I.- EL SER Después de haber
anunciado que toda la sabiduría del hombre se desenvuelve en la oscuridad de
la galería del topo, parece poco coherente la pretensión de exponer ahora un
puñado de grandes verdades, comenzando por esta de “El Ser”. ¿En qué quedamos? ¿Hay o no hay verdades
inamovibles en el razonar humano?, me preguntaría el lector si pudiese.
Que no las hay, lo evidencia la historia de la filosofía, con tantos bandazos
y contradicciones. La verdad claro que existe, pero si la razón fuera capaz
de poseerla no perdería el tiempo escribiendo tratados que vienen a decir
justamente lo opuesto a lo que ha dicho el anterior. Todos poseeríamos esa
verdad, todos estaríamos de acuerdo y no necesitaríamos decírnoslo unos a
otros en inacabables discusiones filosóficas. Así es que la verdad existe,
pero no para el limitado entendimiento del hombre, que espera que se la
pongan ya hecha en mitad del camino. Si tú la buscas, no olvides lo que reza
en el Portal de esta web, en la que se ve a un caminante: Lo primero de todo es que, si no se introduce al lector en tantos senderos
como hay en el mar con una humilde brújula al menos, no llegará a ningún
puerto. Me encantaría que esta obra la leyeran entera (quiero decir sin
cerrar el libro indignados) los caminantes habituales de la senda, los
“expertos”, los que van repitiendo lo aprendido en la universidad por los
siglos de los siglos. Yo también pasé por esa senda, pero no soy aficionado a
repetir, y menos cuando el camino es equivocado. Mucho más va dirigida esta
obra al resto, y si no se les pone en la mano la brújula de unas pocas
nociones iniciales, puede pasar que se pierdan en el camino. Por eso me
limito a las nociones imprescindibles y las expongo con toda la sencillez y
claridad de que soy capaz, lo cual no es fácil en filosofía. Comencemos por Estimado lector: si eres impaciente y te inquieta esto de que “las
cosas cotidianas del mundo que conocemos sea sólo lo aparente al hablar de la
realidad”, no pasa nada porque prefieras ir directamente al capítulo II, a los apartados de El hombre abre los ojos y contempla todo un fastuoso mundo a su
alrededor, un mundo incesante, que cambia, que se agita a veces, un mundo de
sonidos, colores y contornos, un mundo abigarrado que reclama su curiosidad.
Pero aún hay más. Hoy, con la liza en la que los medios de comunicación se
han retado para adelantarse en la noticia, otro mundo, desde luego más
extenso y más intenso, adivinamos más allá de nuestra mirada. Los millones de
kilómetros cuadrados de la superficie del globo, con sus millones de
habitantes, dan demasiado de sí. El mundo es, desde luego, gigantesco. Y además está superpoblado. De
acuerdo. Pero ahora parémonos a pensar que este planeta tan enorme y tan
complejo, dentro de nuestro Sistema Solar es, respecto de cualquier otro
planeta del sistema, como un humilde balón de fútbol, situado en Europa,
respecto de otro balón situado en América. ¿Cómo son entonces las distancias en el Universo? Sencillamente,
impensables. Porque este Sistema Solar tan monstruoso resulta que es
solamente un granito en una inmensa galaxia, Pues bien, todo ese panorama de cosas
es lo que puede ser descrito bajo el común nombre de realidad. Lo real, pues, más bien no precisa ser explicado. Es
todo lo conocido, tanto hacia fuera como hacia dentro del individuo; o mejor,
todo lo existente, que es mucho más que lo conocido, porque: o
La mayor parte del
universo sideral nos resulta todavía desconocida. Parte del universo
subatómico también. Y nada digamos del complejísimo mundo del alma de cada
cuál. En adelante, cualquier entidad de la que hablemos, sea física o
espiritual, conocida o imaginaria, siempre lo haremos bajo el nombre de cosa, como también lo hace la
metafísica, aunque suele preferir el nombre ente de manera impropia, ya que el ente hace referencia al Ser y
se adentra, por tanto, en el mundo de lo trascendental. Ahora estamos en el
mundo de lo aparente, de la finitud universal, repleta de formas sensibles y
de formas espirituales. Utilizar el Ser da lugar a confundirlo con la esencia
de las cosas y a incurrir en disparates conceptuales como el del
“ente-particular”, al cual dedicaremos un capítulo más adelante como uno de
los pecados capitales que embarran los pies de la metafísica. ¿Qué es lo que llamamos “cosa”? Si traigo a colación la realidad no es para perderme en el inmenso
bazar de las “cosas”, sino para investigarlas. Si abrimos el diccionario, la
primera definición que aparece es la auténtica: “Todo lo que tiene entidad, ya sea corporal o espiritual, natural o
artificial, real o abstracta”. Queda claro que el concepto “cosa”
corresponde a todo lo existente, tanto si es físico como si es espiritual,
tanto si existe solamente en nuestra conciencia como si existe fuera de ella
y la hemos conocido por la experiencia. Sin embargo, en esta definición, el diccionario comete un error
evidente, el de la contradicción consigo mismo, pues comienza por adelantar
que todo lo que tiene entidad es real, es cosa, y a continuación
distingue entre “cosa real” y “cosa abstracta”, lo cual implica que lo
abstracto no es real.... que es lo mismo que asegurar que, aunque las ideas
existen, no existen. Este desliz del propio diccionario no es solamente de
él, es un reflejo del desliz generalizado de todo el pensamiento humano,
incluido el pensamiento de los filósofos, a saber: o
La prioridad innata
que la conciencia humana atribuye a lo que percibe por la vía sensorial, le
lleva a la torpeza de identificar como “real” solamente a esto último, al
conocimiento que proviene de la experiencia del mundo exterior, y
distinguirlo así del mundo de las ideas, de lo abstracto, como si esto no
fuera “real”, a pesar y en contra de su propia definición: “cosa”, realidad, es “todo lo que tiene
entidad de cualquier índole”. La trascendencia de este vicio intelectual es abrumadora.
Unos párrafos más abajo comprobarás que, efectivamente, todo, absolutamente
todo es igualmente real..... pero cada cosa dentro de su ámbito de realidad.
