I.- EL SER

 

 

Después de haber anunciado que toda la sabiduría del hombre se desenvuelve en la oscuridad de la galería del topo, parece poco coherente la pretensión de exponer ahora un puñado de grandes verdades, comenzando por esta de “El Ser”. ¿En qué quedamos? ¿Hay o no hay verdades inamovibles en el razonar humano?, me preguntaría el lector si pudiese. Que no las hay, lo evidencia la historia de la filosofía, con tantos bandazos y contradicciones. La verdad claro que existe, pero si la razón fuera capaz de poseerla no perdería el tiempo escribiendo tratados que vienen a decir justamente lo opuesto a lo que ha dicho el anterior. Todos poseeríamos esa verdad, todos estaríamos de acuerdo y no necesitaríamos decírnoslo unos a otros en inacabables discusiones filosóficas. Así es que la verdad existe, pero no para el limitado entendimiento del hombre, que espera que se la pongan ya hecha en mitad del camino. Si tú la buscas, no olvides lo que reza en el Portal de esta web, en la que se ve a un caminante: La Verdad no está en ninguna parte, la Verdad está en la búsqueda incansable de la Verdad. Lo que yo voy a intentar es hacer el camino contigo.

 

Lo primero de todo es que, si no se introduce al lector en tantos senderos como hay en el mar con una humilde brújula al menos, no llegará a ningún puerto. Me encantaría que esta obra la leyeran entera (quiero decir sin cerrar el libro indignados) los caminantes habituales de la senda, los “expertos”, los que van repitiendo lo aprendido en la universidad por los siglos de los siglos. Yo también pasé por esa senda, pero no soy aficionado a repetir, y menos cuando el camino es equivocado. Mucho más va dirigida esta obra al resto, y si no se les pone en la mano la brújula de unas pocas nociones iniciales, puede pasar que se pierdan en el camino. Por eso me limito a las nociones imprescindibles y las expongo con toda la sencillez y claridad de que soy capaz, lo cual no es fácil en filosofía.

 

Comencemos por La Realidad. Más adelante, en el capítulo II, comprobarás que este concepto de lo “real” es bastante ambiguo. En el se expone la realidad que conocemos, la Finitud, pero bajo cuatro consideraciones diferentes: la material, la espiritual, la universal y la soñada; y en el siguiente, en el capítulo III, la realidad que sabemos que existe, pero que desconocemos, la Infinitud. Todo ello es igual de apasionante, pero como es preciso llevar un orden, comenzaremos por la realidad más pequeñita, más simple, o por expresarlo mejor, la realidad menos real de todas. Por eso la he titulado “La realidad aparente”, a pesar de que se trata, paradójicamente, de la realidad cotidiana de las “cosas” del mundo.

 

Estimado lector: si eres impaciente y te inquieta esto de que “las cosas cotidianas del mundo que conocemos sea sólo lo aparente al hablar de la realidad”, no pasa nada porque prefieras ir directamente al capítulo II, a los apartados de la Finitud Universal y de la Finitud Soñada. En ellos encontrarás la explicación de por qué titulo a lo conocido como “Realidad aparente”. No pasa nada porque, si te interesa y acabas por leer el libro entero, terminarás comprobando que es cierto eso de que “el orden de factores no altera al producto”; aunque sería mucho mejor, desde luego, que comenzaras por donde se debe.

 

La Realidad aparente

 

El hombre abre los ojos y contempla todo un fastuoso mundo a su alrededor, un mundo incesante, que cambia, que se agita a veces, un mundo de sonidos, colores y contornos, un mundo abigarrado que reclama su curiosidad. Pero aún hay más. Hoy, con la liza en la que los medios de comunicación se han retado para adelantarse en la noticia, otro mundo, desde luego más extenso y más intenso, adivinamos más allá de nuestra mirada. Los millones de kilómetros cuadrados de la superficie del globo, con sus millones de habitantes, dan demasiado de sí.

 

El mundo es, desde luego, gigantesco. Y además está superpoblado. De acuerdo. Pero ahora parémonos a pensar que este planeta tan enorme y tan complejo, dentro de nuestro Sistema Solar es, respecto de cualquier otro planeta del sistema, como un humilde balón de fútbol, situado en Europa, respecto de otro balón situado en América.

 

¿Cómo son entonces las distancias en el Universo? Sencillamente, impensables. Porque este Sistema Solar tan monstruoso resulta que es solamente un granito en una inmensa galaxia, la Vía Láctea, y que fuera de la nuestra las galaxias se multiplican por centenares de miles. Todo eso tenemos cada uno delante. ¿Y dentro de nosotros mismos? Otro universo más complejo aún. Todo el mundo sabe el pozo sin límites que constituyen las experiencias, los recuerdos, los anhelos, los temores….. un pozo tan profundo que nadie ha explorado jamás hasta el final. La intimidad del hombre es un misterio, y ante todo lo es para el propio interesado.

 

Pues bien, todo ese panorama de cosas es lo que puede ser descrito bajo el común nombre de realidad. Lo real, pues, más bien no precisa ser explicado. Es todo lo conocido, tanto hacia fuera como hacia dentro del individuo; o mejor, todo lo existente, que es mucho más que lo conocido, porque:

 

o              La mayor parte del universo sideral nos resulta todavía desconocida. Parte del universo subatómico también. Y nada digamos del complejísimo mundo del alma de cada cuál.

 

En adelante, cualquier entidad de la que hablemos, sea física o espiritual, conocida o imaginaria, siempre lo haremos bajo el nombre de cosa, como también lo hace la metafísica, aunque suele preferir el nombre ente de manera impropia, ya que el ente hace referencia al Ser y se adentra, por tanto, en el mundo de lo trascendental. Ahora estamos en el mundo de lo aparente, de la finitud universal, repleta de formas sensibles y de formas espirituales. Utilizar el Ser da lugar a confundirlo con la esencia de las cosas y a incurrir en disparates conceptuales como el del “ente-particular”, al cual dedicaremos un capítulo más adelante como uno de los pecados capitales que embarran los pies de la metafísica.

 

¿Qué es lo que llamamos “cosa”?

 

Si traigo a colación la realidad no es para perderme en el inmenso bazar de las “cosas”, sino para investigarlas. Si abrimos el diccionario, la primera definición que aparece es la auténtica: “Todo lo que tiene entidad, ya sea corporal o espiritual, natural o artificial, real o abstracta”. Queda claro que el concepto “cosa” corresponde a todo lo existente, tanto si es físico como si es espiritual, tanto si existe solamente en nuestra conciencia como si existe fuera de ella y la hemos conocido por la experiencia.

 

Sin embargo, en esta definición, el diccionario comete un error evidente, el de la contradicción consigo mismo, pues comienza por adelantar que todo lo que tiene entidad es real, es cosa, y a continuación distingue entre “cosa real” y “cosa abstracta”, lo cual implica que lo abstracto no es real.... que es lo mismo que asegurar que, aunque las ideas existen, no existen. Este desliz del propio diccionario no es solamente de él, es un reflejo del desliz generalizado de todo el pensamiento humano, incluido el pensamiento de los filósofos, a saber:

 

o              La prioridad innata que la conciencia humana atribuye a lo que percibe por la vía sensorial, le lleva a la torpeza de identificar como “real” solamente a esto último, al conocimiento que proviene de la experiencia del mundo exterior, y distinguirlo así del mundo de las ideas, de lo abstracto, como si esto no fuera “real”, a pesar y en contra de su propia definición: “cosa”, realidad, es “todo lo que tiene entidad de cualquier índole”.

 

La trascendencia de este vicio intelectual es abrumadora. Unos párrafos más abajo comprobarás que, efectivamente, todo, absolutamente todo es igualmente real..... pero cada cosa dentro de su ámbito de realidad. No hay “cosas reales” y “cosas abstractas”, lo que hay son ámbitos de realidad que no se deben mezclar y confundir, como en ese caso son los ámbitos de lo “empírico” y de lo “eidético”. La perniciosa prioridad del primero sobre el segundo, conducirá a la propia filosofía a cometer errores de bulto en la concepción del “ente”, por ejemplo, en el cual, la confusión entre el Ser-Existir trascendental y el ser y el existir particular de las cosas, acabará por plasmarse en una pretendida “estructura entitativa”.

