragmentación está en muchísimos trozos, pero todos ellos sumados no suponen más que una ínfima porción del edificio. Las cuatro grandes religiones, cristianismo, islamismo, hinduismo y budismo, acaparan a tres cuartos de la humanidad, y el otro cuarto está casi enteramente ocupado por vosotros, ateos e indiferentes. Las sectas serán todas las que quieras, pero no significan nada.

 

Marx.- Eso decíais hasta ahora. Lo importante aquí no es el dato escueto, sino el rumbo que ha tomado. Los creyentes no solamente se han pasado, en primera instancia, al grupo de los no practicantes, y en segunda instancia, a la indiferencia religiosa, es que además, entre los que quedan, cada vez es mayor la tendencia a la desintegración. El hombre de este siglo ya no acata principios autoritarios, tiende a hacerlo todo a su medida, y esto de las creencias no es una excepción. Reuniendo de aquí y de allá, tomando de cada vieja religión lo que a uno le va bien, se están imponiendo las religiones a la carta.

 

Lutero.- Hasta que captan a un número pequeño de adeptos y forman una secta. Acabamos de decirlo. Pero con tan escasos seguidores que pesan muy poco en el conjunto.

 

Marx.- Pesan poco hoy. Veremos en unas décadas. Las grietas no importa que sean pequeñas y que estén cerca del alero, lo importante es que revelan una falla en los cimientos que acabará por arruinar el edificio. Cada creyente de hoy piensa por su cuenta, elabora "su" religión y determina "su" moral. No sé decirte cuándo, pero llegará el día en el que verás tantas religiones como creyentes.

 

Lutero.- ¡Ojalá hubiera tantas religiones como hombres hay! Aunque me llames hereje (que ya me lo llamó Roma), eso no es malo, aunque tampoco sea lo mejor. Lo malo no es que cada hombre se invente lo suyo, lo malo es que no se invente nada porque Dios no le interese. Lo malo no es tanta fe individual, lo malo es tanta indiferencia hacia la fe. El mundo, sin Dios, está abocado a su fin.

 

Marx.- ¿Y qué hace Roma y qué hacéis vosotros?

 

Lutero.- Me has quitado la pregunta de los labios. ¿Qué hace nadie?

 

Marx.- Es que eres tú quien ha de contestar a esa pregunta. No pretenderás que lo haga yo.

 

Lutero.- Pues nada. Llevan cincuenta años hablando de la necesidad de una "nueva evangelización del mundo cristiano", pero debe ser tan compleja la idea que, más allá de la propia idea, no han dado ni un paso aún. Siguen diciéndolo en el templo, ¡qué estupidez!, como si en el templo entrasen los que necesitan oírlo. Pactan con el poder temporal, son una institución poderosísima, manejan medios de comunicación, pero de la nueva evangelización nadie sabe nada. Lo único que trasciende, por los medios, es que invierten en Bolsa las ayudas de los fieles.

 

Marx.- Estás hablando como si la cosa nada tuviera que ver contigo. Tengo que recordarte que eres universalmente reconocido como el gran reformador de la Iglesia.

 

Lutero.- Por eso precisamente. Este tipo de "iglesia" no es mi Iglesia. Mi Iglesia es la otra, la heroica que surge del polvo cuando se ve perseguida, la que vive en la pobreza, la que se enfrenta y denuncia, la que no recibe embajadores, la que no está en manos de obispos aburguesados y lustrosos, la que se desangra en los suburbios y en las misiones, la Iglesia limpia que huele bien, la Iglesia del Crucificado.... - guardó un instante de silencio y dijo- Pero sospecho que nos hemos alejado de lo que discutíamos.

 

Marx.- Un poco- comentó, con gesto cómplice- Se trataba de la división de los creyentes, y me habías reprochado que incluyese también las sectas. Pero aun dejándolas al margen, ¿cuántas clases de cristianismo hay?

 

Lutero.- Desgraciadamente, muchas.

 

Marx.- En el hinduismo, cada aldea, incluso cada familia, tiene sus creencias particulares y sus imágenes presidiendo la casa. En el animismo, el mundo es un enorme bazar repleto de pequeñas deidades. Tienes que reconocer que si las creencias son tantas, los dioses y diosecillos tantos, debes admitir que.....

 

Lutero (interrumpiéndole).- ....... Que esa multitud de creencias, dioses y diosecillos, significa que la humanidad entera necesita lo trascendente, y que lo trascendente debe existir, so pena de que consideremos a la humanidad entera necia. Ya me tocará exponerte el argumento de la necesidad universal.

 

Marx,- Mi querido sabelotodo, perdona, pero de análisis científicos sé yo algo más que tú. A veces, no puedes disimular que eres del siglo dieciséis. Está bien construido: "si todos creen en algo indeterminado, quizás sea que ese algo indeterminado exista". Pero solamente "quizás", no lo olvides. Sin embargo, hay otra deducción que tú no sabes, y además de que no la sabes, no sabes que yo la sé.

 

Lutero (benévolo, sonriendo).- Tienes buena memoria. Ese juego de palabras me suena.

 

Marx.- Un espíritu científico y riguroso jamás sacaría la deducción que tú has sacado de ese mismo hecho, sino esta otra: aunque la creencia sea generalizada, si el objeto de la creencia es siempre diferente, significa que a la creencia subjetiva no corresponde objeto concreto ninguno. Dicho en plata para entendernos, el objeto, ese Dios tan diferente según las culturas, precisamente por eso, por ser tantos en vez de uno, es prueba de que no existe.

