(Imagen tomada del reportaje “Salvador Dalí”)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IX.- El fin de los tiempos

(Última actualización: 20-04-2017)

 

El mito apocalíptico

 

La literatura de los tiempos de Jesús y anteriores estaba dominada por lo hiperbólico, lo fantasioso y lo antinatural. Precisamente esto constituye una prueba valiosa a favor de los Evangelios, escritos dentro de la mayor sencillez y humanismo y que emergen, como una auténtica excepción, dentro de ese panorama literario tan recargado. El Nuevo Testamento rompe con todo lo anterior, no solamente en cuanto a la Buena Nueva que trae al mundo, sino que hasta en el estilo literario fluye con una savia entonces desconocida.

 

En medio de aquella literatura tan increíble de la época aparece, ya desde el siglo II antes de Jesús, el género apocalíptico con luz propia. El éxito fue absoluto, como no podía ser de otra manera, puesto que a lo maravilloso del gusto de los tiempos unía lo morboso del tema, el fin del mundo. El término apocalípsis significa manifestación de lo oculto, y si encima este desvelamiento se refiere al destino del universo, el éxito está asegurado. Según este tipo de literatura, Dios ha querido descubrir a los hombres de antemano lo que ocurrirá al final de los tiempos, y aunque acabará saliendo victorioso el bien, como no podía ser de otra manera, en este tipo de libros sobreabunda claramente la descripción del mal, inevitable consecuencia de un mundo impío, aderezado con toda clase de desdichas y sufrimientos terribles. Ya desde su mismo origen, por tanto, la apocalíptica aparece con signos inequívocos de sensacionalismo.

 

·               Por un lado, se vaticinaba ese espanto como algo que iba a producirse de forma inminente en el tiempo. En este sentido, las palabras del propio Jesús resultan contradictorias, como luego verás. San Pablo esperaba presenciar directamente ese terrorífico final, y San Pedro, ante la evidente demora, llegó a excusar el retraso con la disculpa de que Dios estaba dando tiempo a que todos los hombres cambiaran de vida antes del cataclismo final. Estamos en el siglo XXI y todavía no ha llegado, si bien es verdad que dos mil años son muy poco en relación a los treinta mil que lleva el hombre en la tierra.

 

·               Por otro lado, lo espúreo de la apocalíptica queda acreditado por el jaez de los autores de este tipo de literatura. No se trataba de profetas, se trataba de pretendidos “videntes” que además tampoco daban su nombre, se ocultaban bajo los nombres de famosos personajes del pasado, recurso muy usado en la literatura de aquellos tiempos para dar mayor credibilidad a las obras (y muy demostrativo también de su banalidad)

 

Es obvio que dentro de las obras de este género voy a referirme únicamente a la que conoces, al célebre Apocalipsis de San Juan, difundido por el cristianismo al haberlo integrado, tan desafortunadamente, dentro de los libros sagrados. Es preciso comenzar aclarando que no se tiene certeza ninguna de que ese discípulo predilecto de Jesús haya sido realmente su autor, simplemente le ha sido atribuido por el lugar de aparición del libro, después de que Juan hubiera estado cumpliendo destierro en la isla de Patmos, y también por ciertos vínculos joánicos que aparecen en el texto. Sin embargo, la pertenencia inequívoca de este libro al género apocalíptico, con todos los reparos que esto implica, no parece lo más adecuado en el quehacer de un santo y testigo directo de Jesús. Cuando Dios inspira al hombre lo hace con claridad y sencillez, y nada tan lejos como esta ensoñación preñada de ocultismo. El Apocalipsis atribuido a Juan es lo que es, un libro más de la apocalíptica, escrito sin duda por algún seguidor fantasioso de Juan que adornó a su modo lo recibido del Apóstol. Es tan radicalmente ajeno al contenido y al estilo de todo el Nuevo Testamento que resulta increíble la ceguera de la Iglesia al incluirlo en el Canon.

 

Cuando Dios inspira al hombre lo hace con claridad y sencillez. Todo texto en clave críptica y preñado de ocultismo, es falso. Esta verdad es aplicable al profetismo y la apocalíptica bíblicos.

 

No es, por otra parte, nada novedoso ni original, puesto que en sustancia ya estaba todo dicho en las profecías de Daniel, que es su precedente. Aunque, al final de este truculento relato sobre el fin del mundo, se presenta la vuelta del Hijo del hombre y el triunfo definitivo de la justicia y el bien, hablar del Apocalipsis es hablar del Dragón, la Bestia y el Falso Profeta, porque esto es lo que abunda en sus páginas, la personificación de las fuerzas del mal. ¿Por qué tres? Justo porque constituyen una trilogía opuesta a la otra, la trilogía del bien, la Trinidad de Dios.

 

En cuanto a la identidad de estos tres miembros de esta trilogía maldita hay cierta confusión. Parece que bajo el tercero de los miembros, el Falso Profeta, como ha de tratarse de la venida al mundo de un hombre concreto, se nos ha metido en la trilogía un personajillo un poco tangencial y de segunda categoría, un ser humano. Más que el Falso Profeta, en los textos son citados el Dragón, el Anticristo y la Bestia, lo cual concuerda mucho mejor con aquellos tres azotes de la humanidad que, de niños, nos repetían en las catequesis bajo el título de “Los tres enemigos del alma”: mundo, demonio y carne. Traducido esto a conceptos más propios, los vamos a considerar aquí como lo que realmente son: Satanás (el Dragón), la Materia (el Anticristo), y la Horda Social (la Bestia). Sin embargo, en la calle, la gente prefiere seguir pensando que estos castigos bíblicos del final de los tiempos, el Dragón, el Anticristo y la Bestia, serán algo ajeno, unos personajes monstruosos y desconocidos que se colarán en la historia del hombre. ¿Quiénes serán y cuándo aparecerán ?

 

Y aquí comienzan a abrirse grietas en esta babel jeroglífica, porque, según el propio San Juan en sus cartas, "…. este es el espíritu del Anticristo, el cual vosotros habéis oído que está para llegar y que al presente se halla ya en el mundo" (1Jn.4,3). ¿Y quién podría ser ese temido Anticristo que ya andaba por el mundo en aquellos días? Los primeros cristianos no conocían mayor Anticristo que el Imperio Romano, que era el que les perseguía y era el que deificaba a los emperadores. Además, el nº 666 de la Bestia coincidía con el resultado en cifras del nombre del emperador Nerón. Todo parecía encajar. Sin duda que la Bestia era el Imperio y el fin estaba a las puertas. Pero han transcurrido veinte siglos, el Imperio pasó y el mundo no ha pasado, sigue vivo. ¿Cómo puede ser? Pues puede ser cuando el hombre se mete a fantástico adivino de futuribles.

 

Después de aquel pretendido primer Anticristo, el del Imperio de Roma con su pequeña “Bestia” Nerón, han pasado por la historia otras muchas supuestas bestias y anticristos, desde Atila hasta Hitler, y no han faltado nigrománticos de sus tiempos que los han identificado como los auténticos y definitivos exterminadores apocalípticos. Para otros, sin embargo, el Anticristo no aparecerá bajo la piel de un personaje determinado, sino bajo la piel de un monstruo de infinitas cabezas, bajo la piel de una bestia social, de un movimiento de masas que seguirá la siniestra luz de un falso profeta (esto está más cerca de la verdad, como luego verás). En este sentido fue identificado el imperio bolchevique, de detrás del telón de acero, como el definitivo azote de Occidente. Pero ya ves el resultado: aquella mala tempestad pasó y de ella no ha quedado hoy más que un leve soplo en la ideología de algunos despistados y los restos de un triste muro. Y el mundo sigue su marcha imperturbable.

 

La identificación de la Bestia ha sido y sigue siendo un grave problema para los crédulos que otorgan fiabilidad al Apocalipsis. Para la mayoría de ellos será un hombre demoníaco, un gobernante con enormes dotes de poder y caudillaje que está aún por llegar, que iniciará el reinado de Satanás (el Dragón) y no cejará en destruir toda memoria de Cristo en el mundo. Ostentará el triple poder político, social y económico sobre las naciones, de ahí que su número sea el 666, la triple imperfección (el número 6 simboliza lo imperfecto), y reinará durante 42 meses, es decir, tres años y medio, blasfemando, prevaricando y subyugando a las muchedumbres (Apocalipsis 13 1-10). Pero… ¿Se tratará ciertamente de un solo hombre?

 

Resulta tan subyugante esto de identificar la venida de la bestia apocalíptica que ha provocado la supuesta aparición de infinitos signos. Por ejemplo, las numerosas apariciones de la Virgen en los últimos tiempos han sido interpretadas como un definitivo presagio de la inminencia del fin (y pudiera ser). También se ha echado mano de la conocida tradición de El Papa Angélico. Según ésta, el esplendor de la Iglesia durará hasta un papa angélico, a partir del cual se entrará en crisis que desembocará en la Gran Tribulación y el fin del mundo. Pero el problema es determinar cuál papa va a ser o ha sido ya el “Angélico”. Para muchos cuadra en la figura de Pío XII, y efectivamente la Iglesia ha entrado en crisis a partir del mismo. El final está cerca para quienes defienden esta idea. Pero se da el serio contratiempo de que ya ha habido un Papa conocido como el Angélico, del que ya te he hablado en páginas anteriores, Pietro di Murrone, San Celestino V, que vivió en el siglo XIII, no recientemente, y que era angélico de verdad.

 

En el XVI aparecieron y se hicieron célebres las pretendidas profecías de San Malaquías, que era un monje benedictino que había vivido en el XII, en Irlanda, y que tuvo fama de profético. Arnold Wion, también benedictino, fue quien dijo, en el XVI, haber descubierto una serie de profecías sobre los papas hechas por San Malaquías cuatro siglos antes. Incluye 112 papas que serán los que habrá desde el siglo XII de San Malaquías hasta el fin del mundo. Según esta predicción, el actual Benedicto XVI es el 111 y detrás de él solamente habrá un papa romano, que se llamará Pedro, que gobernará la Iglesia en medio de una gran persecución y sobrevendrá el fin. Por supuesto, el 111 ya ha pasado y el 112 ni es romano ni se llama Pedro, resulta que es argentino.