 

No hay cosas “reales” y cosas “abstractas”, porque esto implicaría que lo abstracto no existe. Lo que hay son ámbitos de realidad, como en este caso son los ámbitos de lo “empírico” y de lo “eidético”.

 

No obstante, el diccionario también da la otra definición, la doméstica, la que todo el mundo maneja, y dice que “cosa” es “El ser inanimado, en contraposición con los seres animados”. Bien. Esto último es válido en el lenguaje común, en el cual se entiende por cosa lo que es un objeto cualquiera no dotado de vida, pero en el lenguaje filosófico no, en el filosófico ha de entenderse siempre la primera definición. En metafísica, por cosa ha de entenderse todo, incluidos los seres animados e incluidos las “cosas” del pensamiento, afectos, actos morales, y toda clase de cosas, sean de la índole que sean.

 

El ser y el existir de las cosas

 

El ser y el existir, así enunciados, como dos conceptos diferentes, hacen referencia a la forma sensible en que percibimos las cosas (existencia) y a la forma sustancial en que las comprendemos (esencia), es decir, se refieren a diferencias formales en nuestra capacidad para la aprehensión del mundo que nos rodea. Este tema será abordado más a fondo en el capítulo II, La Finitud; pero de momento y puesto que estamos en el capítulo del Ser, se impone dar una primera explicación a este aparente dualismo que está en la mente de cualquiera: la distinción entre lo que una cosa pueda ser o no ser y, por otra parte, si esa misma cosa goza de existencia o no. Esta distinción es normal en la mente de los ciudadanos de a pie, pero no tanto en la mente del filósofo, que se siente intranquilo con los dualismos y busca una realidad única para todas las cosas. ¿Es realmente cierto el dualismo ser y existir, o lo que es lo mismo, la esencia y la existencia?

 

o              La existencia consiste en la individualidad de cada cosa en su aparecer ante nuestra percepción sensorial. Inmediatamente de que observamos una cosa cualquiera, distinguible de su entorno por sus accidentes, y en todo caso, distinguible siempre por su localización espacio-temporal, certificamos que esa cosa existe, cuando realmente deberíamos certificar que esa cosa es. El término existir sólo es otra forma de llamar al ser.

 

Pero el deber del filósofo es hallar el fundamento de esa “individualidad”, qué es lo que hace identificable su existencia entre todo lo que la rodea, y concluye que se debe a una verdad muy simple: a que todas las demás cosas que la circundan no son de la misma naturaleza que la cosa en cuestión, es decir, que el límite entre ella y lo demás lo marca la diferencia entre su naturaleza y las demás naturalezas que la rodean. El libro solitario en el estante aparece rodeado por el estante y por el vacío, que, siendo naturalezas diferentes a la suya, son la causa de que aparezca delimitado e individualizado el libro, es decir, existente. Y con este hallazgo hemos desembocado en una inesperada sorpresa:

 

·               Aparentemente, el fundamento del existir radica precisamente en el ser, pues en un hipotético universo de naturaleza homogénea, al desaparecer las fronteras de diferentes formas de ser, quedaría una sola existencia, la del todo. Nos vemos abocados a admitir que es la esencia, la forma de ser, lo que determina al existir de cada cosa.

 

Pero resulta que, siguiendo con este mismo tipo de discurso, si consideramos a continuación el ser, la naturaleza de la cosa, el resultado es el mismo, pero en sentido inverso. El fundamento de la individualidad del ser de cada cosa, dentro del repertorio de todas las posibles formas de ser, consiste precisamente en que es ese ser, y no los demás, el que ha sido dotado de existencia, de aparición en lo sensible. Luego hemos desembocado, a la vez, en otra inesperada sorpresa, contradictoria con la anterior:

 

·               Aparentemente, el fundamento del ser radica precisamente en el existir, puesto que es el existir el que determina cuál la forma de ser entre todas las posibles. Según esto, es el existir el que determina al ser de cada cosa...... justamente lo mismo de antes, pero a la inversa.

 

Uniendo los dos juicios anteriores, acabamos en la conclusión de que el ser y el existir se confunden, se justifican mutuamente, que no hay tal dualidad, sino una realidad única. Y sin embargo, una nueva mirada sobre el problema parece, a su vez, desmentirlo.

 

·               El fundamento del existir no puede radicar en el ser porque, si así fuera, otra cosa cualquiera que tuviera exactamente la misma forma sustancial que la cosa que consideramos, haría coincidir a las dos en una existencia única, lo cual no es cierto.

 

·               Y del mismo modo, el fundamento del ser no radica en el existir porque, si así fuera, las cosas que tienen diferentes existencias deberían poseer todas ellas, sin excepciones, diferentes esencias, lo cual tampoco es cierto. Si los seres clonados tienen la misma forma sustancial, deberían tener una sola existencia, y si tienen existencias diferentes, deberían tener esencias diferentes. Y ninguno de los dos supuestos se produce así en la realidad.

 

Aparentemente, el ser y el existir constituyen un dualismo irreducible en cada cosa singular. La esencia o forma sustancial y la existencia o forma sensible aparecen independientes.

 

Justamente a esto es a lo que me refería al encabezar este apartado con el título El ser y el existir de las cosas, así expuestos, por separado, haciendo clara alusión a dos conceptos diferentes y distinguibles el uno del otro. Pero también en el encabezado del apartado que sigue a éste figura el “Ser-Existir”, escritos ambos vocablos con mayúsculas, seguidos y con un guión en medio, lo que hace referencia inequívoca a una sola realidad, con lo cual queda claro que la cuestión no está resuelta del todo. Aclaremos esta cuestión: ¿El ser y el existir constituyen dos realidades diferentes o una única realidad?

 

·               La contestación es que no hay necesidad de elegir, los dos supuestos son ciertos a la vez, ser y existir son y no son lo mismo, todo depende de la profundidad que le demos a los conceptos de esencia y existencia, depende del nivel en el que investiguemos:

 

o              Ahora estamos en el nivel de la realidad aparente (la finitud). Este primer nivel de investigación es el que se deriva de la experiencia, la cual se detiene en lo que los sentidos captan de la cosa y la mente descubre en su intimidad, y entiende que ser es la idea o esencia que diferencia a esa cosa de las demás cualitativamente y la identifica con una determinada naturaleza; y por otro lado, identifica el existir con la aparición limitada de esa cosa ante los sentidos, que la define cuantitativamente con sus formas físicas y temporales.

 

o              En resumen: en este nivel del mundo sensible en el que habitamos, el ser y el existir aparecen como realidades diferentes...... Pero he utilizado el verbo “aparecer”, no el verbo “ser”. No debe olvidarse que nos hallamos en la Finitud o Realidad aparente, que se fundamenta sólo en la experiencia, en lo sensible.

 

o              Lo anterior nada tiene que ver con el nivel siguiente de investigación, el de la Realidad trascendida o Ser trascendido, recibido desde la Infinitud, que será objeto del apartado siguiente a éste, y en el cual el ser y el existir constituyen una única realidad: El Ser.

 

Esta es la razón por la que, hasta ahora, he venido exponiendo que los conceptos de forma sensible o existencia (pura física) y forma sustancial o esencia (pura idea) constituyen un dualismo irreducible, porque nos hallamos en el primer nivel, el de la finitud. La forma sustancial o idea de lo que es un hombre es válida para todos los hombres del mundo, pero si a esa única realidad eidética le añadimos todas sus limitaciones sensibles (accidentes, localización) esto nos obliga a distinguir las diferentes existencias de hombres dentro de la misma sustancia humana. Igualmente, si a la forma sensible o existencia única de un hombre cualquiera le añadimos las limitaciones sustanciales de las cuales es sujeto, esto nos obliga a distinguir la sustancia alma y la sustancia cuerpo dentro de una misma existencia.

 

o              Esta individualización de una sola sustancia en diferentes existencias y de una sola existencia en diferentes sustancias, confirma que estos dos conceptos, esencia y existencia, superan al propio sujeto de los mismos y constituyen un dualismo irreducible.