Lutero.- Me niego en redondo a seguir destripando el argumento de la "necesidad universal", que está al final del libro y ya llegará. Olvídate de tu dichosa ciencia, porque aquí no estamos tratando de experimentos con cosas, sino de las decisiones de los hombres, y los hombres son libres, son imprevisibles. Cada hombre es una isla diferente a todas las demás. ¿Por qué se va a ver el cielo igual en todo el archipiélago?

 

Marx.- Por favor, Martín, tus metáforas son preciosas, pero no nos perdamos.

 

Lutero.- Perdona. Estoy tratando que se te pegue algo. ¡Cómo te has pasado la vida hablando sólo con Engels y dándoos los dos la razón, como dos tontos!

 

A Marx le hizo tanta gracia la ocurrencia que echó a reír.

 

Lutero.- Mira, métete en esa cabecita una verdad muy sencilla: para que todos los hombres confesaran la existencia de Dios y la confesaran en una única religión, Dios debería hacerse tan evidente como lo es que necesitamos respirar para vivir. Somos libres ante Dios precisamente porque entre Él y nosotros hay un abismo. Es natural que las religiones sean muchas, es natural y es lo de menos. Lo único importante es que todas miran en la misma dirección, hacia arriba.

 

Marx.- No está mal. Todos miran hacia arriba y cada uno ve lo que le da la gana.

 

Lutero.- Si los profetas lo vieron cada cual a su modo, ¡cómo vas a exigir unidad a los demás! Y Zoroastro, Buda y Confucio, ni siquiera fueron profetas de nadie, hablaron por sí mismos.

Marx.- No te empeñes. Puedo admitir las religiones orientales, cada uno con su verdad trascendental. Pero que los soplos de un solo y único Dios sean diferentes en cada profeta de las religiones monoteístas, eso no es digerible.

 

Lutero.- ¿Y quién te ha dicho que todos los que se han tenido por profetas lo fueran realmente?

 

Marx.- ¡Martín, que vas demasiado lejos! Si cambias de pronto el guión, no tengo nada preparado para contestar. Además, me dijiste hace bien poco que todos eran auténticos. Todavía lo tengo en los oídos

 

Lutero.- Auténticos para sí mismos y para los hombres. Si el que habla es honesto, si tiene el convencimiento sincero de que Dios habla por su boca, y además lo que dice es bueno, ¿no es auténtico?

 

Marx (después de pensarlo).- Conozco esa historia y puedo contarte el final. Si no, tú no serías Martín Lutero. A donde quieres llevarme es a que el único enviado verdadero ha sido el Galileo.

 

Lutero.- Si cuando estabas abajo hubieras dejado de manosear esa funesta y completamente inútil manía de cómo arreglar el mundo y hubieras leído algo de esto, tendrías muy claro quiénes eran los que hablaban de oído y cuál el que hablaba por sí mismo, y quiénes eran unos pocos más entre los hombres y cuál era diferente a todos los hombres.

 

Marx.- No pienso leer nada. Científicamente, desde luego, tu defensa no tiene validez ninguna. Todo lo basas en que la humanidad entera busca un dios, pero no te importa cuántas clases de dioses diferentes encuentra, buscándolo.

 

Lutero.- Y humanamente, desde luego, tu ataque no tiene validez ninguna. Olvidas que no hay dos hombres iguales, que lo importante es que todos busquen lo mismo, aunque se pierdan en el camino.

 

Marx.- Estás convirtiendo la creencia en una búsqueda personal. Según eso, sobran tantos profetas.

 

Lutero.- ¡Tanto como que sobren.....! Pero desde luego no son imprescindibles. Antes de Noé y de Abrahám ya había hombres. No pensarás que se condenaron porque nadie les habló de Dios.

Marx (con evidente intención).- ¿Y el mensajero mayor, el Hijo amado?

 

Lutero.- No era mensajero, porque los mensajeros son mensajeros y los redentores son redentores. Y no era mensajero porque Él mismo era la Palabra en persona.

 

Marx.- Era la Palabra en persona, pero parece que falló estrepitosamente. Los creyentes estáis aún más divididos que antes de Él. ¿Cómo es que no desaparecieron todas las demás religiones? Si era el verdadero.....

 

Lutero.- Tu táctica debe ser la de vencer por aburrimiento. Oyes, pero no escuchas. Una vez más te lo digo: lo que tú pretendes es que todo sea fácil, que Dios se imponga, y Dios no se impone. El hombre es libre. Pero además te has pasado de argumento. Eso es de los dos que siguen a éste en el guión.

***

 

Resumen:

 

Ateos.- Los creyentes aparecen divididos y suelen no reconocerse unos a otros. Todos pretenden poseer la verdad.

 

Esta diversidad de las creencias denuncia que lo religioso obedece a una pura necesidad subjetiva del hombre, detrás de la cual no existe ninguna realidad objetiva (Dios).

 

Teístas.- Por muy diversas que aparezcan, la dirección de todas las miradas es única, todas confluyen en un objeto común: la existencia real de lo trascendente, lo sobrenatural. Esa apariencia de diversidad se debe sólo a la libertad del hombre,

 

El peligro no reside en el rumbo creciente de división, sino en el rumbo creciente de indiferentismo. El mundo, sin Dios, está abocado a su fin.

 

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© Gregorio Corrales.

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