 

Además del descalabro predictivo, hay un dato que por sí mismo revela la falsedad del documento y el descrédito del autor, y es éste: de los primeros 71 papas, entre los siglos XII y XVI, se dan datos exactos, tales como nombre, lugar de nacimiento, etc, que cuadran perfectamente con la realidad, pero de los 40 posteriores al XVI solamente se hacen referencias ambiguas e interpretables y sin ningún dato personal. Resulta evidente que ArnoldWion no descubrió nada de San Malaquías, fue él quien se metió a adivino y lo escribió todo en el XVI, suplantando la personalidad para hacerse más creíble.

 

Siguiendo las páginas del Apocalipsis, en el 13, 11-17 se habla de la aparición de un Falso Profeta, también llamado la Segunda Bestia. Será en apariencia un buen religioso, cuya doctrina, en el fondo perversa, trastocará el orden mundial e inspirará a la Primera Bestia contra el cristianismo. En el capítulo 14 se muestra cómo el Cordero derrotará finalmente al Anticristo. En el 16 cómo se llevará a efecto la purificación enviada por Dios, mediante las siete copas que derramarán las siete plagas de purificación. Como ves, si en lo sustancial el Apocalipsis ha tomado lo que ya estaba escrito en las profecías de Daniel, ahora copia, lisa y llanamente, lo que nada tiene que ver con el fin del mundo, lo que ya estaba escrito en las siete plagas de Egipto. ¿Por qué la Iglesia admite, incorpora y presta su tutela a este relato tan bastardo?

 

Algunas de sus predicciones, rigurosamente incumplidas, han servido para todo tipo de especulaciones absurdas. En 20, 1-6 se anuncia un supuesto “encarcelamiento de Satanás en el abismo por mil años”, después de los cuales será nuevamente liberado por poco tiempo, antes del fin del mundo. Este pasaje ha dado pie a la creencia conocida como milenarismo, según la cual el mundo gozará de paz y felicidad durante mil años, una especie de pequeño paraíso adelantado antes del desastre final. Para otros, en vez de esta suposición futurible, tan gratuita como absurda, el encarcelamiento del Dragón por mil años se refiere al reinado de Cristo en el mundo desde que en él estuvo, o mejor, a partir del cese de las persecuciones y comienzo de evangelización y conversión de los pecadores. En cualquier caso, resulta que esos mil años están estirándose más de la cuenta, se han convertido ya en dos mil y el mundo sigue igual de pecador o más que antes. La rotunda sentencia de Jesús “Mi reino no es de este mundo” parece no querer ser tenida en cuenta por nadie.

 

Recordemos: ¿Qué es un profeta? En contra de la creencia popular, profeta no es un supuesto adivino a quien Dios ilumina con la visión del futuro. Si así fuera, los libros proféticos estarían repletos de vaticinios descritos con absoluta concreción. ¿Conoces alguno? En sus páginas hallarás lo contrario, toda clase de medias verdades encubiertas bajo símbolos y metáforas, envueltas en lenguaje críptico que se presta a todo tipo de interpretaciones, en la seguridad de que alguna de ellas acabará por parecerse, más o menos, a la realidad futura. Lo que ha de venir nadie lo conoce ni lo ha conocido nunca. No hay profetas adivinos. Profeta no es eso, profeta es el iluminado de Dios que desentierra y señala la corrupción de su tiempo, es el impulsado por Dios a denunciar la falsedad de su generación. Prueba fehaciente de lo uno y de lo otro es el Antiguo Testamento. En sus páginas, todo lo predecible, todo lo que son augurios envueltos en la bruma espesa de los “sueños” y las “visiones” ha resultado un rotundo fracaso con el correr de los tiempos; en cambio, todo lo denunciable, todo lo que son testimonios vivos y descarnados de la degradación de la sociedad ha resultado ser verdad histórica.

 

El Apocalipsis pertenece a lo primero, a lo especulativo, a lo adivinatorio, todo ello fundado, como siempre, en un pretendido “sueño” cuyas imágenes desbordan la mayor de las fantasías oníricas. El Apocalipsis es falso, es un libro más de los de su género literario, encaminado a preñar de angustia el corazón de los creyentes, porque la especie humana nunca podrá parir un hombre tan poderoso que sea capaz de borrar el rastro de Cristo en la tierra. Esa Bestia que, según el Apocalipsis, pondrá al cristianismo al borde mismo de la extinción, jamás será un hombre determinado, un fabuloso líder capaz de reunir bajo su mano los tres poderes del mundo: económico, religioso y social. El 666 no es el número de ningún humano. Ni césares, ni caudillos ni emperadores han sido capaces de imponer su herencia al tiempo, que todo lo barre, ni está por venir quien lo consiga. Sí existe, sin embargo, una Bestia desde el principio de la historia que está emergiendo ahora y que no es ningún caudillo personal.

 

El Apocalipsis atribuido a San Juan y tan desafortunadamente aceptado por la Iglesia, ni es probablemente de San Juan ni es libro sagrado, es un libro más del género apocalíptico, género literario desacreditado.

 

El Anticristo y la Bestia

 

Juan, en sus Epístolas, introduce un nombre, el Anticristo (1Jn 2,18), al que se puede identificar de hecho con la Bestia del Apocalipsis, puesto que habla de él como aquél que “marcará el final de los tiempos”. Sin embargo, no dice que tenía que venir, sino que ya estaba en el mundo entonces, y que no era uno solo, sino muchos, concretamente todos aquellos que negaban a Cristo. Sea cómo fuere y dejando este evidente confusionismo a un lado, en el que las Epístolas y el Apocalipsis parecen hablar de lo mismo y, a la vez, de lo que no es lo mismo, el caso es que esos dos conceptos se corresponden plenamente con la realidad, aunque la realidad nada tiene que ver ni con el Anticristo reflejado en las Epístolas ni con la Bestia reflejada en el Apocalipsis. Efectivamente, en la realidad existe un Anticristo y existe una Bestia, pero los dos están con el hombre desde el principio de la historia y nada tienen que ver con los señalados por Juan y por el Apocalipsis.

 

·               El único Anticristo posible, lo “opuesto a Cristo”, solamente es uno y ya existe desde el principio de los tiempos, es aquello que constituye la sede del mal, la fuente del mal en el mundo: la materia. Ese “escenario de tinieblas y abismo” anterior a la Palabra fecundadora del Creador, en la versión fantástica del Génesis, representado más tarde en la figura física de Satán, todo eso tan tangible y tan sórdido, es el Anti-Cristo, el Anti-Espíritu, o lo que es igual: la materia. En la materia nace el hombre y en ella chapotea. El Anticristo no es ningún apocalíptico personaje que ha de llegar en no sé qué fecha histórica dispuesto a manchar el mundo, es el mundo mismo, hecho de barro. El inusitado anuncio de Juan: “El Anticristo ya está entre vosotros”, hizo pensar a quienes leyeron su Epístola que el fin del mundo estaba ya encima, pero el fin del mundo no llegó. Aunque inconscientemente, el anuncio de Juan era válido, porque el Anticristo ya estaba entre todos los que le oyeron y leyeron, ya estaba desde el principio mismo del mundo, porque era el mundo mismo.

 

Sodoma y Gomorra no son sólo un episodio vergonzoso de un pasado muy remoto, siguen vivas en el espectáculo deslumbrante de esta sociedad de hoy, tras los destellos de las luces de neón. Ni Sodoma ni Gomorra han desaparecido, sepultadas en la historia. El hombre sigue chapoteando en la ciénaga. Las nuevas sodomas y gomorras adoran como nunca sus falsos ídolos: el culto al cuerpo, el consumismo, el hedonismo, la invitación permanente y pública al placer, la exaltación de la carne. En todas las esquinas te tropiezas ahora con un insultante anuncio: “Sexo es vida”, monumental verdad, pero insultante porque le han cercenado intencionadamente la última de sus palabras: “Sexo es vida animal”. La vaciedad más arcaica reina como nunca en esta sociedad que se autodefine “progresista”. ¿Hacia dónde progresa? Pero no desesperes, no será necesaria esa última batalla en Harmagedón, vaticinada por el Apocalipsis. Cuando mueras, despertarás de esta pesadilla del barro en la que has creído chapotear, la pesadilla del Anticristo. El fin del mundo no será ningún trance terrible, será la gran fiesta de la liberación de la humanidad.

 

El Anticristo ya estaba entre todos los que oyeron y leyeron a Juan, ya estaba desde el principio mismo del mundo, porque era el mundo mismo.

 

·               La única Bestia posible no es ninguna que haya de aparecer, como se espera en el Apocalipsis, ya existe desde el principio de los tiempos, es la bestia colectiva, la rebelión de las masas, el despertar del monstruo que los hombres encierran en sí mismos en cuanto animales de rebaño descabezado. El instinto gregario ha sustituido a la conciencia personal, la piara ha sustituido al individuo, el fanatismo ciego ha sustituido a la libertad consciente. No aparecerá ninguna bestia-personaje, ya tenemos entre nosotros la bestia-rebaño. Según el Apocalipsis, la Bestia surgirá del mar, y en esto acierta, puesto que utiliza el mar como símbolo de las masas, de las muchedumbres. En lo que se equivoca es en que espera una “Bestia personal” que surgirá de en medio de esa marea humana y la acaudillará. No será así, será el propio mar embravecido, la locura desatada de la horda, la estampida, el anti-individuo. Se trata, además, de una Bestia bicéfala. Por eso hablo a veces de dos Bestias, la de Occidente y la de Oriente.

