Segunda parte: LOS PIES DE BARRO. IV.- REFUTACIÓN
DEL ENTE ¿Dónde está la verdad? A esta pregunta del encabezamiento, solamente tenemos una respuesta:
Desde luego, no en la tenebrosa galería
del topo. Según la introducción en la primera página de este libro, el
topo (el sabio), con su frustrada vocación de minero, busca la verdad a la débil luz de la
linterna que pretende alumbrar desde su frente, pero son tantos los callejones
de ida y vuelta que acaba por perderse en el laberinto de la galería. La
verdad existe, claro, pero está más arriba, en el cielo azul que brilla
fuera, donde el topo jamás ha pisado. Estimado lector, perdóname esta tentadora metáfora. Lo que tenía
realmente que decirte ahora no es eso (aunque te lo aclararé enseguida),
tenía que decirte que habrás iniciado la lectura de este libro por la página
primera, como debe ser, y te hago la advertencia porque todos tenemos la
tentación de consultar el índice y marcharnos, directamente, al tema que más
nos sorprende o nos interesa. Si eres de los que han hecho esto y ya has
satisfecho tu curiosidad, te aconsejo que vuelvas al primer capítulo si
quieres de verdad enterarte de lo que vas a leer a continuación, por una
razón muy obvia: la base sobre la que está construida la metafísica, arranca
de tres verdades iniciales que no son las mismas en mi obra que en los libros
al uso. Y si los materiales son diferentes, los edificios construidos con
ellos, inevitablemente, no pueden resultar iguales. Lo que quiero notificarte con esto es que todo el edificio
filosófico está levantado sobre los tres pilares únicos que figuran al
principio de este libro: el Ser, el Ser finito y el Ser infinito, de manera
que, si no te haces con ellos, no podrás luego seguirme cuando refuto “los
pies de barro” de la metafísica tradicional, porque la misma se yergue sobre
una concepción de esos tres pilares que es fácilmente desmontable. Y esto es
lo que intento, señalar los pies de barro de esta monumental construcción,
que es tanto como poner en cuarentena el pedestal sobre el que la situó
Aristóteles, hace veinticinco siglos, y del que ya nadie ha osado apearla. De todas formas, si no te interesa tanto la filosofía como para
cargar con esos tres pilares, tampoco pasa nada, porque para eso introduje lo
primero la metáfora del topo-sabio dando vueltas en el laberinto de la
galería, pretendiendo descubrir la luz que allí nunca llega. Aristóteles
sabía demasiado, pero le faltaba por saber casi todo. Un hombre que situaba
al “pensamiento” como máxima expresión de lo espiritual, por encima del amor,
de los ideales y de la renuncia, era un hombre que, aunque muy inteligente,
no se había enterado de nada mientras vivió. ü
La inconsistencia de la
sabiduría del hombre, los pies de barro de su metafísica, solamente es la excusa
que utilizo para desviar tu atención hacia lo único que realmente importa, la
única filosofía válida, la del sentido
de la vida, la dimensión humana a la que debe supeditarse toda sabiduría,
la que recojo en la última parte de este libro, esa “otra filosofía” que a nadie parece interesarle. Una
vez desarrollados, en los primeros capítulos, los principios básicos de la
filosofía llamada trascendental o metafísica (desarrollados según el juicio
de este autor, que difiere bastante de lo que se imparte en las aulas),
podemos adentrarnos en esa estructura tenebrosa, llamada ente, y tratar de
demostrar los tambaleantes pies sobre los que se asienta la metafísica, tal y
como ha sido concebida. Pero como ya dije, tampoco pretendo que la verdad
esté en este libro, porque .....¿Dónde
está la verdad? ·
Para la sabiduría del filósofo práctico (es decir, cualquier
hombre sensato) que se enfrenta a la vida, la verdad no está, desde luego, en
los tratados de metafísica, ni está tampoco en nada concreto, no porque
realmente no exista la verdad, sino porque el hombre está incapacitado para
reconocerla. Cualquiera que llegue a viejo, sabe que se ha pasado la vida
buscando la verdad y ha llegado al final tan perplejo como empezó; y también
sabe que la verdad está, precisamente, en la actitud inconformista de
buscarla sin descanso, a pesar del permanente fracaso, sabe que “la verdad
está en la búsqueda incansable de la verdad”. ·
Para el teórico, para el filósofo que indaga en la esencia
de las cosas, que es dónde nos hallamos ahora, la verdad no existe,
sencillamente porque en esta oscuridad de la galería del topo, en la cual nos
hemos instalado como pensadores, apenas hay verdades. La moraleja que propongo
ahora es la opuesta a la de antes: No sigas buscando, la verdad está en abandonar la pretensión
metafísica, por innecesaria y por estéril. Quememos las metafísicas y
pongamos sobre los pupitres las éticas, que es lo único verdaderamente
trascendental. El intento de este
libro, por tanto, no es alcanzar la verdad, y prueba de ello es que he
calificado a la realidad de misterio un montón de veces, tan misterio como el
Creador que la hizo. El fin de este libro es fundamentar, con buenas razones,
la futilidad de la verdad que cree haber alcanzado, en los libros, el
mundillo de los eruditos y pensadores oficiales, la futilidad de toda la
metafísica, los pies de barro sobre los que la han instalado en lo alto del
pedestal académico. He declarado ya que me
siento incapaz de llegar al final hurgando en la realidad metafísica de las
cosas. Es demasiado críptica, demasiado abstrusa, tanto que, después de
varios siglos de cavilar, ahora se encuentra el hombre con que eso tan
complicado que es la realidad que le rodea y percibe, resulta que no es nada
más que una pura ilusión, debajo de la cual ni la física cuántica sabe qué es
lo que hay, o mejor dicho, ya sabe que no hay nada. Así es que una “realidad
que realmente no es real”, es demasiado como para que ningún pensador se haga
ilusiones. “No hay más filósofo que Dios. La
sabiduría del hombre es la luz de la galería del topo”. La sabiduría del hombre es la luz de
la galería del topo porque en el mundo del pensamiento todo es posible, y por
lo mismo, todo es discutible y casi nada es verdad. Saber, saber,
lo que se dice saber qué son las cosas en su última esencia nadie
puede saberlo...... pero saber que lo que afirma el que
pretende saberlo, realmente es que dice lo que no sabe, eso sí
que es posible saberlo siempre. Y después de este inevitable y
divertido juego de palabras alrededor del vocablo “saber”, comencemos también
nosotros a indagar, para poner así en evidencia la pobreza de la metafísica,
escrita a tientas en la galería del topo. El ente (según la metafísica) El problema de la filosofía, como saber universal y necesario (el
único universal y necesario, las ciencias particulares se ocupan del estudio
de lo singular y contingente), es que, para ser válida, ha de recaer sobre un
objeto que sea también universal y necesario, que esté por encima y más
allá de la contingencia y singularidad de las cosas concretas. Si los
infinitos filósofos que se han sucedido en la historia no hubieran olvidado
esto tan sencillo y tan básico, no habrían incurrido en el error de concebir
al ente como lo han concebido (excepción hecha de Heidegger, que denunció tal
olvido). El objeto de la metafísica, por tanto, no puede ser el enfoque de
las cosas particulares en cuanto a las peculiaridades que las diferencian,
sino en cuanto a lo único que todas tienen en común, el Ser trascendente
que he desarrollado en el primero de los capítulos. Así es como en la
metafísica aparece esta célula embrionaria llamada ente, origen de toda su estructura. Calcule ahora el lector la trascendencia de este hallazgo. La
comprensión de lo que realmente habita bajo la capa abigarrada de las cosas,
depende de que todo pueda reducirse a
una sola cosa, el ente. Y el ente existe, pero quizás se parezca poco a lo
que te han contado. Primero expondré el ente tal y como lo define la
metafísica clásica que se enseña en las universidades, y a continuación
señalaré el inconsistente barro en el que lo ha transformado precisamente esa
metafísica de las aulas. Si se abre cualquier tratado de ontología, la explicación
del ente es esta: ·
Si bien las formas de
ser son diferentes en cada una de las cosas universales, haciendo abstracción
de esas diferencias y penetrando en la profundidad del fenómeno por el cual
las cosas son, acabamos por dar con lo que íbamos buscando, con el
denominador común que iguala a todas las cosas: o
Todas las cosas son
iguales en cuanto a que todas son sujetos de lo mismo, todas ejercen por
igual el Ser. Ya tenemos el objeto universal y necesario que
cobija a todas las cosas tan diversas, y que la metafísica precisaba para
ser, a su vez, un saber universal y necesario. A este “algo” tan básico
la metafísica lo ha bautizado con el nombre de ente, término que etimológicamente procede del latín ens, que debe ser
traducido como “lo que es”.
Ya este nombre señala claramente la naturaleza del concepto al que se
refiere, porque “lo que es” parece evidente que se refiere sólo al
hecho de ser sin más, a secas, sin concreciones, sin referencia ninguna a
la particular forma de ser de esto o de aquello. Hago y haré
continuamente mucho hincapié en esto porque es la clave olvidada que ha
prostituido al ente en las manos de los filósofos, a lo largo de la
historia..... lo cual es inevitable si tenemos en cuenta que la inmensa
mayoría no piensa, simplemente repite lo que le han enseñado. En este aspecto
concreto, todos menos Heidegger. Todo esto está muy bien.