 

Pero, aceptado todo lo anterior, es preciso caer en un hecho clave que no es que desmienta todo lo dicho, sino que va más allá de todo ello, y consiste en que el citado e irreconciliable dualismo no se produce entre términos pertenecientes al mismo ámbito, lo cual nos coloca nuevamente ante la interrogante de qué es lo que realmente hay debajo del ser y el existir, para que resulte tan problemático. Hemos probado que constituyen una dualidad, algo irreconciliable, pero no hemos tenido en cuenta el hecho clave que lo explica:

 

·               El ser pertenece a la esfera de lo entitativo, de lo nouménico, y el existir sólo a la esfera de lo aparente, de lo fenoménico, lo cual aleja tanto a los dos conceptos entre sí que, más que un dualismo, constituyen una relación imposible por heterogénea.

 

¿Como es, entonces, que el ser y el existir aparecen tan necesariamente unidos en la realidad de cada cosa, si no solamente se oponen como dualidad, sino como verdadera imposibilidad? La respuesta también parece clara:

 

·               Entre lo racional y lo sensible, entre lo entitativo y lo aparente, entre lo nouménico y lo fenoménico, media el abismo del “Ser” y el “No-Ser”. Lo entitativo, lo sustancial, lo nouménico constituye la Realidad misma, el Ser; mientras que lo sensorial, lo aparente, lo fenoménico, es decir, el “existir”, constituye una propuesta fuera de la certeza del Ser..... y fuera del Ser nada hay.

 

Resumido, esto quiere decir que el “existir” es un concepto innecesario que proviene de la indebida prioridad que se da a lo sensorial, algo así como la necesidad de un acta notarial que, aunque absolutamente innecesaria, se le añada al Ser para “certificar” que el Ser, además de “Ser”, “existe”..... porque le parece a los sentidos (esta es la trampa indebida). Por eso, en este mismo capítulo, verás más adelante un apartado dedicado a esto y titulado “El Existir como mero heterónimo del Ser”, al cual te emplazo. Ahora estamos en el ámbito de las cosas tal y como las percibimos, no en el ámbito de lo Trascendental, que vendrá acto seguido. Entonces será despejado todo misterio en torno al ser y el existir

 

Los ámbitos de la realidad

 

Antes hemos determinado que el concepto cosa corresponde a todo lo existente, tanto si se trata del mundo de las ideas, como del mundo físico o del mundo onírico; cosa es todo sujeto, sea material o sea espiritual. La consecuencia inmediata de esto es que, al considerar la cosa, no basta solamente con distinguir lo que es el ser y lo que es el existir de ella, que es lo que acabamos de hacer en el punto anterior, sino también determinar a cuál de los mundos pertenece. De no hacerlo, la relación necesaria entre la esencia y la existencia de esa cosa particular puede conducir a un error generalizado, como de hecho lo ha venido produciendo en la metafísica tradicional hasta hoy mismo.

 

En la base de ese error hay una verdad muy simple, tan simple que pasa desapercibida y nadie suele tenerla en cuenta: es posible soñar con una situación que no existe fuera de los sueños y, por supuesto, existen infinitas situaciones, fuera de los sueños, con las que jamás se sueña. Esta verdad tan simple de que hay cosas que “son” en la conciencia pero “no son” fuera, en el ámbito de la experiencia, ha conducido al error de generalizar y concluir, sin ningún fundamento, que “hay cosas que son pero no existen”, debido a la secular inclinación a identificar la existencia únicamente con el ámbito de lo experiencial, de lo tangible, como si los demás ámbitos de realidad no fuesen reales (permítaseme la redundancia). Este es el caso típico de lo vivido en sueños. Lo soñado solamente es (y existe) en la conciencia; a la cual, a la conciencia, le es indiferente donde esté el sujeto físicamente en ese momento (en el lecho).

 

La trampa es obvia, la trampa está en considerar que realidad es únicamente la realidad de lo tangible, de lo material y de lo empírico, y negarle realidad a los demás mundos (lo eidético, lo espiritual, lo onírico, lo imaginable....), a pesar de que con esta indebida exclusión se vulnera el concepto universal de “cosa”. Soñar con algo que no existe fuera del sueño no quiere decir que haya “cosas que son, pero no existen”, que es lo que acepta la ontología cuando habla de los “entes sólo de razón”, lo cual es un error de bulto, inaceptable, porque todo lo que es existe y todo lo que existe es. Lo que demuestra el sueño es otra verdad igual de simple que la anterior y que la metafísica viene ignorando de forma lamentable, a saber:

 

·               No hay realidad única, hay Ámbitos de Realidad

 

·               Todas las cosas son y todas las cosas existen, pero cada una dentro de su ámbito. El supuesto de que hay “cosas que son, pero no existen” es una falacia.

 

·               El error procede de otorgar prioridad al ámbito de lo empírico.

 

·               De admitir prioridad entre los ámbitos, la misma debe otorgársele al mundo de lo espiritual, puesto que la existencia de la materia está en suspenso desde hace un siglo.

 

Hemos inaugurado el concepto Realidad diciendo de él: Realidad es todo lo existente, sea dentro o sea fuera del conocimiento. La definición ya encierra en sí una profunda extensión al incluir el ámbito de lo racional y hasta de lo puramente imaginable. Tenemos, pues, un vastísimo horizonte por delante, en el que, más allá de las cosas que nos rodean y constituyen para los sentidos la realidad de realidades (el universo material), también están en ese horizonte lo íntimo, lo intemporal y hasta lo desconocido. Un horizonte vastísimo..... y en la misma medida conflictivo, porque, apenas con haberlo planteado, ya nos presenta la primera de las paradojas:

 

·               Para la filosofía y para las ciencias del reciente siglo veinte, cada vez más está en vigor la certeza de que la realidad física solamente existe en función del observador, en la conciencia del observador; si no hay observador, no hay realidad. Luego veremos por encima la relatividad de Einstein y la física cuántica de Planck, así como los giros de la filosofía moderna a partir de Husserl. Según esto, esa “realidad de realidades” con la que antes he designado al mundo de las cosas materiales que nos rodea, resulta que realmente no es real, y disculpadme otra vez la redundancia.

 

·               Y por el contrario, para el empirismo, para el positivismo, y más recientemente para Wittgenstein y su Círculo de Viena, el ámbito de la realidad se limita al ámbito de lo conocido, entendiendo por éste justamente lo que en el párrafo anterior no es realidad: el mundo de las cosas y fenómenos materiales, lo empírico. Según esto, la inclusión de lo no empírico en el horizonte de lo real es una banalidad, una frivolidad sin fundamento.

 

Estos desacuerdos en cuanto al contenido de la realidad no significan que la verdad esté sólo de parte de unos o de otros, lo que hacen es evidenciar que la realidad no se trata de algo homogéneo, uniforme, sino de algo parcelado, y de ahí las discrepancias en cuanto a en qué lugar situar las fronteras interiores del conjunto, según aceptemos o no aceptemos algunas de esas parcelas internas. Pero hemos ganado algo: se le dé la extensión que se le dé a la realidad, lo cierto es que en su seno aparecen diferentes ámbitos. Por eso, más trascendente que establecer lo que es la realidad es el tener presente que se ofrece en ámbitos, en parcelas.

 

La realidad no es un conjunto único de cosas individuales, es la suma de un conjunto de ámbitos diferentes de cosas individuales.

 

El pensador que olvida esta verdad básica, se pierde necesariamente en el laberinto de las especulaciones. Uno de los ejemplos más célebres de esta confusión de los ámbitos de la realidad es el argumento ontológico de San Anselmo sobre la existencia de Dios. Viene a decir: Soy capaz de concebir a Dios como el ser absolutamente perfecto, luego tiene que existir, porque la existencia es una perfección más. Si no existiese dejaría de ser perfecto. En esta proposición se comete el error de trasladar un ser que habita en la esfera de lo puramente racional (no Dios, sino el concepto de Dios), a la esfera de lo sobrenatural, que es donde realmente está Dios, no su concepto. El hecho de que Dios "sea" en la mente de San Anselmo, solamente prueba que “existe” en la mente de San Anselmo, pero no prueba que también exista fuera de su mente, en la realidad sobrenatural.

 

De este error del bienintencionado San Anselmo han dejado constancia todos los tratados ontológicos, pero han pasado por alto, sin embargo, multitud de otros errores más trascendentales, de los cuales están llenas sus propias páginas. No es que los hayan pasado por alto; más aún, es que los han refrendado y están en la base de todo el tambaleante edificio metafísico conocido. Antes he citado el caso de los mal llamados “entes sólo de razón”, aludiendo a que algunos entes que sí que “son” racionalmente puede que no existan..... simplemente porque el filósofo de turno desconoce los ámbitos y pretende que existan fuera del ámbito en el que son.