No hay “cosas reales” y “cosas abstractas”, lo que hay son ámbitos de realidad que no se
deben mezclar y confundir, como en ese caso son los ámbitos de lo “empírico”
y de lo “eidético”. La perniciosa prioridad del primero sobre el segundo,
conducirá a la propia filosofía a cometer errores de bulto en la concepción
del “ente”, por ejemplo, en el cual, la confusión entre el Ser-Existir
trascendental y el ser y el existir particular de las cosas, acabará por
plasmarse en una pretendida “estructura entitativa”. No
hay cosas “reales” y cosas “abstractas”, porque esto implicaría que lo
abstracto no existe. Lo que hay son ámbitos de realidad, como en este
caso son los ámbitos de lo “empírico” y de lo “eidético”. No obstante, el diccionario también da la otra definición, la
doméstica, la que todo el mundo maneja, y dice que “cosa” es “El ser inanimado,
en contraposición con los seres animados”. Bien. Esto último es válido en
el lenguaje común, en el cual se entiende por cosa lo que es un objeto
cualquiera no dotado de vida, pero en el lenguaje filosófico no, en el
filosófico ha de entenderse siempre la primera definición. En metafísica, por
cosa ha de entenderse todo,
incluidos los seres animados e incluidos las “cosas” del pensamiento,
afectos, actos morales, y toda clase de cosas, sean de la índole que sean. El ser y el existir de las cosas El ser y el existir, así enunciados, como dos
conceptos diferentes, hacen referencia a la forma sensible en que percibimos
las cosas (existencia) y a la forma sustancial en que las comprendemos
(esencia), es decir, se refieren a diferencias formales en nuestra capacidad
para la aprehensión del mundo que nos rodea. Este tema será abordado más a
fondo en el capítulo II, o
La existencia consiste
en la individualidad de cada cosa en su aparecer ante nuestra percepción
sensorial. Inmediatamente de que observamos una cosa cualquiera, distinguible
de su entorno por sus accidentes, y en todo caso, distinguible siempre por su
localización espacio-temporal, certificamos que esa cosa existe,
cuando realmente deberíamos certificar que esa cosa es. El término
existir sólo es otra forma de llamar al ser. Pero el deber del filósofo es hallar el fundamento de esa
“individualidad”, qué es lo que hace identificable su existencia entre todo
lo que la rodea, y concluye que se debe a una verdad muy simple: a que
todas las demás cosas que la circundan no son de la misma naturaleza que la
cosa en cuestión, es decir, que el límite entre ella y lo demás lo marca
la diferencia entre su naturaleza y las demás naturalezas que la rodean. El
libro solitario en el estante aparece rodeado por el estante y por el vacío,
que, siendo naturalezas diferentes a la suya, son la causa de que aparezca
delimitado e individualizado el libro, es decir, existente. Y con este
hallazgo hemos desembocado en una inesperada sorpresa: ·
Aparentemente, el
fundamento del existir radica precisamente en el ser, pues en un
hipotético universo de naturaleza homogénea, al desaparecer las fronteras de
diferentes formas de ser, quedaría una sola existencia, la del todo. Nos
vemos abocados a admitir que es la esencia, la forma de ser, lo que determina al existir de cada cosa. Pero resulta que, siguiendo con este mismo tipo de discurso, si
consideramos a continuación el ser, la naturaleza de la cosa, el
resultado es el mismo, pero en sentido inverso. El fundamento de la
individualidad del ser de cada cosa, dentro del repertorio de todas las
posibles formas de ser, consiste precisamente en que es ese ser, y no los
demás, el que ha sido dotado de existencia, de aparición en lo sensible.
Luego hemos desembocado, a la vez, en otra inesperada sorpresa,
contradictoria con la anterior: ·
Aparentemente, el
fundamento del ser radica precisamente en el existir, puesto que es el
existir el que determina cuál la forma de ser entre todas las posibles. Según
esto, es el existir el que determina al ser
de cada cosa...... justamente lo mismo de antes, pero a la inversa. Uniendo los dos juicios anteriores, acabamos en la conclusión de que
el ser y el existir se confunden, se justifican mutuamente, que no hay tal
dualidad, sino una realidad única. Y sin embargo, una nueva mirada sobre el
problema parece, a su vez, desmentirlo. ·
El fundamento del
existir no puede radicar en el ser porque, si así fuera, otra cosa cualquiera
que tuviera exactamente la misma forma sustancial que la cosa que
consideramos, haría coincidir a las dos en una existencia única, lo cual no
es cierto. ·
Y del mismo modo, el
fundamento del ser no radica en el existir porque, si así fuera, las cosas
que tienen diferentes existencias deberían poseer todas ellas, sin
excepciones, diferentes esencias, lo cual tampoco es cierto. Si los seres
clonados tienen la misma forma sustancial, deberían tener una sola
existencia, y si tienen existencias diferentes, deberían tener esencias
diferentes. Y ninguno de los dos supuestos se produce así en la realidad. Aparentemente, el ser y el existir constituyen
un dualismo irreducible en cada cosa singular. La esencia o forma sustancial
y la existencia o forma sensible aparecen independientes. Justamente a esto es a
lo que me refería al encabezar este apartado con el título El ser y el existir de las cosas, así expuestos, por separado,
haciendo clara alusión a dos conceptos diferentes y distinguibles el uno del
otro. Pero también en el encabezado del apartado que sigue a éste figura el “Ser-Existir”, escritos ambos vocablos
con mayúsculas, seguidos y con un guión en medio, lo que hace referencia
inequívoca a una sola realidad, con lo cual queda claro que la cuestión no
está resuelta del todo. Aclaremos esta cuestión: ¿El ser y el existir
constituyen dos realidades diferentes o una única realidad? ·
La contestación es que no hay necesidad de elegir, los dos
supuestos son ciertos a la vez, ser y existir son y no son lo mismo,
todo depende de la profundidad que le demos a los conceptos de esencia y
existencia, depende del nivel en el que investiguemos: o
Ahora estamos en el nivel de la realidad aparente (la
finitud). Este primer nivel de investigación es el que se deriva de la
experiencia, la cual se detiene en lo que los sentidos captan de la cosa y la mente descubre en su intimidad, y
entiende que ser es la idea o
esencia que diferencia a esa cosa de las demás cualitativamente y la
identifica con una determinada naturaleza; y por otro lado, identifica el existir con la aparición limitada de
esa cosa ante los sentidos, que la define cuantitativamente con sus formas
físicas y temporales. o
En resumen: en este nivel del mundo sensible en el
que habitamos, el ser y el existir aparecen como realidades diferentes......
Pero he utilizado el verbo “aparecer”, no el verbo “ser”. No debe olvidarse
que nos hallamos en o
Lo anterior nada tiene que ver con el nivel siguiente de
investigación, el de Esta es la razón por la
que, hasta ahora, he venido exponiendo que los conceptos de forma sensible o
existencia (pura física) y forma sustancial o esencia (pura idea) constituyen
un dualismo irreducible, porque nos hallamos en el primer nivel, el de la
finitud. La forma sustancial o idea de lo que es un hombre es válida para
todos los hombres del mundo, pero si a esa única realidad eidética le
añadimos todas sus limitaciones sensibles (accidentes, localización) esto nos
obliga a distinguir las diferentes existencias de hombres dentro de la misma
sustancia humana. Igualmente, si a la forma sensible o existencia única de un
hombre cualquiera le añadimos las limitaciones sustanciales de las cuales es
sujeto, esto nos obliga a distinguir la sustancia alma y la sustancia cuerpo
dentro de una misma existencia. o
Esta individualización de una sola sustancia en diferentes
existencias y de una sola existencia en diferentes sustancias, confirma
que estos dos conceptos, esencia y existencia, superan al propio sujeto de
los mismos y constituyen un dualismo irreducible. Pero, aceptado todo lo