Hemos aceptado el concepto ente
(aunque con algunos matices), pero si ahora echas la mirada atrás, te das
cuenta de que tal descubrimiento ya estaba sobre el tapete desde los albores
de la filosofía. Antes de que Aristóteles hablase siquiera de “metafísica”
(quiero decir de su Filosofía Primera),
el ente ya existía en la mente de aquel primer gran pensador llamado
Parménides, de Elea, recogido en el capítulo primero con la siguiente máxima: Aunque tan diverso y tan inestable, detrás del Universo se
esconde una única verdad, el Ser, verdad con la que Parménides de Elea abrió
las puertas de la metafísica. Las propiedades del ente El ente tiene
“propiedades”. Sí. Eso dicen los libros. Según ellos, el ente tiene
propiedades trascendentales, es decir, que son inseparables de su naturaleza:
ü
Todo ente es uno,
es verdadero, es bueno y es algo. Estas son las cuatro
propiedades que, según la doctrina clásica, deberían ayudarnos a comprender
el ente. Pero el concepto ente es tan simple que las pretendidas cuatro
propiedades, le vienen tan grandes de talla, que más bien sirven para
complicarlo todo. Y para remate, ha habido corrientes de pensamiento que han
incluido, además, una quinta propiedad desconcertante: el ente también es res (cosa), osadía con la cual el
barullo alcanza límites grotescos (vulneración auténtica del concepto ente).
Aquí me limitaré a describirlas tal y como lo hace la ontología tradicional,
aunque de forma esquemática. Unidad.- Ya Aristóteles
distinguió entre la unidad puramente numérica y la unidad esencial. No parece
que presente ningún problema entenderlo. La numérica es la que sirve para
dejar constancia de lo diverso dentro de una pluralidad (1, 2, 3…..),
mientras que la unidad esencial ha de definirse estrictamente como lo que es indiviso, bien por razón de que
no admite división o bien por razón intrínseca de su propia
naturaleza. El ente “agua” es indiviso, no porque no sea posible dividirlo
(daría como resultado oxígeno e hidrógeno), sino porque, dividiéndolo,
desaparece como ente para ser otros entes diferentes. En cambio, el alma es
indivisa por razón de su propia naturaleza, puesto que es una sustancia
simple, espiritual. Verdad.- Verdad significa
adecuación, conformidad o correspondencia de algo respecto de otra cosa, lo
cual posibilita tres tipos diferentes de verdad: o
Conformidad de la palabra respecto del
entendimiento, es decir, expresar lo que se piensa y no
lo contrario. Siendo una verdad que tiene su sede en la palabra (puesto que
es la palabra la que se adecúa o no al entendimiento, y no al contrario),
debemos llamarla verdad lógica (de
logos, palabra), o también verdad moral
en atención a que está gobernada por la voluntad y admite ser manipulada. Su
opuesta es la mentira, que, en este caso, siempre es intencionada. o
Conformidad del entendimiento respecto
de la cosa, es decir, concebir a la cosa tal y como
es, concebirla objetivamente. Siendo una verdad que radica en el
entendimiento (es el conocimiento el que se adecúa o no a la cosa), debemos
llamarla verdad gnóstica (de
“gnosis”, conocimiento) o también verdad
objetiva en cuanto a la objetividad del conocimiento. Su opuesto es la
falsedad, que no requiere intencionalidad, puede ser involuntaria. o
Conformidad de la cosa respecto del
entendimiento, es decir, la verdad de aquello que es
inteligible, comprensible, capaz de ser comprendido por el entendimiento
limitado del hombre. Siendo una verdad del ámbito de la cosa (es la cosa la
que se adecúa o no al conocimiento), es conocida como verdad ontológica. Sus opuestos son lo absurdo y lo misterioso. Huelga
aclarar que la verdad que se
predica del ente no es la verdad gnóstica u objetiva, porque ésa es una verdad
que está o no está en el pensamiento que concibe al ente, no en el ente
mismo, por lo que nunca podría ser propiedad suya; ni tampoco es la verdad
lógica o moral, que reside en la palabra. La verdad como propiedad del ente
se refiere a la verdad ontológica, significando con ello que el ente
es inteligible, que no constituye
ni un misterio ni un absurdo, con lo cual el filósofo se queda todo
satisfecho sobre la solidez de este descubrimiento llamado ente, pues, además
de ser unidad, ahora también es verdadadero, es decir, inteligible. Bondad.-Lo mismo anterior puede decirse de la bondad: no es entendida, en este plano ontológico en el que
nos hallamos, como perfección moral, sino como perfección entitativa, como perfección de la cosa para sí misma.
Es, por lo tanto, una adecuación o conformidad también, pero ahora adecuación
de la cosa con su propia existencia y diseño. En este sentido, todo objeto existente es bueno en
cuanto que cumple los fines que su naturaleza le permite, sin entrar en si
estos fines son buenos o malos moralmente. Un ejemplo conocido: la acción de
los depredadores es cruel y repugnante, tanto en lo sustantivo, porque
consiste en violencia, como en el plano moral del hombre que lo enjuicia;
pero en el plano ontológico es buena la depredación, puesto que da
cumplimiento a los fines para los que aparece el depredador en la naturaleza.
Dicho de otra manera, el depredador es bueno para sí mismo, todo ente es
bueno en cuanto ente. Aliquidad.-Cualquier realidad es un ente. El pupitre es realidad, es un ente.
La silla también es realidad, es un ente. Tenemos que los dos son igualmente
entes. Pero dos iguales a un tercero son necesariamente iguales entre sí,
luego la silla y el pupitre han de ser la misma cosa, puesto que los dos son
entes. Sin embargo es evidente que no lo son, nadie confunde una silla con un
pupitre. Esta evidente contradicción ha sido solucionada por la metafísica
por la puerta de atrás (quiero decir falsamente, luego verás por qué)
admitiendo que cada cosa, aun siendo ente, tiene algo más que no es
ente y que será por tanto no-ente. De esta manera, la silla y el pupitre son
lo mismo en cuanto a lo que tienen de ente, pero no son lo mismo en cuanto a
lo que tienen de no-ente. Estimado lector, antes de que
protestes, te advierto que este galimatías filosófico, aunque falso, puede
comprenderse volviendo al caso del pupitre y la silla. Comprenderemos mejor
lo que quiere decir el filósofo si lo enfocamos de esta manera, aunque no sea
exactamente lo que la definición ha dicho: el pupitre es un ente, pero al
mismo tiempo es no-ente relativo en todo aquello que los demás entes son y él
no, como, por ejemplo, ser silla. El pupitre es ente por ser pupitre, pero es
no-ente por no ser silla. Esta forma que tiene la silla de ser ente, el pupitre
no la tiene, y en ese sentido el pupitre no es ente, a pesar de ser ente.
Esto se hace mucho más digerible si lo reducimos, simplemente, a que el
pupitre es un ente incompleto, porque hay otros entes que son lo que
él no es. A eso que le falta para ser completo es a lo que el filósofo llama
no-ente (la acumulación de errores es total). No obstante todo lo anterior, si al lector se le hace una observación muy
simple acabará por entender con mayor claridad lo que pretende explicar el
filósofo: “ser algo” no hay que tomarlo en el sentido de contrario a “ser
nada”, sino en el sentido de “ser algo” diferente a los demás que también
“son algo”. Una vez que queda explicado (eso espero) el rompecabezas, la
ontología llega a la conclusión de que el ente es algo, pero no es todo, porque no se identifica con el resto de
las cosas. Participa del ser en que es algo,
pero participa del no-ser en que no es todo lo demás. En definitiva,
la ontología llega a la parada final de este pintoresco trayecto descubriendo
una maravillosa propiedad del ente, la aliquidad, es decir, el
ser “algo” (pero no ser todo). Res.- Esta es, sin duda, la guinda amarga de este pastel tan mal
cocinado. Los defensores de la existencia de esta absurda propiedad se basan
en que el Ser, sin más, el ente como pura abstracción, no existe en la
realidad, siempre aparece bajo la esencia determinada de una cosa
determinada, es decir, siempre aparece como res (cosa), de lo cual deducen que res es propiedad del ente, puesto que aparece inseparable de él.