 

La confusión de los ámbitos de realidad constituye el más extendido de los pecados de la ontología.

 

Este último aforismo y el anterior son de obligada observancia para todo el que intente adentrarse en el razonamiento filosófico. En el curso del mismo, continuamente ha de volver atrás y revisar cuidadosamente si lo que ha construido no se le ha salido del plano y ha caído sobre otros cimientos, porque la realidad toda es tan profundamente diferente como peligrosamente contigua. Pasarse de un ámbito a otro es un riesgo en el que todo el que piensa cae a menudo y de forma inconsciente. El ámbito de lo eidético no tiene por qué coincidir con el ámbito de lo empírico, y eso no implica que uno sea real y el otro no, cada uno es igual de real dentro de su ámbito.

 

·               “Las brujas” no son lo mismo que “las brujas en mi entendimiento”, porque puede ser que las brujas existan y yo no las conozca, pero también puede ser que yo crea en las brujas y no existan.

 

Pues bien, no se puede establecer que las brujas son reales sólo en el primer caso y no en el segundo, esto es una mala aplicación del concepto realidad. En cualquiera de los dos casos, las brujas son reales: en el primero son reales objetivamente, están ahí fuera, aunque yo no las haya visto jamás; pero en el segundo son igual de reales subjetivamente, están en mi imaginación, aunque no haya ni una fuera de mi pensamiento. Y puestos a elegir entre la mayor o menor realidad de un ámbito sobre el otro, debe recordarse que nada hay más real para el hombre que su yo, su espíritu, su conciencia, su valoración personal de las cosas, bastante más, desde luego, que el testimonio objetivo de la existencia de brujas, más que nada porque este último es un testimonio únicamente sensorial.

No cabe considerar como real lo objetivo y como irreal lo subjetivo, porque real es todo en su correspondiente esfera. No hay “Realidad”, hay “Ámbitos de realidad”.

 

Antes he citado el desconcertante mundo de los sueños y conviene aclarar cuál es la clave de su realidad. La historia soñada y la historia en vigilia se viven con idéntico realismo. Si, al despertar, quien ha soñado discierne perfectamente entre lo vivido de una forma y lo vivido de la otra y otorga realidad únicamente a esto último, no está haciéndolo bajo un criterio de realidad estricta, no está otorgando menor realidad al sueño que a la vigilia, está haciéndolo sólo bajo el criterio relativo de su presencia física o no: en lo vivido en vigilia, él era el protagonista físico; en lo vivido en el sueño, él era el protagonista imaginario, pero en los dos era, por igual, el único y real protagonista, el protagonista consciente. Las dos historias son idénticas e igual de válidas en cuanto realidad vivida, las dos han sido vividas por igual en su conciencia, para la cual es absolutamente intrascendente en qué punto del cosmos se hallaba el cuerpo en ese momento.

 

Esta aparente contradicción de que las vivencias vigilia-sueño en un plano sean igual de reales (el de lo subjetivo), pero en el otro no (el de lo objetivo), sin embargo, al soñador no le plantean ningún problema ni se le ocurrirá visitar al psiquiatra, porque él sabe muy bien, aunque no se pare a pensarlo, que no tiene por qué elegir entre dos realidades que no son del mismo ámbito. Esta es la clave, los ámbitos. Y la inclinación natural de otorgar realidad solamente al ámbito de lo vivido objetivamente no tiene legitimidad ninguna, puesto que las vivencias, en sí mismas, son todo lo contrario, son realidades puramente subjetivas.

 

Sobre esta prioridad infundada de un determinado ámbito sobre los demás, hay un modo de razonar que es tremendamente usual entre la gente sobre el tema de Dios. Es ése que te han argumentado tantas veces: Sé lo que es Dios, soy capaz de concebirlo, pero ¿existe realmente? (Sé que Dios es posible, pero no sé si existe). Parece un planteamiento correcto, tan correcto que al mismo todo el mundo se apunta porque tiene la virtud de no decidir nada. Muy correcto, pero hay en él una trampa.

 

·               Cuando se refiere al ser o comprensión de lo que es Dios lo hace, lógicamente, en el ámbito de la razón. Se trata de Dios como pura idea en su mente.

 

·               Sin embargo, cuando se refiere a la existencia de Dios, aunque no determina en qué ámbito lo hace, es obvio que está refiriéndose a otro ámbito, al de lo exterior a su mente. Se refiere a Dios como ser de hecho, no sólo como idea.

 

·               No se trata, pues, de que Dios pueda ser, pero no existir, en un mismo ámbito, porque eso es imposible. El ser-existir es único. Se está refiriendo a ámbitos distintos.

 

·               Lo que realmente plantea la persona que así habla es si ese Dios que ya es y existe en su pensamiento, además pueda también ser y existir fuera de su pensamiento.

 

Y ya que estamos de puertas abiertas y en la realidad cabe absolutamente todo, siempre que lo encuadremos en su ámbito correspondiente, puede que algún lector avispado ande preguntándose: ¿Y no sería conveniente comenzar por plantear la posibilidad de “ser nada”, no habrá un ámbito de realidad del “ser nada” o “no-ser”? Por supuesto que cabe plantear esto y cualquier otra cosa, y así lo haremos en el siguiente apartado, el del Ser (escrito con mayúscula). La posibilidad de la “nada” es un ejemplo más de lo que es y existe en un ámbito, en este caso el ámbito de la razón, porque la razón puede pensar en todo, incluso en lo imposible.

 

La Realidad única: El Ser Trascendido

 

Páginas atrás dijimos que la Realidad da mucho de sí y que, en su análisis, hay un primer escalón, el de contemplarla según se ofrece a los sentidos, los cuales nos suministran la primera (primera en el tiempo, no en importancia) de todas las certezas: la existencia del universo de las cosas. Y también dijimos que en ese primer escalón, pero un poco más arriba de la existencia, la razón es capaz de abstraer lo que se encierra detrás de esa apariencia sensible y descubre el modo de ser particular, la esencia de cada cosa. Incluso descubrimos que las cosas no están aisladas en la realidad, sino que están agrupadas en ámbitos de realidad.

 

Ahora se trata de que la inteligencia del hombre no suele conformarse con nadar en la superficie de las cosas, todas tan diferentes, abandona ese ser y existir particulares y se sumerge en la intimidad, buscando otra realidad más profunda que las iguales a todas, que las haga más coherentes. La mente de la filosofía es la mente que no se conforma con nada y busca incansablemente la raíz última de todo. Así es como indagando, indagando, aguas adentro, descubre la verdad de fondo de cuánto conoce, el Ser, escrito con mayúscula, porque ya no es ese ser pequeñito y particular de cada cosa, sino el Ser común que todo lo inunda. El mundo se muestra como un inmenso bazar, pero en el fondo todo cuanto hay en el bazar es lo mismo, aunque parezca tan heterogéneo, es el Ser, la Realidad única.

 

El Ser-Existir

 

Las cosas no solamente son limitadas, es que además son contingentes, aparecen y desaparecen, cambian de naturaleza. El universo no solamente es un inmenso bazar, es que además es un bazar que tiene un orden perfecto, pese a lo cual, lo cambia continuamente a otro orden aún más perfecto que el anterior. El universo no para de evolucionar hacia una perfección cada día más compleja.

 

La realidad es un inmenso bazar de cosas, pero en un orden perfecto, el cual evoluciona cada instante hacia otro orden más perfecto aún que lo reemplaza.

 

El ciudadano de a pie lo mira, lo admira, y sigue su camino. Pero la mente de un filósofo está para pararse y hacerse la gran pregunta: Pero todo esto tan heterogéneo y tan mudable, ¿qué es lo que tiene debajo sustentándolo? Porque tiene que haber algo común que lo mueva en perfecto orden, o en otro caso sería el caos...... Esta fue la gran pregunta que se hizo Parménides, el primer gran filósofo griego, y efectivamente, algo hay que todo lo alumbra y lo sustenta en orden: el Ser. Por mucho que todo cambie, todo sigue “siendo”. Por mucho que todo se mueva, todo sigue consistiendo en la pura “acción de ser”, sin que importe bajo cuál forma concreta; todo sigue consistiendo en la pura “acción de existir”, ajena a cualquier aparición concreta. Todas las cosas son y existen, y ante esta verdad crucial, resulta irrelevante añadir la forma particular y concreta que tienen de ser y el dato estadístico de dónde y desde cuándo existen.