anterior, es preciso caer en un hecho clave que no es que desmienta todo lo
dicho, sino que va más allá de todo ello, y consiste en que el citado e
irreconciliable dualismo no se produce entre términos pertenecientes al
mismo ámbito, lo cual nos coloca nuevamente ante la interrogante de qué
es lo que realmente hay debajo del ser y el existir, para que resulte tan
problemático. Hemos probado que constituyen una dualidad, algo
irreconciliable, pero no hemos tenido en cuenta el hecho clave que lo
explica: ·
El ser pertenece a la esfera de lo entitativo, de lo nouménico, y el existir sólo a la esfera de lo
aparente, de lo fenoménico, lo cual aleja tanto a los dos conceptos entre
sí que, más que un dualismo, constituyen una relación imposible por
heterogénea. ¿Como es, entonces, que
el ser y el existir aparecen tan necesariamente unidos en la realidad de cada
cosa, si no solamente se oponen como dualidad, sino como verdadera
imposibilidad? La respuesta también parece clara: ·
Entre lo racional y lo sensible, entre lo entitativo y lo
aparente, entre lo nouménico y lo
fenoménico, media el abismo del “Ser” y el “No-Ser”. Lo entitativo, lo
sustancial, lo nouménico constituye Resumido, esto quiere
decir que el “existir” es un concepto innecesario que proviene de la indebida
prioridad que se da a lo sensorial, algo así como la necesidad de un acta
notarial que, aunque absolutamente innecesaria, se le añada al Ser para
“certificar” que el Ser, además de “Ser”, “existe”..... porque le parece a
los sentidos (esta es la trampa indebida). Por eso, en este mismo capítulo,
verás más adelante un apartado dedicado a esto y titulado “El Existir como mero heterónimo del Ser”,
al cual te emplazo. Ahora estamos en el ámbito de las cosas tal y como las
percibimos, no en el ámbito de lo Trascendental, que vendrá acto seguido. Entonces
será despejado todo misterio en torno al ser y el existir Los ámbitos de la realidad Antes hemos determinado que el concepto cosa corresponde a todo lo existente, tanto si se trata del mundo
de las ideas, como del mundo físico o del mundo onírico; cosa es todo sujeto,
sea material o sea espiritual. La consecuencia inmediata de esto es que, al
considerar la cosa, no basta solamente con distinguir lo que es el ser y lo
que es el existir de ella, que es lo que acabamos de hacer en el punto
anterior, sino también determinar a cuál de los mundos pertenece. De no
hacerlo, la relación necesaria entre la esencia y la existencia de esa cosa
particular puede conducir a un error generalizado, como de hecho lo ha venido
produciendo en la metafísica tradicional hasta hoy mismo. En la base de ese error hay una verdad muy simple, tan simple que
pasa desapercibida y nadie suele tenerla en cuenta: es posible soñar con una
situación que no existe fuera de los sueños y, por supuesto, existen
infinitas situaciones, fuera de los sueños, con las que jamás se sueña. Esta
verdad tan simple de que hay cosas que “son” en la conciencia pero “no
son” fuera, en el ámbito de la experiencia, ha conducido al error de
generalizar y concluir, sin ningún fundamento, que “hay cosas que son pero
no existen”, debido a la secular inclinación a identificar la existencia
únicamente con el ámbito de lo experiencial, de lo
tangible, como si los demás ámbitos de realidad no fuesen reales (permítaseme
la redundancia). Este es el caso típico de lo vivido en sueños. Lo soñado
solamente es (y existe) en la conciencia; a la cual, a la conciencia, le es
indiferente donde esté el sujeto físicamente en ese momento (en el lecho). La trampa es obvia, la trampa está en considerar que realidad es
únicamente la realidad de lo tangible, de lo material y de lo empírico, y
negarle realidad a los demás mundos (lo eidético, lo espiritual, lo onírico,
lo imaginable....), a pesar de que con esta indebida exclusión se vulnera el
concepto universal de “cosa”. Soñar con algo que no existe fuera del sueño
no quiere decir que haya “cosas que son, pero no existen”, que es lo que
acepta la ontología cuando habla de los “entes sólo de razón”, lo cual es un
error de bulto, inaceptable, porque todo lo que es existe y todo lo que
existe es. Lo que demuestra el sueño es otra verdad igual de simple que
la anterior y que la metafísica viene ignorando de forma lamentable, a saber:
·
No hay realidad única,
hay Ámbitos de Realidad ·
Todas las cosas son y
todas las cosas existen, pero cada una dentro de su ámbito. El supuesto de que hay “cosas que son, pero no existen” es una
falacia. ·
El error procede de
otorgar prioridad al ámbito de lo empírico. ·
De admitir prioridad
entre los ámbitos, la misma debe otorgársele al mundo de lo espiritual,
puesto que la existencia de la materia está en suspenso desde hace un siglo. Hemos inaugurado el concepto Realidad diciendo de él: Realidad es todo lo existente, sea dentro
o sea fuera del conocimiento. La definición ya encierra en sí una
profunda extensión al incluir el ámbito de lo racional y hasta de lo
puramente imaginable. Tenemos, pues, un vastísimo horizonte por delante, en
el que, más allá de las cosas que nos rodean y constituyen para los sentidos
la realidad de realidades (el universo material), también están en ese
horizonte lo íntimo, lo intemporal y hasta lo desconocido. Un horizonte
vastísimo..... y en la misma medida conflictivo, porque, apenas con haberlo
planteado, ya nos presenta la primera de las paradojas: ·
Para la filosofía y
para las ciencias del reciente siglo veinte, cada vez más está en vigor la
certeza de que la realidad física solamente existe en función del observador,
en la conciencia del observador; si no hay observador, no hay realidad. Luego
veremos por encima la relatividad de Einstein y la
física cuántica de Planck, así como los giros de la
filosofía moderna a partir de Husserl. Según esto,
esa “realidad de realidades” con la que antes he designado al mundo de las
cosas materiales que nos rodea, resulta que realmente no es real, y
disculpadme otra vez la redundancia. ·
Y por el contrario,
para el empirismo, para el positivismo, y más recientemente para Wittgenstein y su Círculo de Viena, el ámbito de la
realidad se limita al ámbito de lo conocido, entendiendo por éste justamente
lo que en el párrafo anterior no es realidad: el mundo de las cosas y
fenómenos materiales, lo empírico. Según esto, la inclusión de lo no empírico
en el horizonte de lo real es una banalidad, una frivolidad sin fundamento. Estos desacuerdos en cuanto al contenido de la realidad no
significan que la verdad esté sólo de parte de unos o de otros, lo que hacen
es evidenciar que la realidad no se trata de algo homogéneo, uniforme, sino
de algo parcelado, y de ahí las discrepancias en cuanto a en qué lugar situar
las fronteras interiores del conjunto, según aceptemos o no aceptemos algunas
de esas parcelas internas. Pero hemos ganado algo: se le dé la extensión que
se le dé a la realidad, lo cierto es que en su seno aparecen diferentes
ámbitos. Por eso, más trascendente que establecer lo que es la realidad es el
tener presente que se ofrece en ámbitos, en parcelas. La
realidad no es un conjunto único de cosas individuales, es la suma de un
conjunto de ámbitos diferentes de cosas individuales. El pensador que olvida esta verdad básica, se pierde necesariamente
en el laberinto de las especulaciones. Uno de los ejemplos más célebres de
esta confusión de los ámbitos de la realidad es el argumento ontológico de
San Anselmo sobre la existencia de Dios. Viene a decir: Soy capaz de concebir a Dios como el ser absolutamente perfecto,
luego tiene que existir, porque la existencia es una perfección más. Si no
existiese dejaría de ser perfecto. En esta proposición se comete el error
de trasladar un ser que habita en la esfera de lo puramente racional (no
Dios, sino el concepto de Dios), a la esfera de lo sobrenatural, que
es donde realmente está Dios, no su concepto. El hecho de que Dios
"sea" en la mente de San Anselmo, solamente prueba que “existe” en