Traducido al lenguaje de lo asequible y aunque parezca más bien un acertijo,
esta pretendida propiedad del ente viene a decir algo así como “la
particularidad de la cosa es propiedad trascendental del Ser de todas las
cosas” (¡Ahí queda eso!). Los principios del ente Una vez estudiadas las propiedades trascendentales del ente, aquello
que es inseparable de su naturaleza, por esta misma razón de ser inseparables
constituyen sus reglas o principios, sin cuya observancia no es posible
hablar del ente (principios que están acertadamente concebidos..... pero que
no corresponden al “ente”, sino a la “cosa”, como luego veremos). Principio de No
Contradicción: Ser y no ser a la vez y en el mismo sentido es imposible. De la propiedad aliquidad (cada ente es algo
diferente a todos los demás entes), se desprende este principio de no
contradicción, expresado en “No puede
existir ningún ente que sea X y, a la vez, no-X”, puesto que no-X
representa precisamente a todos los demás entes. Derivado de éste hay un segundo principio que
resulta obvio porque, más que derivado, es que está ya enteramente implícito
en el de No Contradicción; pero que
resulta muy interesante para los tibios de ánimo, para ésos a quienes les
gusta practicar la equidistancia y no comprometerse con nada, amparándose en
verdades a medias cuando algo se juzga. Principio de Tercero
Excluido: No hay medio entre el ser y el no-ser. O se es “X” o se es “no-X”. Lo contrario a esto
sería ni ser ni dejar de ser a la vez. Principio de Razón
Suficiente: Todo ente tiene fundamento, es por algo y para algo. Nada es porque
sí. De la propiedad La verdad ontológica, el racionalista Leibniz introdujo más tarde
este principio, que consiste en una verdad que muchos desconocen y que es
también sagrada en ontología. Se refiere a que en la naturaleza nada existe
que no sea racional, o lo que es lo mismo, que en el orden natural de las
cosas ni existe lo absurdo (lo absurdo solamente es producto de la libertad
del hombre) ni existe lo misterioso (en la naturaleza no hay ningún misterio,
todo está determinado por sus causas; el misterio sólo habita en la
conciencia del hombre que todavía no ha descubierto esas causas) |
Crítica Confusión del ente con la cosa Quizás hayas advertido
que, si el ente es el Ser Trascendido, el Ser que afecta a todas las
cosas por igual, pero que no es ninguna de ellas, ese ser del que habló por
primera vez aquel filósofo Parménides, en Es la propia ontología
la que define lo que es el ente, y lo comprendes, lo aceptas y lo das por
bueno; pero, acto seguido, te das cuenta de que la propia autora del
descubrimiento se olvida de su hallazgo y, al desarrollarlo, le adjudica una
serie de propiedades que nada tienen que ver con lo que, inmediatamente
antes, al definirlo, nos ha dicho sobre él. Primero lo define como la acción
pura del Ser que a todo lo trasciende y a todo lo iguala, todas las cosas
son entes en cuanto a que todas tienen el Ser por igual (plano de lo
trascendental)...... Y a continuación se desliza un peldaño más abajo, donde
está la cosa particular, y nos dice que cada ente es bueno, es
verdadero, es “algo” y es “cosa”, propiedades todas que son de la finitud, no
del Ser. A
lo sustancial del Ser (ente) no se le pueden adjudicar las propiedades de lo
sensible del aparecer (cosas). Estarás perplejo y
preguntándote ¿Pero de qué hablamos por fin, del Ser trascendental y trascendido a
todas las cosas por igual, o del ser particular, limitado y pequeñito que se
manifiesta en cada una de las cosas? ¿O es quizás que, como soy novato, no me
he enterado muy bien de lo que he ido leyendo? Pues descansa, amigo lector, te has enterado perfectamente. El Ser
que primero define bien la propia ontología oficial, el Ser que expongo en el
primer capítulo de este mismo libro, ese Ser, efectivamente, nada tiene que
ver con la descripción que de él hace, acto seguido, al explicarnos sus
pretendidas “propiedades”. Y celebro que te hayas dado cuenta de la
incoherencia tan monumental de la metafísica, porque eso revela que eres más
inteligente que los propios metafísicos, por mucho que se repitan, unos a
otros, en las universidades. Cuando yo estudiaba también me sumía, con
perplejidad, en estas mismas preguntas....... ·
....... Hasta que un
día reparé, en los libros de texto, en una gordísima incoherencia, por la
cual ya había transitado multitud de veces sin darme cuenta, la incoherencia
llamada “ente-particular”. Y así fue como caí, de repente, en un hecho
tonto, pero palmario: o
La ontología, cuando
habla del ente, no habla realmente
del ente, habla de la cosa. En ese mismo momento recordé la también incoherente (más que incoherente,
demente) pretensión de muchos filósofos de incorporar la res (la cosa) como propiedad del ente; y la luz se hizo de pronto
en todo su esplendor y respiré aliviado. Al fin había dado con el acertijo. ü
Definitivamente y
aunque suene a sacrilegio, la metafísica lleva siglos confundiendo ente y cosa bajo la bastarda fórmula “ente-particular”, en la cual
iguala y confunde el Ser Trascendido (el ente) con la esencia particular (la
cosa) El pretendido “ente-particular” merece que le dediquemos un apartado
para él solo más adelante. Lo dejamos aplazado. Ahora nos toca aclarar, una
vez más (y ya van no sé cuantas), la diferencia entre lo que es el Ser de la
cosa (el ente) y lo que es la esencia particular de la propia cosa, a pesar
de que los dos cohabitan dentro de la finitud: ·
Cada cosa particular,
en cuanto cosa particular, precisamente por ser finitud no tiene capacidad
para mostrar al Ser que la trasciende tal y cómo el Ser es en sí
mismo. La cosa, conforme a su naturaleza limitada, lo muestra de forma
limitada, lo muestra como una mera manifestación o reflejo, lo cual ya
no es el Ser, sino la esencia o forma particular de ser esa cosa concreta. ·
Pero también y a la
vez, cada cosa particular no deja, por ello, de ser sujeto del Ser
absoluto que la trasciende, porque, si así no fuera, no existiría ni
tendría esencia ninguna. En este sentido, en el que cada cosa es morada del
Ser trascendental que le infunde realidad, es llamada ente, en vez de cosa. Hay una verdad muy usada
para mejor comprender esto: Todo objeto que recibe luz queda iluminado y
refleja dicha luz, pero no por ello se convierte en objeto luminoso él mismo,
sino que recibe la luz y la refleja de forma limitada. De igual manera, las
cosas no son el Ser, pero lo reciben y lo reflejan de alguna forma limitada y
particular (esencia). ·
Por el hecho de recibirlo trascendido, las cosas detentan
el Ser y son llamadas entes, en vez de cosas. ·
Por el hecho de que detentan el Ser, pero no son el Ser,
sino que sólo lo manifiestan o reflejan de alguna forma determinada,
decimos que las cosas tienen “esencia particular”. Sin embargo, esta explicación, a pesar de tan meridianamente clara,
no ha conseguido alumbrar nunca la mente colectiva de la ontología oficial; y
es lógico, porque la mente colectiva jamás se detiene a pensar lo que ya le
dan santificado, se limita a colocarlo en el altar y repetírselo a los fieles
por los siglos de los siglos. Una vez que se comete el error de no reconocer
la presencia del Ser trascendido en cada cosa, sin menoscabo y a la vez de la
esencia particular, se le descubren al pobre ente, que es excelso,
propiedades mundanas que jamás ha tenido: verdad, bondad, aliquidad y res. La futilidad del argumento que se aduce, en los libros y en las
aulas, para este descalabro de concebir bien lo que es el ente, pero, acto
seguido, endosarle las propiedades de las cosas particulares, consiste en el
hecho de que, según ellos, el Ser, a secas, no aparece en la naturaleza, no
hay nada que “sea” pero no lo haga bajo una forma determinada de ser
(esencia). Esto último es rigurosamente cierto: “Todo lo que es lo hace bajo
una forma determinada de ser”....... Pero se les ha olvidado añadir, al final
de esas palabras, una precisión necesaria: “..... dentro de la finitud”.
He aquí la clave, que es la misma de siempre, la de priorizar permanentemente
todo lo que procede del mundo sensible ·
Dentro de la finitud,
por definición, nada hay que no sea limitado y particular. Es el modo en el
que aparece, en nuestra experiencia, todo lo que conocemos. ·
No tenemos, por
consiguiente, otro modo de percibir el Ser trascendental que no sea a través
de las esencias de las cosas particulares. ·
Pero de esta
limitación nuestra no es lícito deducir que el Ser necesite de las esencias,
que el Ser necesite de las cosas, o que sin ellas no exista. Esto sería negar
la existencia de lo infinito sólo por la lógica de la finitud. ·
Si el Ser es lo único
existente (capítulo I), únicamente Ser son todas las cosas, aunque las
percibamos como esencias particulares. Que
el Ser (el ente) se muestre bajo la esencia particular de la cosa a la que
trasciende, no es fundamento para confundirlo con la cosa y llamarlo
“ente-particular”. Descubrir el ente, contemplando el universo desde el más alto de los
escalones de la abstracción, y verlo como lo común que afecta a todas las
cosas por igual (el Ser trascendido),
no impide ni es incompatible con bajarnos de escalón, en esa misma
escalera, y contemplarlo, no como lo común que afecta a todas las cosas por
igual, sino sólo como lo particular que afecta a cada una de las cosas,
debido a que cada una, por su limitación, muestra ese mismo Ser trascendido
de una manera diferente. No hay fundamento para tener que elegir entre un
escalón y el otro, porque toda la escalera es válida para contemplar la
realidad del mundo: ·
Desde el escalón más
alto se enfoca a las cosas en cuanto a lo que tienen de forma absoluta: la
acción del Ser trascendido que está entero y por igual en cada una de
ellas. Todas las cosas son idénticas (ente). ·
Descendiendo un
escalón, se enfoca a las cosas en cuanto a lo que tienen de forma relativa,