 

El milagro ha sido posible porque la mente, aunque se alimenta de la experiencia, es capaz de remontarla con mucho, elaborando verdades complejas y distantes del simple dato experimental. Bajo el epígrafe de “trascendente”, viene agrupándose todo aquello que desborda al puro dato explicable y objetivo. Hasta ahora hablábamos del contenido del ser y del existir (cómo es y cuánto existe cada cosa particular). Ahora, obviamente, ese contenido del ser y el existir sigue estando en la cosa, pero ahora ya no la enfocamos como sujeto de ese contenido tan particular y determinado, sino como sujeto del ejercicio, de la acción de ser y existir, expresados en los términos aseidad y existencia, así, desnudos, sustantivados, sin adjetivaciones ni concreciones de ninguna índole, porque ya no nos fijamos en lo que hay en cada cosa concreta, sino en lo común que hay en todas y cada una de las cosas concretas. El vuelco que así damos a estos dos conceptos es radical.

 

·               Si tomamos el verbo ser como mera cópula para enlazar con un predicado, con un “ser esto” o “ser aquello”, si con él nos referimos a la forma de ser particular y concreta de una cosa determinada; y si tomamos, de igual manera, el existir aquí o allá, haciendo referencia a la existencia particular y concreta de esa cosa determinada, entonces tenemos un ser y un existir particulares que, a pesar de radicar en la misma cosa, son diferentes entre sí, y por supuesto, también diferentes a los de otras cosas.

 

·               Pero si ahora, además de lo anterior y sin menoscabo de lo anterior, en vez de tomar, como antes, los verbos ser y existir en su sentido relativo de “ser tal naturaleza y tener tal existencia”, si en vez de eso los tomamos en su propio significado de lo que es y lo que existe, nos encontramos con que cada cosa particular es sujeto del mismo Ser único, trascendido y universal que inunda a todas las cosas por igual, y es sujeto del mismo Existir único, trascendido y universal que inunda a todas las cosas por igual. Todas las cosas de la finitud universal son idénticas en cuanto a que todas ellas son y existen, al margen y además de los particularismos.

 

·               Aunque siempre sin perder las diferencias del ser y el existir particulares, ahora, bajo este nuevo prisma del Ser y el Existir universal y trascendido, se han borrado las fronteras de diferenciación dentro de la diversidad de todas las cosas, como no puede ser de otra manera. No es sólo que las cosas hayan perdido sus diferencias particulares, es que, además de eso, todas han pasado a participar, por igual, del mismo Ser y Existir absoluto que a todas las trasciende y les da vida.

 

·               La primera consecuencia de este nuevo enfoque es que, al tratarse del Ser y el Existir trascendentales, es decir, que afectan a todas las cosas por igual, éstas pasan a constituir un único ámbito de realidad, el ámbito completo de la Finitud. No es que desaparezcan los anteriores ámbitos según el ser y el existir de las cosas particulares, sino que éstos pasan a quedar integrados dentro de este nuevo ámbito universal. Ahora es cuando se puede afirmar con propiedad que “Nada que es no existe y nada que existe no es”.

 

·               La segunda consecuencia, más importante aún, es que las anteriores diferencias entre el Ser y el Existir se debían a la capacidad limitada que tiene cada cosa para manifestar la vida que la trasciende. Ahora, al ser contemplada la cosa no en sí misma como receptora, sino enfocada precisamente desde esa vida que la trasciende, cada cosa ha pasado a participar de una realidad única, el Ser-Existir.

Haciendo abstracción de las formas de ser y de existir particulares y sin perder las mismas, todas las cosas son igualadas por el Ser-Existir trascendido.

 

Con este que calificaba hace un momento como “vuelco radical”, ninguna de las diferencias anteriores entre el ser y el existir ha quedado en pie. Desde este enfoque metafísico, al desaparecer toda particularidad y quedar sólo las acciones puras de ser y de existir, éstas, no solamente son siempre iguales a sí mismas, con lo cual se ha suprimido la diferencia de unas cosas con otras, sino que, además, el Ser y el Existir se han igualado entre sí, han pasado a constituir una única realidad, el Ser-Existir, suprimiendo así el dualismo intrínseco que constituían dentro de cada cosa particular. ¿Cómo?

 

·               El Ser y el Existir, al no estar contemplados desde la particularidad de cada cosa, sino desde lo que trasciende a todas las cosas por igual, no pueden ser diferentes e independientes entre sí, pues en tal caso, podría ser que algo que es no existiese, o que algo que existe fuese nada; supuestos que antes eran imposibles solamente dentro de cada ámbito de realidad, pero que ahora, al prescindir de los ámbitos particulares, se ha convertido en una imposibilidad absoluta en toda la finitud del universo.

 

El segundo supuesto de este último párrafo (“podría ser que algo que existe fuese nada”) resulta de una falsedad tan obvio que no precisa comentario. No puede ser que algo exista y sea absolutamente nada. Pero si el lector está pensando que el primero de los dos supuestos sí puede suceder, si está pensando que “podría ser que algo que es no existiese”, basándose en que es capaz de imaginar cosas que no existen, debe recordar lo dicho sobre los ámbitos de realidad: eso que imagina, lo mismo que es en su imaginación, también existe en su imaginación, lo cual nada tiene que ver con que sea y exista o no sea ni exista fuera de ella. Pero es que, además, tratándose ahora del Ser-Existir trascendido, que integra todos los ámbitos de realidad en uno solo, el de la finitud entera, no cabe la posibilidad de que algo que sea no exista al pasar de un ámbito de realidad a otro, como antes ocurría. Ahora, Todo lo que es, existe; y todo lo que existe, es”.

Dentro de cada cosa, el ser y el existir particulares son diferentes entre sí por la forma limitada de ejercerlos. Pero también dentro de cada cosa, el Ser-Existir infinito que la trasciende es uno y único.

 

¿Puede contarse todo esto de otras maneras? Sin duda, de mil maneras, y quizás todas sean pocas para que lo escrito quede grabado a fuego en la mente del lector:

 

·               Al enfocar al Ser-Existir en cuanto a la manifestación que de él hace cada cosa trascendida, resulta obvio que, siendo la cosa pura limitación, no tiene capacidad para manifestarlo en su plenitud, sino que lo manifiesta de forma limitada, dividido en ser tal cosa concreta y tener tal existencia concreta, esencia y existencia que aparecen diferentes entre sí, como no puede ser de otra manera. La cosa es limitada y, como tal, no tiene capacidad para reflejar al Ser-Existir que la invade tal y cómo es: único, indivisible, trascendiendo continuamente de vida a todas las cosas universales a la vez.

 

·               Por el contrario, al enfocar ese mismo Ser-Existir que invade y da vida a la cosa particular, no en cuanto a cómo lo refleja la cosa trascendida (limitado y dividido en ser, por un lado, y existir por otro), sino tal y cómo él mismo es dentro de la cosa trascendida, es decir, único e infinito, resulta obvio que la ha trascendido sin menoscabo de su infinitud, puesto que no es divisible. No es que done partes de sí mismo a la cosa (esencia y existencia), es que la trasciende sin perder nada de sí mismo. La esencia y la existencia no son partes del Ser-Existir trascendental, son el modo limitado de reflejarlo la cosa trascendida.

 

·               Por tanto, en cada cosa universal hay un ser y un existir particulares, pero por encima de esa manifestación tan limitada, en cada cosa universal hay un “alma”, un Ser-Existir trascendido que le infunde vida, sin el cual la cosa desaparecería instantáneamente.

 

El “Existir” como mero heterónimo del Ser

 

¡Ánimo, lector, ya casi no queda nada para llegar al desenlace final de esta búsqueda de la Realidad en la que habitas! He acabado afirmando que, en la base de todo, hay un Ser-Existir único. Quizás pienses que podía haber comenzado por postular esto y razonar luego cómo desde ahí se ha desarrollado todo lo demás. Si he comenzado al revés, desde lo más humilde, desde el ser y el existir de las cosas particulares, ha sido precisamente porque entiendo que la mejor manera de construir, incluyendo el construir en la mente, es la de aprender a ensamblar los ladrillos, y luego ya aparecerá el edificio entero al final. Ahora ya hemos llegado a un Ser-Existir único...... Pero esto tampoco quiere decir que tengamos ya el edificio acabado, al contrario, queda afianzar los cimientos para que nunca se nos pueda venir abajo.