 

La Bestia de Occidente. El fanatismo democrático

 

La sociedad de occidente ha invertido la pirámide. Las leyes ya no descienden de la cúspide, manan de los sótanos. El bien y la justicia ya no son legados inamovibles de Dios que descienden desde arriba, son modas irracionales de las masas sin más fundamento que la fuerza numérica del rebaño en las urnas. Occidente se ha puesto a hurgar en la solidez de sus cimientos y se ha sentado sobre la turba maloliente y oscura que hay debajo, ha sustituido los sillares de la Autoridad y el Orden por las arenas de una avenida imprevisible y desbocada llamada Libertinaje.

 

La Bestia de Occidente ha invertido la pirámide. Las leyes ya no descienden de la cúspide, manan de los sótanos, son modas irracionales de las masas sin más fundamento que la fuerza numérica del rebaño en las urnas.

 

Occidente, en nombre de esa libertad maldita, por la que el hombre es capaz de elegir el mal y la autodestrucción, ha socavado los cimientos del edificio y se ha instalado en un páramo desolado por el que corre enfurecido el viento, dando manotazos sin norte a la veleta, según lo que dispongan las mayorías en las urnas en cada momento. Eso sí, ha instalado a la Bestia Democrática en el ara del altar y le rinde culto unánime y diario. Occidente ha dado la vuelta a la hoja del catecismo y ha sustituido los Deberes Humanos por los Derechos Humanos, el Haber por el Debe, y así no hay civilización que perdure. Occidente, en esa galopada ciega, ha envejecido de pronto, ha doblado ya los setenta y está en la recta última, a la vista del final.

 

La Bestia Democrática ha puesto el orden natural patas arriba y se ha instalado sobre el ara del altar para el culto diario de las masas. Occidente ha dado la vuelta a la hoja del catecismo y ha sustituido los Deberes Humanos por los Derechos Humanos.

 

Uno de los resultados más provocadores es el de la metamorfosis de la mujer. Todo lo que habita el planeta está sujeto al orden natural, a las leyes inamovibles de la naturaleza establecidas por el Creador, y contra eso no hay libertad, por muy humana, muy poderosa y muy democrática que sea, que no se estrelle y se descabece. Ese sagrado orden natural está visible en todas las especies, en todas, absolutamente en todas. Mira a tu alrededor: los géneros son diferentes y sus roles también son diferentes, el macho y la hembra cumplen cada uno un papel determinado dentro del destino común, que no es otro que la perpetuación de cada especie en el tiempo. Y lo consiguen sin problemas porque están privados de libertad y obedecen “genéticamente” lo que la naturaleza ha dispuesto sobre lo que debe hacer él y lo que debe hacer ella.

 

Solamente el hombre, el libérrimo hombre, jugando perennemente a ser Dios sin serlo, osa (nunca mejor dicho, es decir, hace el oso, por lo ridículo que resulta en su empeño antinatural) cambiar la ley y unificar los papeles. Forzosamente tenía que estrellarse y se ha estrellado. Legislará lo que quiera, pero los resultados de sus leyes se vuelven contra él, porque las leyes naturales de Dios son inamovibles, incluso para el todopoderoso hombre. El guión de esta decisión antinatural de la Bestia Democrática y el consiguiente e inevitable descalabro lo tienes a la vista:

 

·               El hombre y la mujer, afortunadamente, no son iguales, ni lo han sido nunca ni lo serán jamás, por muchas leyes de igualdad que se promulguen, porque las leyes pueden ser impuestas a los hombres, pero no a la naturaleza de los hombres. Ser iguales el hombre y la mujer en dignidad (que lo son, por supuesto) esta necia sociedad lo confunde con ser idénticos en todo, y el hombre y la mujer no son iguales ni física ni psíquicamente ni, por lo tanto, sus cometidos y funciones sociales pueden ser las mismas.

 

·               La inclinación natural del varón es lo desconocido, la innovación, el progreso, el riesgo, la aventura, la lucha, las grandes gestas con peligro de su propia vida. Ni le interesa ni está hecho para el hogar, vive extramuros, es idealista y ambicioso, y tiene mayor fuerza física que su compañera. En definitiva, el hombre ha nacido para dominar el mundo que le rodea y transformarlo. Y en eso ha estado ocupado a lo largo de los siglos.

 

·               La naturaleza ha hecho de la mujer un ser humano absolutamente diferente. Odia todo lo que el hombre ama, todo lo anterior: odia lo desconocido, lo imprevisible, el riesgo, la aventura, la lucha, la inseguridad. No le interesan las grandes gestas, es práctica y sensata, es positivista, le gustan el hogar y la descendencia. La mujer ha nacido para ser el pilar de la familia y, por tanto, el pilar de la sociedad. No ha nacido para dominar y cambiar el mundo, como el hombre, todo lo contrario, ha nacido para conservarlo como es y hacer de él un hogar seguro y placentero. Y en eso ha estado ocupada a lo largo de los siglos.

 

·               Esta necia sociedad democrática se ha empecinado en lo que es imposible, en suprimir las diferencias. Puestos a inventar tonterías y con los recursos científicos de hoy, podría haber fabricado con los dos, macho y hembra, un híbrido, una especie de “másculo-fémino”, o más vulgar, un “machi-hembra”, un ser a medio camino entre los dos, con la misma aptitud para cambiar pañales que para ir a la guerra. Un engendro así resultaría molesto, quizás tuviera barba sólo en un lado del rostro y seno sólo en un lado del pecho. Esto último que digo es evidentemente una broma, pero una broma cierta. Contra los diseños establecidos por el Creador en la naturaleza no hay nada que hacer.

 

·               La solución democrática para satisfacer esta desatinada obcecación de la “igualdad” no ha hecho lo que acabo de decir bromeando, lo que ha hecho ha sido una solemne estupidez: intentar suprimir uno de los dos sexos mediante la clonación con el otro. En Occidente, la mujer ha decidido dejar de ser mujer y pasar a ser hombre. Se repite la historia bíblica de la manzana. La mujer no está conforme con el Creador y decide, por segunda vez, demoler el equilibrio idílico del Edén. En aquella ocasión lo hizo tentando a Adán, ahora lo hace usurpándole la personalidad. Esta osadía de la mujer es evidente, la tienes delante de ti sólo con mirar a la calle: ha pasado a ponerse pantalones igual que el hombre, a fumar igual, a conducir igual, a insultar igual, a cultivar los bíceps igual, a trabajar igual, a hacer la guerra igual, a llevar la iniciativa sexual igual…. todo igual. El hombre no, el hombre sigue siendo el que era, ni por lo más remoto se le ha ocurrido meterse a ser Dios. La mujer ha desafiado al Creador, ha roto la baraja.

 

La música de la naturaleza (la mujer) ha decidido desafinar.

 

·               El problema no está en que con ello ponga en riesgo su propia identidad. La mujer nunca será hombre por mucho que se empecine en imitarle, y sigue estando y siempre seguirá estando por debajo en el tipo de actividades propias de él, exactamente igual a como él está y seguirá estando siempre por debajo de ella en las funciones naturales de ella. Pintando sólo la fachada no se cambia lo que hay dentro. El problema es que este insólito juego de la mujer de cambiar su papel lleva implícito el abandono del que le es propio, el que le ha asignado la naturaleza, el de ser el único pilar de la sociedad. El fallo de la mujer en su cometido natural lleva, de forma inexorable, al fallo de la institución familiar, y éste al fallo de la sociedad entera, porque si la mujer es el pilar de la familia, la familia es el pilar de la sociedad.

 

·               “Por los frutos conoceréis el árbol”. Los frutos de esta moda insensata los estás contemplando ya: ruptura creciente de las parejas, crisis de la vida familiar, descenso de la natalidad, delincuencia juvenil, violencia de género…. Que no te mientan, no permitas que te mientan, porque la prueba la tienes delante de ti: todos estos desaguisados estadísticos comenzaron exactamente el mismo día y hora en que la mujer decidió rebelarse contra su naturaleza, bajo la excusa de una hipotética “emancipación” que nunca antes había echado en falta. A lo largo de los siglos la mujer se ha sentido plenamente mujer siendo lo que era, el alma de la familia y de la sociedad. Ahora prefiere sentirse hombre y no ser el alma de nada. Occidente, en su delirio democrático, se echa las manos a la cabeza por estos desaguisados estadísticos y dice que no acierta con la causa, a pesar de tenerla delante y escrita con mayúsculas: VULNERACIÓN DEL ORDEN NATURAL. Somos diferentes y cada uno ha nacido para lo que ha nacido. A los designios del Creador no se les puede dar la vuelta.

 

Se repite la historia bíblica de la manzana. La mujer no está conforme con el Creador y ha decidido, por segunda vez, demoler el equilibrio de su Obra. Ha abandonado el hogar y se ha empecinado en un objetivo contra natura: usurpar el papel al hombre en la calle.

 

Igual a como a la Iglesia le ha afectado este viento huracanado de la aconfesionalidad, la amoralidad y la libertad democráticas, del mismo modo la institución familiar se tambalea en la medida en que su único fundamento, la mujer, ha abandonado el hogar y se ha empecinado en un objetivo contra natura: usurpar el papel al hombre en la calle. La Bestia Democrática ha puesto el orden natural patas arriba y se ha instalado sobre el ara del altar para el culto diario de las masas, asistida por sus dos monaguillos: el Poder Político y el Poder Mediático, encargados de convocar a las masas al culto. Si yo creyera en las profecías, esto recuerda en todo el conocidísimo “Ídolo Abominable” de Daniel (Dn 9, 27), que podría ser traducida hoy por algo así como “Sustitución de la Eucaristía, en los templos, por un texto de la Constitución”. ¿Te parece exagerado? Llegará. Ya tienes en marcha a este moderno mendizábal de la desamortización ideológica.