de manifestación diferente de ese mismo Ser trascendido, debido a la
limitación de cada una de ellas (esencia particular). ·
Acertar a ver, en cada
cosa concreta, solamente lo desvelado en el segundo escalón de la
abstracción, la mera manifestación sensible del ser, la esencia particular, y
no ser capaces de contemplar, a la vez y en la misma cosa concreta, el
milagro del Ser en cuanto Ser, lejos de las limitadas manifestaciones formales
que le impone la finitud, constituye un ejercicio de auténtica ceguera
intelectual, que es la ceguera que ha afectado a la ontología hasta ahora. El ente es el Ser
trascendido en cada cosa. La cosa sólo es la manifestación limitada del Ser
que la trasciende (esencia). No acertar a descubrir el Ser detrás de su
manifestación es ceguera intelectual. Independientemente del modo de enfocar el
objeto, por tanto, en él siempre cohabitarán el ente y la cosa, a pesar de
que la ontología solamente ve la cosa con sus propiedades. Y de esta radical
diferenciación se deriva la propiedad esencial de cada uno de esos dos
mundos percibidos: el mundo abigarrado de las cosas, todas diferentes en
su esencia y su existencia particulares, y el mundo de los entes, todos
idénticos en el ser-existir trascendido. El primero de esos dos mundos es el
que está al alcance de todos. El segundo solamente está al alcance de la
filosofía, y con él logra el objeto universal que perseguía: ·
Desnudas las cosas de todo lo que las distingue unas de
otras con sus propiedades, el filósofo ha descubierto un universo de muchos
entes que no difieren en nada unos de otros, y que no tienen más propiedad
que la unidad. Desde una bacteria hasta la revolución tecnológica, pasando
por la pintura de El Greco, todos constituyen unidades perfectamente
contables como sujetos, pero idénticas entre sí en cuanto entes, puesto que
coinciden en ejercer, todas por igual, el Ser, sin distinguir para nada qué
forma concreta de ser..... Justamente lo que la filosofía tanto había
ansiado: o
Desprenderse de la pluralidad de lo existente y hallarle, a
esa pluralidad, un común denominador que la convirtiese en un solo objeto de
pensamiento: el ente (el
Ser, lo único que existe, “capítulo I”). El ente no tiene más propiedad que la unidad Por propiedad ha de entenderse aquello que se predica de un sujeto
de forma necesaria, es decir, como un atributo inseparable del mismo,
esencial en el mismo, de forma que, desgajándolo, el sujeto desaparecería o
pasaría a ser otro. En este caso, puesto que el sujeto es la cosa particular, pero no
en cuanto cosa, sino en cuanto ente, ya de entrada no cabe suponer en él
propiedades que impliquen variabilidad, particularidad o limitación...... que
es justamente lo que predican cuatro de las cinco propiedades que se le
adjudican. La verdad, la bondad y la aliquidad (y nada digamos de la
inverosímil “res”) son la consecuencia de no acertar a distinguir el Ser
trascendental en cada sujeto de la finitud, y cegar la mirada con las
propiedades limitadas del propio sujeto ·
El Ser no es la primera de las realidades, es la realidad
primera y última, es la realidad toda, la única realidad. La nada no existe. ·
El Ser no es parte de la realidad, es la realidad misma. El
Ser y la realidad son lo mismo. ·
Si además del Ser nada hay que exista en sí mismo, el
Ser no es solamente “lo uno”, es también “lo único”. ·
Ser lo uno y único (Ser trascendental, Infinitud, Dios) no
empece que se muestre recibido en las cosas que crea y existen, aunque no
en sí mismas (finitud). ·
Las propiedades de la forma de mostrarse el Ser en la
finitud, no pueden extrapolarse al propio Ser. Cada
cosa de la finitud es sujeto del Ser. No cabe adjudicar las limitaciones del
sujeto al Ser que lo trasciende. |
La verdad no atañe al ente Aceptada
en el apartado anterior la propiedad de que el Ser es Uno, ahora viene lo
demás que pretende la ontología oficial que también es el ente, lo
inaceptable. Predicar del Ser (del ente) que es “verdadero”, como pretende la
metafísica, no solamente es hacer una predicación errónea, sino que además
resultaría inútil a todos los efectos. Y voy a comenzar por esto último, por
la inutilidad. La
verdad que se defiende en el ente, la verdad ontológica, es un tipo de
verdad que resulta absolutamente inútil a efectos de la existencia objetiva
del ente. Que algo sea inteligible, que no constituya un absurdo (que es en
lo que consiste la verdad ontológica), no nos sirve de nada si, al tiempo de
ser inteligible dentro de nuestra mente, puede ser falso en cuanto a que no
tenga existencia objetiva fuera de
nuestra mente. Esta es la primera objeción que se le puede hacer a la
pretendida verdad del ente. ¿De qué
sirve que el ente sea inteligible, si puede ser verdad únicamente en nuestra
conciencia? ¿De qué nos sirve esa monumental verdad racional si no tuviera
realidad objetiva exterior? ·
La suposición precopernicana del Sol girando
alrededor de ·
Sin embargo, ahora sabemos que objetivamente era
falso, el Sol nunca ha girado alrededor de ·
Lo mismo podríamos decir del Ser (el ente) en
cuanto realidad única: muy inteligible, pero eso no acredita en
absoluto que exista fuera del ámbito de la razón. En la realidad que nos
circunda solamente vemos cosas particulares. ·
De hecho, Heidegger mantiene que la primera
realidad no es el Ser, que al Ser no se le puede concebir sin la previa
concepción de ·
La única verdad que interesa, en este caso
concreto del Ser, no es la ontológica (lo inteligible), sino la verdad
gnóstica, la verdad que consiste en que lo que pensamos se corresponda
con la realidad exterior, es decir, que el ente que concebimos exista también
fuera, no sea solamente un producto de nuestra razón. ·
Pero resulta que como esta verdad gnóstica, por
definición, reside precisamente en nuestro entendimiento, no en el objeto (el
ente), nunca puede ser predicada de éste último, del ente, que es justamente
lo que pretende la ontología. Dejando a un lado esta perfecta inutilidad
de la verdad ontológica, resulta que tampoco se le puede atribuir la misma al
ente, como la ontología profesa. Es preciso recordar que lo opuesto a la
verdad, en el plano ontológico, es todo aquello que no resulta inteligible,
lo cual sucede cuando nuestro conocimiento se enfrenta a lo absurdo o a lo
misterioso. El Ser no es ningún absurdo, por supuesto, pero sí es el más
grande de los misterios. ¿Cómo
puede afirmarse, con seriedad, que el Ser es “inteligible”? ¿Quién puede
saber en qué consiste exactamente esa sustancia infinita (Dios), cuya
existencia deducimos a partir de la existencia limitada de las cosas del
universo? ¿Quién puede comprender ni describir “qué es en sí mismo”
ese milagro del Ser, que a nosotros nos llega de forma tan limitada? Una cosa es que nos conste la existencia del
Ser por propia experiencia, y otra, muy distinta, que lo conozcamos. Una cosa
es “constatar” el Ser y otra muy distinta conocerlo. Quizás esto pueda
parecer, a primera vista, una exageración, pero basta con desviar la mirada a
nuestra propia intimidad para que la misma nos resulte un auténtico misterio
que nunca llegamos a conocer del todo, por muchos años que vivamos. El Ser
nos llega desde quien es el Ser, Dios; y si Dios es el más grande de los
misterios, obviamente lo que nos trasciende desde Él también lo es. Y con
esto hemos llegado, además, a que si el Ser cae fuera de nuestra capacidad de
lo inteligible, si constituye el más grande de los misterios, entonces no es
una verdad ontológica tampoco, como pretende la metafísica. El Ser no es inteligible,
puesto que no lo es la fuente misma del Ser, Dios. Constatamos que el Ser
existe, pero no lo conocemos. El Ser es el misterio absoluto, es la negación
de toda verdad ontológica. |
La bondad ontológica no es aplicable al ente Resulta
inevitable que, cuando se habla del bien, todo el mundo se vaya
inmediatamente al bien y el mal de índole moral, no en vano es este tipo de
bien el que sitúa al hombre por encima y diferente a toda Se
supone que todo ha quedado claro, pero invito al lector a que caiga en la
cuenta del disparate que encierra esto de trasladar lo que es bueno o malo,
en el puro orden natural de las cosas, al plano trascendental del bien y mal
ontológicos, como hace la metafísica. Acabamos de desembocar donde siempre,
en la perpetua confusión entre los ámbitos de realidad. Lo que pueda ser
bueno o malo para las cosas y seres naturales, nada tiene que ver con el
plano de trascendencia que se encierra en los mismos, que es a lo que alude
la ontología. Resulta obvio que el Ser, el “hecho de ser”, jamás puede ser
considerado como algo intrínsecamente malo, pero, por esta misma razón,
tampoco bueno. ¿Por qué? Porque el
bien y el mal son limitaciones propias de la finitud, y solamente se pueden
predicar de las formas particulares de ser las cosas, porque todas ellas, sin
excepción, participan del bien y del mal en alguna medida. Pero es que estas
esencias o formas particulares de ser de las cosas nada tienen que ver con el
Ser ontológico. |
·
El bien y el mal no son absolutos, son medibles
y relativos entre sí, son los opuestos de una relación que se da únicamente
dentro de la limitación de la finitud, es decir, en el mundo de las cosas. ·
El bien no puede ser predicado del Ser
trascendido (del ente) porque, en tal caso, existiría también su opuesto el
“mal trascendendido”, que en este caso concreto consistiría en el “no-ser”,
es decir, la “nada”..... Pero es que la nada no existe (cap. I). ·
Si no existe el mal ontológico en el Ser,
tampoco existe el bien ontológico en el Ser. ·
Las cosas son buenas y son malas dentro del
orden relativo de la finitud, pero los entes simplemente son. No
estamos hablando de las cosas, estamos hablando de lo absoluto que las
trasciende. El Ser ni es bueno ni es malo, simplemente es. Prueba
de ello es que la propia doctrina, al adjudicarle al ente la propiedad de la