 

Parece obvio que la piedra filosofal de este edificio no puede consistir en la unión de dos conceptos que son diferentes entre sí, el Ser-Existir, por mucho que los unamos en una sola expresión con un rengloncito entre ambos. Y así es efectivamente, pero se imponía esta licencia por pura necesidad metodológica. Quiero decir que, desde el ser y el existir diferentes entre si en las cosas particulares, no procedía pasar, de golpe, en una sola zancada, al Ser como única realidad. Ahora sí. Una vez que ya hemos llegado a la esfera de lo trascendente, es el momento de aclarar que esa aparente composición del ser por un lado y el existir por otro en el Ser-Existir trascendental, no es cierta, como ya consta desde el principio de todo este apartado en su título: La Realidad única: El Ser Trascendido”.

 

Sin duda que el lector estará pensando que, después de ese título, según el cual no hay más realidad que la del Ser, no venía a qué tanto manejar el “existir”. Si únicamente hay el Ser..... ¿Por dónde se ha colado lo del “existir”? Desde luego, esta unión tan íntima, pero de miembros tan dispares entre sí, no se trata de una composición, ni siquiera de la unión de dos “principios” (esa trampa que tanto figura en los textos), el existir se ha colado hasta el ámbito de lo trascendente como secuela de dos errores de base en la filosofía, en los cuales vengo insistiendo incansablemente: la confusión de los ámbitos de realidad y la prioridad manifiesta que se le atribuye al ámbito de lo material y empírico.

 

Sobre la confusión de los ámbitos de realidad:

 

·               Cuando luego hablemos del “ente particular” (la cosa) veremos que la ontología comete el error de enfocarlo, en cuanto al ser, como corresponde hacerlo, como cosa particular, y le adjudica una esencia determinada.

 

·               Sin embargo, en cuanto al existir, en vez de enfocarlo desde el mismo plano y atribuirle la existencia particular y limitada que realmente tiene, le adjudica el Existir propio de lo que es trascendental, es decir, común a todas las cosas por igual.

 

·               Con este error tan elemental como grave de enfoque, la ontología lleva siglos confundiendo los ámbitos de realidad, saltando desde el ser particular de las cosas al Existir trascendental recibido, el cual es propio del ente, nunca de las cosas.

 

·               Un error tan monumental y tan mantenido en el tiempo puede parecer inaudito, pero así es, y así es aireado en el propio enunciado, que en vez de llamar al objeto en cuestión por lo que realmente es, “cosa” o “cosa particular”, lo bautiza “ente particular”, nombre de pila que constituye una contradicción manifiesta en sí mismo, un engendro a mitad de camino entre lo trascendental y lo particular. “Ente-particular” constituye un imposible, tan imposible como decir “lo que es trascendental, pero a la vez particular”.

 

·               Consecuencia directa e inevitable de este error tan elemental y tan sonado, la ontología lleva todos esos mismos siglos manteniendo que existe una pretendida “estructura” dentro del ente, lo cual constituye uno de los pecados metafísicos que denuncio en este libro (lo veremos más adelante).

 

Si ahora nos detenemos en el origen de tal desliz entre los ámbitos de realidad (el de lo particular y el de lo común o trascendental), nos encontramos con el segundo de los errores que denunciaba y que también lleva esos mismos siglos de vida, a saber:

 

Sobre la prioridad manifiesta que se le atribuye al ámbito de lo material y empírico:

 

·               La prioridad, gratuita e infundada, que se le otorga al existir al concebirlo en el plano de lo trascendido y común a todo, frente a la humildad con la que se trata al ser, concibiéndolo dentro del plano de lo particular y limitado de la cosa, revela la prioridad que la mente humana otorga a la realidad percibida por los sentidos, es decir, a la existencia de las cosas, a lo puramente empírico, situándolo como certeza por encima del ser o esencia, que pertenece al ámbito de lo conceptual.

 

·               Tal es esta prioridad, que lleva a la ontología al error de confundir continuamente los ámbitos de realidad, como en el caso ya mencionado de estimar a las ideas como meros “entes de razón”, privados de realidad efectiva, si no se corresponden con la existencia material de sus objetos. Tal pretensión demuestra una ignorancia básica:

 

o              Las ideas son y existen en un ámbito, el eidético, y los objetos son y existen en otro ámbito, el material, de manera que lo que es y existe como idea, puede ser que ni sea ni exista como objeto.... lo cual no impide que esa idea sea una auténtica realidad.

 

Resulta tan fehaciente la realidad de lo que llega a la conciencia por la vía de los sentidos, parece tan fehaciente el existir de las cosas, la convicción de que ante todo y por encima de todo las cosas “existen”, simplemente porque “las tenemos ahí”, que la consideración del cómo son parece sonar a pura especulación, parece tan fehaciente el existir, decía, que hasta en la filosofía se ha colado como la “realidad de realidades”, previa incluso al ser.

 

Más tarde, la propia filosofía y después la propia ciencia han puesto en solfa el sagrado testimonio de los sentidos, pero esa pesada losa de tantos siglos de oscuridad sigue pesando en la conciencia del hombre. El Ser será lo único real, según la verdadera ontología, pero si a él se ha llegado a través del universo en colorines que tenemos ante los ojos, quizás sea, más que nada, porque primero y sobre todo las cosas “existen”. Esta bastarda convicción quizás no se extinga ya nunca.

 

Hemos llegado a la concepción del Ser-Existir como una doble verdad: “Nada hay que exista y no sea nada (axioma), y nada hay que sea algo y no exista (ámbitos de realidad), con lo cual, el Ser y el Existir han evidenciado que constituyen una sola realidad. Pero hay una sutil diferencia entre estos dos miembros, diferencia que va a conducirnos a la verdad única y final que venimos buscando. En el camino se han quedado atrás, primero, el ser y el existir pobres y particulares de las cosas; después el Ser y el Existir trascendidos que son comunes e iguales en todas las cosas; más tarde, la identidad de ambos en un Ser-Existir; y por último, la Realidad única, el Ser trascendido que todo lo inunda. Esas dos sutiles diferencias que anunciaba son éstas:

 

·               El Ser se explica por sí mismo. Es obvio que el Ser no precisa de la existencia previa de “cosas que no sean nada” (lo cual es un absurdo en sí mismo) para poder incardinarse en ellas; sino justamente al contrario, son precisamente las cosas las que, para constituirse y existir, necesitan primero “ser algo concreto cada una de ellas como esencia”, porque la idea (el ser) es antes que la ejecución de la idea (el existir).

 

·               Sin embargo, lo contrario resulta imposible: el Existir no es concebible de forma aislada, es un concepto que lleva implícita la referencia a algo previo a sí mismo, porque la ejecución de la idea (el existir) es necesariamente posterior a la idea (el ser).

 

Primero es la idea (el Ser) y luego la ejecución de la idea (el Existir). Se ejecute o no se ejecute, el Ser es por sí mismo. El Existir, sin embargo, no “es” si no hay un Ser previo al que ejecutar.

 

·               Si el Ser se explica por sí solo y no precisa de nada previo a sí mismo, pero el Existir no es concebible si no se le referencia a lo que previamente ya tiene entidad y es, este orden inevitable demuestra que en el origen de todo está sólo el Ser.

 

·               “Todo lo que es, existe”, luego el Ser lleva implícito, en sí mismo, la existencia.

 

·               Si el Existir va implícito en la realidad primera y única, el Ser, es que el Existir consiste en un simple heterónimo del Ser.

 

Si el Ser es lo primero y “Todo lo que es, existe”, el Ser lleva implícito, en sí mismo, la existencia. El Existir es un mero heterónimo del Ser.