 

No se te escapa que la Iglesia debería estar en pie de guerra contra este nuevo Becerro de Oro Democrático, pero eso lo hacía únicamente Jesús de Nazaret; ya sabes, aquél que vivía en la pobreza y en la perpetua denuncia de la corrupción y de la mentira ante el Poder establecido. La Iglesia de hoy (la cúpula de la Iglesia, quiero decir siempre), con la valentía que la caracteriza, considera que es “imprudente” remar contra la dirección de las aguas, no vaya a ser acusada de promover la desestabilización del sistema. Estima que es preferible que continúe la paz social, aunque sea a costa de la idolatría generalizada, y ha decidido alabar, sin tapujos, el nuevo orden político de Occidente. La Iglesia también se nos ha hecho democrática de repente. Eso sí, permanece neutral entre los partidos políticos, ni siquiera tiene la mínima decencia de alinearse públicamente con los que defienden sus mismos ideales cristianos, ni siquiera eso. He oído decir al obispo Cañizares que “la sociedad está enferma”. Desde luego. Pero lo que ha callado el obispo Cañizares es que la Iglesia también.

 

La Bestia de Oriente. El fanatismo religioso

 

Y frente a esta bestia democrática de Occidente, tienes la otra, la de la guerra santa y fanática de Oriente, repartiéndose entre las dos la ruina de la civilización. “El sexto derramó su copa sobre el gran río Eúfrates; y sus aguas se secaron para preparar el camino a los reyes de Oriente” (Ap 16,12). Hasta el Apocalipsis, aunque con su lenguaje críptico, retórico y confuso, apto para hallar en él cualquier cosa que uno busque, acertó en esto. Oriente ya ha comenzado a desembarcar de forma definitiva e imparable en Occidente, ante la pasividad de esta democracia estólida. El primer desembarco, en el VIII, le costó a la España cristiana de entonces siete siglos abortarlo, en la puertas mismas de aquella Europa embrionaria. Esta segunda vez nadie lo abortará porque Europa ya no tiene puertas, Europa ya no es nada desde que renegó de sus raíces cristianas y se nos hizo laica; es, únicamente, eso, “democracia”.

 

La Bestia Fanática de Oriente estaba recién parida en aquel primer intento de invasión. Ahora ha cumplido trece siglos y su objetivo no ha variado: “el enemigo infiel de Occidente”. El origen de este drama histórico viene desde la noche de los tiempos, viene desde que el semita Abraham engendró a su primogénito Ismael, el cual nació con el estigma de no ser hijo del matrimonio, sino hijo habido con la esclava Agar. La serpiente del resentimiento hiberna a veces, pero jamás muere. Tenía que despertar algún día, y ese día llegó. En La Meca, en el VII, nació un líder capaz de darle a la descendencia de Ismael, el hijo de la esclava, el profeta propio que nunca había tenido, el protagonismo histórico que siempre había anhelado y la igualdad con el hermano legítimo hebreo que siempre le había humillado. Y la serpiente del resentimiento despertó con él. Ese hombre fue Mahoma, el aceptado hoy por la Iglesia oficial cristiana como “profeta”, en una prueba más del "enorme aliento divino que la ilumina".

 

El Apocalipsis, como sabes, espera la llegada de un último profeta, un falso profeta que, bajo la apariencia de hombre religioso, sembrará la cizaña en el corazón de otro señalado líder, la Bestia, que asumirá todos los poderes, también conocido como el Anticristo porque iniciará la persecución de los cristianos y la destrucción de toda huella de Cristo en la tierra, misión imposible que únicamente servirá para provocar el final de los tiempos y la Parusía, la segunda venida del Señor. Bienvenida sea la Bestia si con su satánico empeño provoca el fin de este exilio. Pero es que ese perverso personaje que está por llegar jamás llegará, porque ya te dije que no es ningún personaje concreto, la Bestia es el animal social, la turba desatada, sea la de Oriente o sea la de Occidente. Y en cuanto al Falso Profeta, ¿cómo es posible que aparezca al final de los tiempos, si ya pasó por el mundo hace trece siglos? ¿O es que habrá dos falsos profetas, aquél y otro que está por venir? El cuento del Falso Profeta, el único, el que ya pasó por el mundo, puede resumirse así, usando el lenguaje propio de los cuentos:

 

Érase una vez un hombre que no era limpio, no era puro, no era pobre, no era humilde, no era pacífico, no era santo, no era modélico, no se parecía en nada a todos los demás profetas de la historia del orbe; pero que, a pesar de todo, le dictaron, de parte de Dios, lo que debería predicar al pueblo (según él). Pero Dios no se lo inspiró en directo, se lo contó todo a través del ángel Gabriel en “diferido” (según él). Tampoco lo que le contó fue ninguna verdad trascendente, espiritual; no, nada de eso, fue una verdad muy casera, como hecha para el vecindario, en la que tan pronto se habla de la eternidad como de la cocina. El buen hombre lo escribió todo esto en el Corán, lo impuso con la espada cuando hizo falta y se marchó del mundo dejando esa herencia envenenada, además de un montón de bienes, poder y concubinas. Estas son las señas de identidad del deseado “profeta” de la descendencia de Ismael, el hijo de la esclava Agar, es decir, Mahoma.

 

El Corán contiene miles de aleyas repartidas en más de cien suras, en las que se trata de todo lo humano y lo divino juntos, algo así como si en nuestra cultura se hibridaran en un solo libro los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, la Constitución, el Código Civil, el Código Penal, la Ley Orgánica del Poder Judicial, el Código de Comercio y todos los reglamentos de la Administración. La vorágine de preceptos, valoraciones, prohibiciones y reflexiones en todos los ámbitos del pensamiento le sume a uno en un laberinto en el que hay de todo, menos parquedad ordenada y clara. De la palabra, evidentemente, se puede hacer una realidad como la del espacio, que comenzó en un punto, el Big-Bang, y hoy se pierde casi en lo infinito; todo es cuestión de juntar palabras y más palabras. Cuando te hablan tan largo, cierras el libro y te pones a pensar si el autor es merecedor de atención. La palabrería sólo es palabrería si quien tanto escribió no dio ejemplo de vida mientras estuvo en el mundo.

 

“Por los frutos conoceréis el árbol”. Esta sentencia de Jesús es tan inequívoca que vale para casi todo. De él (de Jesús) se decía en su tiempo que “hablaba con autoridad”. Era el modo de afirmar, aquella gente que le escuchaba, que, independientemente de lo concreto de sus enseñanzas, era en el hombre que las decía, en el predicador, donde había la solvencia de un personaje excepcional, santo, íntegro. Su predicación estaba avalada por la rectitud y virtud de su vida personal: bondad, pobreza, castidad, sinceridad, valentía, justicia, todo eso había en la vida del Nazareno. Y no es el único caso, en cualquier biografía de los grandes profetas y hombres de Dios, comenzando por Buda y acabando por Teresa de Calcuta, encontrarás algo parecido. La verdad puede predicarla cualquiera, pero solamente será creíble si la certifica el predicador con su ejemplo personal de vida. Procede, por tanto, recordar algún detalle más sobre Mahoma, además de lo que ya te he contado dos párrafos más arriba.

 

Huérfano y con veinticinco años, se puso al servicio de una rica viuda de cuarenta, con la cual se casó enseguida. Evidentemente, era afortunado, por lo que se ve, y desde luego sabía muy bien lo que hacía. Un día se le apareció el ángel Gabriel (según él) y le anunció que sería el Profeta de Alá (según él), lo cual se consumó más tarde, narrándole de viva voz lo que tenía que escribir (según él, claro). El Corán, por tanto, no es una obra inspirada por Dios a un profeta, sino que se trata de un auténtico dictado personal en el que se le pormenorizó lo que debía escribir con toda exactitud (siempre según él). Por supuesto, este singular modo de recibir los recados celestiales nada tiene que ver con el del resto de los profetas que en el mundo han sido. Y no es de extrañar, porque este es el único “profeta” de la historia en el que no se ha cumplido la conocida sentencia bíblica “Nadie es profeta en su tierra”. Mahoma sí lo fue, triunfó en toda regla, fue reconocido y venerado por el pueblo. Hasta esto está en su contra.

 

“Por los frutos conoceréis el árbol”, decía antes. Otro señalado fruto de Mahoma es el rastro de sangre enemiga que dejó en tan pocos años. Entre los cincuenta y dos años que tenía al comienzo de la Hégira (su expatriación en el año 622. comienzo de la era musulmana) y los sesenta y dos que tenía al morir (año 632), en sólo esos cortos diez años no paró de imponer con las armas su “destino profético”. Comenzó guerreando contra los de La Meca, siguió hasta expulsar a judíos y cristianos de toda Arabia, y remató su cadena de conflictos contra Siria y el Imperio Bizantino. ¿Te figuras a Jesús de Nazaret guerreando a lomos de un corcel, espada en mano? Este Mahoma es el que nos quieren hacer pasar por el modélico ejemplo de “hombre de Dios” que se presupone en cualquier verdadero profeta. Pero quizás sea más significativo, a efectos de catalogar al personaje, que transcriba aquí lo contenido en la sura 111 de su obra, el Corán. Dice así:

 

“¡Perezcan las manos de Abu Lahab! ¡Perezca él! Ni su hacienda ni sus adquisiciones le servirán de nada. Arderá en un fuego llameante, así como su mujer, la acarreadora de leña, a su cuello una cuerda de fibras” (Mahoma 111).

 

Abu Lahab, objeto de tanto odio, no creas que era un enemigo cualquiera, era el apodo de su propio tío paterno, jefe del clan de Hasim, al que pertenecía el mismo Mahoma. Si prescindes de lo contenido en las dos interjecciones primeras, pudiera pasar por una profecía, aunque desde luego profecía siniestra; pero es que son esas dos exclamaciones primeras las que dan la clave de qué es lo que había en el corazón del autor de tales palabras: odio concentrado, hasta el extremo de maldecir y desear que su tío y enemigo muriese y se condenase.