bondad, con ello está reconociendo que ontológicamente todo es bueno, que el
mal ontológico no existe en la naturaleza, puesto que cada cosa cumple los
fines para los que ha sido diseñada (la víbora envenena cumpliendo su
cometido en la naturaleza). La ontología lo reconoce, pero no se apea del
error que conlleva suponer la existencia de un bien sin su contrario el mal,
dentro del orden natural. Es forzoso que se caiga en este error porque viene
arrastrado de ese otro error mayor y que está en la base de todo: adjudicarle
al ente no el Ser trascendido, sino las esencias, las formas particulares
de ser de las cosas, de lo cual se da por cierto que el ente es bueno porque
todas las cosas son buenas para sí mismas. Esto es válido en el plano de la
biología, por ejemplo, pero estamos en el plano de lo metafísico. La
bondad-maldad habita sólo en la limitación, en la finitud de las cosas. El
Ser ontológico (el ente) ni es bueno ni es malo, simplemente es. La aliquidad es
propiedad de la cosa, no del ente Quedó explicado en su momento que, según la metafísica, aliquidad es la propiedad por la que
el ente (aunque realmente se está confundiendo con la cosa) es algo (por ejemplo, pupitre), pero no
es todo lo demás (por ejemplo, silla), lo que le confiere la propiedad de ser
ente (pupitre) y, al tiempo, ser también no-ente (no-silla), de ahí le viene
eso de la “aliquidad”, ser “algo” pero no ser todo lo demás. Y,
efectivamente, el ejemplo es muy ilustrativo.... pero absolutamente
improcedente, porque se está cometiendo el reiterado error de meter al ente
en el mismo saco de las cosas. Todos los vientos que azotan los pies de barro
de la metafísica vienen de la misma dirección: la confusión de los ámbitos de
realidad. El discurso es inservible, se mire desde el ángulo que se mire: ·
El ser algo
determinado y concreto y no ser todo lo demás que se podría ser (aliquidad),
es una forma de ser obtenida por comparación, por relación, es el ser
relativo de las cosas en el universo limitado de nuestra experiencia. Pero el
Ser en sí que trasciende a todas las cosas, por diferentes que sean, no es
relativo, está todo por igual en una cosa pequeña como en una grande. El ente
es del ámbito de lo trascendente y la aliquidad del ámbito de lo limitado en
el universo de las cosas. “Ser
algo determinado y no ser todo lo demás” (aliquidad) pertenece al universo
limitado de las esencias de las cosas. El Ser (el ente) pertenece al ámbito
de lo trascendente y está en todas por igual. La propiedad insólita del ente: la “res”. Al exponer las propiedades del “ente particular” (como gusta
llamarlo la ontología), ya dejé constancia de lo insólito de esta pretensión
de incluir también la “res” (la cosa), hasta el punto de que lo califiqué
entonces como “la guinda amarga del pastel”. Y también dejé constancia de
que, bajo esta pretendida propiedad, subyace el error de considerar al Ser
como una mera “concepción abstracta”, por lo cual no puede aparecer solo,
sino que siempre aparece sobre la realidad tangible de las cosas
particulares. De ahí que la metafísica, en vez de llamarlo por su verdadero
nombre, el ente trascendido, guste
llamarlo siempre el “ente particular”, dejando así constancia de su confusión
con lo que realmente es la cosa, no el ente. Una vez consumado el error y en buena lógica, la ontología
tradicional discurre así: Puesto que el Ser (mera concepción abstracta, según
ellos) siempre aparece en “forma de cosa”, esto quiere decir que “ser cosa”
(“res”) es una propiedad trascendental del ente....... lo cual estaría muy
bien, si no fuera por la pequeña contrariedad de que se elimina toda
diferencia entre lo absoluto del Ser y lo relativo de las cosas, entre lo
trascendental del Ser y lo limitado de las esencias, entre lo universal del
Ser y lo particular de las cosas...... y así sucesivamente hasta eliminar la
finalidad y la razón de ser de la propia ontología. Para acabar confundiendo
lo trascendental con lo particular ¿Para
qué se ha inventado esto de la ontología? Pero para dejar patente la banalidad de esta pretendida propiedad,
quizás sea más sugestivo sustituir las palabras por sus respectivos
conceptos, y entonces esta propiedad tan insólita de la ontología queda así
de ridícula: ·
Puesto que “ente
particular” significa el “ser de la cosa” y “res” significa
“cosa”, considerar la “res” como propiedad del “ente
particular” significa considerar la “cosa” como propiedad del “ser
de la cosa”. Sin más comentarios. El
“ente-particular” (según la metafísica) Sin embargo y a pesar de
lo expuesto, es rara la página de cualquier ontología en la que no se
descubra un continuo desliz entre lo que es particular y lo que es
trascendental, entre lo que pertenece a la cosa y lo que pertenece al ente,
incurriendo en un fárrago de contradicciones que acaban por desesperar a
cualquier estudioso del tema, si lo hace con un mínimo de sentido crítico.
Esto le sucedió al alemán Martín Heidegger
hace más de un siglo, cuando denuncio el olvido del Ser a fuerza de tanto manosear las cosas singulares. Y entre tantas contradicciones hay una que
ostenta el record, a la vez por lo inusitada como por lo repetida. Consiste
en el llamado “ente-particular” o “ente-finito”. Juntar ambos términos,
“ente” y “particular”, en un concepto único da por resultado un
contrasentido, algo así como decir, por ejemplo, “el ser general de la forma
de ser determinada”. El principio de no contradicción nos dice que el “ser
absoluto” no puede ser, a la vez, el “ser particular”, de manera que la
proposición “ente-particular” resulta un disparate. Esta fórmula mágica es
una especie de cliché mental que los profesionales de la filosofía
adquirieron en su día en la carrera, y que jamás se han molestado luego en
someter a juicio. Recordar y repetir es fácil, es lo que hace la mayoría.
Aprender y criticar es difícil, es lo que deberían hacer todos. También yo
hice la carrera y lo aprendí así, pero tengo el incorregible vicio de pensar
por mí mismo. La continua coincidencia de la mayoría en este pecado
filosófico tiene una cierta explicación. El Ser trascendido a la finitud no puede ser, a
la vez, la manifestación limitada y efímera que la finitud hace del Ser
(Principio de Contradicción). La proposición “ente-particular” constituye un
disparate filosófico. ·
El origen de tal confusión conceptual hay que buscarlo en
esa quinta propiedad del ente tan apestosa y tan falsa, esa que predica de él
la “res” (la cosa), bajo la excusa de que “el Ser solo no existe en la
naturaleza”. ·
Deducir que “el ente es particular” sólo por el hecho de que
aparece siempre a caballo de una cosa particular, tiene el mismo fundamento
que deducir que el jinete también es un equino, puesto que siempre aparece
sobre un equino. ·
A la ontología que defiende este monumental error, es
preciso recordarle que la realidad Ser por supuesto que existe por sí misma, con
o sin cosas, tanto que es precisamente lo único que existe, el Ser, tal y
como está expuesto en el primer capítulo de esta obra. ·
Antes decía que está en todas las cosas. Ahora digo más:
Cuando se extinga el universo entero con todas sus cosas dentro, el Ser
seguirá intacto, eterno, puesto que es lo que existe por sí mismo. Que haya
sido trascendido al universo no significa que necesite del universo para
manifestarse. ·
Lo que no existe, además de la “nada”, es precisamente la
materialidad de las cosas, que son puras formas, o lo que es lo mismo, puras
expresiones limitadas del Ser. El problema es de quien únicamente es capaz de
ver lo sensible (las cosas) y no es capaz de ver el Ser que mantiene a las
cosas sobre el vacío (el ente). ·
Es precisamente esta desafortunada contradicción semántica
que pulula por toda la metafísica, “ente-particular”, la que induce a pensar
que lo que teóricamente es uno y, por tanto, indivisible (el Ser, el
ente), al aparecer siempre con el añadido “particular”, quiere decir que
realmente el ente “aparece repartido” entre los sujetos particulares,
olvidando que un reparto implica siempre división. ·
Evidentemente, lo que es uno precisamente por ser
indivisible no puede, a la vez,
aparecer en partes. El Ser no tiene partes, tiene manifestaciones, formas diferentes de aparecer en las cosas a las
que trasciende, debido a la naturaleza limitada de éstas. Es fácil comprender
que si las cosas son finitud no pueden mostrar a lo infinito tal cual es, lo
muestran de manera limitada. ·
El Ser, por tanto,
puesto que es uno e indivisible, está entero en cada cosa, lo cual es
el ente. Esto no obsta a que la cosa, debido a su naturaleza limitada, no
pueda mostrarlo tal cual es y lo muestre bajo una forma determinada,
lo cual es la esencia particular propia de esa cosa. El Ser trascendido y la esencia particular son diferentes y
compatibles. Si traducimos esto
último al concepto vida se
comprende mejor: la vida particular de cada individuo no es una parte de algo
diferente y mayor que es la “vida en sí misma”. Si así fuera, la vida en sí
no sería la de cada individuo, sino la obtenida por suma de las de todos los
individuos, lo cual no es cierto. La vida está toda entera e idéntica en cada
uno de los particulares (aunque se manifieste diversa), y bastaría con que
existiera un solo individuo, en todo el universo, para que lo suyo fuese
auténtica vida, y no una parte de algo diferente y mayor. ·
Ser “ente” y, a la vez, ser “particular”, ser
“ente-particular”, solamente sería posible si no existiese más ser que el de
cada cosa particular, si el ser fuese patrimonio propio de cada una de las
cosas, de modo que hubiese tantos “seres” como cosas particulares hay; o
dicho de otra manera, si no existiese un Ser único que trasciende a todas las
cosas particulares a la vez y por igual. Solamente
en tal supuesto cabría hablar de los “entes particulares” que cita la ontología.