la mente de San Anselmo, pero no prueba que también exista fuera de su mente,
en la realidad sobrenatural. De este error del bienintencionado San Anselmo han dejado constancia
todos los tratados ontológicos, pero han pasado por alto, sin embargo,
multitud de otros errores más trascendentales, de los cuales están llenas sus
propias páginas. No es que los hayan pasado por alto; más aún, es que los han
refrendado y están en la base de todo el tambaleante edificio metafísico
conocido. Antes he citado el caso de los mal llamados “entes sólo de razón”,
aludiendo a que algunos entes que sí que “son” racionalmente puede que no
existan..... simplemente porque el filósofo de turno desconoce los ámbitos y
pretende que existan fuera del ámbito en el que son. La
confusión de los ámbitos de realidad constituye el más extendido de los
pecados de la ontología. Este último aforismo y el anterior son de obligada observancia para
todo el que intente adentrarse en el razonamiento filosófico. En el curso del
mismo, continuamente ha de volver atrás y revisar cuidadosamente si lo que ha
construido no se le ha salido del plano y ha caído sobre otros cimientos,
porque la realidad toda es tan profundamente diferente como peligrosamente
contigua. Pasarse de un ámbito a otro es un riesgo en el que todo el que
piensa cae a menudo y de forma inconsciente. El ámbito de lo eidético no
tiene por qué coincidir con el ámbito de lo empírico, y eso no implica que
uno sea real y el otro no, cada uno es igual de real dentro de su ámbito. ·
“Las brujas” no son lo
mismo que “las brujas en mi entendimiento”, porque puede ser que las brujas
existan y yo no las conozca, pero también puede ser que yo crea en las brujas
y no existan. Pues bien, no se puede establecer que las brujas son reales sólo en
el primer caso y no en el segundo, esto es una mala aplicación del concepto realidad. En cualquiera de los dos
casos, las brujas son reales: en el primero son reales objetivamente,
están ahí fuera, aunque yo no las haya visto jamás; pero en el segundo son
igual de reales subjetivamente, están en mi imaginación, aunque no haya ni
una fuera de mi pensamiento. Y puestos a elegir entre la mayor o menor
realidad de un ámbito sobre el otro, debe recordarse que nada hay más real
para el hombre que su yo, su espíritu, su conciencia, su valoración personal
de las cosas, bastante más, desde luego, que el testimonio objetivo de la
existencia de brujas, más que nada porque este último es un testimonio
únicamente sensorial. No
cabe considerar como real lo objetivo y como irreal lo subjetivo, porque real
es todo en su correspondiente esfera. No hay “Realidad”, hay “Ámbitos de
realidad”. Antes he citado el desconcertante mundo de los sueños y conviene
aclarar cuál es la clave de su realidad. La historia soñada y la historia en
vigilia se viven con idéntico realismo. Si, al despertar, quien ha soñado
discierne perfectamente entre lo vivido de una forma y lo vivido de la otra y
otorga realidad únicamente a esto último, no está haciéndolo bajo un criterio
de realidad estricta, no está otorgando menor realidad al sueño que a la
vigilia, está haciéndolo sólo bajo el criterio relativo de su presencia
física o no: en lo vivido en vigilia, él era el protagonista físico; en lo
vivido en el sueño, él era el protagonista imaginario, pero en los dos era,
por igual, el único y real protagonista, el protagonista consciente. Las dos
historias son idénticas e igual de válidas en cuanto realidad vivida, las dos
han sido vividas por igual en su conciencia, para la cual es absolutamente
intrascendente en qué punto del cosmos se hallaba el cuerpo en ese momento. Esta aparente contradicción de que las vivencias vigilia-sueño en un
plano sean igual de reales (el de lo subjetivo), pero en el otro no (el de lo
objetivo), sin embargo, al soñador no le plantean ningún problema ni se le
ocurrirá visitar al psiquiatra, porque él sabe muy bien, aunque no se pare a
pensarlo, que no tiene por qué elegir entre dos realidades que no son del
mismo ámbito. Esta es la clave, los ámbitos. Y la inclinación natural de
otorgar realidad solamente al ámbito de lo vivido objetivamente no tiene
legitimidad ninguna, puesto que las vivencias, en sí mismas, son todo lo
contrario, son realidades puramente subjetivas. Sobre esta prioridad infundada de un determinado ámbito sobre los demás,
hay un modo de razonar que es tremendamente usual entre la gente sobre el
tema de Dios. Es ése que te han argumentado tantas veces: Sé lo que es Dios, soy capaz de
concebirlo, pero ¿existe realmente? (Sé que Dios es posible, pero no sé
si existe). Parece un planteamiento correcto, tan correcto que al mismo todo
el mundo se apunta porque tiene la virtud de no decidir nada. Muy correcto,
pero hay en él una trampa. ·
Cuando se refiere al
ser o comprensión de lo que es Dios lo hace, lógicamente, en el ámbito de la
razón. Se trata de Dios como pura idea en su mente. ·
Sin embargo, cuando se
refiere a la existencia de Dios, aunque no determina en qué ámbito lo hace,
es obvio que está refiriéndose a otro ámbito, al de lo exterior a su mente.
Se refiere a Dios como ser de hecho, no sólo como idea. ·
No se trata, pues, de
que Dios pueda ser, pero no existir, en un mismo ámbito, porque eso es
imposible. El ser-existir es único. Se está refiriendo a ámbitos distintos. ·
Lo que realmente
plantea la persona que así habla es si ese Dios que ya es y existe en
su pensamiento, además pueda también ser y existir fuera de su
pensamiento. Y ya que estamos de puertas abiertas y en la realidad cabe
absolutamente todo, siempre que lo encuadremos en su ámbito correspondiente,
puede que algún lector avispado ande preguntándose: ¿Y no sería conveniente comenzar por plantear la posibilidad de “ser
nada”, no habrá un ámbito de realidad del “ser nada” o “no-ser”? Por
supuesto que cabe plantear esto y cualquier otra cosa, y así lo haremos en el
siguiente apartado, el del Ser
(escrito con mayúscula). La posibilidad de la “nada” es un ejemplo más de lo que es y existe en un ámbito, en
este caso el ámbito de la razón, porque la razón puede pensar en todo,
incluso en lo imposible. Páginas atrás dijimos
que Ahora se trata de que la
inteligencia del hombre no suele conformarse con nadar en la superficie de
las cosas, todas tan diferentes, abandona ese ser y existir particulares y se
sumerge en la intimidad, buscando otra realidad más profunda que las iguales
a todas, que las haga más coherentes. La mente de la filosofía es la mente
que no se conforma con nada y busca incansablemente la raíz última de todo.
Así es como indagando, indagando, aguas adentro, descubre la verdad de fondo
de cuánto conoce, el Ser, escrito con mayúscula, porque ya no es ese ser
pequeñito y particular de cada cosa, sino el Ser común que todo lo inunda. El
mundo se muestra como un inmenso bazar, pero en el fondo todo cuanto hay en
el bazar es lo mismo, aunque parezca tan heterogéneo, es el Ser, El Ser-Existir Las cosas no solamente son limitadas, es que además son
contingentes, aparecen y desaparecen, cambian de naturaleza. El universo no
solamente es un inmenso bazar, es que además es un bazar que tiene un orden
perfecto, pese a lo cual, lo cambia continuamente a otro orden aún más
perfecto que el anterior. El universo no para de evolucionar hacia una
perfección cada día más compleja. La realidad es un inmenso bazar de cosas, pero
en un orden perfecto, el cual evoluciona cada instante hacia otro orden más
perfecto aún que lo reemplaza. El ciudadano de a pie lo mira, lo admira, y sigue su camino. Pero la
mente de un filósofo está para pararse y hacerse la gran pregunta: Pero todo esto tan heterogéneo y tan
mudable, ¿qué es lo que tiene debajo sustentándolo? Porque tiene que haber
algo común que lo mueva en perfecto orden, o en otro caso sería el caos......
Esta fue la gran pregunta que se hizo Parménides,
el primer gran filósofo griego, y efectivamente, algo hay que todo lo alumbra
y lo sustenta en orden: el Ser.