 

Puede ser que leyendo libros de texto oficiales, el lector se haya acostumbrado a consumir páginas y páginas de inútil retórica para acabar concentrando tanta verborrea en una nimia conclusión final. En esto yo me siento un cerril antisistema, prefiero pecar de breve y repetitivo que de profuso y perdido, como hace la mayoría. El que lea algún texto del conocido catedrático Ángel González Álvarez, como hice yo en su día por puro imperativo académico, puede ser que acabe con úlcera de estómago por empacho de palabras, como si la verdad fuese mayor cuánto mayor y más artificiosa es la exposición. Los sofistas eran maestros en esto del argumentar por sí mismo, no en busca de la verdad, sino en busca de convencer.

 

Creo que ha quedado escrito lo sustancial del tema del Ser, y que únicamente me resta hacer mención del verdadero y genial padre de la metafísica, que no es el omnímodo Aristóteles, sino aquél otro filósofo anterior que fue capaz de descubrir, con su pensamiento, la escueta y simplísima realidad que se esconde detrás de un universo tan folklórico como el que tenemos delante. Demasiadas luces cegadoras, pero una única verdad milagrosa, el SER. Ese hombre sutil y profundo que abrió las puertas del pensamiento humano a lo que trasciende, a lo que se esconde detrás de lo aparente, fue Parménides, nacido en Elea, en la Magna Grecia (sur de la Italia de hoy) seis siglos antes de Cristo. Éste fue el primer gran sabio.

 

Aunque tan diverso y tan inestable, detrás del Universo se esconde una única verdad, el Ser, verdad con la que Parménides de Elea abrió las puertas de la metafísica.

 

La “Nada” como invento conceptual

 

Acabamos de rozar, al analizar lo que es el existir, la “nadería” de algunos inventos puramente conceptuales, esos que son y existen solamente en la conciencia. Pero, al fin, detrás del “existir” se esconde un hecho cierto, el de lo empírico y la prioridad que le otorga a esto la conciencia de lo sensorial. Pero es que en la “nada”, en cuya existencia cree mucha gente y contempla la filosofía, no hay detrás realidad de ninguna especie. El invento consiste en aislar, dentro del Ser, uno de sus infinitos sucesos, el “vacío”, elevar este suceso a la categoría de sustancia, extraditarlo a no sabemos que limbo del más allá de la finitud, y queda así inventada una nueva realidad con la que refutar la única existente, el Ser. A este vacío gigantesco, infinitamente gigantesco, pero al fin y al cabo sólo vacío, se le bautiza como el “no-ser” y ya tenemos la “nada”. Al final de este mismo apartado lo explicaré con más detenimiento.

 

Al comenzar el primer capítulo del libro por donde es ineludible comenzarlo, por el Ser, ya planteé la posibilidad de que algún lector no estuviese conforme con este orden, por entender que el comienzo de algo, de cualquier cosa, debería ser más bien “cero”, es decir, la “nada”, y luego ya vendría lo que fuere, en este caso el Ser. Desde luego que no es así, aunque lo parezca. Cualquier magnitud comienza en lo que ya es magnitud en sí misma, no en el cero. Pero también es verdad que, por debajo, como base de arranque necesario para entender la magnitud, siempre estará el cero, precisamente porque el cero representa a lo que no es magnitud, a lo infinito. En el ámbito de los números, el cero simboliza lo que no es medible, lo que no tiene principio ni fin, lo eterno, Dios (consultar “Los símbolos matemáticos” en mi libro “Diálogo de ateos y creyentes”).

 

Y aquí ocurre lo mismo. Si no se parte de lo que aparentemente es la nada, del cero (aunque realmente el cero es el todo, el Ser infinito), si no se parte de esa base tan tentadora, el Ser va a quedarse huérfano, porque siempre surge esa pregunta tonta ¿De dónde o desde dónde ha salido el Ser, puesto que es la única realidad constatable? Parece que por debajo tenemos que inventarnos lo contrario, la nada, a pesar de que tal cosa es lo único jamás constatado. Y así lo entendieron incluso aquellos primeros y olvidados creadores del Génesis bíblico cuando, especulando sobre el origen, lo situaron en la “nada”...... Pero también es cierto que enseguida se contradijeron a sí mismos al admitir que ya estaba allí Dios y hasta existía un “abismo caótico”, o sea, una nada que se parecía muy poco a la nada, puesto que era un “abismo caótico”, y por definición, en la nada, nada hay.

 

La discusión sobre esta fantasmagoría de la “nada” arranca ya desde la filosofía clásica en los intentos de destronar el reinado indiscutible del Ser de Parménides, y, como ya es lo habitual, el intento consiste en la mezcla reiterada, que aparece a lo largo de toda la metafísica, entre los ámbitos de lo particular y lo trascendendido que habitan a la vez en las cosas. La trampa es tan burda que cuesta trabajo comprender cómo al propio Platón acabaron por hacerle caer en la misma. Pero al lector de este libro, sin llegar a la altura de Platón, no va a ser posible que le hagan caer, si ha leído atentamente todo lo anterior, porque consiste en el mismo error de siempre, tantas veces repetido en estas páginas:

 

·               Según la ontología, en dos cosas cualesquiera, mesa y silla por ejemplo, se da la paradoja de que las dos “son por igual”, pero al mismo tiempo “no son por igual”, puesto que resultan diferentes y se distinguen entre sí, lo cual no debería ocurrir si las dos son lo mismo, el Ser. Y de esto se deduce (siempre según ellos) que además del Ser también hay el No-Ser.

 

·               Aquí ya hemos aclarado que tal paradoja no existe, puesto que las dos cosas son por igual en el ámbito del Ser que a todo lo trasciende, pero no-son por igual y difieren en otro ámbito que nada tiene que ver con el anterior, el ámbito de la esencia o forma particular de manifestar el ser cada una de las cosas.

 

·               Sin embargo y aunque parezca tan burda, la ontología ha venido dando la siguiente explicación sobre la causa de esta pretendida paradoja:

 

o     La mesa es en cuanto que es mesa, pero no es en cuanto que no es silla.

 

o     Esta es la causa (según ellos) de que la mesa “sea y no-sea” al mismo tiempo, y que con la silla ocurra otro tanto, pues a los dos “les falta el ser del otro” para coincidir en el ser los dos por igual.

 

·               La evidencia de que están manejando términos incongruentes, por pertenecer a ámbitos diferentes de realidad, es clara:

 

o     En cuanto al ser del que han partido, resulta obvio que se trata del Ser trascendido, puesto que éste es el único que es igual en todas las cosas, tanto en la mesa como en la silla.

 

o     Pero en cuanto al no-ser que le adjudican después a cada una de las cosas, no se sitúan en el mismo ámbito de realidad de lo trascendido, sino que se trasladan al ámbito de realidad del ser particular, ya que distinguen entre ser mesa o ser silla. Evidentemente, la mesa y la silla son iguales en cuanto al Ser trascendido, pero no son iguales en cuanto al ser particular o esencia.

 

Resulta obvio que cuando el filósofo afirma que si una cosa es concretamente “esto”, deja entonces de ser “aquello otro”, y de ello infiere que junto al ser hay inseparablemente un no-ser, esto es cierto, pero también es igual de cierto que se está moviendo en el plano de lo particular y relativo. El hecho de que la madera es madera, pero no es hierba, sólo contiene un no-ser relativo o determinado (no ser hierba), pero no contiene un no-ser absoluto, un no-ser-nada, puesto que sigue siendo algo (madera). La madera no es hierba y la hierba no es madera, pero las dos cosas son algo, las dos cosas tienen el Ser, por lo que no puede deducirse nunca que también tienen el no-ser, entendido en el sentido absoluto de la Nada. Este es el plano ontológico de los ámbitos de realidad que nunca debió perder de vista el pensador.

 

Pretender que algo “es” y “no-es” a la vez, sólo es posible saltando del ámbito del Ser absoluto que lo trasciende, al ámbito del ser limitado que ese algo manifiesta, lo cual es inadmisible.

 

Después del desliz de Platón y a lo largo de los siglos, la controversia entre el Ser y la Nada nunca ha cesado. Heidegger, ya en el siglo veinte, mantiene el manifiesto error que antes simbolizaba yo con la metáfora del cero matemático.

 

o              Heidegger ve el Ser como una construcción mental que ha de ser levantada, como toda construcción, sobre un solar previamente existente, en este caso el solar de la “Nada”.

 

Gracias a Dios, siempre hay alguna mente preclara que denuncia las vaciedades de su tiempo. En este caso, la mente preclara es Bergson, que sitúa la mirada en el hecho determinante de que la Nada constituye un imposible como representación mental. Y en este mismo sentido lo voy a hacer yo al final de esta misma exposición, añadiendo, además, en qué consiste tal imposibilidad de representación mental.