 

¿Es posible que pueda aceptarse como verdadero un “libro profético” en el que se vierte semejante odio? A Occidente le trae sin cuidado, está entretenido con su juguete democrático y sus libros santos, las constituciones, que es todo su horizonte. Y a la Iglesia oficial le merece todo respeto porque, con su habitual iluminación divina, es incapaz de distinguir entre la verdad y la mentira, entre el bien y el mal. Y aunque los distinguiera, dado su acreditado valor jamás se enfrentaría a una religión seguida por millones de engañados, no sea que tengamos un problema diplomático. Ante todo, las formas, a pesar de que el Corán reúne todas estas notas:

 

·               En cuanto a la gestación de la obra, la aparición que le dictaba al profeta era, unas veces, el propio ángel Gabriel; otras, la forma de un ángel alado; y otras, una voz que le hablaba, sin que viera forma ninguna. Como ves, tres maestros para un solo dictado. Nunca tocó a tanto un único discípulo.

 

·               El Corán revela, de forma fehaciente, que el ángel Gabriel era o sectario o indocumentado. Solamente así puede explicarse por qué le reveló a Mahoma, sobre Jesús, cosas que únicamente se cuentan en los Evangelios apócrifos, algunas tan pintorescas como las de ese Niño prodigio, hijo de la Virgen, que tenía ya en la cuna el don de la palabra, y otras fantasías por el estilo. Si esto hubiera sido verdaderamente dictado por el Ángel no tendría explicación posible, pero si fue leído por el propio Mahoma en los apócrifos (que comenzaron a surgir cuatro siglos antes que él), entonces queda todo explicado, a saber: no hubo ángel ni revelación ninguna, hubo pura copia de las tonterías que se dicen en la mayoría de los textos apócrifos.

 

·               Este mismo ángel Gabriel que anunció la maternidad a María, si no era ni sectario ni indocumentado, entonces se deduce que no paró de gastarle bromas a Mahoma, porque le contó cosas inauditas, como ésta: “Jesús, hablando con los israelitas, les dijo: ¡Hijos de Israel! Yo soy el que Dios os ha enviado en confirmación de la Escritura anterior, pero os anuncio que vendrá un enviado después de mí, llamado Ahmad (Mahoma)” (Corán 61, 6). Jesús haciendo de profeta de Mahoma es algo verdaderamente pintoresco.

 

·               El Corán es una obra totalitaria, fundamentalista, no se conforma con la dimensión religiosa del hombre, sino que le señala un único camino en el que ha de desenvolverse enteramente, desde lo religioso hasta lo cultural, social y costumbrista, sin dejarle un solo espacio de libertad humana. Tiene todos los sacramentos para ser considerada, más que un “dictado de Dios”, la obra personal de un auténtico dictador.

 

·               La verdad que predica no es una verdad espiritual, como cabe esperar en un profeta de Dios, sino una verdad sensual en la que se pretende, como recompensa en el más allá, un Jardín de las Delicias preñado de los mismísimos placeres del mundo, pero en grado óptimo, puesto que se trata de placeres de libre disposición sin tasa ni hastío.

 

·               El Islam concibe el mundo dividido en dos: la “Casa del Islam” y la “Casa de la guerra”. La primera es la de los países musulmanes, en los cuales se tolera a los infieles si son los que ellos llaman la “Gente del Libro” (Biblia), o sea, cristianos y judíos, pero en un régimen de absoluta discriminación y sometimiento; gente que, además, puede ser asesinada, sin más, en el caso de haber entrado de forma no autorizada. La segunda, la “Casa de la guerra”, es el resto del mundo, al cual los musulmanes están obligados a someter, o de forma violenta mediante las armas, o de forma pacífica mediante la invasión y adoctrinamiento de los autóctonos hasta su conversión o muerte. Esto justamente es lo que ya ha iniciado el Islam con el beneplácito, indolente y estúpido, de la democracia occidental y de la Iglesia.

 

Según el Islam, extramuros todo es infiel, todo ha de ser sometido por las armas o por el adoctrinamiento. La invasión pacífica ya ha comenzado, con el beneplácito estúpido de la Iglesia y la Democracia.

 

·               El fin último de la “verdad” coránica, por tanto, es el sometimiento del mundo entero al Islam, igual a como lo pretende la otra “verdad” de la familia semita, la “verdad” yahvista de Israel. La diferencia entre uno y otro está en que Israel espera conseguirlo con la llegada del Mesías bíblico, que impondrá, sin sangre, la “superioridad natural” del pueblo judío; mientras que el Islam espera conseguirlo de forma subrepticia o violenta, justamente porque los descendientes de la esclava Agar no tienen la conciencia de superioridad que tienen los descendientes de Sara, la mujer legítima de Abraham y madre del pueblo hebreo.

 

Como ves, los episodios se repiten de forma indefinida en la historia, porque las pasiones y los demonios que mueven a los hombres son los mismos desde Adán. Antes te decía que la serpiente de la envidia hiberna, a veces, pero no puedes esperar que desaparezca un día por muerte natural. Ni siquiera la injusticia y el desprecio pueden ser nunca causa justa de la envidia y del resentimiento, porque quien es humillado debe ser rebelde, pero nunca envidioso. Y sin embargo, esa maldita serpiente, resucitando de las aguas continuamente, como la hidra de las siete cabezas de Lerna, ha dejado la historia, y sigue dejándola, repleta de desencuentros envidiosos: Abel-Caín, Sara-Agar, israelitas-ismaelitas, Occidente-Oriente, Orden-Desorden, Derecha-Izquierda, …. Toda la sangre que ha teñido el mundo nace siempre del color de la envidia.

 

Antes te hablaba del sagrado orden impuesto por el Creador en la naturaleza, orden natural que ha dotado a hombres y mujeres de aptitudes diferentes, lo que les hace desiguales. Pero, por supuesto, quede claro que es un orden sólo secular, mundano, ajeno al orden moral, a la dignidad igual de los dos ante Dios, que es el único orden que queda al final. Y lo mismo entre los diferentes hombres. El orden entre Quijote y Sancho, aquí, en el mundo, era el que era y no otro, era el del caballero y el escudero, uno por encima del otro, porque fueron así diseñados por la naturaleza. Y sin embargo, es posible que Sancho, quizás, pueda estar por delante de su Señor en el Reino de los Cielos, que es el orden de todos los órdenes, el orden inamovible y para toda la eternidad. Que Sancho hubiera sentido envidia (que no la sintió) de su Señor en los cuatro días que dura la vida aquí abajo hubiera sido tan ridículo como que tú, que me lees, sintieras envidia de Falla, del Padre Pío o de Casius Clay. La envidia, la no-aceptación de las limitaciones impuestas por la naturaleza a cada cual, genera frustración y odio, en este caso concreto el odio envidioso de Oriente, intentando sacudirse su terrible “complejo ismaelita” ante Occidente.

 

Los signos, según Jesús

 

A todo el que se acerca a este tema del final de los tiempos, lo que más le interesa, obviamente, es el cuándo, pero también es obvio que eso no podía anticiparlo Dios al hombre, y así lo dejó dicho Jesús, como enseguida te recordaré. Lo que sí anticipó fue el cómo, el conjunto de señales que acompañarán ese tiempo final. Según Mt 24, 3-13 y Mc 13, 3-13, Jesús anunció un final doloroso, es decir, en la misma línea de lo ya profetizado por Daniel, con guerras fraticidas, catástrofes naturales de todo tipo, persecución de los creyentes y aparición de falsos profetas que tratarán de confundir a los hombres. En definitiva, algo que abunda en la misma línea de la tradición apocalíptica, aunque en un tono bastante menor. ¿Cuánto hay, en estas palabras puestas por los evangelistas en boca de Jesús, de verdadera y original predicción suya y cuánto de pura tradición profética y testamentaria? Quizás haya mucho más de lo segundo que de lo primero, conforme a lo que ahora te contaré.

 

Para quien lea atentamente el Evangelio, no se le pasará por alto una diferencia significativa entre las palabras de Jesús y las de la apocalíptica en general. En Mt 24, 37-39 se declara, en boca de Jesús, esto: “Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque del mismo modo que en los días que precedieron al diluvio la gente comía, bebía y tomaba mujer o marido…. y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre”. La diferencia significativa consiste en la comparación con lo sucedido cuando el diluvio. En este sentido, los tenebrosos y escalofriantes sucesos relatados en el Apocalipsis como inmediatamente anteriores al fin del mundo, hacen de éste un acontecimiento tan a bombo y platillo que sería incapaz de sorprender a nadie, mientras que el cómo anunciado por Jesús tiene poco en común con ese pánico apocalíptico, puesto que advierte que los hombres serán sorprendidos en medio de su ritmo de vida normal.

 

Si yo quisiera ahondar en la herida de las contradicciones evangélicas, aprovecharía ahora lo contrario que se dice en la parábola de la higuera (Mt 24, 32-33 “… Igual a como el brote de las hojas en las ramas de la higuera anuncia que el verano está cerca…”) para presentarlo como una nueva incoherencia, puesto que el Jesús que aquí nos dice que el fin lo veremos venir es el mismo que acaba de decirnos que no habrá anuncio y nos pillará de sorpresa. Y sin embargo no hay contradicción ninguna, ambas profecías son compatibles porque en ellas Jesús habla en dos planos distintos: el de los hombres y el de los hombres de fe. Leída una cualquiera de las dos citas a la luz de la otra, han de interpretarse en el sentido de que los signos anunciadores del final de los tiempos serán advertidos, efectivamente, pero serán advertidos solamente por los hombres de fe que aborrecen el mundo y están atentos, no por la muchedumbre entregada a sus placeres, que será sorprendida igual a como lo fue en el diluvio. Queda aclarada esta cuestión.

 

Sólo los hombres que aborrecen el mundo serán capaces de distinguir los signos que anuncien el final (parábola del retoño de la higuera). Serán los complacidos los que se verán sorprendidos (parábola del diluvio inesperado).