Por mucho que todo cambie, todo sigue “siendo”. Por mucho que todo se mueva,
todo sigue consistiendo en la pura “acción de ser”, sin que importe bajo cuál
forma concreta; todo sigue consistiendo en la pura “acción de existir”, ajena
a cualquier aparición concreta. Todas las cosas son y existen, y ante esta verdad crucial, resulta
irrelevante añadir la forma particular y concreta que tienen de ser y el dato
estadístico de dónde y desde cuándo existen. El milagro ha sido
posible porque la mente, aunque se alimenta
de la experiencia, es capaz de remontarla con mucho, elaborando verdades
complejas y distantes del simple dato experimental. Bajo el epígrafe de “trascendente”, viene agrupándose
todo aquello que desborda al puro dato explicable y objetivo. Hasta ahora hablábamos del contenido del ser y del existir (cómo es y
cuánto existe cada cosa particular). Ahora, obviamente, ese contenido del ser
y el existir sigue estando en la cosa, pero ahora ya no la enfocamos como
sujeto de ese contenido tan particular y determinado, sino como sujeto del ejercicio,
de la acción de ser y existir, expresados en los términos aseidad y
existencia, así, desnudos, sustantivados, sin adjetivaciones ni
concreciones de ninguna índole, porque ya no nos fijamos en lo que hay en
cada cosa concreta, sino en lo común que hay en todas y cada una de las cosas
concretas.
El vuelco que así damos a estos dos conceptos es radical. ·
Si tomamos el verbo ser como mera cópula para enlazar con un
predicado, con un “ser esto” o “ser aquello”, si con él nos referimos a la
forma de ser particular y concreta de una cosa determinada; y si tomamos, de
igual manera, el existir aquí o allá, haciendo referencia a la existencia
particular y concreta de esa cosa determinada, entonces tenemos un ser y un
existir particulares que, a pesar de radicar en la misma cosa, son
diferentes entre sí, y por supuesto, también diferentes a los de otras
cosas. ·
Pero si ahora, además de lo anterior y sin menoscabo de lo
anterior, en vez de tomar, como antes, los verbos ser y existir en su sentido
relativo de “ser tal naturaleza y tener tal existencia”, si en vez de
eso los tomamos en su propio significado de lo que es y lo que existe,
nos encontramos con que cada cosa particular es sujeto del mismo Ser único, trascendido y universal que
inunda a todas las cosas por igual, y es sujeto del mismo Existir único, trascendido y universal
que inunda a todas las cosas por igual. Todas las cosas de la finitud
universal son idénticas en cuanto a que todas ellas son y existen, al
margen y además de los particularismos. ·
Aunque siempre sin perder las diferencias del ser y el
existir particulares, ahora, bajo este nuevo prisma del Ser y el Existir
universal y trascendido, se han borrado las fronteras de diferenciación
dentro de la diversidad de todas las cosas, como no puede ser de otra manera.
No es sólo que las cosas hayan perdido sus diferencias particulares, es que,
además de eso, todas han pasado a participar, por igual, del mismo Ser y
Existir absoluto que a todas las trasciende y les da vida. ·
La primera consecuencia de este nuevo enfoque es que, al
tratarse del Ser y el Existir trascendentales, es decir, que afectan a todas
las cosas por igual, éstas pasan a constituir un único ámbito de realidad, el
ámbito completo de ·
La segunda consecuencia, más importante aún, es que las
anteriores diferencias entre el Ser y el Existir se debían a la capacidad
limitada que tiene cada cosa para manifestar la vida que la trasciende.
Ahora, al ser contemplada la cosa no en sí misma como receptora, sino
enfocada precisamente desde esa vida que la trasciende, cada cosa ha pasado a
participar de una realidad única, el Ser-Existir. Haciendo
abstracción de las formas de ser y de existir particulares y sin perder las
mismas, todas las cosas son igualadas por el Ser-Existir trascendido. Con este que calificaba
hace un momento como “vuelco radical”, ninguna de las diferencias anteriores
entre el ser y el existir ha quedado en pie.
Desde este enfoque metafísico, al desaparecer toda particularidad y quedar
sólo las acciones puras de ser y de existir, éstas, no solamente son siempre iguales
a sí mismas, con lo cual se ha suprimido la diferencia de unas cosas con
otras, sino que, además, el Ser y el Existir se han igualado entre sí,
han pasado a constituir una única realidad, el Ser-Existir, suprimiendo así el dualismo intrínseco que
constituían dentro de cada cosa particular. ¿Cómo? ·
El Ser y el Existir,
al no estar contemplados desde la particularidad de cada cosa, sino desde lo
que trasciende a todas las cosas por igual, no pueden ser diferentes e
independientes entre sí, pues en tal caso, podría ser que algo que es no
existiese, o que algo que existe fuese nada; supuestos que antes eran
imposibles solamente dentro de cada ámbito de realidad, pero que ahora, al
prescindir de los ámbitos particulares, se ha convertido en una
imposibilidad absoluta en toda la finitud del universo. El segundo supuesto de este último párrafo (“podría ser que algo que existe fuese nada”) resulta de una
falsedad tan obvio que no precisa comentario. No puede ser que algo exista y
sea absolutamente nada. Pero si el lector está pensando que el primero de los
dos supuestos sí puede suceder, si está pensando que “podría ser que algo que es no existiese”, basándose en que es
capaz de imaginar cosas que no existen, debe recordar lo dicho sobre los
ámbitos de realidad: eso que imagina, lo mismo que es en su imaginación,
también existe en su imaginación, lo cual nada tiene que ver con que sea y
exista o no sea ni exista fuera de ella. Pero es que, además, tratándose
ahora del Ser-Existir trascendido, que integra todos los ámbitos de realidad
en uno solo, el de la finitud entera, no cabe la posibilidad de que algo que
sea no exista al pasar de un ámbito de realidad a otro, como antes ocurría.
Ahora, “Todo lo que es, existe; y
todo lo que existe, es”. Dentro de cada cosa, el ser y el existir
particulares son diferentes entre sí por la forma limitada de ejercerlos.
Pero también dentro de cada cosa, el Ser-Existir infinito que la trasciende
es uno y único. ¿Puede
contarse todo esto de otras maneras? Sin duda, de mil maneras, y quizás todas
sean pocas para que lo escrito quede grabado a fuego en la mente del lector: ·
Al enfocar al Ser-Existir en cuanto a la
manifestación que de él hace cada cosa trascendida, resulta obvio que, siendo
la cosa pura limitación, no tiene capacidad para manifestarlo en su plenitud,
sino que lo manifiesta de forma limitada, dividido en ser tal cosa
concreta y tener tal existencia concreta, esencia y existencia que aparecen
diferentes entre sí, como no puede ser de otra manera. La cosa es limitada y,
como tal, no tiene capacidad para reflejar al Ser-Existir que la invade
tal y cómo es: único, indivisible, trascendiendo continuamente de vida a
todas las cosas universales a la vez. ·
Por el contrario, al enfocar ese mismo
Ser-Existir que invade y da vida a la cosa particular, no en cuanto a cómo lo
refleja la cosa trascendida (limitado y dividido en ser, por un lado, y
existir por otro), sino tal y cómo él mismo es dentro de la cosa trascendida,
es decir, único e infinito, resulta obvio que la ha trascendido sin menoscabo
de su infinitud, puesto que no es divisible. No es que done partes de sí
mismo a la cosa (esencia y existencia), es que la trasciende sin perder nada
de sí mismo. La esencia y la existencia no son partes del Ser-Existir
trascendental, son el modo limitado de reflejarlo la cosa trascendida. ·
Por tanto, en cada cosa universal hay un ser y
un existir particulares, pero por encima de esa manifestación tan limitada,
en cada cosa universal hay un “alma”, un Ser-Existir trascendido que le
infunde vida, sin el cual la cosa desaparecería instantáneamente. El “Existir” como mero
heterónimo del Ser ¡Ánimo, lector, ya casi
no queda nada para llegar al desenlace final de esta búsqueda de Parece obvio que la
piedra filosofal de este edificio no puede consistir en la unión de dos
conceptos que son diferentes entre sí, el Ser-Existir, por mucho que los
unamos en una sola expresión con un rengloncito entre ambos. Y así es
efectivamente, pero se imponía esta licencia por pura necesidad metodológica.