Pero es que esto ya existe y todos lo conocemos, son las esencias
particulares, a las cuales, por supuesto, no cabe confundir con el Ser, es
decir, con el ente, por lo cual sólo cabe hablar de “cosas particulares”, no
de “entes particulares”. De todas formas, admitir este tipo de
ente-particular llevaría inmediatamente a las preguntas: ¿De dónde han surgido tantos seres distintos de las cosas? ¿El ser es
patrimonio de cada cosa? ¿No lo han recibido todas de un solo y único Ser?
Y es cuestión tan pueril que se despacha con una sola reflexión: ·
Si el Ser de las cosas radicara en sí mismas (como radican
las esencias particulares), las cosas existirían eternamente y jamás
cambiarían, que es justamente lo contrario de lo que la experiencia nos
demuestra. El hecho de que las cosas perezcan o se modifiquen evidencia que
tienen el Ser sólo recibido provisionalmente de quien es el Ser único, el Ser
que las trasciende por entero y una a una. Por
tanto, el Ser que anima cada cosa del universo no es propio, no es algo que
se genera en la cosa misma, simplemente lo tiene porque lo ha recibido desde
fuera y por eso lo detenta de forma tan precaria e inestable, por eso lo
pierde continuamente en cada movimiento. No hay tantos “seres” como
cosas, hay un único Ser que las trasciende a todas; de manera que
englobar en un sólo concepto, llamado “ente-particular”, el Ser único
recibido por el sujeto (el ente) con la forma limitada y mudable en que es
vivido por el sujeto (la esencia de la cosa) constituye, simplemente, un
disparate metafísico. No hay tantos “seres” como cosas particulares,
hay solamente formas limitadas de manifestar el Ser único recibido. El
enunciado “ente-particular” constituye un imposible, algo así como lo
“trascendental-contingente”. Hablando de esta incongruencia manifiesta del propio nombre
“ente-particular”, hay una línea de análisis que resulta reveladora por su
resultado final: ·
Sobre la identificación y diferenciación de las cosas, todas
las doctrinas acaban convergiendo en que tal tarea recae en los accidentes.
El fenomenismo así lo reconoce explícitamente. El sustancialismo lo niega,
pero es simplemente porque considera a todos los accidentes integrados en la
sustancia. Y la posición ecléctica distingue entre “accidentes necesarios”,
cuya suma es la sustancia, y los “no necesarios” o genuinos accidentes. ·
Según esta última
posición y por citar un ejemplo claro, lo “racional”, a pesar de ser un
accidente prescindible respecto de la sustancia “animal”, resulta ser un
accidente tan determinante que, por sí solo, mantiene la sustancia “hombre”
como diferente a todas las demás sustancias animales, es decir, que en lo
humano pasa a integrar la sustancia. ·
Nace así el
antagonismo entre el concepto sustancia (lo que es en sí mismo) y accidente
(lo que es en otro, lo que es “inherente a”). ·
No obstante y a pesar
de la distinción anterior entre accidentes necesarios y no necesarios, es
evidente que cada cosa aparece ante nuestra percepción como un mero conjunto
de accidentes. Ante la percepción sensorial, las infinitas cosas del universo solamente
difieren entre sí por los accidentes, tanto si se los considera como
individuos aislados como si se los considera como análogos específicos. Son
esos accidentes los que nos conducen, desde los sentidos que los han
percibido, a la comprensión total de la cosa y de su esencia. ·
Aplicado esto último
al “ser particular” de cada cosa, resulta que el mismo está sustentado, en
última instancia, por la suma total de sus accidentes (necesarios y
no-necesarios); es decir, el “ser particular”, en definitiva, se trata de una
realidad “accidental”, y de ahí le viene su contingencia. Únicamente lo
absoluto carece de accidentes. ·
Sólo nos resta
trasladar este resultado al concepto “ente-particular” de la ontología y,
sustituyendo, obtenemos el “ontos-accidental”, que es un disparate,
una antinomia que encierra una evidente contradicción entre lo que es en sí
mismo (ontos, ente, ser) y lo que es relativo y prescindible (accidente,
particularidad). ·
El “ser sólo
accidentalmente” (que es en lo que ha terminado el pretendido
“ente-particular” en este análisis) es una definición que cuadra
perfectamente con el concepto “cosa-particular”, sencillamente porque es a
ésta, a la cosa, a la que está refiriéndose, de hecho, la ontología. Pretender
cuadrar al ente con lo particular, conduce a la negación del Ser, del Ontos,
y con ello, de la propia Ontología. La metafísica desaparece y se diluye
dentro de la filosofía de la naturaleza. El
ente, descendido a la esfera de lo particular, se convierte en el “ontos-accidental”,
un disparate metafísico que la ontología utiliza por confusión con la
cosa-particular. Estructura y analogía de las cosas La línea tradicional aristotélico-tomista, y con ella la inmensa
mayoría de la filosofía, ha venido presentándonos a la cosa (el
“ente-particular”) como algo complejo, como una realidad que está dotada de
estructura por los principios de la esencia y la existencia, como no puede
ser de otra manera cuando se teje sobre la base de la potencia-acto de Aristóteles.
La explicación de esta pretendida estructura no precisa de andamios, a la
vista de lo simple que es. Solamente necesita cinco pasos: 1.
Cada cosa, cada
ente-finito, tiene su forma particular de ser, su esencia, de manera que
todas las cosas universales (dejando a un lado los géneros) son diferentes,
unas de otras, en cuanto a que ninguna coincide con las demás en su forma
particular de ser. 2.
Sin embargo, en cuanto
al existir todas son idénticas, puesto que todas ellas existen por igual
(según la metafísica). 3.
Si todas ellas tienen
algo en común, pero también tienen algo diferente, quiere esto decir que esos
dos “algos” constituyen una estructura, la estructura de la esencia y la
existencia. 4.
Pero tal estructura no
puede ser una composición, pues esto exigiría que cada uno de esos dos
elementos existiera ya de antes, y es evidente que la esencia de la cosa
concreta y la existencia de la cosa concreta es imposible que existieran
antes que la cosa concreta misma. 5.
El problema se
soluciona si, en vez de ser una mera composición de dos elementos previamente
existentes, se trata de dos “principios” nacidos dentro de la cosa misma y a
la vez de la cosa misma, en un abrazo indisoluble (siempre según la
metafísica). En la literatura española contemporánea hay una célebre novela de
Miguel Delibes que se titula La sombra
del ciprés es alargada, en la que el autor busca afanosamente el sentido
último de la vida a través de las experiencias más diversas. En filosofía hay
un Miguel Delibes mucho más universal que el anterior, del que podría decirse
que La sombra del Estagirita es
alargada, entre otras cosas porque lleva veinticinco siglos proyectando
sombra sin parar. Todo el mundo sabe que el Estagirita es Aristóteles, que
nació en Estagira, y que en vez de buscar el sentido de la vida se dedicó a
estudiar la vida misma en todos los planos, desde la naturaleza hasta el
mismo Dios, salvando los problemas con ideas prodigiosas. Ideas prodigiosas por doquier, pero de consistencia dudosa. En
metafísica, su gran hallazgo es el de “potencia-acto”, capaz de explicarlo
todo, incluso al mismo Dios, que consiste (según esta teoría) en el “Acto
Puro”. Pero como al Estagirita y a ese su gran descubrimiento de
potencia-acto voy a dedicarle un capítulo entero, dejamos para entonces tal
cosa. Ahora nos interesa sólo comentar que, fruto de esa misma teoría y de su
aplicación al ente-particular, resulta que el mismo, además de estar
constituido por una estructura de esencia-existencia, también presenta la
particularidad de que ni es unívoco ni es equívoco, es análogo. ·
Si todas las cosas
fuesen idénticas en todo, diríamos del ente-finito (nombre más académico que
“cosa”) que es un término unívoco, puesto que se referiría a una pluralidad
de sujetos que serían todos iguales entre sí. ·
Si las cosas en nada
coincidiesen, diríamos que el término es equívoco, porque se referiría a una
pluralidad que nada tendrían en común unas con otras. ·
Pero como engloba a
una realidad de muchos que ni son enteramente iguales entre sí, debido a la
forma particular de ser de cada uno, ni tampoco enteramente diferentes entre
sí, debido al común existir de todos, el término ente-finito se refiere a una
comunidad de análogos (siempre según la metafísica). Crítica Creo que todas las advertencias que haga en torno a que la realidad no es una, sino
que está dividida en ámbitos, serán pocas, porque la trascendencia de este
error es tanta que aparece en todos los temas. Ahora, al tratar de rebatir la
concepción clásica del “ente-particular” (la “cosa”, porque es realmente a lo
que se refiere) vuelve a aparecer esa confusión en todo su esplendor, y de
paso y por la misma causa del desconocimiento de los ámbitos, también reluce
la confusión de lo que es “real” y lo que no es “real”. Así es que el pecado
es doble: 1.
Desconocimiento de los
ámbitos: La ontología únicamente
distingue lo que procede de la percepción sensorial, lo empírico (a lo cual
considera como lo único que es “real” y tiene “existencia”), frente a todo lo
demás (a lo cual minimiza claramente calificándolo de meros “entes de
razón”). Según este modo tan primario de enfocar la
realidad, el Ser Trascendental resulta ser el primero y más irreal de todos
los calificados como simples “entes de razón”. Adjudicar realidad a lo que
“tiene existencia”, pero sobre el error de considerar que la verdadera
existencia sólo es patrimonio de lo empírico, tiene dos lecturas: o
La primera es que
evidencia el desconocimiento de que hay ámbitos de realidad y de que
todo lo que es en cada ámbito, también existe en cada ámbito.