 

La oscura y preocupante es la otra cuestión, la del cuándo sucederá todo eso. Los capítulos 24 de Mateo y 13 de Marcos se ocupan de las palabras del Señor sobre este tema. La Iglesia (por una vez y sin que sirva de precedente) en este caso admite la incongruencia y mantiene que esos textos se prestan a confusión porque en ellos se habla de dos cuestiones diferentes y no bien deslindadas: por un lado, la destrucción del templo de Jerusalén por los romanos y, por otro lado, la llegada del fin del mundo. Y efectivamente hay confusión, pero no por este motivo que aduce la Iglesia. Te invito a que leas esos dos capítulos y compruebes que esta observación de la Iglesia está infundada. La única cuestión que se aborda en ambos textos, en boca de Jesús, es exclusivamente la del fin del mundo.

 

·               Sobre el templo solamente aparece un comentario de los discípulos en los dos primeros versículos. Nada más.

 

·               El Maestro, entonces, aprovechó ese comentario de ellos sobre el templo para vaticinar que “… no quedará piedra sobre piedra”.

 

·               ¿A qué suceso se refería este vaticinio? No hay nada más que leer todos los versículos siguientes para comprobar que estaba diciendo que “no quedará piedra sobre piedra”, no en referencia al templo, lo cual es absolutamente intrascendente, sino refiriéndose al mundo entero, incluido el templo; es decir, al fin del mundo.

 

·               La prueba de lo que digo está en los propios textos. Marcos no dice cuál será la causa de esa destrucción, si los romanos (en cuyo caso se referiría a la destrucción del templo) o si la causa será el fin de los tiempos (entonces se referiría a la destrucción del mundo); pero Mateo lo dice con toda claridad: “¿Veis todo esto? Pues os aseguro que no quedará aquí piedra sobre piedra, ni una que no sea derruida”. Estando luego sentado en el monte de los Olivos, se acercaron a él sus discípulos y le dijeron: “Dinos cuándo sucederá eso y cuándo será el signo de tu venida y del fin del mundo

 

·               No parece tener congruencia ninguna que le preguntasen a la vez por dos hechos distantes en el tiempo. Si se tratase de dos hechos ajenos entre sí, la pregunta resultaría incoherente.

 

·               La contestación de Jesús no es la propia sobre un “templo” en particular, dice textualmente “¿Veis todo esto?” refiriéndose a todo lo que tienen delante (el mundo).

 

·               La contestación de Jesús, como siempre, alcanza una trascendencia no perceptible a primera vista. Aprovechando la pregunta que le habían hecho sobre la fastuosidad del templo, Jesús fue mucho más allá y contestó sobre la endeble fastuosidad del mundo (con todos sus resplandecientes templos) y su inevitable final.

 

El confusionismo no está, por tanto, en esto que analiza la exégesis oficial, en si Jesús se refería al templo o al mundo. Parece claro que se refería a lo segundo. Lo preocupante es la previsión que parece hacer Jesús sobre la proximidad inminente de ese fin del mundo, lo cual luego no se produjo. Y no es la única vez, son varios los pasajes en los que parece hablar con claridad de esa inminencia; pero también es cierto que todos ellos pueden tener una segunda interpretación, aunque, desde luego, siempre forzada. Son estos:

 

·               Mc 9, 1 “… algunos de los aquí presentes no conocerán la muerte sin que ya hayan visto el Reino de Dios viniendo con poder”. Literalmente dice lo que dice, que ocurrirá antes de morir los presentes, más inminencia imposible. Sin embargo, también es cierto que, seis días después, subió a Pedro, a Santiago y a Juan a la montaña y se transfiguró ante ellos. Puesto que el fin del mundo es obvio que no llegó, pudiera interpretarse que estaba refiriéndose a ese poder inmenso del Reino de Dios en la transfiguración, y por eso el sentido restrictivo de que lo verían solamente “algunos de los aquí presentes”. Igualmente cabe interpretar que estaba hablando de su propia e inminente resurrección, y por esto también el referirse a “algunos” (los discípulos), puesto que estaba hablando a la multitud. ¿Pudo, pues, referirse a la transfiguración o a la resurrección?

 

·               Mt 10, 23 “Cuando os persigan en una ciudad huid a otra…. no terminaréis de recorrer todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre” Parece anunciar nuevamente la inminencia del acontecimiento. Pero también aquí cabe otra diferente interpretación, porque esto lo anunció cuando estaba hablándoles de la evangelización. Puesto que el fin del mundo no se produjo, puede entenderse, según el modo metafórico tantas veces usado por el Maestro, que estaba refiriéndose al final de los tiempos después de la evangelización del mundo entero, siglos después, en cuyo caso Israel resultaría ser solamente el símbolo de ese mundo.

 

·               Mc 13, 30 y Mt 24, 34 “Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda” El término “generación” es ambiguo, lo mismo puede referirse a una generación concreta de hombres en el tiempo (que es lo que entendieron los discípulos) como a la generación entera de todos los hombres de todos los tiempos, la generación humana, en cuyo caso lo que vaticina es que el Señor pondrá fin a la historia, con su vuelta, antes de que la generación humana se extinga por ninguna otra causa natural (como ha ocurrido con otros seres vivos) o como resultado de su propia locura (guerras, contaminación, etc).

 

No obstante y a pesar de tanta ambigüedad, hay un último pasaje que parece ser más explícito y rotundo que los anteriores, aquel en el que Jesús dijo, según Mt 24, 37-39 y, sobre todo, en Mc 13,32: “Mas de aquel día y hora nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre”. Aquí, el sentido literal de las palabras es el opuesto a las anteriores citas, da a entender que ese momento final del mundo es absolutamente imprevisible en el tiempo, no tiene por qué ser inmediato, se trata de un secreto que sólo conoce el Padre. Esto es cierto…. pero si lo miras en relación a las anteriores citas, puede interpretarse también que esa determinación expresa de que no se sabe ni el día ni la hora ha de entenderse en sentido literal, es decir, en el sentido de que no se sabe qué hora ni qué día concretos, pero siempre dentro de la proximidad tan reiteradamente anunciada en las citas anteriores.

 

En definitiva, el lenguaje resulta ser contradictorio y hay que esforzarse demasiado para encontrarle interpretaciones más o menos aceptables (es decir, lo ya habitual en esta obra de los evangelistas). Y prueba inequívoca de ello es que la Iglesia primitiva estaba poseída por la firme convicción de la inminencia del fin y la parusía del Señor, hasta tal punto que Pablo estaba convencido de que la presenciaría antes de morir, y Pedro se vio obligado a justificar la tardanza en el sentido de que el Señor estaba dando tiempo para que todos se arrepintieran. El desconcierto de aquellos primeros cristianos, ante un incumplimiento tan clamoroso, debió ser monumental.

 

Esta desconexión manifiesta entre unas y otras partes del texto evangélico acaba produciendo en el lector una sensación idéntica (y perdón por la comparación que voy a hacer ahora) a la que hoy se produce por la técnica que llaman del “corta y pega”, tan denostada cuando alguien extracta a su modo lo dicho por otro. El resultado final puede llegar a ser sorprendente. Si a una locución perfectamente hilada y coherente, como sería sin duda la de Jesús, se le suprime, en la memoria de los discípulos y demás testigos, la trabazón de sus partes y se unen luego las más importantes de esas partes en un orden en el que quizás no fueron dichas, el texto redactado (y sobre todo cuando la redacción se hizo al cabo de décadas) puede acabar diciendo lo que nunca estuvo en la locución original del Maestro. ¿Cuándo se producirá, entonces, ese indudable final de los tiempos? A eso voy ahora (“A eso voy ahora” no significa que yo sepa cuando se producirá concretamente en el tiempo, por supuesto, significa cuales son las cuatro causas capaces de producir el final y cual es su momento de actuación).

 

Los cuatro jinetes

 

Al margen de la visión evangélica, la inquietante pregunta de si el universo tendrá fin o es eterno no debería inquietarte, porque si tienes aquí los días contados, únicamente podría interesarte ese fin del mundo (que lo más probable es que nunca llegarás a ver de forma personal) como pura curiosidad. Y sin embargo, te inquieta. Tu afán de seguridad es tal que, a la zozobra por tu muerte individual, sumas esta otra zozobra por la desaparición de todo, del mundo entero, incluida la tumba donde repose el último de tus huesos y la memoria escrita de quién fuiste en el mundo. Te rebelas ante la frustración del ansia de inmortalidad que el Creador grabó en tu alma. Sabes que tu vida en el mundo ha de pasar, que el sueño se apagará, pero no acabas de estar seguro de que tu espíritu que lo sueña sea ajeno a la muerte, siempre cabe una duda, a pesar de que así te lo aseguró el Salvador. Y no te engañó, por supuesto. Ese día en que mueras tendrás la felicísima sorpresa de comprobar que seguirán vivos los gorriones de Bécquer, la lluvia en los cristales de Chopeen, los besos dados con el alma, no con los labios….. Será de lo demás, de lo abyecto y lo sórdido del mundo, de lo que comprobarás que “no habrá quedado piedra sobre piedra” (Mt. 24, 2 ).

 

Tomando la bella y estremecedora imagen descrita en el Apocalipsis sobre los cuatro jinetes que azotarán el mundo en los últimos tiempos, pero desposeyendo esa imagen de su tenebrosa y pueril fantasía, quiero exponerte las cuatro causas verdaderas (es decir, los cuatro jinetes apocalípticos) por las que debes estar seguro de la banalidad del mundo y de su inevitable desaparición final. El orden de estos cuatro jinetes míos será el de su salida cronológica, desde el primero al cuarto, según Dios los creó, pero el orden de llegada será el inverso, desde el cuarto, que es el más veloz, hasta el primero, el más lento, de manera que el último en salir hará inútil la carrera de los tres predecesores porque el mundo habrá desaparecido ya cuando ellos pretendan llegar. Pero tengo que comenzar a contarte la carrera por estos, por los primeros en salir, aunque se quedarán en el camino. Si no lo hiciera así, nunca llegarías a saber quiénes eran.