Quiero decir que, desde el ser y el existir diferentes entre si en las cosas
particulares, no procedía pasar, de golpe, en una sola zancada, al Ser como única realidad. Ahora sí. Una
vez que ya hemos llegado a la esfera de lo trascendente, es el momento de
aclarar que esa aparente composición del ser por un lado y el existir por
otro en el Ser-Existir trascendental, no es cierta, como ya consta desde el
principio de todo este apartado en su título: “ Sin duda que el lector estará pensando que, después de ese título,
según el cual no hay más realidad que la del Ser, no venía a qué tanto
manejar el “existir”. Si únicamente hay el Ser..... ¿Por dónde se ha colado
lo del “existir”? Desde luego, esta unión tan íntima, pero de miembros tan
dispares entre sí, no se trata de una composición, ni siquiera de la unión de
dos “principios” (esa trampa que tanto figura en los textos), el existir se
ha colado hasta el ámbito de lo trascendente como secuela de dos errores de
base en la filosofía, en los cuales vengo insistiendo incansablemente: la
confusión de los ámbitos de realidad y la prioridad manifiesta que se le
atribuye al ámbito de lo material y empírico. Sobre la confusión de los ámbitos de realidad: ·
Cuando luego hablemos
del “ente particular” (la cosa) veremos que la ontología comete el error de
enfocarlo, en cuanto al ser, como corresponde hacerlo, como cosa particular,
y le adjudica una esencia determinada. ·
Sin embargo, en cuanto
al existir, en vez de enfocarlo desde el mismo plano y atribuirle la
existencia particular y limitada que realmente tiene, le adjudica el
Existir propio de lo que es trascendental, es decir, común a todas las cosas
por igual. ·
Con este error tan
elemental como grave de enfoque, la ontología lleva siglos confundiendo los
ámbitos de realidad, saltando desde el ser particular de las cosas al
Existir trascendental recibido, el cual es propio del ente, nunca de las
cosas. ·
Un error tan
monumental y tan mantenido en el tiempo puede parecer inaudito, pero así es,
y así es aireado en el propio enunciado, que en vez de llamar al objeto en
cuestión por lo que realmente es, “cosa” o “cosa particular”, lo bautiza “ente
particular”, nombre de pila que constituye una contradicción manifiesta
en sí mismo, un engendro a mitad de camino entre lo trascendental y lo
particular. “Ente-particular” constituye un imposible, tan imposible como
decir “lo que es trascendental, pero a la vez particular”. ·
Consecuencia directa e
inevitable de este error tan elemental y tan sonado, la ontología lleva todos
esos mismos siglos manteniendo que existe una pretendida “estructura”
dentro del ente, lo cual constituye uno de los pecados metafísicos que
denuncio en este libro (lo veremos más adelante). Si ahora nos detenemos en el origen de tal desliz entre los ámbitos
de realidad (el de lo particular y el de lo común o trascendental), nos
encontramos con el segundo de los errores que denunciaba y que también lleva
esos mismos siglos de vida, a saber: Sobre la prioridad manifiesta que se le atribuye al ámbito de lo
material y empírico: ·
La prioridad, gratuita
e infundada, que se le otorga al existir al concebirlo en el plano
de lo trascendido y común a todo, frente a la humildad con la que se
trata al ser, concibiéndolo dentro del plano de lo particular y
limitado de la cosa, revela la prioridad que la mente humana otorga a la
realidad percibida por los sentidos, es decir, a la existencia de las cosas,
a lo puramente empírico, situándolo como certeza por encima del ser o
esencia, que pertenece al ámbito de lo conceptual. ·
Tal es esta prioridad,
que lleva a la ontología al error de confundir continuamente los ámbitos de
realidad, como en el caso ya mencionado de estimar a las ideas como meros
“entes de razón”, privados de realidad efectiva, si no se corresponden
con la existencia material de sus objetos. Tal pretensión demuestra una
ignorancia básica: o
Las ideas son y
existen en un ámbito, el eidético, y los objetos son y existen en otro
ámbito, el material, de manera que lo que es y existe como idea, puede ser
que ni sea ni exista como objeto.... lo cual no impide que esa idea sea una
auténtica realidad. Resulta tan fehaciente la realidad de lo que llega a la conciencia
por la vía de los sentidos, parece tan fehaciente el existir de las
cosas, la convicción de que ante todo y por encima de todo las cosas
“existen”, simplemente porque “las tenemos ahí”, que la consideración del
cómo son parece sonar a pura especulación, parece tan fehaciente el
existir, decía, que hasta en la filosofía se ha colado como la “realidad de
realidades”, previa incluso al ser. Más tarde, la propia filosofía y después la propia ciencia han
puesto en solfa el sagrado testimonio de los sentidos, pero esa pesada losa
de tantos siglos de oscuridad sigue pesando en la conciencia del hombre. El Ser
será lo único real, según la verdadera ontología, pero si a él se ha llegado
a través del universo en colorines que tenemos ante
los ojos, quizás sea, más que nada, porque primero y sobre todo las cosas
“existen”. Esta bastarda convicción quizás no se extinga ya nunca. Hemos llegado a la concepción del Ser-Existir como una doble verdad:
“Nada hay que exista y no sea nada (axioma), y nada hay que sea algo y no exista (ámbitos
de realidad)”, con lo cual, el Ser y el Existir han evidenciado que constituyen una sola realidad. Pero
hay una sutil diferencia entre estos dos miembros, diferencia que va a
conducirnos a la verdad única y final
que venimos buscando. En el camino se han quedado atrás, primero, el ser y el
existir pobres y particulares de las cosas; después el Ser y el Existir
trascendidos que son comunes e iguales en todas las cosas; más tarde, la
identidad de ambos en un Ser-Existir; y por último, ·
El Ser se explica por
sí mismo. Es obvio que el Ser no precisa
de la existencia previa de “cosas que no sean nada” (lo cual es un absurdo en
sí mismo) para poder incardinarse en ellas; sino justamente al contrario, son
precisamente las cosas las que, para constituirse y existir, necesitan
primero “ser algo concreto cada una de ellas como esencia”, porque la idea
(el ser) es antes que la ejecución de la idea (el existir). ·
Sin embargo, lo contrario
resulta imposible: el Existir no es concebible de forma aislada, es un
concepto que lleva implícita la referencia a algo previo a sí mismo, porque
la ejecución de la idea (el existir) es necesariamente posterior a la
idea (el ser). Primero
es la idea (el Ser) y luego la ejecución de la idea (el Existir). Se ejecute
o no se ejecute, el Ser es por sí mismo. El Existir, sin embargo, no
“es” si no hay un Ser previo al que ejecutar. ·
Si el Ser se explica
por sí solo y no precisa de nada previo a sí mismo, pero el Existir no es
concebible si no se le referencia a lo que previamente ya tiene entidad y es,
este orden inevitable demuestra que en el origen de todo está sólo el Ser. ·
“Todo lo que es, existe”,
luego el Ser lleva implícito, en sí mismo, la existencia. ·
Si el Existir va
implícito en la realidad primera y única, el Ser, es que el Existir consiste
en un simple heterónimo del Ser. Si
el Ser es lo primero y “Todo lo que es, existe”, el Ser lleva implícito, en
sí mismo, la existencia. El Existir es un mero heterónimo del Ser. Puede ser
que leyendo libros de texto oficiales, el lector se haya acostumbrado a
consumir páginas y páginas de inútil retórica para acabar concentrando tanta
verborrea en una nimia conclusión final. En esto yo me siento un cerril
antisistema, prefiero pecar de breve y repetitivo que de profuso y perdido,
como hace la mayoría. El que lea algún texto del conocido catedrático Ángel
González Álvarez, como hice yo en su día por puro imperativo académico, puede
ser que acabe con úlcera de estómago por empacho de palabras, como si la
verdad fuese mayor cuánto mayor y más artificiosa es la exposición. Los
sofistas eran maestros en esto del argumentar por sí mismo, no en busca de la
verdad, sino en busca de convencer. Creo que ha
quedado escrito lo sustancial del tema del Ser, y que únicamente me resta hacer mención del verdadero y
genial padre de la metafísica, que no es el omnímodo Aristóteles, sino aquél
otro filósofo anterior que fue capaz de descubrir, con su pensamiento, la
escueta y simplísima realidad que se esconde detrás de un universo tan
folklórico como el que tenemos delante. Demasiadas luces cegadoras, pero una
única verdad milagrosa, el SER. Ese
hombre sutil y profundo que abrió las puertas del pensamiento humano a lo que
trasciende, a lo que se esconde detrás de lo aparente, fue Parménides, nacido en Elea, en Aunque tan diverso y tan inestable, detrás del
Universo se esconde una única verdad, el Ser, verdad con la que Parménides de Elea abrió las
puertas de la metafísica. La “Nada” como invento
conceptual Acabamos de
rozar, al analizar lo que es el existir, la “nadería” de algunos inventos
puramente conceptuales, esos que son y existen solamente en la conciencia.