No hay absolutamente nada que “sea pero no exista”, verdad elemental que la
ontología convencional está claro que desconoce. Para ella, por lo que se ve,
sólo tiene verdadera “existencia” y, por lo tanto, verdadera realidad,
aquello que procede de la experiencia sensorial y tiene su correlato material
en el mundo que nos rodea. Todo lo demás, para ella parece ser pura
elucubración mental. o
La segunda lectura es
que tal afirmación constituye un reconocimiento implícito de la futilidad de
la propia ontología. Si nada hay tan carente de existencia empíricamente
constatable como el Ser Trascendental, ¿para
qué seguir hablando de estos temas? Eliminemos todas las metafísicas. 2.
Confusión de los
ámbitos: Lo cual se pone de manifiesto en
el propio enunciado “ente-particular”, incoherencia a mitad de camino entre
el ente y la cosa, entre el Ser trascendido y la esencia particular. El ser
(el ente) jamás puede ser particular, eso es la esencia, no el ser; y lo
particular jamás puede ser ente (ser), eso es la cosa, no el ente. La
expresión “ente-particular” constituye un imposible, un híbrido entre el Ser
Trascendido y la esencia particular. La metafísica lleva siglos confundiendo
ente y cosa. Una “estructura” colgada en el vacío. En los apartados anteriores he expuesto lo que la ontología dice que
es el “ente-particular” y la “estructura” de que está dotado. El primero de
todos los comentarios que merece este “ente-particular”, tan licencioso, es
el análisis de lo que es una estructura, con el fin de demostrar que
la clase de estructura que se pretende resulta un imposible en el plano de lo
puramente conceptual. ·
Estructura es un todo o
conjunto de partes, dentro del cual se hace referencia expresa a la
distribución u ordenación de dichas partes o elementos integrantes, dentro
del todo. ·
Por tanto y puesto que
la parte siempre es anterior al todo,
la existencia de una estructura implica de forma necesaria: o
La previa existencia
individual y real de las partes que la constituyen. o
La posibilidad de
nueva separación de las partes constituyentes, división que conlleva la
cesación del todo o estructura. Eso es una estructura y esa es la propiedad esencial de divisibilidad
de la misma en las partes que la han constituido. Sin embargo, en este caso
del ente-particular o cosa, a pesar de que la propia ontología le adjudica
una “estructura” de dos elementos (esencia y existencia), establece, contra
natura, que dicha estructura es indivisible, de manera que ni siquiera
sería posible llevar a efecto la división, debido a que esencia y existencia
no son independientes entre sí, son inseparables, lo cual es una innegable
verdad...... o
........ Verdad
innegable que viene a demostrar justamente lo contrario de lo que se
pretende, viene a demostrar que el “ente-particular” o cosa no es en modo
alguno una estructura, sino una cosa única, el Ser, aunque se manifieste a
nuestra razón como “esencia”, por un lado, y a nuestra percepción sensorial
como “existencia “, por otro lado. Según esta sorprendente doctrina tan manoseada durante siglos, los
dos elementos integrantes de tal “estructura”, esencia y existencia, son
indivisibles porque no son concebidos como verdaderas partes de una
estructura (a pesar de ser estructura), sino como meros “principios”
internos, los cuales presentan la fantástica novedad de que abrazados
constituyen el ente-particular (cosa), pero divorciados no son nada, no
existen; resulta que se constituyen y realizan dentro del propio
ente-particular, pero ni antes ni después del ente existen ni son nada. Lo
fantasmagórico y especulativo alcanza su cénit. Resulta duro aceptar que este
auténtico “capricho intelectual” haya adquirido carta de naturaleza a lo
largo del tiempo. Es absolutamente infundado por: ·
Dos “nadas” (dos
“principios”) nada pueden estructurar, porque la unión de los que no tienen
entidades propias no puede producir entidad resultante ninguna. Suponer la existencia de dos “algos” (esencia y
existencia) que aislados son nada porque constituyen puros “principios”
(según ellos), pero en relación dentro del ente sí que se convierten en algo
(“principios”), constituye un imposible. Entre
el ser y el no-ser no existen grados intermedios, lo que no es ente es
nada. Los llamados “principios entitativos” (no-ser por sí
mismos, pero ser si aparecen unidos) son un invento, una estructura
colgada en el vacío. ·
En el orden
ontológico, antes de todo lo que sean relaciones está primero el ser
de los sujetos de tales relaciones. Para que exista una relación entre dos
algos (en este caso llamados “principios”), es indispensable la previa
existencia de cada uno de esos dos algos a relacionar. No se puede concebir
una relación en la nada, entre dos algos que carecen de identidad fuera de la
propia relación. Dicho de otra manera: una relación entre dos surge
de la previa existencia de los dos, y no al contrario. Aquí se pretende lo
contrario, que dos que no tienen existencia previa (porque son meros
“principios”) surgen precisamente de la propia relación entre ambos dentro
del ente, lo cual es metafísicamente imposible. En
el orden ontológico, primero es el ser y luego es la relación.
La teoría de dos principios en la estructura del ente pretende lo contrario:
“de la relación de dos ´nadas´ surge el ser de cada una de ellos dentro del
ente”. ·
La necesidad de este
inventado andamio estructural, dentro del “ente-particular”, reside en la
concepción errónea de que el Ser y el existir son realidades diferentes
entre sí. La metafísica, entonces, tropieza con el problema de que dos
realidades que forman unidas una estructura, han de ser forzosamente
anteriores y existentes antes de la propia estructura (el ente), lo cual
resulta imposible, puesto que anterior al ente no hay nada por pura
definición. ¿Cómo solucionar este
problema? Pues barnizándolos de meros “principios”, en vez de
“realidades”, parece que ya es suficiente para incardinarlos dentro del
sujeto, pero sin realidad previa y anterior al mismo. Si la metafísica hubiera partido de la verdad
suprema de que “Sólo el Ser es”, de
que no hay realidad ninguna que no sea el Ser ni realidad ninguna anterior al
mismo, de que el “existir” es un mero heterónimo del Ser, si la metafísica no
hubiera olvidado esto tan básico que está en el primer capítulo de este
libro, no habría incurrido en dos errores seguidos: o
Primero: No hubiera
buscado una estructura donde no puede haberla, porque el ente, por
definición, es el Ser Trascendido, es el propio Ser. o
Segundo: Si con la
errónea expresión “ente-particular” a lo que está realmente refiriéndose la
metafísica es a la “cosa particular”, tampoco hay estructura, sigue habiendo
una sola realidad, el Ser, si bien la cosa lo muestra de formas
limitadas en lo que llamamos “esencia y existencia”. Con lo expuesto hasta aquí, la pretendida “estructura entitativa”
del “ente-particular” ha quedado fuera de servicio. Pero es conveniente
situarla dentro de la vulneración sistemática que la metafísica viene
haciendo de los conceptos básicos que rigen la realidad, y que están en el
principio de este libro, manejando conceptos equivocados, en ámbitos de
realidad que no les corresponden, y contraviniendo las tres verdades
esenciales explicadas en el capítulo primero. Por eso advertí entonces la
necesidad de empaparse bien de los conceptos iniciales sobre los que se
construye la realidad, si es que se quiere que la ontología sirva para algo.
Según está concebida, parece más una entelequia que una ciencia humana. 1.
El pecado
“existencialista”. Con el título
“El ´Existir´ como mero heterónimo del
Ser” he encabezado, en el penúltimo apartado del capítulo I, la no
individualidad real del “existir” como concepto. En ese capítulo tan básico,
partiendo de la apariencia de un ser y un existir diferentes en las
cosas, y pasando luego por el Ser-Existir trascendido a todas las cosas por
igual, hemos acabado concluyendo que no hay más realidad que el Ser. El
concepto del existir es una auténtica rémora que se arrastra desde el error
de considerar el testimonio de los sentidos como única fuente del
conocimiento, lo sensorial como origen de todo lo demás. En este sentido, el
olvido del apriorismo kantiano, a la hora de la especulación, es como un
suicidio filosófico. o
“La existencia
consiste en la individualidad de cada cosa en su aparecer ante nuestra
percepción sensorial. Inmediatamente de que observamos una cosa cualquiera,
distinguible de su entorno por sus accidentes, y en todo caso, distinguible
siempre por su localización espacio-temporal, certificamos que esa cosa existe,
cuando realmente deberíamos certificar que esa cosa es. El término existir
sólo es otra forma de llamar al ser.” Esto es lo que escribí sobre el
concepto “existencia” en el apartado “El
ser y el existir de las cosas”, en el primero de los capítulos de este
libro, y en esta definición queda patente que el “existir” no tiene más
fundamento que la mera percepción sensorial de lo aparente, del concierto de
las cosas dentro del espacio-tiempo.... que es lo mismo que no tener
fundamento ninguno. Sin embargo, todos nos vemos obligados a incurrir en el
mismo orden: Primero comprobamos lo que nos presentan los sentidos (la
existencia)...... y luego comprendemos lo que es el Ser y nos damos cuenta de
que no existe ninguna otra realidad. El existir, realmente, no es nada,
puesto que sólo es el “aparecer” del Ser. Suponer una estructura esencia-existencia, es situar un simple
fenómeno sensorial (existencia) a la misma altura de la única realidad: el
Ser de la cosa. El “existir” , realmente, no es nada, puesto que sólo es el
“aparecer” del Ser. 2.