 

Los dos primeros jinetes en salir serán aquellos que iniciaron su andadura con la aparición del propio universo, es decir, los que encarnan sus propias limitaciones sustanciales (el tiempo y la materia), las cuales le causarán la vejez y la muerte, como ocurre en todo lo que está vivo. Estos serán aquí los jinetes primero y segundo, a lomos de los corceles negro y verdoso relatados por la imaginación del autor del Apocalipsis. Pero en el camino se les adelantarán dos jinetes que salieron más tarde: el tercero, el del corcel rojo, símbolo de la insensatez del hombre, que tampoco llegará a tiempo de devastar la tierra, a pesar de sus locuras; y el cuarto, el más veloz de los cuatro, a lomos del corcel blanco, símbolo de la vuelta del Señor, que se adelantará a los otros tres y librará al hombre de la pesadilla del mundo antes de que éste se extinga. “No pasará esta generación antes de que suceda esto” (Mt 24, 34) quiere decir realmente “No se extinguirá el género humano antes de que yo vuelva”.

 

El primer jinete: La espiral programada

 

El jinete primero, el de la decadencia de la materia, está en mi libro Nueva visión del universo. En él puedes consultar extensamente cómo sería el universo en su estado final….. si le dejasen morir de viejo, cosa que no va a ocurrir. En mi teoría de ese libro, debido al agotamiento del movimiento de expansión, pero no el de rotación (cosa que aquí no procede explicar), todos los sistemas estelares seguirán rotando y contrayéndose hasta colapsar cada uno en su núcleo, con gigantescas explosiones que inundarán el espacio de materiales de desecho: gas, polvo y radiaciones, que acabarán enfriándose. Esta visión mía de un universo final frío y despoblado coincide, más o menos, con la que nos ofrece la astrofísica. Cuando algunos de los científicos teorizan sobre el universo, auguran que incluso los agujeros negros también acabarán desapareciendo por un complicado proceso que han denominado "evaporación". En tal caso, el resultado final, según ellos, será una sopa de fotones, neutrinos, electrones y positrones, que es cosa muy parecida a la desintegración expuesta por mí. La única diferencia es que ellos emplean términos más técnicos. Por lo demás, son iguales, son dos teorías muy parecidas del posible final.

 

Este es el jinete del caballo negro, el que representa la muerte forzosa del universo por agotamiento físico. Siempre has oído que la energía ni se crea ni se destruye, solamente se transforma. Esta era una de las simplezas en las que se apoyaban los partidarios de un mundo eterno para defender su fe en lo imposible. Ahora la ciencia comienza a estar de vuelta de esta creencia, ahora se pone en duda que la velocidad de la luz sea realmente indeclinable (lo cual ha puesto en serios aprietos la física einsteiniana). Lo que explica que se cometan errores tan de bulto por la ciencia es que el desgaste del universo es tan desesperadamente, tan indescriptiblemente lento, que harían falta muchas creaciones y extinciones del sistema Solar, con su planeta Tierra y sus correspondientes generaciones humanas enteras, para poder observar ese decaimiento imperceptible, pero imparable, del cosmos. La energía claro que se destruye, como todo dentro de la finitud, pero de una forma tan lenta que resulta imperceptible en millones de años.

 

No puedo trasladar aquí, a unas pocas líneas, lo explicado en mi libro Nueva visión del universo. Sólo resumir que las dos fuerzas que lo generan (resultado del desencadenamiento inicial), la expansiva y la rotatoria, combinadas dan lugar a un universo que se desarrolla como lo hace una espiral. Por eso el haber llamado a este jinete La espiral programada, es decir, la espiral que está diseñada para un final inevitable, el de un cosmos desolado, más o menos homogéneo, convertido en algo parecido a una auténtica “sopa fría”. Este es el jinete que salió el primero, con el propio inicio del universo, y que llegaría el primero si le dejasen los otros tres, más veloces. Acabaría con todo vestigio de vida, puesto que acabaría con el cosmos entero y, dentro del mismo, nuestro propio planeta, único habitado (sí, has leído bien, único habitado del cosmos, los extraterrestres son fantasías).

 

Pero este jinete, sin embargo, nada determina sobre la duración del universo en el tiempo (aunque muerto), porque ¿se quedará así de forma indefinida, frío y despoblado, girando sobre sí mismo casi imperceptiblemente? ¿Puede ser el universo efectivamente eterno, aunque incapaz de mantener vida en su interior a partir de un determinado momento de su evolución? La respuesta, a continuación.

 

El segundo jinete: La finitud del tiempo

 

La respuesta a las preguntas anteriores ya la ha dado el Sr. Hawking. Según él, el universo es infinito, y esto es lo mismo que decir que es eterno, puesto que la eternidad es una de las formas de la infinitud. Claro, en la base de este disparate está que su formación es exclusivamente científica y desconoce la profundidad del concepto infinito. Reduciendo este concepto a un solo renglón, fácil de entender, puedo enunciarlo así: todo lo que es suma de partes (y el universo lo es) constituye una finitud, no una infinitud, porque, por muchas partes que se sumen, siempre será algo medible, limitado. Magnitud y finitud es lo mismo. Luego si el universo no es infinito (por ser suma de partes) y, por lo mismo, tampoco eterno, tiene forzosamente un final en el tiempo. A éste, al tiempo, por muchas horas y siglos que le añadas, siempre, siempre, siempre tendrá un final. Este es el segundo de los jinetes apocalípticos en la salida, porque es el que ya fue diseñado por Dios en la esencia misma de su obra finita: la caducidad conocida vulgarmente como tiempo.

 

Esta ingenuidad del Sr. Hawking, pensar que el tiempo puede ser infinito, es propia de la incultura popular y, por lo que se ve, de muchos científicos. Ese concepto común de que la magnitud tiempo arranca de la nada y desemboca en lo infinito es un error de manual. La nada no existe, y a una magnitud no se le pueden quitar los límites y volverse infinita. Lo eterno no es igual a "un tiempo que nunca acaba", como suele creer la gente y el Sr. Hawking. El tiempo se acaba siempre, porque un tiempo que no tiene fin es un enunciado que encierra contradicción en sí mismo. En definitiva: lo eterno es otra realidad diferente al tiempo que nosotros no podemos concebir porque cae fuera de nuestra experiencia….. aunque sí somos capaces de deducir que existe. Lo infinito, lo eterno (Dios) sabemos que existe, aunque no sabemos cómo es, en qué consiste.

 

Si me tuvieras delante me dirías que también tú eres finitud, como el universo, y sin embargo estás hecho por Dios para toda la eternidad. Me lo dirías, pero sabes muy bien la respuesta: tú no eres eterno por ti mismo, eres finitud, pero estás hecho por Dios para ser conservado eternamente, porque Él es omnipotente y crea en la eternidad y conserva en la eternidad lo que ama, aunque no sea cosa sustancialmente eterna. El mundo, sin embargo, como realidad física, ni lo creó ni lo conservará, no es obra suya, no es obra de nadie, ahí está la física cuántica para dar fe, es solamente un espejismo de los sentidos que, como espejismo, sí es obra suya, claro está, nada existe que no haya salido de su mano, pero sólo como espejismo.

 

Si todos acertaran a ver lo que viven en el mundo como lo que realmente es, como una quimera, como una ensoñación, como una solemne tontería, le perderían el miedo a todas las muertes: la del cuerpo, la de las ilusiones mundanas, la del universo entero.

 

Pero es que tampoco nos interesa este “fin inexorable del tiempo”, porque, a los efectos de que el universo pueda seguir albergando vida en el minúsculo planeta llamado Tierra, precisa unas condiciones de luz y calor que dejarán de producirse muchísimo antes, como acabo de contarte en el punto anterior La espiral programada, debido al decaimiento y agotamiento de la materia. Con todos mis respetos hacia el Sr. Hawking, el universo está programado para una expansión máxima, antes de llegar a la cual se habrá convertido en una especie de ”sopa fría” de materia con un movimiento casi imperceptible de rotación, condiciones en las que es imposible que se mantenga la vida, y que, además, en algún momento dejará de existir totalmente por la caducidad obligada de lo que llamamos tiempo.

 

Ya sabemos dos cosas: que el universo claudicará por vejez y agotamiento (primer jinete: la espiral programada), y que en esa agonía interminable existirá un último latido, el de la caducidad del tiempo, nacido para morir (segundo jinete: la finitud temporal). Y sin embargo, tampoco nos hace falta hacer consideraciones tan lejanas, porque mucho antes de que lleguen esos dos jinetes apocalípticos lo hará el tercero en salir, que es más veloz y llegará antes.

 

El tercer jinete: El del corcel rojo

 

Aunque el mundo fuese eterno, está claro que su flamante reyezuelo, el hombre, está decidido a arrasarlo cualquier día. La búsqueda incontrolada del bienestar y del placer empuja, de una forma tan exigente y atroz, a la tecnología, que ésta, madre de todas las contaminaciones, acabará por ahogar al planeta con su reyezuelo dentro. Y si este nuevo jinete apocalíptico no fuera capaz por sí solo, el afán de dominio y explotación de los hombres, unos sobre otros, asolará la faz de la tierra en guerras o en accidentes nucleares.

 

Siempre se ha confiado en que, por mucha que sea la locura del hombre, colocado ante el inminente peligro de su propia desaparición, será capaz de reaccionar. Pero tú, por propia experiencia personal sabes que esto no es cierto, que la fuerza de la tentación te ha superado y te ha empujado a veces contra ti mismo. La sensación morbosa del riesgo, o como ahora lo llaman, la “adrenalina”, es un vértigo que te impulsa a seguir, a pesar del peligro, y que puede situarte tan lejos que ya sea imposible parar y regresar. Hay motivos por los que te jugarías la vida, y hay otros motivos por los que no llegarías a tanto, pero podría ocurrir que te llevasen tan lejos que ya no fuese posible el retorno. Es, más o menos, la experiencia del alpinista que sabe que se juega la vida en la ascensión, pero la acomete. Una vez que ya está casi en la cumbre, puede que le falten fuerzas para llegar y para volver y se quede colgado, enganchado a la pared para siempre.