Pero, al fin, detrás del “existir” se esconde un hecho cierto, el de lo
empírico y la prioridad que le otorga a esto la conciencia de lo sensorial.
Pero es que en la “nada”, en cuya existencia cree mucha gente y contempla la
filosofía, no hay detrás realidad de ninguna especie. El invento consiste en
aislar, dentro del Ser, uno de sus infinitos sucesos, el “vacío”, elevar este
suceso a la categoría de sustancia, extraditarlo a no sabemos que limbo del
más allá de la finitud, y queda así inventada una nueva realidad con la que
refutar la única existente, el Ser. A este vacío gigantesco, infinitamente
gigantesco, pero al fin y al cabo sólo vacío, se le bautiza como el “no-ser”
y ya tenemos la “nada”. Al final de este mismo apartado lo explicaré con más
detenimiento. Al comenzar
el primer capítulo del libro por donde es ineludible comenzarlo, por el Ser, ya planteé la posibilidad de que
algún lector no estuviese conforme con este orden, por entender que el
comienzo de algo, de cualquier cosa, debería ser más bien “cero”, es decir,
la “nada”, y luego ya vendría lo que fuere, en este caso el Ser. Desde luego
que no es así, aunque lo parezca. Cualquier magnitud comienza en lo que ya es
magnitud en sí misma, no en el cero. Pero también es verdad que, por debajo,
como base de arranque necesario para entender la magnitud, siempre estará el
cero, precisamente porque el cero representa a lo que no es magnitud, a lo
infinito. En el ámbito de los números, el cero simboliza lo que no es medible, lo que no tiene principio ni fin, lo eterno,
Dios (consultar “Los símbolos
matemáticos” en mi libro “Diálogo
de ateos y creyentes”). Y aquí
ocurre lo mismo. Si no se parte de lo que aparentemente es la nada, del cero
(aunque realmente el cero es el todo, el Ser infinito), si no se parte de esa
base tan tentadora, el Ser va a quedarse huérfano, porque siempre surge esa
pregunta tonta ¿De dónde o desde dónde
ha salido el Ser, puesto que es la única realidad constatable?
Parece que por debajo tenemos que inventarnos lo contrario, la nada, a pesar
de que tal cosa es lo único jamás constatado. Y así lo entendieron incluso
aquellos primeros y olvidados creadores del Génesis bíblico cuando,
especulando sobre el origen, lo situaron en la “nada”...... Pero también es
cierto que enseguida se contradijeron a sí mismos al admitir que ya estaba
allí Dios y hasta existía un “abismo caótico”, o sea, una nada que se parecía
muy poco a la nada, puesto que era un “abismo caótico”, y por definición, en
la nada, nada hay. La
discusión sobre esta fantasmagoría de la “nada” arranca ya desde la filosofía
clásica en los intentos de destronar el reinado indiscutible del Ser de Parménides, y, como ya es lo habitual, el intento
consiste en la mezcla reiterada, que aparece a lo largo de toda la
metafísica, entre los ámbitos de lo particular y lo trascendendido
que habitan a la vez en las cosas. La trampa es tan burda que cuesta trabajo
comprender cómo al propio Platón acabaron por hacerle caer en la misma. Pero
al lector de este libro, sin llegar a la altura de Platón, no va a ser
posible que le hagan caer, si ha leído atentamente todo lo anterior, porque
consiste en el mismo error de siempre, tantas veces repetido en estas
páginas: ·
Según la ontología, en dos cosas cualesquiera,
mesa y silla por ejemplo, se da la paradoja de que las dos “son por igual”,
pero al mismo tiempo “no son por igual”, puesto que resultan diferentes y se
distinguen entre sí, lo cual no debería ocurrir si las dos son lo mismo, el
Ser. Y de esto se deduce (siempre según ellos) que además del Ser también hay
el No-Ser. ·
Aquí ya hemos aclarado que tal paradoja no
existe, puesto que las dos cosas son por igual en el ámbito del Ser
que a todo lo trasciende, pero no-son por igual y difieren en otro
ámbito que nada tiene que ver con el anterior, el ámbito de la esencia o
forma particular de manifestar el ser cada una de las cosas. ·
Sin embargo y aunque parezca tan burda, la
ontología ha venido dando la siguiente explicación sobre la causa de esta
pretendida paradoja: o La mesa es
en cuanto que es mesa, pero no es en cuanto que no es silla. o Esta es la causa (según ellos) de que la
mesa “sea y no-sea” al mismo tiempo, y que con la silla ocurra otro tanto,
pues a los dos “les falta el ser del otro” para coincidir en el ser los dos
por igual. ·
La evidencia de que están manejando términos
incongruentes, por pertenecer a ámbitos diferentes de realidad, es clara: o En cuanto
al ser del que han partido, resulta obvio que se trata del Ser
trascendido, puesto que éste es el único que es igual en todas las cosas,
tanto en la mesa como en la silla. o Pero en
cuanto al no-ser que le adjudican después a cada una de las cosas, no
se sitúan en el mismo ámbito de realidad de lo trascendido, sino que se
trasladan al ámbito de realidad del ser particular, ya que distinguen entre
ser mesa o ser silla. Evidentemente, la mesa y la silla son iguales en cuanto
al Ser trascendido, pero no son iguales en cuanto al ser particular o
esencia. Resulta obvio que cuando
el filósofo afirma que si una cosa es concretamente “esto”, deja entonces de
ser “aquello otro”, y de ello infiere que junto al ser hay inseparablemente
un no-ser, esto es cierto, pero también es igual de cierto que se está
moviendo en el plano de lo particular y relativo. El hecho de que la madera
es madera, pero no es hierba, sólo contiene un no-ser relativo o determinado
(no ser hierba), pero no contiene un no-ser absoluto, un no-ser-nada, puesto
que sigue siendo algo (madera). La madera no es hierba y la hierba no es
madera, pero las dos cosas son algo, las dos cosas tienen el Ser, por lo que
no puede deducirse nunca que también tienen el no-ser, entendido en el
sentido absoluto de Pretender que algo “es” y “no-es” a la vez, sólo
es posible saltando del ámbito del Ser absoluto que lo trasciende, al
ámbito del ser limitado que ese algo manifiesta, lo cual es
inadmisible. Después del
desliz de Platón y a lo largo de los siglos, la controversia entre el Ser y o
Heidegger ve el Ser
como una construcción mental que ha de ser levantada, como toda construcción,
sobre un solar previamente existente, en este caso el solar de la “Nada”. Gracias a
Dios, siempre hay alguna mente preclara que denuncia las vaciedades de su
tiempo. En este caso, la mente preclara es Bergson,
que sitúa la mirada en el hecho determinante de que Por lo
pronto, quienquiera que pretenda entrar a fijar el concepto de lo que es la
“nada”, se tropezará con un escollo profundamente revelador: no es posible
definir la nada por sí misma, resulta imposible delimitar en qué consiste ni
describirla, únicamente puede ser referida por negación de su oponente, el
Ser. Y esto ya resulta indicativo en cuanto a la falsedad de este concepto.