El maridaje contra
natura de lo antagónico: noúmeno y fenómeno. Solamente hay el Ser y, por tanto, no hay
posibilidad de estructura ninguna, acabamos de ver; pero es que, si la
hubiera, no estaría fundada en la existencia de los dos “principios” que la
ontología nos cuenta. El ser y el existir, como ya quedó dicho en el
principio de este libro, aparentemente constituyen una dualidad irreducible
dentro de cada cosa (“ente-particular”). En el apartado El ser y el existir de las cosas y en el apartado El existir como mero heterónimo del Ser,
ambos del capítulo I, quedó explicado que, en principio, parecen constituir
un dualismo irreducible dentro de cada cosa, pero que tal apariencia de
dualidad está considerada sobre un error de base, a saber: el ser pertenece
al ámbito de lo entitativo, de lo nouménico, mientras que el existir
pertenece al ámbito de lo sensorial, de lo fenoménico, de manera que no es
lícito considerar ninguna estructura construida con dos principios
precisamente antagónicos: sustancia y fenómeno. Sería tan absurdo como
pretender una estructura construida con un principio moral y un principio
biológico, por poner un ejemplo. El
Ser pertenece al ámbito de lo nouménico y el existir al de lo fenoménico.
Pretender que juntos constituyen los “principios” de una estructura única,
resulta imposible. 3.
Incoherencia por
confusión de los ámbitos de realidad. En el ámbito de las cosas particulares, la
existencia no es igual y común en todas las cosas, como la ontología afirma.
Cada cosa (cada ente) tiene su particular aparición ante los sentidos, tanto
en lo accidental como en lo espacio-temporal, que es en lo que consiste la
constatación llamada “existencia”. Igual a como las esencias no son las
mismas en todas las cosas, tampoco las existencias son las mismas. La ontología comete el grave error de plantear el
existir de las cosas, no conforme a lo explicado en el párrafo anterior, es
decir, en el ámbito de lo particular, sino que les adjudica un Existir
(con mayúscula) común en todas por igual, error que la lleva a declarar que
en eso son iguales todos las cosas, puesto que todas ellas “existen”. Sin embargo, al plantear el ser no lo hace, como
sería entonces lo lógico, en el mismo ámbito. En vez de considerar, como en
el caso anterior hizo con el existir, la acción común y trascendida del Ser
en cuanto tal, considera la forma particular de ser (esencia) de cada cosa. Y
consecuentemente con este modo arbitrario de plantear la cuestión, declara
que, en cuanto al ser, todas las cosas (entes-particulares) son diferentes,
puesto que todas tienen esencias diferentes. De esta forma espúrea de manejar los “principios”
resulta la pretendida estructura de esencia y existencia. Resulta obvio que,
para ser válido el razonamiento, los términos del mismo han de pertenecer a
igual ámbito. La anterior argumentación ha de ser sustituida por una de estas
dos, según se atienda a lo particular o a lo trascendental: o
Según lo particular: Si todas las cosas son diferentes en cuanto a su ser particular en
el seno de las esencias, también todas las cosas son diferentes en cuanto a
su existencia particular en el seno de las existencias. o
Según lo trascendental: Si todas las cosas son iguales en cuanto a que todas ellas son
sujetos por igual del Ser trascendido, también todos las cosas son iguales en
cuanto a que todas ellas son sujetos por igual del Existir trascendido Resulta obvio que si confundimos los ámbitos de
realidad, enfocando el ser desde el ámbito de lo particular (esencias
diferentes), pero el existir desde el ámbito de lo trascendente (acción común
de existir), entonces es cuando conseguimos la fantasmagórica estructura.....
fantasmagoría necesaria para no salirnos de la senda aristotélica de la
potencia (el ser) y el acto (el existir). Este es el deplorable peaje que
viene pagando la filosofía al Estagirita en todos los temas metafísicos. No
es lícito situarse en el ámbito de lo particular en cuanto al ser y en el
ámbito de lo trascendental en cuanto al existir, incoherencia arrastrada
desde el nefasto modelo potencia-acto aristotélico. 4.
Reduccionismo. Esta concepción clásica del “ente-particular”, con
su estructura esencia-existencia, además de desafortunada en lo ontológico,
como acabamos de ver, practica un claro reduccionismo, puesto que olvida que
“ente-particular” o “cosa” es toda realidad, sea cualquiera su ámbito, no sólo
el de las “cosas materiales”, también el de las “cosas espirituales”, y
restringe su mirada solamente al primero de esos ámbitos. El reduccionismo queda patente desde el momento en
que considera el existir de las cosas como algo diferente y distinguible del
ser, porque esto únicamente ocurre en el ámbito de la materia. Es únicamente
en este ámbito en el que se distingue la percepción sensorial (existencia) de
la abstracción racional (esencia). En el ámbito de todo lo que es la
espiritualidad, al no depender de forma directa e inseparable de lo
sensorial, el ser-existir constituye una sola realidad y, por lo mismo,
carente de estructura ninguna. Distinguir
entre la esencia (abstracción racional) y la existencia (percepción
sensorial), sólo es posible en el ámbito de lo material. Reducir toda la
realidad a este único ámbito, constituye reduccionismo. Una analogía cierta, pero mal fundamentada. De una verdad inicial
pueden deducirse nuevas verdades, pero también errores, depende de la
rectitud o no del criterio empleado. Sin embargo, de una falsedad inicial no
cabe extraer otra cosa que no sean nuevos errores, aunque se razone con
rectitud. Lo incierto jamás puede alumbrar certezas. Y esto es lo que
acontece con el ente, que de una mala concepción del mismo se pasa a una
analogía mal construida. El fracaso, por tanto, no se debe a que no sea
aplicable el concepto de analogía, se debe a que, para llegar a él, se ha
partido de la confusión del ente con la cosa. La relación entre las palabras y los objetos es una relación de
significante-significado. El hecho de que varios términos o significantes
hagan referencia a un solo significado, como ocurre en lenguas tan ricas como
la española, en la que a veces puede denominarse una sola cosa hasta con
media docena de vocablos diferentes, no presenta problema ninguno. El
problema es el inverso, cuando el término puede resultar confuso por hacer
referencia a más de un posible objeto. La relación significante-significado
se presenta bajo tres formas: o
Univocidad, cuando al
significante corresponde un solo significado. o
Equivocidad, cuando al
significante corresponde más de un significado, siempre que estos
significados sean todos diferentes entre sí. o
Analogía, también
cuando al significante corresponde más de un significado, pero siempre que
estos significados sean en parte iguales entre sí y en parte diferentes. Cuando la metafísica intenta aplicar estos supuestos tan sencillos a
lo que aquí tratamos, se encuentra con un ente que, según la doctrina, esta
dotado de una estructura de dos elementos, esencia y existencia, de los
cuales la existencia es igual en todos los entes (según ellos), pero la
esencia es propia de cada uno y diferente a las demás (cierto). Resulta
entonces claro que el ente ni es unívoco ni tampoco equívoco. Lo nuestro
(siempre según la doctrina), es un universo de entes que ni son absolutamente
iguales (las esencias diferentes lo impide) ni radicalmente diversos (porque,
según ellos, la común existencia los iguala), de manera que el filósofo no tiene
más remedio que colgarle la etiqueta de “análogo” entre sus propiedades La
aplicación esta bien hecha, pero el resultado es lamentable porque se ha
partido de una concepción descabellada del ente, en la que no voy a insistir
más. Contemplando lo que la ontología llama (mal llamado)
“ente-particular“ al referirse realmente a la cosa particular, nos
encontramos que es sujeto de un Ser único y trascendido que inunda a todas
las cosas por igual. Pero bajando al plano limitado de cómo exterioriza cada
cosa ese milagro del Ser, nos encontramos, obviamente, con una forma limitada
y particular de manifestarlo o mostrarlo (esencia). Prescindimos en este
análisis del existir porque consiste en un simple heterónimo del Ser, además
de que solamente afecta al ámbito de las cosas sensibles. Si ahora analizamos
esa realidad tal y como está descrita, efectivamente hay una clara analogía
entre las cosas, puesto que: o
Todas son iguales en
cuanto al Ser trascendido y común que a todas las inunda por igual. o
Pero todas son diferentes
en cuanto a la esencia o forma limitada en que lo manifiesta cada una. o
Por tanto, ni puede
decirse que son enteramente iguales (unívocas) ni puede decirse que son
enteramente diferentes (equívocas), sino que son en parte iguales y en parte
diferentes, que es por lo que se predica de ellas que son análogas.. Las cosas son análogas entre sí, efectivamente; pero, que yo sepa,
ni nos hemos visto obligados a suponer la existencia de dos hipotéticos y
fantasmagóricos “principios”, ni una igualmente hipotética “estructura” en el
interior de cada cosa. Todo eso se queda para la retórica y la perniciosa
inclinación a lo esotérico en los voluminosos “Tratados de ontología”.
Simplemente hay dos cosas terriblemente sencillas: la única realidad
existente, el Ser trascendido, y la forma limitada de reflejarlo o
manifestarlo por parte de cada cosa. Eso es todo. Las cosas son análogas, debido a la diferencia entre el Ser
único recibido por todas y la forma particular de manifestarlo cada una. Se
trata de una analogía en la línea del “Ser y la esencia”, no en la línea del
“ser y el existir”, como la ontología pretende con un planteamiento erróneo. --------------------------- Esta publicación está destinada únicamente a interesados
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Gregorio Corrales. |