 

Pues bien, traslada esto a la sociedad entera y comprenderás que el resultado es temible. La masa está hecha de individuos, pero se distingue de los individuos en que es acéfala, incontrolable. Nunca han faltado quienes advirtieran del peligro de la escalada, pero es incuestionable que la escalada ya se inició, no por una gesta heroica, como el alpinista, sino por el afán incontrolado del poder, del dominio del planeta en competición con los demás, y por el afán incontrolado del placer. Quizás cuando quiera poner freno a la contaminación sea ya demasiado tarde, quizás cuando quiera controlar el armamento nuclear sea ya demasiado tarde, quizás se halle ya colgada de la pared vertical de la que, aun renunciando a la llegada a la cumbre, le resulte imposible volver atrás porque la pirámide productiva, económica, está montada de tal forma que una vuelta atrás supondría el desmoronamiento total de la pirámide. Cualquiera de las crisis económicas lo ha demostrado ya, aunque a escala reducida. Cuando se producen, sencillamente, son imparables.

 

Pudiera ser que pase todo esto, que la mano del hombre sea capaz, por sí sola, de aplastar el equilibrio milagroso que mantiene en pie a la naturaleza. Se trataría del exterminio de la vida en el planeta por demolición física. Pero hay otro tipo de demolición más sibilino, más sutil, porque está en la raíz misma del hombre, hecho de barro. y arranca desde el propio Adán: la demolición moral. Acabo de hablarte en páginas anteriores de las que he bautizado como “bestias apocalípticas”, pero que tienen nombres mucho más concretos: la materia y el fanatismo de las masas. Las masas del Nuevo Imperio de Occidente practican un fanatismo incruento y amable, pero maloliente. Afortunadamente, cada día se eliminan más fronteras raciales, se soterran más diques ideológicos y se borran más pecados del Decálogo, el cual ya a nadie interesa. Ahora, al grito de “Por un mundo libre y progresista”, se agrupan todos bajo una sola bandera y adoran, en santa y estúpida hermandad, al nuevo Becerro Democrático.

 

La adhesión a algo, cuando se practica sin medida, se convierte en idolatría, y cuando se practica sin crítica, se convierte en fanatismo. La “Libertad e Igualdad democrática”, sin medida ni crítica, es idolatría fanática que convierte al hombre en un número de rebaño (igualdad) y al rebaño en una orgía (libertad). Al menos por esto último sucumbió el Imperio de Roma, y por los dos juntos y en grotesca armonía sucumbirá el Nuevo Imperio Democrático de Occidente. No es una profecía, por supuesto, no me ha sido revelado en sueños visionarios, yo no juego a esas tonterías, es una certeza inevitable, una certeza al alcance de cualquiera que mire más allá de la moda de turno.

 

La adhesión sin medida es idolatría, la adhesión sin crítica es fanatismo, la “Libertad e Igualdad democrática”, sin medida ni crítica, es idolatría fanática que convierte al hombre en un número de rebaño (igualdad) y al rebaño en una orgía (libertad).

 

Sustituir la verdad, que es única e inalterable y viene de arriba, por la opinión de las mayorías en votos es sustituir a Dios por las masas; y las masas sin Dios están abocadas a la autodestrucción. Dios no es una urna donde imponer las mayorías sus caprichos. Por esto, antes de que la mano imprudente del hombre, con su contaminación y sus posibles guerras nucleares, demuela el edificio a golpes físicos, antes de eso, el hombre lo pondrá en ruina con la carcoma moral de sus costumbres. Ese será el momento en el que el cuarto jinete, el del caballo blanco inmaculado, se adelantará al anterior, al corcel rojo, el de la locura del hombre, para poner fin a la desdichada historia del mundo antes de que agonice, como voy a contarte.

 

El cuarto jinete: La Parusía

 

Acabo de exponerte las tres causas por las que todo desaparecerá irremediablemente, simbolizadas en los tres primeros jinetes apocalípticos. El universo tiene una doble muerte anunciada, la de los jinetes del tiempo y de la materia, hechos para perecer, como todo lo que es finitud. Antes de eso asolará la vida en la tierra el tercer jinete del corcel rojo, el de la mano irresponsable del hombre y su corrupción moral. Pero si eres creyente, estos finales previsibles te sobran, porque sabes, por fe, que el final de los tiempos sobrevendrá antes con la vuelta anunciada del Señor. Nadie, absolutamente nadie, va a presenciar esa muerte violenta de la vida en nuestro planeta, ni menos aún la agonía del universo, agotado por los millones de millones de años girando sobre sí mismo. Antes vendrá el dueño de la vida a poner fin a esta historia mezquina del hombre, soñando que practica el mal en el mundo, y a restituirlo a su única patria, la eternidad.

 

¿Cuándo? Ese día final no sabes cuál es, pero el estremecimiento de la naturaleza que lo anuncia comienzas a tenerlo delante ya. “… Se levantará nación contra nación y reino contra reino, habrá hambre y terremotos, os perseguirán y seréis odiados por causa de mi nombre” (Mt 24). Si repasas la historia te encontrarás con guerras, catástrofes y persecuciones sin cuento, es cierto. Quizás no exista ya situación suficientemente trágica como para presumir que nos hallemos ante ese final bíblico, es cierto. Pero quizás las palabras de Jesús no se referían tanto a la magnitud de los hechos como al encadenamiento de los hechos, quizás no se trate de un gran cataclismo, como el impacto que previsiblemente asoló la tierra en el jurásico, quizás se referían sus palabras al continuo y en aumento estremecimiento de la naturaleza bajo el peso del pecado del hombre, que es la peculiar forma catastrófica a la que estamos ya asistiendo. No existe mayor catástrofe que la moral. Antes, el hombre era despiadado con el hombre. Ahora, el hombre es despiadado con el que aún está en el vientre. Mayor deshumanización, imposible.

 

En ese relato de los signos anunciadores, las palabras finales de Jesús son las más chocantes e inesperadas: “Os perseguirán y seréis odiados por causa de mi nombre”. En esta sociedad tan excesivamente laxa, indolente y democrática parece que jamás tendrían cabida esas palabras de Jesús. ¿Cómo es posible que hoy, todo permisividad y tolerancia, vaya a iniciarse la persecución de nadie por sus ideas religiosas? Esta sociedad que se deja sembrar las entrañas de mezquitas, ¿cómo va a ser capaz de arrojar de su casa precisamente a los suyos, a los seguidores de Cristo? Hasta ayer mismo no había persecución ninguna, es cierto, y hoy ya lo ves, el odio anunciado en las palabras evangélicas ha estallado de pronto. Occidente reniega de su pasado cristiano y Oriente ha iniciado la invasión sacrílega. La persecución acaba de desencadenarse por los de dentro y por los de fuera.

 

“Os perseguirán y seréis odiados por causa de mi nombre”. Esto, hoy, ya no es un anuncio en boca de Jesús, es la triste crónica del día. La Bestia democrática de Occidente reniega de su pasado cristiano y la de Oriente ha comenzado la invasión, con la indiferencia de la Iglesia.

 

Antes te hablaba del tercer jinete, el del corcel rojo-sangre, el del hombre insensato que asolaría el mundo con sus propias manos si le dieran tiempo suficiente para hacerlo. Pero también te hablaba de la otra demolición, la espiritual, la demolición interior que lleva a cabo el hombre contra su propia identidad de criatura de Dios. La recta final se inició el día en el que comenzó a olvidarse de que es obra de su Creador y a considerarse dueño y señor de la vida. Reúne las fechas de inicio de esas usurpaciones de poder y comprobarás que se han producido todas, más o menos a la vez, en el último siglo:

 

-   Legalización del exterminio de los indefensos en el seno materno.

-   Aniquilamiento a discreción de inocentes en el terrorismo.

-   Elevación de la sexualidad y promiscuidad a los altares, en nombre de la libertad.

-   Institucionalización de las uniones contra natura, en nombre de la tolerancia.

-   Manipulación genética del individuo, en nombre del interés colectivo.

-   Disposición de la vida de los desahuciados, en nombre de la racionalidad.

 

Por todo eso, antes de la consumación aparecerá el cuarto jinete, el del caballo inmaculado. Aún no ha salido y llegará el primero, llegará en el mismo instante de salir, porque Él no habita en el tiempo, habita en la eternidad. Se hará presente en el mundo de pronto, “… aparecerá sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad” (Mt 24,30) y será visible en todas partes a la vez. Estas serán las inconfundibles señas de identidad de la parusía del Señor, de la cancelación definitiva de esta entelequia maldita llamada mundo. Que nadie te confunda. La vuelta del Señor será diferente, imprevista, instantánea, universal “…como el relámpago sale por oriente y brilla hasta occidente…” (Mt 24,27) y no tendrá emisarios. Así le pondrá fin al universo antes de que el mal acabe de descomponerlo.

 

Pero, estés muerto o estés vivo, no temas ese día, porque “No he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo” (Jn 12, 47). Son palabras del propio Jesús. El Padre delegó en Él todo juicio, y Él no quiere juzgar al hombre, ha preferido inmolarse en la cruz Él mismo para salvarlo. No temas ese día si te tocase vivirlo, no será día de angustia, será la gran fiesta de la Creación, la fiesta del retorno a la patria donde todos tenemos un lugar, desde la primera hasta la última de sus criaturas. A todas las creó y a todas las salvará de la esclavitud de la carne. Hasta Judas, que lo vendió, se ahorcó luego por lo que había hecho, desesperadamente arrepentido. Hasta Judas está en el cielo. ¿Crees que tu pecado puede ser mayor que el de Judas? Cierra los ojos y confía.

 

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© Gregorio Corrales.

 

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