No obstante, lo intentamos: ¿Qué es
la nada? 1.
No podemos darle
ninguna otra definición que no sea la de “Lo contrario al Ser”, “Aquello
que no-es”. La falacia de lo que se pretende admitir como realidad queda patente,
sin más, en la propia definición. Decir que la nada “es aquello que no es”,
consiste en un juego tonto de palabras, o mejor aún, una contradicción. Puesto que
todo lo que existe forzosamente es algo, admitir la existencia de la nada es
admitir que “es algo” lo que “es nada”, una pura contradicción. 2.
Si el Ser-Existir
es una sola y misma realidad y si ¿Por qué entonces este
invento? El concepto de la nada es, efectivamente, un invento del pensamiento
del hombre por contraposición al concepto del Ser, que es lo único que conoce
porque es lo único que existe. El fundamento de esta afirmación es muy
sencillo: ·
Todo lo que el hombre conoce, lo
conoce porque es, porque existe y tiene un contenido ·
Todo lo que el hombre, aunque no lo
conozca, es capaz de intuir o imaginar, también es y existe en su correspondiente
ámbito (el eidético) y también tiene un contenido. ·
En definitiva, lo conozca o solamente
lo imagine, todo consiste en el Ser, de manera que el hombre no tiene ningún
fundamento ni razón para pensar en la existencia del No-Ser. De hecho, no
conoce ningún no-ser. Pero en el párrafo anterior
he subrayado la palabra “contenido” para persuadir al más imaginativo de los
lectores que pretenda defender esta supuesta realidad de la nada. Con toda
seguridad estará pensando que me contradigo yo mismo cuando niego tal
realidad, porque, acto seguido, admito que todo lo que el hombre es capaz de “intuir o imaginar también es realidad en
el ámbito de las ideas”. Si me tuviera delante, ese lector sin duda me
objetaría: “A ver en qué quedamos,
porque si yo soy capaz de intuir o imaginar la nada, entonces la nada es una
realidad como un templo en el ámbito de las ideas. ¿Si? ¿O no?” ....... Pues no, porque nadie
es capaz de intuir ni imaginar la nada. Quizás esto le suene chocante a
ese lector, pero es así. La nada es radicalmente inimaginable para el hombre,
por la sencilla razón de que no hay experiencia sobre ella. Ahora me
objetaría que tampoco hay experiencia sobre Dios. Desde luego, pero hay
experiencia sobre el Ser, y Dios es el Ser en sí mismo. La nada es un concepto
que suena muy bonito, pero que no existe si no es como pura muletilla en el
pensamiento. Esa es la razón de que haya subrayado en el párrafo anterior la
palabra “contenido”. Todo lo que somos capaces de imaginar o intuir tiene un
evidente contenido, o en otro caso no sería ni imaginado ni intuido. ·
Hasta lo absolutamente más desconocido,
Dios, lo imaginamos o intuimos con un contenido determinado, aunque no sea el
verdadero. Por esta misma razón, la nada, que es la ausencia de todo
contenido, no puede ser imaginada. Sea conocido o sea imaginado, todo
tiene un contenido. Lo que nada contiene, ni es conocido por nadie ni nadie
puede imaginarlo. La nada es un invento de la razón por
oposición al Ser. Sin embargo, puede ser
que al lector le queda alguna duda sobre esta verdad inicial, puede que siga
pensando que él, por supuesto, es capaz de abstraerse y concebir la nada como
pura idea y, por lo mismo, existente en ese ámbito. Esta falsa convicción no
es un error personal de nuestro lector que así piensa, es un error
generalizado por la inclinación de la mente a situarlo todo dentro de la
finitud universal, a pesar de que finitud y nada, por definición, son
incompatibles. Atención, porque esto va a sorprenderte: Aunque todo el mundo
cree concebirla, lo que realmente imagina, cuando piensa en la nada, no es
la nada, es el vacío, que es cosa bien distinta. Lo explico: ·
Quien piensa en la “nada”, lo quiera o no lo
quiera, lo que está imaginando es un “sitio determinado en el cual no hay
nada”, porque es absolutamente imposible para el hombre concebir algo sin
situarlo en un “sitio”, en un escenario, es decir, dentro de la finitud, que
es lo único que conoce. Un escenario, por muy abstracto y neutro que se
pretenda, es ya en sí algo, es evidentemente espacio, y el espacio es una
realidad existente, es eso, es espacio, es el Ser. Por tanto, si dentro de él
no hay nada, lo único que pasa es que ese espacio está vacío, no es
que se trate de la nada. La nada absoluta, metafísica, es radicalmente
impensable para la mente humana. Y ahora que hemos visto la confusión de la nada con el vacío en
cuanto imagen, podemos plantear todavía un argumento más. Si para evitar este
contratiempo prescindimos de la nada como imagen, como representación mental,
y la consideramos únicamente como puro concepto, como puro abstracto, tenemos
esto otro: ·
Es obvio que el no-ser
(la nada) no puede tener límites, porque lo que tiene límites los tiene
precisamente por ser algo, por ser finitud. ·
Si el no-ser (la nada)
existiese, por lo tanto, no tendría límites, sería infinito. ·
Pero es que nos consta
la existencia de otro infinito, el Ser. ·
Dos infinitos a la vez
son imposibles. ·
Luego el infinito que
no existe es el que no nos consta, Una
advertencia: cuando más tarde aborde la existencia de lo
infinito, puede que el lector se rebele recordando esta argumentación que acabo
de hacer ahora sobre lo que la razón puede inventar por oposición a la
realidad conocida, puede que se rebele pensando de esta manera: “Si la nada es una creación nuestra por
oposición al ser, también lo infinito puede ser una creación humana por oposición
a la finitud que conoce”. Pero este razonamiento no es válido. Incurre,
una vez más, en confusión de ámbitos: el de lo absoluto y el de lo relativo. ·
La oposición entre lo finito y lo
infinito es solamente relativa, dado que ambos militan dentro de la misma
realidad, la del Ser. Para ser finito o ser infinito, hace falta en los dos
casos Ser. En lo esencial, por tanto, no se contraponen, puesto que,
tanto lo infinito como el universo finito, los dos son. ·
Sin embargo, la oposición entre el ser
y la nada no es relativa, dado que constituyen dos realidades excluyentes
entre sí, es una oposición absoluta. Cada uno de ellos constituye un infinito
en sí mismo, y dos infinitos a la vez son imposibles. ·
Si dos infinitos a la vez son
imposibles y nos consta la existencia del infinito Ser, no cabe la existencia de ningún otro infinito, como De
existir la nada, sería un infinito, no tendría límites, puesto que sólo lo
que es algo (finitud) tiene límites. Nos consta ya la existencia de un
infinito, el Ser. Dos infinitos a la vez son imposibles. A lo largo de la historia de la filosofía se ha especulado muchísimo
con el concepto de --------------------------- Esta publicación está destinada únicamente a interesados
particulares. Prohibida la
reproducción total ni parcial por ningún medio. Todos
los derechos reservados. ©
Gregorio Corrales. |