 

Por lo pronto, quienquiera que pretenda entrar a fijar el concepto de lo que es la “nada”, se tropezará con un escollo profundamente revelador: no es posible definir la nada por sí misma, resulta imposible delimitar en qué consiste ni describirla, únicamente puede ser referida por negación de su oponente, el Ser. Y esto ya resulta indicativo en cuanto a la falsedad de este concepto. No obstante, lo intentamos: ¿Qué es la nada?

 

1.             No podemos darle ninguna otra definición que no sea la de “Lo contrario al Ser”, “Aquello que no-es”.

 

La falacia de lo que se pretende admitir como realidad queda patente, sin más, en la propia definición. Decir que la nada “es aquello que no es”, consiste en un juego tonto de palabras, o mejor aún, una contradicción.

 

Puesto que todo lo que existe forzosamente es algo, admitir la existencia de la nada es admitir que “es algo” lo que “es nada”, una pura contradicción.

 

2.             Si el Ser-Existir es una sola y misma realidad y si la Nada es “lo que no es”, también automáticamente es “lo que no existe”, con lo cual el asunto queda zanjado.

 

¿Por qué entonces este invento? El concepto de la nada es, efectivamente, un invento del pensamiento del hombre por contraposición al concepto del Ser, que es lo único que conoce porque es lo único que existe. El fundamento de esta afirmación es muy sencillo:

 

·               Todo lo que el hombre conoce, lo conoce porque es, porque existe y tiene un contenido

 

·               Todo lo que el hombre, aunque no lo conozca, es capaz de intuir o imaginar, también es y existe en su correspondiente ámbito (el eidético) y también tiene un contenido.

 

·               En definitiva, lo conozca o solamente lo imagine, todo consiste en el Ser, de manera que el hombre no tiene ningún fundamento ni razón para pensar en la existencia del No-Ser. De hecho, no conoce ningún no-ser.

 

Pero en el párrafo anterior he subrayado la palabra “contenido” para persuadir al más imaginativo de los lectores que pretenda defender esta supuesta realidad de la nada. Con toda seguridad estará pensando que me contradigo yo mismo cuando niego tal realidad, porque, acto seguido, admito que todo lo que el hombre es capaz de “intuir o imaginar también es realidad en el ámbito de las ideas”. Si me tuviera delante, ese lector sin duda me objetaría: “A ver en qué quedamos, porque si yo soy capaz de intuir o imaginar la nada, entonces la nada es una realidad como un templo en el ámbito de las ideas. ¿Si? ¿O no?”

 

....... Pues no, porque nadie es capaz de intuir ni imaginar la nada. Quizás esto le suene chocante a ese lector, pero es así. La nada es radicalmente inimaginable para el hombre, por la sencilla razón de que no hay experiencia sobre ella. Ahora me objetaría que tampoco hay experiencia sobre Dios. Desde luego, pero hay experiencia sobre el Ser, y Dios es el Ser en sí mismo. La nada es un concepto que suena muy bonito, pero que no existe si no es como pura muletilla en el pensamiento. Esa es la razón de que haya subrayado en el párrafo anterior la palabra “contenido”. Todo lo que somos capaces de imaginar o intuir tiene un evidente contenido, o en otro caso no sería ni imaginado ni intuido.

 

·               Hasta lo absolutamente más desconocido, Dios, lo imaginamos o intuimos con un contenido determinado, aunque no sea el verdadero. Por esta misma razón, la nada, que es la ausencia de todo contenido, no puede ser imaginada.

 

Sea conocido o sea imaginado, todo tiene un contenido. Lo que nada contiene, ni es conocido por nadie ni nadie puede imaginarlo. La nada es un invento de la razón por oposición al Ser.

 

Sin embargo, puede ser que al lector le queda alguna duda sobre esta verdad inicial, puede que siga pensando que él, por supuesto, es capaz de abstraerse y concebir la nada como pura idea y, por lo mismo, existente en ese ámbito. Esta falsa convicción no es un error personal de nuestro lector que así piensa, es un error generalizado por la inclinación de la mente a situarlo todo dentro de la finitud universal, a pesar de que finitud y nada, por definición, son incompatibles. Atención, porque esto va a sorprenderte: Aunque todo el mundo cree concebirla, lo que realmente imagina, cuando piensa en la nada, no es la nada, es el vacío, que es cosa bien distinta. Lo explico:

 

·               Quien piensa en la “nada”, lo quiera o no lo quiera, lo que está imaginando es un “sitio determinado en el cual no hay nada”, porque es absolutamente imposible para el hombre concebir algo sin situarlo en un “sitio”, en un escenario, es decir, dentro de la finitud, que es lo único que conoce. Un escenario, por muy abstracto y neutro que se pretenda, es ya en sí algo, es evidentemente espacio, y el espacio es una realidad existente, es eso, es espacio, es el Ser. Por tanto, si dentro de él no hay nada, lo único que pasa es que ese espacio está vacío, no es que se trate de la nada. La nada absoluta, metafísica, es radicalmente impensable para la mente humana.

 

La Nada no es imaginable. La representación mental de la Nada no es realmente la Nada, es un vacío dentro de la realidad del Ser, que es lo único que conoce el hombre.

 

Y ahora que hemos visto la confusión de la nada con el vacío en cuanto imagen, podemos plantear todavía un argumento más. Si para evitar este contratiempo prescindimos de la nada como imagen, como representación mental, y la consideramos únicamente como puro concepto, como puro abstracto, tenemos esto otro:

 

·               Es obvio que el no-ser (la nada) no puede tener límites, porque lo que tiene límites los tiene precisamente por ser algo, por ser finitud.

·               Si el no-ser (la nada) existiese, por lo tanto, no tendría límites, sería infinito.

·               Pero es que nos consta la existencia de otro infinito, el Ser.

·               Dos infinitos a la vez son imposibles.

·               Luego el infinito que no existe es el que no nos consta, la Nada.

 

Una advertencia: cuando más tarde aborde la existencia de lo infinito, puede que el lector se rebele recordando esta argumentación que acabo de hacer ahora sobre lo que la razón puede inventar por oposición a la realidad conocida, puede que se rebele pensando de esta manera: “Si la nada es una creación nuestra por oposición al ser, también lo infinito puede ser una creación humana por oposición a la finitud que conoce”. Pero este razonamiento no es válido. Incurre, una vez más, en confusión de ámbitos: el de lo absoluto y el de lo relativo.

 

·               La oposición entre lo finito y lo infinito es solamente relativa, dado que ambos militan dentro de la misma realidad, la del Ser. Para ser finito o ser infinito, hace falta en los dos casos Ser. En lo esencial, por tanto, no se contraponen, puesto que, tanto lo infinito como el universo finito, los dos son.

 

·               Sin embargo, la oposición entre el ser y la nada no es relativa, dado que constituyen dos realidades excluyentes entre sí, es una oposición absoluta. Cada uno de ellos constituye un infinito en sí mismo, y dos infinitos a la vez son imposibles.

 

·               Si dos infinitos a la vez son imposibles y nos consta la existencia del infinito Ser, no cabe la existencia de ningún otro infinito, como la Nada.

 

De existir la nada, sería un infinito, no tendría límites, puesto que sólo lo que es algo (finitud) tiene límites. Nos consta ya la existencia de un infinito, el Ser. Dos infinitos a la vez son imposibles.

 

A lo largo de la historia de la filosofía se ha especulado muchísimo con el concepto de la Nada, utilizando todo tipo de vías, como acabamos de ver: unas veces en el sentido relativo del “no-ser” dentro de la finitud; otras veces en sentido absoluto por el reiterado error de confundir los ámbitos de realidad. Se ha especulado tanto porque nadie, creo, ha identificado nunca, a lo largo de la historia, el origen tan bastardo como simple de esta confusión, nadie ha distinguido la diferencia esencial entre los conceptos de la nada y del vacío que aquí acabo de desentrañar; o para ser más exacto, nadie ha puesto de relieve la extrapolación ilegítima del concepto del vacío a una pretendida realidad inexistente (la nada), que es lo que acabo de denunciar en este libro.

 

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© Gregorio Corrales.